Luego de atravesar un complejo cuadro de salud y de meses de no mostrarse en público, la gran actriz recibió a LA NACION para una charla íntima en la que habló de su vida familiar, de su alejamiento de los escenarios y del futuro
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-¿Es consciente de su inmensurable aporte a la cultura rioplatense?
-No.
Atardece sobre Buenos Aires. Desde el piso 19 que habita Thelma Biral en el barrio de Retiro se observa en los confines del Río de la Plata una línea oscura que no es otra cosa que la tierra uruguaya. “Fue puro azar, porque, con mi marido (Oscar “Titino” Pedemonti), compramos este departamento desde el pozo y nos mudamos en 1974″.
-¿Le parece que fue azar?
-Supongo.
Thelma Biral nació en Buenos Aires, pero, por cuestiones laborales, su padre mudó a la familia a Montevideo cuando la pequeña hija contaba con tan solo tres años. Allí se quedó casi hasta los 23, cuando se instaló en Buenos Aires para debutar en el teatro porteño nada menos que haciendo Yerma e integrando un elenco en el que también figuraba la recordada María Casares y Alfredo Alcón. Federico García Lorca, autor de la obra, y el entonces joven actor serían dos aliados de su devenir artístico.
“A veces observo la costa de Uruguay y pienso en todo lo que viví allá”. No será la primera vez a lo largo de la charla en la que sus ojos se humedecerán. “Soy nostálgica”, confiesa. Y su mirada se pierde tratando de escudriñar los secretos de ese río tan amarronado como inmenso que la separa de tantos afectos. Tan cerca y tan lejos todo. Hace casi dos años que, por cuestiones de salud, no volvió a pisar tierra charrúa. Del otro lado se resguarda su otro mundo. “Me sigo viendo con mis compañeras del colegio”. Y nuevamente sus retinas van en busca de un algo inmaterial, los sonidos de la Avenida 18 de Julio donde daba sus paseos domingueros, las melodías de su admirado Jaime Ross y los canticos de la hinchada de Nacional, el club de sus amores. “Digo Tá”. Y habla de tú.
-Muchos creen que es uruguaya.
-Uruguayos y argentinos me consideran así. Soy uruguaya de corazón, cuando viajo a Montevideo es como si fuera a nutrirme de mis seres queridos.
-¿Qué tiene de uruguaya y qué de argentina?
-Los argentinos y los uruguayos somos tan diferentes. Los uruguayos somos, son, más honestos, leales, rigurosos y tienen más tiempo que nosotros, todo es más pausado y sereno. De los argentinos tengo la patria muy metida adentro. Como soy muy patriota, me duelen algunas cosas. En la Argentina hay mucho enjambre, en Uruguay existe un poco más de paz. Hace varios meses que casi no sale de su casa. “Es la primera vez que hablo públicamente en mucho tiempo”.
La actriz -formada en la Escuela de Arte Dramático de Montevideo y que dio sus primeros pasos en la Comedia Nacional Uruguaya- debió recluirse obligada por cuestiones de salud y una patología tan extraña como incómoda, que la llevó a abandonar la compañía de Brujas, la obra de la que fue una de sus actrices fundacionales, aunque renunció y regresó varias veces desde aquel debut del 3 de enero de 1991 en el Atlas marplatense, de Carlos Rottemberg.
Traspiés
En febrero de este año debió plantar la bandera de Brujas y despedirse de Helena, el personaje que interpretaba en la pieza escrita por Santiago Moncada y dirigida por Luis Agustoni. “Empecé con molestias en los ojos y las últimas funciones ya las tenía que hacer con anteojos”. Sin embargo, algo más duro se declaró en su físico poco después, cuando los médicos le diagnosticaron Síndrome de Sjögren, una no muy difundida patología que afecta a las mucosas. “Me quedé sin saliva, la nariz se me secó, perdí el gusto; es como si tuvieras seis Covid juntos; no me resigné, pero me adapté”.
-¿Extraña el teatro?
-Todavía no, porque me estoy rehabilitando. Fueron casi 60 años de actuar sin parar.
-Entonces, por ahora no piensa en el teatro.
-Es que el Síndrome de Sjögren aún está latente, es inmune.
-¿Se combate con medicación?
-Sí, pero como consecuencia apareció una artritis reumatoidea, así que me atiendo con reumatólogo.
La patología actual se sumó a serio contratiempo acontecido años atrás. En 2017, a dos días de haber estrenado la pieza La herencia de Eszter, de Sándor Márai con dirección de Oscar Barney Finn, se enredó con un cable y terminó desplomada sobre el parquet de su casa. “Caí muy mal, con la pierna para adentro”.
-¿Qué secuelas le dejó?
-Una renguera, fueron siete fracturas por una boludez [se permite una “mala palabra” en medio de su hablar cuidadoso, medido, ilustrado. En ella, “boludez” resuena distinto]. Que difícil cuando uno deja la ficción y aparece lo difícil de la vida real, te pega duro, más que el teatro, extraño estar atrás del personaje.
-Un descanso de la vida.
-Sí, es un paréntesis, te deja afuera, sos otro, es un escondite, una Muralla China. Es un poco lo que uno no quiere ver. A veces, la vida es más dura que la ficción.
Entre mujeres
-Con tantos años en la compañía de Brujas, ¿cómo hizo para no mecanizar su interpretación?
-Tengo oficio para eso, hice seis temporadas de Coqueluche en el Blanca Podestá y tres en Mar del Plata.
En aquella pieza, compartió la escena con la recordada Niní Marshall. Si de performances exitosas se trata, también conoció el éxito cuando representó El año que viene a la misma hora, acompañada por Rodolfo Bebán. El éxito de taquilla impulsó varios años de temporada y una gran gira nacional. “Nuestro teatro era una industria”.
-¿Siempre hay placer en la escena?
-No, depende de tu estado de ánimo, de la sensibilidad. Dicen que el escenario cura, pero no siempre sucede eso. La energía de tus compañeros y la de los espectadores también son determinantes.
-¿Así sucedió en Brujas?
-La obra nunca se mecanizó, siempre fue un escenario muy vivo.
-Alguna vez, Susana Campos, actriz integrante de las primeras temporadas de Brujas, definió al elenco como “juntas, pero no revueltas”.
-Es verdad, aunque hemos compartido muchas comidas de grupo.
-¿Cómo se arreglaban los “cortocircuitos” entre ustedes?
-Puertas adentro, en los camarines, jamás en el escenario.
-No se pasaban facturas en escena.
-No, tratábamos de que no… A veces discutíamos, pero siempre fuera del escenario. Éramos cinco mujeres en un espacio reducido, con personalidades diferentes, algo que es bueno, porque se reflejaba en la acción.
-¿Cómo eran esas “peleas”? ¿Gritaban?
-Jamás hubo gritos, nos juntábamos e intercambiábamos ideas. A veces, una se podía encerrar o Moria (Casán) ponía música fuerte.
-¿Para aislarse?
-Eso quería decir que nadie la tenía que molestar; Nora (Cárpena), que es la capitana del elenco y mi gran amiga, estaba siempre para atajar los penales.
-¿Fue a ver a Luisa Kuliok interpretar su personaje?
-No.
-¿Se comunicó Luisa Kuliok con usted antes de tomar su rol?
-Sí, claro, soy muy amiga de Luisa (Kuliok) la quiero y admiro mucho; hicimos gira con la obra Dos damas indignas. Me llamó e inmediatamente le dije: “Aceptá, cómo no vas a hacer el personaje”.
-¿Iría a ver Brujas como espectadora?
-No, no me gustaría. De hecho, para la última función que hicieron en Buenos Aires me llamaron Nora (Cárpena), Carlos (Rottemberg), los asistentes, pero todos sabían que no iría.
-¿Por qué?
-No estaba en condiciones físicas y tampoco tenía ánimo para enfrentar algo tan fuerte.
Ayer nomás
-¿Cómo toma el paso del tiempo?
-Bien y mal. A veces me parece lindísimo que haya pasado el tiempo, pero, por momentos, también me da una bronca, una bronca contenida, porque no expreso mucho. Me digo “qué lástima, cuántas cosas me perdí”.
-¿Qué se perdió?
-Hacer más viajes o, como me sucede ahora con los meses que llevo de encierro, siento que me estoy perdiendo a mis nietos. No me quiero perder más cosas y, dada mi edad, tampoco tengo fuerzas para mucho nuevo.
Thelma Biral y Oscar Pedemonti -fallecido en 2004- fueron padres de Bruno, quien hoy es un experimentado productor teatral junto con su esposa Eloísa Canton. “Son personas hermosas”. Y hace una pausa para deshacerse en elogios hacia León (11) y Mora (20), sus nietos. En el living están los dibujos del casi adolescente, en uno de los bosquejos se lee la palabra “teatro”. “Me parece que va a seguir los pasos de la familia”, se esperanza la abuela con inocultable convicción.
Doña Rosita, la soltera, el personaje lorquiano que marcó a fuego su carrera, enarbolaba la desazón de “suspirar por alguien que uno sabe que no merece los suspiros”. No fue el caso de Biral.
-¿Cómo recuerda a su marido?
-No tener al compañero fue bravo, algo muy pesado. Compartíamos los proyectos y las cosas de entrecasa. Era muy activo, capaz, inteligente, diría que más que expresivo era exuberante, todo lo contrario a mí.
-Usted es la calma.
-Soy la calma o el aburrimiento, según como se mire.
-¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?
-Cerca de 45 años.
-Tratándose de una intérprete que encaró los vaivenes del amor lorquiano, me escudo en eso para una pregunta algo incómoda.
-¿Qué me vas a preguntar?
-Luego de enviudar, ¿barajó la posibilidad de volver a enamorarse?
-Barajé la idea, pero no se dio.
-Es decir que hubo alguien puntual.
-Sí, pero no se dio.
-¿Se trató de alguien conocido por el público?
-No.
-En ese momento, ¿compartió con su hijo lo que le sucedía?
-Bruno no sabe nada. En mi vida siempre hubo candidatos. Muchos, bastantes.
-No habrán sido pocos los actores habrán depositado su mirada en usted.
-A ellos uno los mira diferente, son compañeros.
-Con tantos años de matrimonio, ¿la fidelidad es un dispositivo contra natura?
-Creo que sí.
-Me obliga a preguntarle si ha sido infiel.
-Por favor, no me preguntes eso.
La actriz estalla en una carcajada como si fuese una adolescente o la femme fatale que se puede vislumbrar en algunas fotos que pueblan su living inmenso y que la muestran jovencísima y espléndidamente bella.
-¿Se ha separado muchas veces de su esposo?
-Como todo matrimonio, no estuvimos fuera de la regla.
-Pero pesó más el amor.
-Siempre.
Trágica rioplatense
-¿Tiene alguna asignatura pendiente?
-Me quedó en el garguero es hacer una comedia musical. Ya pasó.
A medida que avanza la charla, la actriz fue “calentando motores” hasta hacer emerger ese caudal de voz intacto que la convirtió en una de las enormes “dramáticas” de la escena. Su envergadura la llevó a ser una de las mejores intérpretes de Federico García Lorca en estas latitudes.
En ella Doña Rosita, la soltera y La zapatera prodigiosa cobraban la dimensión exacta que el autor granadino imaginó. Aquellos materiales fueron grandes éxitos de taquilla. Otros tiempos de cultura menos pauperizada donde las salas comerciales cobijaban títulos de semejante peso específico y no se ceñían a la fórmula única del pasatiempo. Cambia todo cambia. “El público siempre me ha respondido, he hecho temporadas interminables”.
Alejada momentáneamente del trajín de una temporada, reconoce que “uno nunca se va a apartar de las labores del teatro, puedo dirigir, como ya lo he hecho, y, además, tengo mi escuela montada en el Palacio Balcarce”.
-¿Volvería a subirse a un escenario?
-Me da nervios. Todo lo que me parezca que me coacciona, me da nervios, pero sé que volveré al teatro.
-Alfredo Alcón sostuvo siempre que sentía temores antes de subir a escena.
-Fui compañera de Alfredo (Alcón) mucho tiempo. Aprendí mucho junto a él.
-Y, seguramente, él de usted.
-Era terriblemente tentado [entre varios proyectos teatrales y cinematográficos, la actriz recuerda la enorme gira que encararon con El pescador de sombras, de Jean Sarment, dirigidos por Osvaldo Bonnet, “nos pasábamos semanas enteras sin volver a Buenos Aires”].
-Una frase, un tanto machista, señala “Biral es Alcón con polleras”.
-Me encanta.
-Es un elogio, pero nadie dijo “Alcón es Biral con pantalones”.
-No se les habrá ocurrido.
-Usted es una de las pocas actrices que puede dar testimonio de haber trabajado con Margarita Xirgu, María Casares, Orestes Caviglia.
-Las demás actrices tendrán menos años que yo.
No es solo una cuestión de años. Recuerda también a Antonio Larreta, Estela Medina, China Zorrilla. Y no duda en mencionar a Santiago Doria, quien la dirigió en El camino a la Meca, conmovedora propuesta cuyo trío actoral se completaba con China Zorrilla y Juan Carlos Dual. Su enorme derrotero quedó plasmado en Thelma Biral, historia de una actriz, la formidable biografía escrita por el investigador Mario Gallina, un notable estudioso de la historia del teatro y el cine nacional. Un material de consulta imprescindible.
Si de pantalla grande se trata, también allí Biral prestigió los sets bajo las órdenes de varios directores de peso específico. Con Leopoldo Torre Nilsson hizo La maffia y Los siete locos, clásicos de nuestra cinematografía.
-¿Cómo era filmar con “Babsy”?
-Divino, él decía que hacía el reparto ni bien elegía qué iba a dirigir. Era calmo, plácido y tenía a su lado a Beatriz (Guido) que opinaba mucho y lo conducía para bien.
También la televisión fue un lenguaje escogido, estelarizando los elencos de teleteatros clásicos como El amor tiene cara de mujer y Cuatro hombres para Eva. Más acá en el tiempo fue parte de Chiquititas, 22, el loco y Valientes. Siempre sus personajes realzaban las tramas y eran soporte de los jóvenes protagonistas. “Hay gente que llegó muy lejos y que nunca estudió, pero tenemos una juventud con muchas inquietudes”.
-¿Qué no le perdona a un joven actor?
-La falta de concentración. Además, si va a improvisar, que lo haga seriamente, que sea algo que luego se pueda guionar. Por otra parte, a mis alumnos los hago trabajar mucho con la proyección de la voz.
-¿Qué significó la actuación para usted?
-El teatro fue una labor, nunca me copó mi vida real. Además, siempre fui medio colgada y me escudé detrás del personaje. Nunca me sentí una estrella.
-¿Cómo observa el futuro?
-Es tan incierto siempre. No soy de hacer muchos proyectos, dejo fluir.
-Volvamos a la primera pregunta de nuestra charla. ¿Es consciente de su inmensurable aporte a la cultura rioplatense?
-No.
No hay forma de convencerla.
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