La coreógrafa hoy tiene dos obras en cartel y pronto estrena otras dos; fue coach de Bailando por un sueño y ahí conoció a quien hoy es su pareja y padre de su hija Renata
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Durante muchos años, Verónica Pecollo fue bailarina y participó en varias comedias musicales. Cuando entendió que esa etapa había concluido, se metió de lleno en el mundo de las coreografías. Fue coach del Bailando por un sueño y en 2014 trabajó con el Bicho Gómez. Su historia de amor se hizo mediática y Marcelo Tinelli los fogoneaba con chicanas que los incomodaban pero subían el rating del programa.
Ellos siguieron contra viento y marea y hoy son padres de Renata, de 4 años. Verónica creció en su metier y hoy trabaja en cuatro proyectos como directora coreográfica. Está en Mamma mía, en el teatro Coliseo, que protagoniza Florencia Peña y tiene música de ABBA; en Minoica, todos los miércoles a las 20.30 en el Teatro Picadilly (una versión musical y paródica del mito del Minotauro y el Laberinto, con dirección y libro de Pablo Gorlero); el 4 de julio estrena Cuando Frank conoció a Carlitos, en el Teatro Alvear e inspirada en una anécdota sobre un posible encuentro entre Sinatra y Gardel en una de las radios de Nueva York y, por último, está ensayando Alicia (by heart), un musical de Broadway que se estrena en septiembre en el Complejo La Plaza.
“Se juntaron los proyectos casi sin querer. Estrenamos Mamma mía en la temporada de Carlos Paz, pero como nos fue muy bien hicimos una gira y vamos a estar en Buenos Aires hasta septiembre. Cuando Frank conoció a Carlitos es un proyecto que ya lleva tres años, primero se hizo en formato digital para Disney + y ahora llega al teatro. Y Minoica es una mega experiencia. Ya trabajé bastante con Gorlero y me gusta que no hace obras porque si, sino porque lo interpelan. Y esta es una nueva historia en la que dice: ‘Esto soy yo, esto veo en este momento, en este país’. No le esquiva el bulto a nada y me encanta porque abre una ventana a su mundo de verdad. El texto tiene mucho humor y me atrae. De hecho, estoy en pareja con un payaso. El humor me seduce, me acompaña, es un motor. Me divierte mucho Minoica y tuve el desafío de ligar la coreografía al humor. ¿Cómo se pone el chiste en el cuerpo? Y aclaro que es sobre mitos griegos pero muy actual. Es muy interesante. Trato de compartir mucho el espacio con los directores porque gusta ese trabajo de tete à tete”, se entusiasma Verónica Pecollo en uno de los ratitos libres que le permiten sus muchas actividades. “Fui bailarina durante muchos años y recorrí un camino, aterricé en el musical y ahí me quedé durante diez años en una época del país en el que había muchos musicales y ahora volvieron”.
-Con tantos proyectos, ¿cómo imaginás las coreografías? ¿Hay alguna fuente de inspiración?
-Me apasionan los libros de teatro, no soy directora porque no me animo y no he estudiado, pero cuando empiezo a leer la cabeza me va a mil por hora y me imagino todo lo que puedo hacer. Lo mismo me pasa cuando escucho la música de una obra. Tiene que ver con la conexión con cada material y con la mirada de cada director, que es un viaje. Por ejemplo, Minoica habla sobre mitos griegos y la historia me llevó a mi adolescencia, porque era muy apasionada por la mitología. De alguna manera me metí en el mundo del director, Pablo Gorlero, que además escribe el libro también y es súper auténtico y tiene una mirada muy personal. Siento que son viajes y que me voy de vacaciones, porque en realidad hace mucho que no me tomo un descanso (risas). Es como ir a mundos diferentes y comparto miradas y lenguajes distintos. Siempre me gustó mucho bailar y la pasé divino, pero desde que me dedico a la coreografía siento que es mi lugar verdadero.
-¿Vas a todas las funciones de cada obra?
-No. Desde que nació mi hija Renata, que tiene 4 años, trabajo con asistente. Antes era reacia, pero aprendí a delegar y es algo interesante porque voy una vez por semana y noto las diferencias en las obras. Cuando vas todos los días eso es más complicado. Pude alejarme del proyecto, mirarlo con objetividad, ver qué se ensucia, tomar nota y ajustar.
-¿Cuánto tiempo hace que no te subís a un escenario a bailar?
-Muchísimo. Lo último que hice fue Caravan, en 2009.
-¿Por qué te bajaste?
-Se fue dando. Había empezado a hacer coreografías en infantiles de María Elena Walsh con Anita Martínez y me había entusiasmado. Y por otra parte, entré como coach coreográfica en ShowMatch y fue un entrenamiento muy fuerte, porque tenía que hacer una coreografía por semana. Al mismo tiempo, ya tenía otra edad y nada era muy sencillo (risas). Trabajaba todos los años y un día no quedé en una audición y fue un llamado de atención. Empezaron a salir proyectos como coreógrafa, lo duelé un poco, y listo.
-Fue un duelo entonces...
-Si, claro. Pensé que capaz estaba grande. Frené, recalculé y seguí. Pero ya se estaba gestando algo que me gustaba mucho también. No lo recuerdo como algo traumático aunque estaba haciendo terapia en ese momento y fue un tema que trabajamos. Porque además te cambian los horarios. El cuerpo empezó a dolerme un poco también. Como bailarina entrenás diariamente muchas horas y quizá ahora tomo alguna clase, hago yoga, doy seminarios y ahí me muevo un montón. Pero tengo molestias, dolores, me tira la cadera. Tengo tres hernias en la columna. La vida pasa, el cuerpo es sabio y está bueno encontrar nuevos espacios creativos. No extraño bailar, disfruto ver bailar a otros en el escenario y capaz a la noche ya estoy en casa con un vinito y los chicos están calentando para empezar una función de Mamma mía (risas).
-Las bailarinas arrancan de muy chicas, ¿cómo fue en tu caso?
-Caí de casualidad, a los 11 años, en un club de barrio, en Ciudadela, donde crecí. Y fui sumando actividades porque todas me gustaban: tap, jazz, clásico. Nunca lo dudé, me acuerdo que pensaba: “yo voy a bailar”. Me formé y empecé a trabajar después de golpear muchas puertas. Y no paré. Me siento una coreógrafa bastante versátil porque como bailarina ocupé varios espacios, hice danza contemporánea, tango, estuve en muchas compañías de danza teatro, danza aérea. Probé muchas cosas, recorrí bastante y por eso hoy puedo abarcar varios proyectos con características muy distintas.
-¿Cómo entraste a ShowMatch?
-Fui coach en uno de los primeros Bailando por un sueño y trabajé muchísimos años. Lolo Rossi y Hugo Ávila eran el equipo coreográfico y me convocaron para asistirlos. Trabajé en varios programas de la productora, como por ejemplo Cantando por un sueño, Sábado show, Soñando por cantar. Y en 2014 me sentí aburrida, pedí coachear una pareja y elegí la de Anita (Martínez) porque la habíamos trabajado juntos. Y ella bailaba con el Bicho Gómez. Me pareció una pareja divertida y además me gustaba trabajar con actores.
-Y te enamoraste. ¿Cómo nació tu historia de amor con el Bicho Gómez?
-Sí (ríe). Nos enamoramos con el Bicho y hace diez años que estamos juntos. Compartíamos muchas horas, porque cuando hacés el Bailando ves mucho más a tu grupo de trabajo que a tu familia. Conversábamos mucho y como el Bicho es también director, me llamaba para hacerme propuestas sobre la puesta de cada semana. Y Anita también aportaba mucho. Trabajamos los tres muy bien. Yo lo admiraba y me sedujo su humor. Nos divertíamos un montón. El Bicho es una persona muy interesante, muy artista, apasionado y teníamos muchos puntos de unión. Él estaba separado, yo también... y pasó (risas). Fue un huracán, porque yo no estaba acostumbrada a lo mediático y no fue fácil llevarlo adelante. Primero fue muy tormentoso y después se tranquilizó y empezamos esta vida que llevamos juntos con Renata, que nació en 2019.
-Marcelo Tinelli los chicaneaba. ¿Cómo lo viviste?
-Yo venía haciendo mi caminito como bailarina, muy perfil bajo y esa exposición te arrastra sin que puedas hacer nada. Cuando me acostumbré, me divertí, pero al principio fue movilizante. Y, además, después bajó la espuma. El programa tenía mucho rating y a Marcelo le divertía nuestra pareja. No lo habíamos contado todavía y creo que Soledad Silveyra, que era jurado, hizo una pregunta porque le había llegado un rumor y ahí Marcelo dijo: “Esta es la mía” (risas). Por suerte el Bicho resolvió todo con humor. Fue divertido, porque Marcelo le preguntaba y el Bicho esquivaba las respuestas.
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