La actriz, que hoy festeja los 30 años de Brujas en el Multitabarís, repasa su vida y su carrera; confiesa haber sido una mujer muy deseada y habla de los distintos vínculos que mantuvo con Alfredo Alcón, Rodolfo Bebán y Rodolfo Ranni
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La carrera de Thelma Biral parece ser –por lo exitosa y extendida- fruto de un milagro, pero ella lo descarta de plano. “Todo fue estudio, trabajo y disciplina”, dirá al comenzar el diálogo con LA NACION en su casa de Barrio Norte. Y si se repasan los numerosos títulos que protagonizó en teatro, cine y televisión, nadie se lo podría objetar.
En televisión participó en sus comienzos en grandes telenovelas de la tarde como El amor tiene cara de mujer y Cuatro hombres para Eva, de Nené Cascallar, y, un poco más tarde, en un fenómeno nocturno: Dos a quererse, de Alberto Migré. luego, en cine, fue musa de Leopoldo Torres Nilson en La mafia y en Los siete locos, El muerto y Los viernes de la eternidad, de Héctor Olivera. También en Triángulo de cuatro, de Fernando Ayala y Desde el abismo, donde por su lograda interpretación de una mujer alcohólica se alzó con el premio a la mejor actriz en el Festival Internacional de Cine de Karlovy Vary. Ya sobre un escenario, se cansó de llenar teatros (¡hasta con tres funciones los sábados!) con Coqueluche (más de 2000 representaciones en seis años continuos, de 1971 a 1976), Doña Rosita la soltera, Pepsi, Amores míos, El año que viene a la misma hora, La zapatera prodigiosa, Camille, Chispas, Souffle, Hay que deshacer la casa, Charlotte, Dos damas indignas, Camino a la meca, Divas y Dios mío, por nombrar solo algunas de las obras que conformaron su repertorio. Ahora, y a 30 años de su estreno, vuelve a brillar en Brujas, una de las comedias más exitosas de todos los tiempos, en la que comparte el escenario del Multitabaris junto a dos de las cinco integrantes del elenco original (como ella): Nora Cárpena y Moria Casán; y a las recién incorporadas María Leal y Sandra Mihanovich.
Dueña de un rostro hermoso, una voz naturalmente impostada -ideal para el teatro-, y de una notoria sensibilidad a flor de piel, estudió la carrera de actuación en la Escuela Municipal de Arte Dramático de Montevideo, ciudad en la que vivió de los 3 a los 22 años, luego de que sus padres (ambos inmigrantes italianos) se mudaran al Uruguay por cuestiones laborales. A Buenos Aires volvió en 1963 casada con el actor uruguayo Oscar Pedemonti (15 años mayor que ella) y debutó nada más ni nada menos que junto a María Casares, Alfredo Alcón y Eva Franco en Yerma, de Federico García Lorca, bajo la dirección de Margarita Xirgu, en el Teatro Municipal General San Martín. Hoy, pese a haber sufrido un accidente que la mantuvo alejada durante años de los escenarios, mantiene vigente su trayectoria con humildad, tesón y talento.
–Probablemente seas la actriz más convocante, a nivel teatral, de los 70 a esta parte. Supiste llenar teatros encabezando los elencos de comedias, dramas y clásicos y hoy participás del éxito grupal de Brujas. ¿Cuál es la fórmula?
–Estudio, trabajo y dedicación a la profesión. En mi caso no existió un milagro. Nunca dejé de estudiar ni de hacer mis clases corporales ni vocales. Nunca me creí que ya estaba, siempre estoy buscando un poquito más. El teatro requiere mucha disciplina, y hay gente que no lo entiende y después se pregunta por qué le va mal. Cuando hacés teatro estás todo el día pensando en la función de la noche, es mentira que vas a trabajar cuatro horas, no, trabajás todo el día para hacer la función: no te resfrias, no comés de más, no salís, no dormís, no hacés prácticamente nada más.
–Al momento de su estreno, en 1991, la escena del beso entre Susana Campos y vos en Brujas suscitó todo tipo de comentarios. ¿Cómo fue, para una actriz heterosexual, besar todas las noches, durante años, a otra mujer?
–Eso nunca fue un tema. Lo acepté desde un comienzo porque era parte del proceso de la obra. Ahora, por la pandemia, el director Luis Agustoni escribió un monólogo que sustituye al beso. Hoy, además, dos mujeres que se besan son lo mismo que la nada. Pero en aquella época había gente que se levantaba y se iba del teatro, o gritaban y nos insultaban. ¡Nos decían de todo! Era conmocionante. Si me das a elegir, yo me quedo con el monólogo más que con el beso, me gusta más y es más fuerte que el beso en sí mismo.
–Hoy también sos la actriz con más espectáculos en Teatrix, la plataforma que posibilita ver obras de teatro por streaming en alta definición. ¿Te gusta trabajar para las nuevas tecnologías? ¿Cómo te llevás con ellas?
–A mí no me importa si es teatro filmado o en vivo, yo hago lo mío de la misma manera. Al igual que si en la platea tengo cinco espectadores o quinientos. Meto la cuarta pared y trabajo de adentro para afuera. Pero debo admitir que con la tecnología se me hizo un poco más difícil. Hasta la aparición del streaming las obras de teatro se filmaban pero luego no se emitían en ningún lado. Era algo para consumo interno, para la producción. Se utilizaba una sola cámara y de lejos, y los actores nos olvidábamos de ella. Pero con el streaming hubo que incorporar cosas nuevas, porque no es ni teatro ni cine ni televisión, es otra cosa. Mi primera experiencia fue con Aire y fuego, junto al adorable Francisco Pesqueira. Luego, Reconocernos, bajo la dirección de Oscar Barney Finn. Fue una experiencia maravillosa, con Selva Alemán, Osmar Núñez, Inés Rinaldi y Daniel Miglioranza. Me gustó mucho hacerlo. Dios mío, que se puede ver desde la semana pasada en Teatrix, ya estaba grabada. Y también está Brujas, en su versión original, la del teatro Ateneo, de hace 30 años. La vi sólo una vez porque no me gusta mucho revisitar mis trabajos. Al principio me costó lo del streaming, pero después me dije: ¿pero si yo ya hice teatro, cine y televisión, cómo no voy a poder con esto? Y ahí me adapté. Sigo prefiriendo el teatro en vivo, pero lo de Teatrix es bárbaro: te pueden ver de todos lados, de Jujuy a Ushuaia.
–A lo largo de tu carrera teatral trabajaste al lado de grandes figuras femeninas, como Margarita Xirgu, María Casares, Eva Franco, Niní Marshall, María Rosa Gallo, Alejandra Boero, Ana María Campoy y China Zorrilla. ¿Qué aprendiste de cada una de ellas?
–Muchísimo. Esas mujeres eran únicas e irrepetibles. Quise mucho a La Campoy. Y China fue una de mis maestras en Uruguay, al punto que cuando trabajamos juntas en Camino a la meca se me cruzaban los recuerdos y decía: ¿esta es China o la maestra? A Niní la adoré. Fue un lujo tenerla en Coqueluche; en el escenario era muy alocada y tentada. Yo a veces, entre cajas, la chistaba, para que no riera tanto. Y Eva Franco fue una mujer encantadora. María Rosa también. Siempre quise mucho a mis compañeras y cuando tuve que ver con la producción de algunas de mis obras intenté que contrataran a alguien igual o superior a mí, para aprender.
–¿Hay algún actor o actriz con quien no volverías a trabajar?
–Con Charo López no volvería a trabajar. El problema con ella era en escena y fuera de escena. Nunca discutí con ella, simplemente me fui. Fue una lástima, era una temporada de verano muy buena en la que llenábamos el teatro Tabarís. Teníamos a Carlos Gandolfo como director y él tampoco pudo hacer nada. Fue un momento muy duro para mí, luego me reemplazó Solita Silveyra. Supongo que a ella le habrá ido mejor, porque es más peleadora.
–Si te nombro a Rodolfo Ranni, ¿qué sentís? ¿Es verdad que te acosaba?
–Yo era muy endeble, no tendría más que veintitantos y recién empezaba en la tele, y él -no sé si lo hacía por gracioso o porque yo le gustaba- me espiaba mientras me cambiaba en Canal 13. Estábamos haciendo una novela y, como salíamos en vivo, nos cambiábamos ahí mismo, no teníamos tiempo de hacerlo en camarines. Nos cambiábamos atrás de un trasto con la ayuda de las vestidoras, y él no tenía mejor idea que venir y pararse delante mío cada vez que me cambiaba. Lo echábamos, pero él volvía y volvía. Entonces fui a ver al gerente general y le dije que si eso seguía así yo me iba. Capaz que si eso me pasara ahora me reiría, pero en aquel momento… Ahí le tiraron de las orejas y seguimos trabajando los dos. Después nunca más nos volvimos a ver y no sería de mi predilección volver a trabajar con él.
–Trabajaste mucho con Alfredo Alcón. ¿Cómo era la relación entre ustedes?
–Nos queríamos mucho. Con él hice mucho teatro, cine y televisión. Trabajar con Alfredo fue divino. Ese era otro que se tentaba y que había que pararlo. Todo el mundo piensa que era dramático y nada que ver, era terriblemente jodón. También era muy infantil. Me acuerdo que estábamos haciendo una gira con la obra El pescador de sombras, dirigidos por Osvaldo Bonet y, de golpe, estando por actuar en San Juan, me llama por teléfono a la habitación y me pide que vaya a la suya inmediatamente porque se sentía muy mal. Había soñado toda la noche que se tenía que comer toda una montaña con una cucharita (risas). Alfredo era un loco hermoso. Teníamos una relación entrañable. Me quiso mucho y yo a él.
–En su momento criticaste la manera en que el colectivo Actrices Argentinas encaró la denuncia contra Juan Darthés y sostuviste que vos lo habrías resuelto de otra manera. ¿De qué forma?
–Yo no hubiera hecho, después de tanto tiempo, una denuncia tan abierta y desde el escenario de un teatro. No hubiera hecho algo tan mediático ni grupal, lo habría intentado resolver de una manera más personal y sutil. Pero desde ya que estoy en contra de cualquier tipo de acoso o de abuso y ni que hablar de una violación.
–A diferencia de otras actrices de tu generación, vos aceptaste hacer desnudos en La mafia, en Los siete locos y en Los viernes de la eternidad. ¿Siempre tuviste una relación libre con el cuerpo?
–Sí. A pesar de que en aquella época en revistas como TV Guía y Radiolandia publicaban: “Ay, qué vergüenza, cuando el hijo sea grande cómo la va a mirar…”, nunca tuve problemas con hacer un desnudo. Aunque, ojo, siempre se trataron de desnudos muy cuidados, desnudos artísticos. Los hice con Babsy y con Olivera, dos grandes directores, y porque los requerían los personajes, no es que me iba a quitar la ropa para hacer un desnudo porque sí. Además, los desnudos casi siempre me tocaron hacerlos con Alfredo (Alcón), y eso me hacía sentir más segura, porque él era muy cuidadoso, un caballero. Hacer un desnudo no debería restarle seriedad a una actriz, fijate si no en las intérpretes francesas. Isabelle Huppert, por ejemplo, ha hecho un montón de desnudos y es una gran actriz.
–¿Te hubiera gustado participar en una revista?
–Tuve una propuesta para trabajar en una. Me la hizo Carlos A. Petit (el zar de la revista porteña entre los 60 y 80) para el teatro Maipo. Hacía muy poco que había llegado al país, era muy joven y tenía muy buenas piernas. Pero no me imaginaba como vedette.
–¿Es cierto que estuviste por incursionar en el género musical, como protagonista de Mi bella dama?
–Hablando de Carlos A. Petit, justamente él, varios años después de aquel ofrecimiento, quiso producir My Fair Lady, lo intentó y casi lo consigue. Ya teníamos el elenco completo: estábamos Héctor Alterio, Pepe Soriano, Irma Córdoba y yo. ¡Un elencazo! Y la iba a dirigir nada más ni nada menos que Alejandra Boero. Llegamos hasta grabar las pistas con las canciones, pero después vino la debacle del austral y los inversionistas se retiraron. Me hubiera gustado debutar en el género musical con ese título. Fue una lástima, me quedó como cuenta pendiente. De todos modos, siempre seguí estudiando canto.
–Y más allá del musical, ¿te quedan otras asignaturas pendientes?
–Y... ahora ya estoy pensando en qué puedo hacer y qué no. Es que no estoy como antes. Por eso no tengo demasiadas aspiraciones. Y no me refiero sólo a una cuestión de edad sino al accidente que sufrí en 2017, a días de haber estrenado La herencia de Eszter, de Sándor Márai, con adaptación de María de las Mercedes Hernando y dirección de Oscar Barney Finn. Me caí en mi casa (al enroscarse con un cable del televisor) y tuve siete fracturas de cadera, fémur y pierna. Debieron operarme, pero no me pudieron poner una prótesis, por lo tanto me tuve que “autosanar”. Todo dependió de mi esfuerzo. Y a partir de ese accidente doméstico mi vida cambió. Puedo seguir caminando en un escenario, sí, pero tengo que poner mucha cabeza para hacerlo. Actuaré hasta que pueda y no haga papelones. Después me quedaré más tranquila, pero no pienso retirarme. Me gustaría dedicarme a dirigir.
–¿Cuánto tuvo que ver con el éxito de tu carrera el hecho de estar casada con un productor, Oscar Pedemonti?
–Prefiero pensar en mi marido más como actor y generador de teatro que como productor. Él fue un gran actor de la Comedia Nacional uruguaya y nos vinimos a la Argentina por él. Lo habían llamado para hacer una tira y ya el primer día lo trataron displicentemente. Esas cosas no las aguantaba, era mucho más orgulloso que yo. Veníamos de Uruguay, donde el trato era bien distinto. En fin, era un hombre de teatro a la vieja usanza y no se adaptó, no se pudo acostumbrar. Entonces empezamos a producir juntos, y luego decidió secundarme. Él fue el hacedor de mi carrera. Yo era un poco su Eliza (el personaje de Mi bella dama, la vendedora ambulante que gracias a los oficios de su mentor, un hombre mayor, se refina y se convierte en una dama de la alta sociedad). El se encargaba de elegir las obras, los elencos, los teatros, las giras, todo lo hacía él.
–¿Cómo se modificó tu vida y tu carrera después de su muerte?
–Fue horrible. Porque yo me quedé adentro de mi casa y así perdí muchos años, no quise hacer nada, había perdido el motor de todo mi trabajo. Además de haber perdido a mi compañero de vida y padre de mi hijo, claro. Luego, finalmente, fui saliendo de a poquito.
–Tu hijo siguió los pasos de su padre, y se convirtió en un exitoso productor (fue, por ejemplo, uno de los artífices del fenómeno Toc Toc en la Argentina). ¿Por qué trabajaste tan poco con él? ¿Preferís separar los afectos del trabajo?
–El mamó todo esto desde chico, pero tuvo la posibilidad de elegir: primero dijo que iba a ser pediatra, luego abogado, pero finalmente eligió el teatro y de ahí en más hizo grandes éxitos. Con respecto a nosotros, la del trabajo no es la mejor relación que mantenemos. Porque él es joven y yo no, porque él tiene unas ideas y yo tengo otras. Lo prefiero más como hijo que como productor. Pero Bruno es muy inteligente, cuando yo me las veo negras acudo a él porque me aclara la cabeza. Lo adoro.
–Más allá de tu matrimonio, ¿cómo fue tu vida amorosa? En algún momento se te relacionó con Rodolfo Bebán. ¿Qué hubo de cierto en esa versión?
–Y... viste que hay una especie de enamoramiento entre dos actores. Yo con Bebán trabajé mucho, hicimos teatro, hicimos televisión y éramos siempre pareja. Era un tipo atractivo, divino, pero yo tenía mi casa y él tenía la suya. La verdad es esa. Y yo no tenía necesidad de muchas otras cosas fuera de mi casa. Pero que era atractivo no había ninguna duda, ¿a qué mujer no le gustaba Bebán? Hasta Nené Cascallar me decía: pero Thelma, ¿cómo hacen esas escenas tan fogosas? La verdad es que no lo sé, aunque hay compañeros que son más atractivos para trabajar que otros, obviamente. Él, sin dudas, era uno de esos.
–¿Fuiste una mujer muy deseada?
–Sí, y algunos se animaron a hacerme propuestas. Bueno, en honor a la verdad, y aunque estaba casada, recibí muchas propuestas y en un momento eso me movió un poco el piso, debo reconocerlo. Pero no pasó nada.
–¿Hoy estás cerrada al amor o podrías admitir un compañero para la tercera edad? ¿Cómo debería ser?
–Podrías llamar a esta tercera edad como vejez, directamente, no tengo problemas en admitirlo. ¿Sabés lo que pasa? Es que tuve a mi lado tantos años a un hombre con tanta personalidad. Sería muy difícil encontrar ahora a alguien así. Pero si de repente apareciera un tipo que me gustara mucho, que fuera inteligente, buen conversador y buen mozo, ¿por qué no? Pero hasta ahora no apareció. Yo ya tengo una nieta de 16 años (Mora) y un nieto de siete (León). A esta altura sólo podría tener a mi lado a un viejo, claro. ¿Y ponerme a mi edad a lavar los calzones de un viejo? Mmm, no me veo. Salvo, claro, que ese viejo fuese Jeremy Irons. Con él sí que reincidiría en el amor.
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