El actor se convirtió en la presencia más llamativa de todo el desfile de la alfombra roja de Cannes y tiene en el bolsillo varios proyectos, culminando en la superproducción de ciencia ficción Duna
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Le alcanzó apenas un rato de alfombra roja a Timothée Chalamet para hacer realidad el mejor augurio de Cannes. Con gesto pícaro, sonrisa juguetona y el glamour masculino llevado a su máxima expresión se convirtió en el rostro ideal para encabezar y representar el camino hacia la normalidad con el que sueña toda la industria del cine de un lado y del otro del Atlántico.
El hombre fuerte del Festival de Cannes, Thierry Fremaux, había augurado que la muestra de este año iba a ser el primer gran encuentro presencial del cine que abriría las puertas hacia el posCovid. Sabemos que las medidas sanitarias que se aplican por estos días en el gran escenario de la Costa Azul son muchas, pero el momento de las fotos antes de cada función de gala debe tener, como ningún otro, la impronta de la normalidad, vieja o próxima. Y Chalamet se destacó allí por encima de cualquier otra figura, de las muchas que desfilan en estos días por las escaleras de La Croisette.
Al verlo parecía que esa presencia tan distinta al resto respondía a alguna estrategia deliberada. Era imposible no observar en un Chalamet enfundado en el traje metálico diseñado por Tom Ford, camisa y botas blancas, más anteojos de sol, un contraste rotundo con el clásico traje negro de gala del resto de sus compañeros de La crónica francesa (The French Dispatch), la nueva película de Wes Anderson que llegaría a la Argentina por fin en octubre, después de muchas postergaciones derivadas de la pandemia, y que tuvo su estreno mundial en Cannes, donde participa de la competencia oficial.
Hay que verlo en ese photocall apartándose del saludo colectivo y volviendo la cabeza para entregarles una pose divertida a los fotógrafos ubicados de espaldas al elenco. Y prestarse a las bromas de su compañera Tilda Swinton, que colocó en la espalda de su compañero una hoja de papel con su nombre, de esas que se usan para identificar al dueño de cada asiento reservado en la función de gala. Un sketch completo.
Nadie como Chalamet podría representar el estado de ánimo ideal con el que sueña la industria en este momento. El chico que se roba todas las miradas, el actor más pintón, el mejor vestido y sobre todo el que anticipa algunos de los próximos grandes estrenos. Su condición de ser mitad francés y mitad estadounidense fortalece todavía más esa perspectiva. Nació en Nueva York hace 25 años de madre norteamericana, empresaria y exbailarina, y de padre francés, editor de publicaciones para Unicef y las Naciones Unidas.
Conocimos el aire relajado y sensible que transmite de inmediato, marcado por una intensa vida social y las inquietudes intelectuales y artísticas, en algunos de sus celebrados personajes recientes entregados en el cine como auténtica revelación a través de historias ambientadas en diferentes épocas: en Mujercitas, en Llámame por tu nombre, en Un día lluvioso en Nueva York (película que lo llevó más tarde a enfrentarse en una fuerte polémica con Woody Allen, que le dio allí un personaje a su medida).
En Cannes, deliberadamente o no, Chalamet encarna a la vez la imagen del presente más luminoso y de un futuro cargado de grandes proyectos. De inmediato, las miradas sobre el actor que posa con brillo propio en La Croisette se asocian a las noticias sobre todo lo que está haciendo. A fines de mayo empezó a filmar Bones At All, de nuevo a las órdenes de Luca Guadagnino, el director que lo eligió para Llámame por tu nombre (y lo llevó con 23 años a su primera nominación al Oscar), y que hace aquí su primera película en Estados Unidos, una road movie ambientada en tiempos de Reagan. En ella, Chalamet es un pícaro vividor que descubre el amor en compañía de una chica marginada por elección propia.
Después llegaría su esperada aparición como un joven Willy Wonka en una precuela, todavía con fecha de inicio de rodaje no confirmada, llena de significados. El principal es que esa película que dirigirá Paul King (Paddington) puede hacer realidad lo que por ahora solo se insinúa: su consagración como heredero del trono ocupado por largos años por Johnny Depp, mucho más allá de un papel compartido por ambos. Como Depp, Chalamet encarna esa figura de aire rebelde y nostálgico, que crece y madura sin perder los rasgos juveniles y un espíritu indomable, y que parece dejar todo el tiempo la sensación de no tomarse nada en serio.
Para completar ese cuadro todos hablan hoy de la posible reconciliación entre Chalamet y Lily-Rose Depp, la hija mayor de Johnny, que se habían separado a fines de abril pasado. La chica nació en Francia, fruto de la unión entre el actor y la bella cantante, modelo y actriz francesa Vanessa Paradis. La historia de los cruces entre ambos países parece haber encontrado su continuación perfecta.
Mientras tanto, Chalamet sigue con sus proyectos. Uno quedó stand by, el retrato de los años jóvenes de Bob Dylan. “No creo que la película esté muerta, pero tuvimos que frenarla porque en tiempos de Covid-19 no puede hacerse. Toda la acción se desarrolla en pequeños clubes con muchos extras vestidos como en aquellos años. Hace falta un gran trabajo de maquillaje y peluquería”, señaló el director de fotografía Phedon Papamichael sobre la interrupción de ese film que iba a hacer James Mangold, el aplaudido realizador de Ford vs. Ferrari y Logan, hoy ocupado en la quinta película de Indiana Jones.
Mientras tanto, ya está confirmada la presencia de Chalamet en otro gran festival de cine de este año, el de Venecia. El 3 de septiembre se estrenará, fuera de competencia, la esperada nueva versión de Duna, el clásico de ciencia ficción de Frank Herbert, dirigido por Dennis Villeneuve, con el actor en el papel de Paul Atreides, el mismo que en la versión de David Lynch, en 1984, encarnó Kyle McLachlan. Todos esperan que la imagen de futuro virtuoso y soñado por el cine que representó Chalamet en Cannes se fortalezca todavía más cuando el carismático actor vuelva a pisar una alfombra roja.
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