Valeria Sampedro, la periodista que se anima a llevar a la ficción historias de amor y encuentros fallidos
Las últimas puntadas de la charla se dan desde las inmediaciones del Congreso, donde Valeria Sampedro palpita "de civil", con su tarea periodística concluida, la sesión de la Cámara de Senadores que horas después legalizaría la Interrupción Voluntaria del Embarazo en nuestro país. Es, para el público de televisión, una cara y una voz conocidas: trabaja en medios desde hace más de veinte años y la vemos todos los días como cronista de exteriores de eltrece y conductora de TN.
Sampedro es referente en la militancia feminista: fue una de las comunicadoras y activistas que en 2015 impulsaron el movimiento Ni una menos y, junto a Marcela Ojeda, hace Mujeres… ¡de acá!, un programa en el que, con enfoque de género, se habla "de lo que nos pasa, lo que somos, lo que no nos dejan ser, de derechos adquiridos y aquellos por los que todavía tenemos que pelear", señala (por Radio Nacional). Y entre una y otra Valeria asoma una tercera: la escritora de ficción, que publicó a fines de 2020 su debut, Casi nunca es para siempre, por Ediciones B, una faceta que hace confluir y a la vez excede a la periodista y a la activista.
"Antes del libro, cuando empecé a escribir en clave de columnas en primera persona, me proponía romper eso: esas columnas eran como de una mala feminista, como de ‘soy feminista y tengo mucama… dale’. Cuestionándome ese deber ser", cuenta. El libro -que en sus versiones primitivas también supo pasar por Instagram y volverse podcast- está compuesto por más de un centenar de historias breves de algo que podríamos llamar "amor", si usamos la palabra como un grandísimo paraguas capaz de albergar desde un metejón repentino e incendiario hasta el fade out cobarde de una relación de años. "Lo pensé como un rompecabezas", dice la autora, y así funciona: como un catálogo de lo indefinible.
–¿Fue deliberado el ejercicio de mantenerte siempre breve para que el lector sea activo y complete la historia?
–Muchas de las historias las escribí en un celular en guardias periodísticas, en mi auto de espera entre nota y nota. Lo que hice fue aplicar algo de lo que tengo muy aceitado, que es esa capacidad de poder compactar en pocas líneas, en mi laburo cotidiano de cronista, una historia. Por supuesto que enfocado a determinado matiz y con determinado punto de vista, porque lo que intentaba a veces era jugar a ser la narradora omnisciente, pero también otras veces me involucraba en una de las dos miradas y lo contaba con esa perspectiva. Lo pienso y lo describo con herramientas periodísticas porque creo que funcionó así en mi, con un componente que era describir ese vínculo, esa relación. Y necesariamente ese fuera de campo quedaba dicho con alguna palabra que yo decía. Hay una historia en la que él está tratando de mandar un mensaje para lograr una segunda cita, y entonces ensaya mensajes de WhatsApp. En en una dice: "quedó tu perfume en mi almohada", y así uno sabía que habían pasado al menos una noche juntos porque estaban ensayando una segunda cita. Quería dejar un registro de lo que yo quería contar, algún rastro dentro de la historia.
–La periodista, de alguna manera, entrenó a la escritora.
–Absolutamente. De hecho ahora que me metí un poco más en este mundo literario de ficción puedo jugar de otro modo, pero creo que entré a estas historias desde un lugar de descripción. Por eso digo que me tenía que venir la historia a la cabeza para después relatarla. Y la calle me sirve mucho, porque te cambia todo el tiempo de escenarios, de paisajes.
–¿Es un lugar común a romper el que asocia automáticamente literatura romántica con lectoras mujeres?
–Sí, hay algo del concepto de amor romántico o enamoramiento que parece asociado en la literatura a la mujer. Tengo más historias leídas sobre eso: sobre mujeres que vivencian el amor. Del lado de los varones me da la sensación de que la literatura a veces ha estereotipado ese rol del varón. Yo lo leo a Pedro Mairal y me acerca a un hombre más asequible, más cercano: ese tipo de historias me gustan. Son más o menos 120 historias, y en varias intento ponerme en la perspectiva masculina. Y encuadrar en los cánones de corrección política de ahora, como por ejemplo no resultar un machirulo. Hay una de las historias que es "la cita empoderada": no me rompas los huevos, quiero salir a tomar algo, invitame vos, pagá, no es que necesito cumplir mi rol feminista. Y ahí jodo con que el rol feminista lo cumplo en Twitter.
–¿Podrías haber escrito este libro a los 25 años? ¿No es imprescindible primero purgar la idea de amor "edulcorado" a través de la experiencia?
–Coincido. Yo necesité experimentar y hacer mi recorrido, sin que esto suponga que el libro funciona como un diario íntimo. Claramente aparecen un montón de cosas que tienen que ver con experiencias, desamores, desengaños, suposiciones, charlas de amigas. De hecho la primera historia surge porque hablaba con un amigo y me cuenta que va a dejar a su novia, y él me lo contaba desde su perspectiva masculina. Esa historia termina abierta. Una chica me decía "estamos leyéndolo en la playa, necesito que me digas el final porque nos pusimos a discutirlo". Él camina dos cuadras, saca el celular y pregunta "¿qué tenés que hacer esta noche?". Para mí le está escribiendo otra mina. Ya está, esa relación fue. Por lo menos yo siento que es más categórico: fue, se despidió, le llevó flores, amoroso, ya está. Le está escribiendo a otra a las dos cuadras. Y otros entendían que eso no era un final y la estaba otra vez invitando a salir.
–Dice Caetano Veloso que todas las canciones son autobiográficas, y algo parecido podríamos decir de los libros. ¿Te costó mantenerte neutral y no juzgar a tus propios personajes?
–Fue como si yo dialogara conmigo misma. Estoy pensando que quizás lo apliqué un poco acá, cuando tenía que decidir alguna situación, incluso amorosa, hablaba conmigo. Lo necesitaba decir en voz alta. Yo creo que soy buena consejera para una amiga. Si soy buena consejera para una amiga, por qué para mí no. Entonces exponía mis razones y llegaba a conclusiones interesantes. Así que los juzgaba despiadadamente en el sentido de dejarlos en carne viva, pero no desde decir "esto no".
–Intentabas entenderlos, no condenarlos.
–Pero además los ayudaba a desnudarse. Yo digo en el epílogo que no es literatura del yo, sino del ello. Esto del ello de que no estemos midiendo tanto lo que ponemos en juego. Hay mucho de mí en todas las historias sin ser necesariamente mis historias. Cuando logro esta identificación, lo que hago es buscar en algún lugar de mí para poder escribir con eso. No creo que esté asociado pero ese juego me resulta gracioso y en algún punto aplica: yo dejé terapia después de terminar el libro. Dejé un montón de mí en esas historias. Creo que es la manera de lograr que al otro le transmita algo.
–¿Corriste riesgo de convertirte en "especialista en amor" y que te pidan consejos?
–Para nada. De hecho no está funcionando de esa manera y detestaría que eso ocurriera. Me parece que el efecto que está teniendo fue decirme "te metiste en mi casa", con cierto pudor de "eso que no se cuenta". Esas crisis incipientes que aparecen en las relaciones, eso que no se dice, ya sea para declararse a un amor o cuando te sentís solo…
–Más de un lector habrá hecho conscientes esas situaciones a partir de leerlas en tu libro.
Puede ser. La verdad es que no lo pensé, por suerte, porque me asustaría un poco convertirme en eso. Si algo me gustó de la posibilidad de haber escrito y que eso se convirtiera en un libro es que me abrió un camino lateral para hacer algo distinto dentro de lo que vengo encaminada en mi profesión. Me abrió una puerta para descubrir otro registro, otros tiempos, otras formas. Y eso es lo que más me gusta.
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