Verónica Zumalacárregui: "Mucha gente debe creer que la mía es la mejor vida del mundo... ¡Y para mí lo es!"
"Quiero que me regalen un viaje", fue lo que escribió, escuetamente, Verónica Zumalacárregui en una carta dirigida a los Reyes Magos, cuando tenía 8 años. Era un niña inquieta y curiosa, que disfrutaba de conocer siempre lugares nuevos y, sin saberlo, de desafiar a sus padres.
Ese deseo se fue intensificando con el paso del tiempo, y ella se las ingenió para salir de Madrid una y otra vez, con excusas que iban desde un intercambio estudiantil en Chicago, Estados Unidos, hasta una beca en Montpellier, Francia. El periodismo la llevó luego a conectarse con otra de sus debilidades: la cocina. Y así, como una cosa lleva a la otra, Zumalacárregui se encontró un día frente a la oportunidad de unir todas sus pasiones en un programa de televisión.
Me voy a comer al mundo, ciclo que por estos lares es emitido por El Gourmet, se encuentra en plena producción de su tercera temporada. Y esa fue la excusa perfecta para que esta española de 31 años visite por primera vez Buenos Aires y sume a la capital argentina a la larga lista de ciudades que ha recorrido: desde Estocolmo, Lima y Tokio hasta Nueva Delhi, Los Angeles, Dubai y Río de Janeiro.
"Cada ciudad tiene su espíritu, y me encanta descubrirlo", dice mientras camina por una 9 de Julio caótica: tres movilizaciones distintas se dirigen al Obelisco, mientras autos y colectivos intentan esquivar el embrollo. Ella camina sin perder la sonrisa, posa frente al tradicional monumento porteño y hasta saca fotos de la protesta. No falta quien la reconozca y le pida una foto. Y no es casual: Me voy a comer el mundo es uno de los programas de cocina más populares de la señal dedicada a las artes culinarias.
Ya dentro de una combi, camino a Puerto Madero, Zumalacárregui se atreve a transmitirle a LA NACION sus primeras impresiones sobre este rincón del mundo que permanecía inexplorado para ella. "La primera impresión me llevó de inmediato a Madrid, pero luego vi muchas construcciones que me recordaron a París. Buenos Aires es definitivamente una ciudad bellísima", indica.
Un bodegón en San Telmo, una pizzería en Avenida Corrientes, un choripán en la Costanera Sur, una milanesa en La Boca, un restó muy cool en Palermo, un asado, facturas y alfajores: la lista de momentos gastronómicos que la periodista y bloggera española se ha impuesto - Zumalacárregui no sólo conduce, sino también produce el programa- parece infinita. Y ella parece no perder nunca el entusiasmo por los nuevos sabores.
-¿Tenés algún límite al momento de probar un plato?
-Trato de ser muy abierta, pero me ha pasado de dudar. Con la carne de perro en Corea, por ejemplo, tuve esa dicotomía: me encontré frente a encrucijada moral y ética. Pero comprendí que ahí entraba en juego la cuestión de la liberación de los prejuicios, cuando me dijeron "Vale, tu no quieres comer perro porque en Occidente es una mascota, como aquí lo es el conejo, cuya carne es muy consumida en España". Sí hay ciertas cosas que me dan asco o reparo, pero trato de liberarme de los prejuicios a la hora de comer. Me pasó también con la tortuga que comimos en la Amazonía peruana… Y ellos allí la consumen, pero no deja de ser un animal que está en peligro de extinción.
-¿Qué plato te dio más rechazo?
-El taco de ojo de res me dio mucho asco, me lo dieron en el mercado de Coyoacán, en México. Yo siempre digo que prefiero comerme un saltamontes a las vísceras de un animal. Y para ellos es toda una experiencia, por eso me sacaron el globo ocular de una vaca, me lo mostraron, lo trocearon delante mío y lo cocinaron. Eso ya me dio mucha impresión. La textura no me gustó nada, porque es muy cartilaginosa, medio imposible de deglutir.
-¿Y alguno que te haya sorprendido gratamente?
-Y el que mejor recuerdo, no se si tanto por el sabor como por el momento, fue un ceviche a la Laponia, como yo lo bauticé. Estábamos en Laponia, en Finlandia, y quedamos para grabar con Leo, un saami, la única etnia indígena que pervive en Europa. Era un hombre alto, rubio, de ojos azules, vestido con la piel de un animal… Fuimos con una moto de nieve, Leo hizo un agujero con un serrucho en un lago congelado, pescó y preparó sobre una mesita que llevaba en su moto un ceviche: le echó un poco de sal, limón, pimiento y listo. Fue posiblemente el pescado más fresco que haya consumido en mi vida, y toda la experiencia y el entorno fue maravilloso.
-Si tuvieras que preparar un menú cosmopolita para agasajar a alguien especial, ¿con qué platos lo armarías?
-Empezaría por un ceviche de lapas hecho por Mitsuharu Tsumura, el dueño de Misha, el mejor restaurante de latinoamérica, que está en Lima. Luego podríamos poner una carnaza argentina ahí, como para que llene, y de postre la tarta tatin que me hicieron en París, una tarta de manzanas que te mueres. Tengo la receta escrita a mano por el chef que la preparó… Ese sería un menú para conquistar a alguien por el estómago sí o sí.
-¿Qué cosas, ingredientes o trucos has incorporado a tu manera de cocinar?
-Para empezar cocino mucho con especias, uso canela, cúrcuma, cilantro, jengibre… Y después de ver a la gente cocinar, especialmente a las abuelitas, que siempre lo hacen con tanto amor, vuelvo a Madrid con muchas ganas de meterme en la cocina a preparar platos. Siempre voy incorporando cosas. Recuerdo haber llegado de Kuala Lumpur, en Malasia, y me compré ahí leche de coco y me hice un curry de langostinos que salió increíble. Vuelvo siempre inspirada de mis viajes.
-La visita a los mercados es siempre una parada obligatoria en tus viajes...
-Sí, claro. Lo que pasa es que los mercados siempre te dan información de cómo es la sociedad de ese lugar: si la gente es madrugadora, si son generosos, si la vida es cara, si se come más carne o pescado, si hay mucha cultura vegetariana, si son más sociables o más tímidos. Un mercado es una fuente de información maravillosa. Y si me da tiempo, compro productos para llevarme a casa. De acá pienso llevarme alfajores como que me llamo Verónica.
-¿Qué platos has probado en Buenos Aires?
- La pizza argentina, es contundente. Me llamó mucho la atención el componente fainá; al principio estaba un poco escéptica, pero es verdad que aporta una textura diferente. También me gustó la fugazetta, aunque no soy muy amante de la cebolla, me pareció fascinante. Después grabamos una parte en un carnicería porque queríamos que nos mostraran cómo son los cortes aquí. En España hay muchos restaurantes argentinos, y cuando nos preguntan si queremos vacío o entraña, los "españolitos" no tenemos ni idea… Probé el choripán, que me encantó, también la morcilla vasca, que es muy distinta a la que comemos en mi país. El asado estuvo buenísimo, y también estuve comiendo facturas, alfajores y otras piezas de pastelería argentina, que es buenísima.
-¿Y cómo te cuidás después de tanta comida?
-Hago mucho deporte, yoga, voy al gimnasio en los hoteles… Necesito hacer ejercicio para liberar tensiones, me ayuda a descomprimir después de mucho trabajo. Y por supuesto que no me como todo el plato que me ponen enfrente, como un poquito. Y trato siempre de acompañar con mucha verdura. Pero a lo dulce sí que no me puedo resistir, me ponen el postre adelante y nunca puedo decir que no. ¡Por eso tengo un problema en los buffetes de los hoteles!
-También bailaste tango, ¿no?
-Sí, me encantó. Estuve en La Viruta y realmente me resultó difícil estudiarme la secuencia, había investigado bastante sobre el tema. Y aprendí algunos pasos básicos y quedé fascinada con la orquesta en vivo, me quería quedar toda la noche ahí, viendo como la gente disfrutaba del baile e intentado mejorar un poco.
-Hace poco escribiste en Instagram sobre "el lado B" de tu trabajo, que implica muchas horas sin dormir, sufrir jet lag, estar lejos de tu casa… ¿Cómo manejás tus tiempos para no cansarte de lo que hacés?
-Bueno, cuando estoy en Madrid en realidad no estoy descansado, estoy trabajando en la parte de la producción del programa, armando los próximos rodajes… No hay tanto tiempo libre. En verano siempre trato de tomarme un mes de vacaciones, el tema es que como me gusta tanto viajar, sigo viajando. Eso lo puse en Instagram porque como todo en las redes sociales es maravilloso y alegre y la gente suele idolatrar otras vidas… Mucha gente debe creer que la mía es la mejor vida del mundo... ¡Y para mí lo es! Pero también la gente tiene que saber que no todo es lo que se ve, que hay mucho trabajo detrás de todo el equipo, y mucho cansancio y muchas horas en la calle aunque llueva o caiga nieve. Por supuesto que todo ese costado sacrificado a nosotros nos compensa, si no no los haríamos. Pero es más duro de lo que parece.
-La felicidad del viaje igual siempre le gana a todo, ¿o no?
-Sí, me pasa que en los rodajes todo sucede tan rápido que no llego a asimilar las cosas, voy haciendo, viviendo sin ser consciente. Y de pronto hay un detalles, una persona,una luz que me pasa por delante y me pongo a llorar de alegría contenida. Hace dos años estábamos en Jordania, haciendo un recorrido por el país, habíamos estado en la capital, en Petra y estábamos en el desierto de Wadi Rum y nos había recibido un beduino, que era ciego, y se puso a tocar el oud, que es una especie de guitarra. De pronto me puse a llorar, como que largué todas esas emociones contenidas en los días anteriores.
-¿Pensás en un fin de ciclo para Me voy a comer el mundo?
-Supongo que llegará el momento en el que ya no quiera o no pueda más, o quizás ya no tengamos la posibilidad de hacer lo que nos gusta. Los viajes es algo que siempre voy a disfrutar, aunque no necesariamente tengan que estar relacionados con el trabajo. Cuando llegue ese momento, veré qué quiero o qué puedo hacer.
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