Un final solitario: cómo fueron los dramáticos últimos días de Philip Seymour Hoffman, a 8 años de su muerte
El actor estadounidense, dueño de una extraordinaria carrera y ganador del Oscar, murió a los 46 años, en medio de una noche trágica
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“La única moneda de intercambio en este mundo en bancarrota es lo que compartís con otra persona cuando no sos cool”, le dice el periodista Lester Bangs a su discípulo, William Miller, en la película de Cameron Crowe, Casi famosos. En la secuencia, se lo ve a Philip Seymour Hoffman, teléfono rojo en mano y sentado en el piso, construyendo, sin saberlo, un pequeño momento épico del cine contemporáneo, cuando el realizador de Jerry Maguire estaba en estado de gracia. “Yo siempre estoy en casa, yo no soy cool”, remarca Bangs, y la sonrisa del actor transmite lo que esa viñeta representa: el mundo de los outsiders, de los que marchan a su propio a ritmo, de los que son fieles a su verdad y a su arte, es el mundo en el que vale la pena vivir. “Philip era el mejor de su generación, su presencia era única”, manifestó Crowe sobre su experiencia trabajando con el actor.
La filmografía de Hoffman quien, falleció el 2 de febrero de 2014 a los 46 años, está repleta de instantes donde lo genuino traspasa la pantalla, ya sea en comedia con su hilarante rol en Mi novia Polly, en sus memorables colaboraciones con Paul Thomas Anderson o en una biopic hecha a la medida del Oscar que terminó recibiendo: Capote. Y lo cierto es que él no necesitaba ser el centro de un film, muchas veces se lo robaba con un puñado de escenas, como sus intervenciones en Magnolia y Embriagado de amor, en las cuales, aún manejando dos tonos completamente diferentes, desde uno más sutil hasta ese torbellino que es Dean Trumbell, hay una naturalidad innata en lo que hace. Hoffman nunca parecía estar actuando, lo mismo que uno siente al ver a su hijo Cooper en Licorice Pizza. Anderson no necesita rendirle un homenaje explícito porque sabe que Philip sobrevuela el film con ese pase de batuta.
“Philip canalizaba su personalidad adictiva en su trabajo”, expresó tras su fallecimiento su amigo y colega Todd Louiso (quien lo dirigió en la subvalorada Love Liza), en relación a la notable carrera que construyó el neoyorkino desde su debut en Triple Bogey on a Par Five Hole, el film de corte independiente estrenado en 1991, su primer trabajo, el que marcaría el inicio de una obra ininterrumpida, y que tuvo su correlato en el mundo teatral, donde dio sus primeros pasos en 1996. En el medio, recibió cuatro nominaciones al Oscar, alzó la estatuilla por Capote, y también aspiró a dos premios Emmy, y a tres premios Tony por las obras True West, de Sam Shepard, y Muerte de un viajante, de Arthur Miller.
En paralelo, intentaba proteger a su familia de la prensa y dejaba que su trabajo hable por sí solo. “Era un hombre común, eso era lo mejor que tenía”, declaró la fotógrafa Victoria Will, quien obtuvo una de las últimas imágenes del actor para un perfil. Un intérprete extraordinario, un individuo reservado y, de acuerdo a sus allegados, una persona que creyó poder manejar en su vida adulta las adicciones que comenzaron en la universidad. “Sé que me voy a morir”, les dijo a sus amigos en el último día en que lo vieron con vida, cuando recayó luego de décadas de sobriedad.
La adicción que comenzó a temprana edad
De acuerdo a lo que informó el Jefe Médico Forense de Nueva York, Hoffman murió accidentalmente debido a “una aguda intoxicación por mezcla de drogas” que incluían heroína, cocaína, benzodiazepina y anfetaminas. El actor fue hallado a las 11.30 de la mañana en el baño de un departamento de Manhattan, donde vivía solo dado que estaba distanciado de su pareja, la diseñadora Mimi O’Donnell, quien luego de ver una recaída le pidió que deje la casa familiar para proteger a sus tres hijos, Cooper, Tallulah y Willa, de ser testigos involuntarios de episodios traumáticos. De todas formas, O’Donnell, pareja del actor desde 1999, nunca se alejó del todo y fue su apoyo para salir adelante en una lucha que comenzó a sus 22 años, cuando después de graduarse de la Universidad de Nueva York en 1989, Philip decidió ingresar a una clínica de rehabilitación.
"Nunca tuve interés en tomar con moderación, y no porque haya pasado tanto tiempo desde que lo hice significa que fue solo una fase, creo que es lo que soy"
Philip Seymour Hoffman
“Probaba todo en la universidad, alcohol, drogas, me gustaba todo lo que pudiera conseguir, pero después empecé a sentir pánico, pánico por lo que iba a pasar con mi vida”, reveló en el programa 60 Minutes. Luego de ese tratamiento, se enfocó en su carrera y no fue hasta el 2013 que comenzaron sus habituales recaídas. De hecho, en una entrevista con The Guardian admitió lo mucho que le costaba dejar de consumir alcohol. “Nunca tuve interés en tomar con moderación, y no porque haya pasado tanto tiempo desde que lo hice significa que fue solo una fase; creo que eso es lo que soy”, declaró, tristemente resignado.
Uno de los episodios más difíciles de sobrellevar se produjo en 2013, cuando le confesó a su círculo íntimo que había vuelto a inyectarse heroína y que sabía que iba a hacerlo de nuevo. En mayo de ese mismo año, volvió a rehabilitación. En los pocos momentos en los que se encontraba sobrio intentaba pasar el mayor tiempo posible con sus hijos. Según informó la revista People, sus vecinos lo veían siempre mostrando dos facetas. Durante el día, frecuentaba el restaurante Oliver con su hijo Cooper, y se lo notaba de buen humor. “Podían estar horas sentados, hablando y riéndose, pero luego todo cambiaba”, contó una fuente. “A la noche volvía pero iba directo al bar y era otra persona, estaba triste y deprimido”. En ese período, dos meses antes de su muerte, solicitaba con frecuencia ayuda para poder ingresar al departamento ya que no podía caminar por el consumo excesivo de sustancias.
Si las alarmas ya estaban sonando, el ruido fue más ensordecedor cuando en enero de 2014 asistió el Festival de Cine de Sundance para promocionar la película de Anton Corbijn, El hombre más buscado. Los indicios de que algo pasaba estaban allí: un profesional como él se negaba a dar entrevistas, se lo percibía nervioso y descuidado, si bien hubo jornadas donde parecía estar en mejor forma. De nuevo, estaba escindido. Por otro lado, el dramaturgo David Katz, el amigo al que Hoffman le estaba alquilando el departamento que se encontraba a tan solo dos cuadras de la casa de su mujer y sus hijos, reveló que empezó a notarlo diferente durante las presentaciones de Muerte de un viajante.
“Esa obra lo torturó”, aseguró. “Se sentía miserable, todas las noches decía que quería dejar el teatro”. Para un hombre que aseveraba que la actuación le brindaba “una satisfacción extraordinaria”, esas palabras parecían responder a otros factores. Ethan Hawke, otro de sus grandes amigos y coprotagonista en el film de Sidney Lumet, Antes que el diablo sepa que estás muerto, recordó que empezó a verlo tomar alcohol nuevamente al finalizar las funciones de la obra.
Las últimas horas
Luego de llamar a un periodista desde el rodaje del final de la saga de Los juegos del hambre para decirle frases incoherentes, y de no poder despertarse a tiempo para interpretar el que sería su rol póstumo (el de Plutarch Heavensbee), Hoffman fue visto llevando a Cooper a una práctica de básquet. “No era de esos padres que iban y dejaban a sus hijos y se iban, siempre estaba comprometido con lo que hacía”, contó Ryan Berger, papá de uno de los amigos del hijo de Hoffman. Como consecuencia, llamó la atención cuando ese trágico domingo no fue a buscar a sus hijos como había pactado con Mimi, quien estaba intentando que Philip fuera a rehabilitación una vez más.
En la madrugada había llamado a su mujer (”sonaba drogado”, declararía O’Donnell a las autoridades al día siguiente) y luego había retirado dinero del cajero de una tienda. El actor entregó la suma a dos individuos que le vendieron heroína. Días más tarde, la policía arrestó a tres hombres y una mujer en un departamento de Manhattan, donde tenían bolsas de drogas, los responsables de facilitarle los narcóticos al actor.
¿Qué pasó esa noche? Solo Hoffman lo sabe. Aunque Katz, quien halló el cuerpo de su amigo sin vida y con una jeringa en el brazo, siempre sostuvo que el actor no estaba teniendo pensamientos suicidas como se especulaba. “Fue adicto desde chico, y yo creo que pensó que como adulto con cierto poder y control podía tomar algo en su vida adulta y que lo iba a poder manejar. El cliché de ‘entró en un espiral autodestructivo’ no se aplicaba a él, Philip quería vivir”, manifestó Katz, quien recibió un mensaje de Mimi ese 2 de febrero pidiéndole que fuera a ver si Hofman estaba bien.
A los minutos, el hombre se encontraba con la peor imagen: su amigo estaba sin vida. Ese mes, plagado de investigaciones, interrogantes, y con la despedida de sus familiares y amigos en la iglesia católica de San Ignacio de Loyola, en Park Avenue, se comunicó que en 2004 Hoffman había dejado escrito su último deseo, cuando todavía no habían nacido sus hijas y Cooper tenía tan solo un año.
En el documento de trece páginas, el actor le cedía la administración de sus bienes a Mimi, y pedía que su hijo fuera criado en Manhattan para que creciera dentro de la cultura de la ciudad y lejos de Hollywood. De lo contrario, el actor proponía Chicago y San Francisco como alternativas, “de modo que esté expuesto a la cultura, el arte y la arquitectura que esas ciudades ofrecen”. Sin dudas, verlo a Cooper correr en Licorice Pizza mientras Paul Thomas Anderson lo registra es emocionante por muchos motivos, entre ellos, porque su padre buscaba precisamente que se embebiera de los mejores artistas, deseo plasmado en esos maravillosos fotogramas.
“Es muy sociable y empático, siempre se sintió cómodo tanto entre adultos como con gente de su edad y a la vez tiene esa cosa de los chicos, que es que se las arreglan para sostener una conversación con alguien mayor, pero a la vez se pone mal las medias o se olvida de desayunar, porque en el fondo todavía es un cachorro”, manifestó Anderson sobre Cooper, quien inicialmente no estaba seguro de aceptar el rol de Gary Valentine.
“Philip iba a la guerra por su arte”, contó una vez Ethan Hawke sobre su amigo, quien en una oportunidad, en diálogo con Rolling Stone, hizo una declaración que lo mostraba como una persona reservada y algo taciturna. “Nadie me conoce. Nadie me entiende. Uno piensa que cuando crecemos vamos comprendiendo más al otro, pero nadie me comprende a mí”.
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