Tristán, el actor que comenzó a trabajar por necesidad a los 10 años e hizo del humor un oficio, a pesar de que nunca se reía
El actor, que murió este sábado a los 85 años, fue uno de los máximos representantes de la comedia picaresca en cine, teatro y televisión
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Hoy, cerca de las 13, murió Tristán a los 85 años. El famoso cómico se encontraba internado el Hospital Tránsito Cáceres de Allende de Córdoba desde hace varios días, a raíz de una neumonía bilateral que había obligado a los médicos a conectarlo a un respirador artificial. Federico Díaz Ocampo, hijo del actor y humorista, habló con LA NACION hace una semana y se mostró muy preocupado. “Hace nueve días que está con neumonía bilateral y por eso lo internaron de urgencia, en terapia intensiva. Está intubado, con oxígeno, bastante complicado. Con mis hermanos, Victoria y Mariano lo estamos acompañando; esto es un día a día. En el hospital lo están tratando bastante bien, gracias a Dios. La está luchando”, dijo consternado.
Tristán, de 85 años, se cayó y se quebró la cadera hace tres años. Todavía estaba en plena recuperación en un hogar para ancianos cuando le diagnosticaron neumonía bilateral y debió ser trasladado al hospital. “Lo internó mi hermana Victoria, y con mi hermano Mariano nos vinimos a Córdoba apenas pudimos, hace cuatro días. Estamos en contacto todo el tiempo con los médicos, que nos van diciendo cómo evoluciona. Tiene dificultades para respirar y nosotros no podemos más que estar cerca y unidos, para darle fuerzas. Es un día a día y los médicos hacen lo posible para sacarlo adelante”, agregó Federico. Hace ya varios años que Antonio Díaz Ocampo, tal el verdadero nombre de Tristán, atraviesa diversos problemas de salud. En diciembre de 2019 se cayó y se fracturó la cadera y desde entonces no pudo volver a caminar. Instalado hace unos años en Córdoba, donde vive su hija Victoria, Tristán tuvo algunas recaídas, pero siempre salió adelante.
Alguna vez se definió como “el hombre que hacía reír a la gente, pero que no se reía”. ¿Podía ser realmente así? Difícil, si todo en él era motivo de diversión. Su altura directamente proporcional a su andar desgarbado, esa notable habilidad para los tropiezos, su mirada ladeada o esa precisión exacta que tenía para rematar un sketch. Tristán Díaz Ocampo tenía la ductilidad de muy pocos, lo que le permitía moverse igual de cómodo en la comedia física, como también en la dialogada. Y bien grande también demostró que podía ser un actor dramático, oportunidad que agradeció hasta el final de sus días aun cuando muy dentro de él sabía que la oferta quizás había llegado demasiado tarde.
Si algo caracterizaba la imagen de Tristán era que andaba siempre apurado, vertiginoso, a los tropezones, y algo así también fue su vida. Al menos a partir de los diez años, cuando murió su papá y para ayudar en una casa donde nunca faltó ni sobró nada, consiguió trabajo de panadero por “seis pesos y medio kilo de pan”. Era poco pero alcanzaba. De ahí en adelante llegaron todo tipo de tareas: vendedor puerta a puerta junto a su tío, dependiente en un bazar, lavacopas, encargado de mostrador y mozo en el bar Tokio de Pergamino, su ciudad natal. Es más, al comediante le gustaba decir que su más famosa caricatura, la del mozo atolondrado que terminaba siempre en el piso, nació en esa época: “Fue una tarde atendiendo el bar que me resbalé con un carozo de aceituna. No sabés el porrazo que me di”.
Aunque la historia marca su debut artístico en la década del 50, en el programa radial Farandulandia de Aldo Cammarota, Tristán recordaba por lo menos dos experiencias previas. La primera como presentador de las orquestas de tango de su pueblo, aunque nunca quedó claro si eso era vocación o una manera de pasarla bien sin pagar entrada. La segunda, durante una visita de Nini Marshall a la iglesia San Roque, de Pergamino: “El cura le dijo que uno de sus monaguillos, que era yo, hacía imitaciones. Me vio y le gustó mucho. Fue mi primera actuación”.
Con la radio también llegó el sacrificio de tener que viajar todas las semanas, ida y vuelta a Buenos Aires. Se gastaba más plata en pasajes de lo que le daba el sueldo, por eso alternaba la actuación con la venta ambulante para, al menos, salir hecho.
En 1960, con 23 años y cada vez más entusiasmado, Tristán decidió afincarse en Buenos Aires. Consiguió trabajo en el Correo Central de 0 a 6, y en una panadería de Pueyrredón y Corrientes, de 14 a 21. En los ratos libres daba sus primeros pasos en el mundo del espectáculo. Ya entonces había recortado su nombre solo a Tristán después de recibir la carta de un pariente, muy enojado por mancillar el apellido familiar en la “deshonrosa” actividad artística.
La incipiente fama también le dio la oportunidad de conocer a su hermano: “Un día, en la época de Telecómicos entraba a Canal 9 y me para uno de seguridad en la puerta. Me preguntó mi nombre -Tristán Antonio Díaz Ocampo- y cuando se lo dije me contestó que su papá se llamaba así. Además era un calco de mi padre, así que con el tiempo llegamos a la conclusión de que éramos hermanos”.
Cine, teatro y televisión
Telecómicos, La revista dislocada, El club del clan, El botón, El ojal (contrapartida de El botón también creado por los hermanos Gerardo y Hugo Sofovich), Operación Ja Ja, La tuerca. Durante algo más de dos décadas, muchos de los títulos que delinearon el sentido del humor argentino lo tuvieron entre sus filas. Hasta se dio el gusto de popularizar frases como “Me falló el horóscopo”, que todavía se repiten.
A caballito de la tele y el teatro de revistas, a mediados de la década del 60 llegó para Tristán el cine. Cleopatra era Cándida (1964, su reencuentro ya como profesional con Niní Marshall), Ya tiene comisario el pueblo (1967) o La casa de Madame Lulú (1968) son algunas de sus primeros tímidos intentos de conquistar la pantalla grande. Hasta que en 1973, otra vez los hermanos Sofovich lo colocan a la par de Alberto Olmedo, Jorge Porcel y Chico Novarro en Los caballeros de la cama redonda, película que inaugura el subgénero picaresco, tan característico del grupo en los años posteriores.
A razón de una, dos y hasta tres películas por año, el cómico fue asentando su imagen a puro tropezón. Hay que romper la rutina (1974), Fotógrafo de señoras (1978), ¿Los piolas no se casan...? (1981) o Mingo y Aníbal en la mansión embrujada (1986). Siempre al costadito de los capocómicos, pero brillando en cada intervención. Así hasta finales de la década del 80, cuando aparecieron un puñado de títulos que aprovechó plenamente sus virtudes cómicas de antihéroe: Camarero nocturno en Mar del Plata (1986), Las minas de Salomón Rey (1986) y Enfermero de día, camarero de noche (1990). También por estos años se dio el gusto del programa propio, aunque tan solo fuera para los meses de verano. Fue en el recién reinaugurado Teledos y se llamó Las travesuras de Tristán.
La crisis económica y el cambio de década -cuyo preludio fue la muerte de Alberto Olmedo, en 1988- trocó también el humor del público. Tanto el cine como la tele rumbearon para otros lados, quedó el teatro en la trinchera de la resistencia. Y allí se refugió Tristán, temporada tras temporada por dos décadas, en la que fue su etapa más prolífica en ese medio. Fuera de eso, tuvo unas pocas apariciones en Polémica en el bar, y algunos trabajos marginales (en cuanto a producción y guion) lanzados directamente en video, que intentaron recrear con trazo demasiado grueso sus épocas de gloria. Producciones que no le hicieron justicia, pero que el intérprete encaró con el mismo profesionalismo de siempre.
A comienzos del nuevo siglo, Tristán parecía una figura anacrónica, sobreviviente de una época que ya no tenía lugar en los medios. Al menos así pensaban los críticos, no así la gente que seguía disfrutando de su estilo de humor como el primer día. Sin embargo, el hombre acostumbrado a las piruetas estaba dispuesto a dar una más, probablemente la más arriesgada en su carrera: por primera vez ser el villano de la función.
Un nuevo comienzo
Historia de un clan fue la serie con la que Luis Ortega quiso dejar para la posteridad su mirada sobre los crímenes de la familia Puccio. En 2015, y a la par de la película de Pablo Trapero -El clan, que contaba más o menos lo mismo-, la serie se estrenó en la pantalla de Telefe con una increíble repercusión. En el elenco estaba Tristán reconvertido en “El coronel”, un personaje tétrico con el que le demostró a los que durante tantos años lo criticaron por sus mohines, que podía infundir miedo con su sola presencia, sin apoyo de recursos gestuales. Previamente ya había interpretado a un personaje por fuera de la ley en la serie mexicana El pantera, en 2008.
La experiencia en Historia de un clan fue enriquecedora para el actor, hasta le dio un Martín Fierro como mejor actor de reparto. Pero la gloria quedó algo opacada por acusaciones de acoso de parte de su compañera Rita Pauls. En 2007 había recibido un revés similar de parte de Cinthia Fernández, que terminó en un juicio que la panelista perdió.
La vida de Tristán siguió con menos trabajo, pero con recurrentes apariciones públicas para recordar de su carrera. Hasta el primer viernes de diciembre de 2019, un mes después de cumplir 82 años, cuando sufrió un accidente callejero. Así lo contaba su hijo Federico Díaz Ocampo: “Estaba tomando un café en una óptica frente al Hospital Alemán, donde tiene amigos. Cuando se levantó de la silla trastabilló, se cayó y se fracturó la cadera. No se sabe si el hueso estaba roto o se rompió por la caída. Lo llevaron en una ambulancia al Hospital Fernández”.
Un mes y medio más tarde, en febrero de 2020, por decisión de sus dos hijos (su primer hijo falleció a los siete meses y medio), Tristán fue trasladado a un centro de rehabilitación en Córdoba. Federico le daba la noticia a Marina Calabró: “Mi hermana es jefa de un hospital en la parte administrativa, por eso tomamos la decisión de hacer las cosas más rápido y llevarlo a Córdoba. A mí me hace muy mal porque siempre estuvo entero, fuerte, verlo en una silla de ruedas, que no haya vuelto a caminar, es muy difícil”.
En la misma nota, el hijo del actor contó otro problema del que nunca había hablado: “En 2011 le detectan una pequeña demencia senil, que obviamente se fue agravando hasta la fecha. Pero él nos reconoce, tanto a mí como a mis hermanos. De hecho el otro día hablé con él. Esa demencia senil no le impidió trabajar, no era tan grave, no se olvidaba tanto de las cosas. Eran pequeños detalles”.
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