Tato Young: el cara a cara con la muerte, su “viaje por un mundo paralelo” y sus sueños con Jorge Lanata
El periodista dialogó con LA NACIÓN acerca de los 62 días de internación que atravesó tras sufrir un aneurisma, en septiembre pasado, y del modo en que encaró su recuperación
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Han pasado casi cinco meses desde aquel 19 de septiembre en el que la vida de Gerardo “Tato” Young dio un giro inesperado. Un aneurisma cerebral lo llevó a estar 62 días internado, de los cuales más de la mitad los pasó en estado crítico. Mientras transita la última etapa de su recuperación, el periodista y conductor retomó su vida profesional.
Young volvió esta semana a la conducción de Volviendo a casa, su programa en Radio Mitre, aunque con la premisa de tomarse todo con más calma. Después de haber pasado por dos operaciones complejas, sabe que su regreso debe ser progresivo. “Tengo que lograr que sea una nueva vida”, asegura a LA NACIÓN con la convicción de quien ha estado cara a cara con la muerte. El comunicador repasó lo que ocurrió aquel día fatídico y el proceso de recuperación que siguió, desde su último recuerdo antes de desmayarse hasta los viajes oníricos que experimentó mientras estaba internado.
-Un nuevo comienzo este 2025.
-Una nueva vida. Por ahora estoy de vuelta, pero tendría que ser un poco distinto.
-Después de aquel viaje de egresados con tu hijo y esa alegría de estar en Bariloche, cambió todo el 19 de septiembre de 2024.
-Me apagué. En realidad no es que me apagué, me estalló un aneurisma cerebral, se me hizo una explosión en la cabeza, que se me empezó a llenar de sangre, y me fui de viaje mucho tiempo. Estuve 63 días internado, de los cuales 35 estuve en otro lado. Y después, progresivamente, fui volviendo a conectarme con las cosas. La mayoría de la gente se muere de eso. Tuve mucha suerte. Me atendieron rápido, mi cuerpo resistió, los médicos son unos genios. Se dieron un montón de cosas para que hoy estemos acá charlando.
-Antes de esa situación te fuiste con el colegio de tu hijo, ¿te sentías mal en Bariloche?
-No le quiero echar la culpa al viaje. Me fui nueve días con mi hijo más chico. Hace dos años me había ido con el del medio. Yo voy y acompaño, buena onda, y la pasé re bien, pero dormí cuatro horas por día y terminás liquidado. Además me gusta ir al boliche, voy, escucho, bailo. Si había que esquiar, esquiaba; si había que tirarse, me tiraba. Un egresado más, que además tenía que cuidar a los egresados, con lo cual terminás muy cansado. Y volví un domingo y estuve dos o tres días acá, ya me sentía medio cansado, afiebrado. Me sentía mal. Dije: ‘se me va a pasar, debe ser un reflejo del viaje’. Fui a cenar el martes con mi equipo de la radio, estaba cansado y dije: ‘Por ahí mañana falto’. Yo nunca falto. Era raro.
-¿Y qué pasó?
-Y 24 horas después, a las dos o tres de la tarde el dolor se ve que era tan intenso que me fui a acostar. Dolor de cabeza. Mucho dolor. Dicen que es un dolor terrible, que por suerte me olvidé, la memoria del cerebro acomoda las cosas y decidió que yo olvidara ese dolor, pero en un momento vino uno de mis hijos a mi casa y escucha que yo llamo por teléfono a la guardia del servicio médico, que lo tengo en el celular. Expliqué que me estaba reventando la cabeza de dolor, que tenían que ir a buscarme urgente. Se ve que di una explicación tan convincente que efectivamente la tomaron. Termino de hablar por teléfono, apago el celular y me desperté 36 días después.
-¿Sos un hombre precavido como para tener en el celular el número de emergencias?
-No, fue de casualidad, no tengo ni idea cómo es que lo tengo, ni cómo es que llamé y fui tan convincente. Se ve que me estaba doliendo mucho. Y mi hijo escucha que yo llamo, sube y me ve totalmente dormido. Ya no me desperté más. Estaba mi cabeza inundándose de sangre. Evidentemente ya estaba cursando la explosión de la aneurisma, con lo cual la presión sanguínea sobre el cerebro sería muy intensa porque ya no me volví a despertar: 36 días después es el registro que yo tengo. En realidad no es que te despertás y decís: ‘hola, cómo andás’. Son varios días o semanas. Te diría que te vas despertando; al principio tenés como muchas alucinaciones. Te vas mucho de viaje. Todavía cada tanto tengo que volver al eje, porque es un proceso. No es una salida de un día para el otro.
-Fue una operación de varias horas y compleja.
-Fueron dos operaciones. La primera fue la que me salvó la vida, en el cerebro. Y la segunda fue después. La primera duró muchas horas, básicamente lo que hicieron fue cicatrizar el aneurisma para que dejara de tener sangrado. Mi cabeza se estaba llenando de sangre y la presión sanguínea era un peligro, al borde del estallido. Y después hicieron otra más reparadora, como a las tres semanas. Estuve en peligro vital fuerte los primeros 21 días. Después esto se va acomodando y cuando salgo me hacen una nueva operación y me acomodan otras cosas.
-Veintiún días que habrán sido muy difíciles para tus hijos, para Lorena [Maciel], tu mamá, tus primos, amigos...
-Cuando vuelvo es gracioso porque digo ‘a éstos qué les pasa’, porque estaban todos pendientes preocupados alrededor mío. Yo corrí carreras de Fórmula 1, viajé por el espacio, en un punto lo estaba pasando bomba. Estaba en otro lado y no sentía dolor y me pasaban otras cosas. Estaba en un mundo paralelo. Y decía: ‘Acá estoy’. ¿Tanto lío? Evidentemente muchos habrán pensado que me moría, porque era una opción. Los primeros 21 días algunos decían que me moría, otros decían que dentro de los 90, hay una discusión médica.
-¿Y qué te pasó a vos con eso?
-Yo no tenía miedo a morirme. Y no tengo miedo a morirme. Si lo tenía, desapareció. Obviamente que después tomás conciencia, como me dijo uno mis hijos: ‘vos te morís, pero nosotros nos quedamos acá’. Uno toma conciencia de que no está solo, lo que pasa es que cuando estás en esa situación, sí estás solo. Cuando estás volando entre la vida y la muerte, la verdad es que estás solo. Pero uno se da cuenta de que si te morís... Yo tengo tres hijos que me van a extrañar.
-¿Te fueron contando todo durante la internación?
-Todavía no me contaron todo. Al principio no quería preguntar mucho porque todavía estaba muy apegado a lo que había vivido, a mi propio viaje. En la situación entre la vida y la muerte, y esto ya lo he consultado con otros, se viaja mucho. El cerebro te lleva a otros lados.
-¿Y lo recordás perfectamente?
-No perfectamente. Estoy reconstruyéndolo. Pero todavía seguía muy apegado a ese viaje. Entonces no quería que me contaran mucho porque tenía miedo de que me distrajeran de mi viaje. Son varios viajes, alimentados por los consumos culturales de cada uno, por lo que uno ha leído, lo que uno ha visto; y por lo que pasaba afuera. Si estaba prendida la televisión en el sanatorio y yo escuchaba que pasaba algo, seguramente lo incorporaba al sueño, al viaje, pero porque no eran sueños, eran viajes. Y los miedos, porque seguramente me estaban pinchando y yo soñaba con que me pinchaban. Entonces la muerte estaba permanentemente dando vueltas por ahí. De hecho, todo lo que soñaba tenía que ver con la muerte. Era la inminencia de la muerte. Yo estaba esperando la muerte en mis sueños y decidí que no, que no me moría. Y por eso estoy acá.
-¿Y ahí pedías que no te contaran?
-Claro, que no me ensuciarán lo que yo tenía en la cabeza. Estaba muy tomado por lo que tenía en la cabeza y no lo quería perder. No lo quiero perder. Quiero poder darle cierta forma. No sé si tiene mucho sentido, pero lo quiero hacer igual.
-Ahí quedaban 40 días por delante en los que el Tato de siempre empezaba a aparecer. ¿Cómo convivía ese Tato con el ‘vamos de a poco’ y la ansiedad?
-Ahí salió el lado cabrón mío. Al final estuve mucho tiempo internado y ya me quería ir. Estuve primero en la Trinidad y después en el ALCLA, un centro de tratamiento especial de rehabilitación en Belgrano, donde convivís con otras personas que están como vos o peor. Es una experiencia brava y muy saludable al mismo tiempo, tenés que hacerla. Eso se me hizo más largo, porque ya no estaba tanto de viaje con mi cerebro sino que había otra realidad y ya los pinchazos te duelen. De ahí sí me quería ir. Estuve ahí unos 25 días.
-Llegaste con la idea de hacer ejercicios.
-No tenía ni idea, yo no tomaba decisiones. El paciente terminal está a las órdenes de los médicos, que cuando estás muy hecho pelota no te importa, pero cuando te empezás a recuperar, te molesta.
-¿Y qué rutina tenías ahí?
-Dormía solo. Me despertaba y tenía una sesión con una especialista en rehabilitación, hacíamos ejercicios de puesta a punto. Después tenía una hora de gimnasio. Al principio no me podía mover, no tenía músculo y además mi cabeza también seguía por allá. Después almorzaba, dormía la siesta. Todavía estaba un poco desorientado. Y a la tarde tenía otra sesión de gimnasio y en el camino pasaba por una psicóloga o me venía a ver un médico. Era todo el día, mucho esfuerzo físico y mental. Todavía hoy tengo que hacer ejercicios físicos para recuperar bien la memoria, que es lo más afectado al principio y esta cosa de ubicación de tiempo y espacio que uno pierde.
-¿La familia iba mucho?
-La familia fue muy importante, y Lorena también estuvo al pie del cañón, todo el tiempo.
-Tienen ustedes una relación hermosa, ¿de cuánto tiempo?
-Sí, de veintipico de años. Estuvimos en pareja 22 años, serán 26. Somos familia. Y los chicos, mi vieja, que fue muy importante en todo este proceso. Se puso el casco y estaba al lado de mi cama todo el tiempo. Mis hermanas, mis amigos. Y parece que mientras yo estaba de viaje, me la pasé hablando, explicaba cosas. Es como que estuve dividido. Por un lado estaba mi cabeza en otro lado y por el otro había un tipo ahí que era yo, que hablaba con todo el mundo, que les daba explicaciones.
-¿Tus compañeros de trabajo cuentan que fueron y los abrazaste?
-Los abracé y hablábamos de fútbol, de literatura. Yo les explicaba cosas. Me la sabía todas. Muy gracioso. Era bastante delirante.
-¿Cómo fue el día que finalmente dejaste esta clínica de rehabilitación y era el momento de volver?
-Fue un momento fuerte. Volví a mi casa y primero me quería matar porque había una cuidadora, después venía otra. Empezó el fastidio y ya no quería saber nada con nadie. Después venía un kinesiólogo, pero primero fui con Miranda, Camilo y Manuel, mis tres hijos, a mi casa, y Miranda había pedido unas milanesas napolitana y con queso y cebolla, que a mí me gustan, y comimos ahí los cuatro.
-¿Lloraste?
-Lloré un montón. No solo ahí. Lloré solo, lloré con todos. Me convertí en un llorón. Fue muy fuerte el volver a mi casa. La vi rara. Todavía me faltaba ubicar cosas. Vi que estaban las plantas sin regar, y el fastidio con las cuidadoras, con el kinesiólogo, con la medicina. Obviamente, después de tanto tiempo atendido y cuidado, no quería saber más nada.
-¿Y qué hiciste?
-Volvió el monstruo.
-¿Cómo se fue acomodando todo?
-Todavía no manejo. En breve, supongo que podré volver a manejar. No lo extraño. Me cuido más. Yo fumaba, muy poco, pero ahora no fumo. Tomaba, ahora tomo mucho menos. Voy al gimnasio y pongo más cuidado al físico.

-¿Estás más mimoso con los chicos, con la vieja, con los hermanos?
-Sí. Ya era mimoso en la última etapa. Siempre tuve esa mezcla de gruñón para algunas cosas y mimoso para otras. Sí estoy más sensible. Intento no enojarme por cosas que antes me enojaban, por pavadas, sino solo por las cosas importantes. Entender un poco más al mundo, al ser humano, y que estamos de paso, que en un minuto, en un ratito, no estamos más. Entonces hay que valorar más las experiencias, las vidas.
-¿Lo estás haciendo?
-Más que antes, seguro. Estoy yendo más despacio. Estoy reencontrándome con los libros. Ahora me cuesta concentrarme, pero cada vez leo más. Estoy intentando escribir sobre lo que me pasó, haciendo terapia, intentando transmitir un mensaje, porque mucha gente tiene un familiar que pasó esto o le pasó esto o vive situaciones críticas de salud. Estoy queriendo generar conciencia sobre la necesidad o no de permanecer vivos cuando no tenemos que estar vivos, cuando nuestro cuerpo dice basta, porque hay mucha gente que no tendría por qué estar viva y que sin embargo está viva. Creo que es un debate que también está bueno que tengamos. Reflexionar sobre la necesidad de aprovechar el ratito que tenemos acá.
-¿Y cómo convive todo esto con el trabajo que elegiste hace tantos años?
-Volví a la radio. Creo que de otra manera, sin dejar de ser yo, pero intentando ser un poco más reflexivo, sin correr detrás del último dato. Seguramente sea distinto al que era, aunque no quiero dejar de reírme, ni de llorar, ni de putear. No voy a dejar de ser yo, pero quiero aprender de todo esto. No quiero que me pase como algo indiferente. Zafé pero vi la muerte muy de cerca. Vi mucha gente sufriendo, mucha gente gozando de cosas muy chiquitas, que me parece que son en las que hay que detenerse.
-Me encantó tu vuelta... Antes de que terminara el 2024, volviste por un ratito a la radio un día a decir: “Hola compañeros, acá estoy”. ¿Cómo fue para vos eso?
-Fue medio shockeante. Después lo pensé y me apuré en volver. Sin embargo, salió bien, porque todavía estaba un poco volado; no metí la pata. Al principio tenía miedo de meter la pata. Por suerte trabajo con amigos. Eleonora [Cole], a quien amo. Miguel Wiñazki. Todos. Volver a estar con ellos era como volver a estar en familia para mí. Así que fue hermoso. Volví al aire de la radio este lunes y estaba recontra nervioso, y mirá que yo no soy una persona que se pone nerviosa, pero estuve la primera media hora previa de mal humor porque sentía que todo el mundo me molestaba. Escuchaba que venía alguien a saludarme y pensaba: ‘¿no ves que voy a hacer el programa de radio?’ Y después fluyó y fui feliz.
-Me imagino que en algún momento, siendo periodista, cuando uno pasa todo esto, googlea, pone su nombre y apellido y ve cómo lo trató la prensa. ¿Lo pudiste hacer o todavía no?
-No mucho. Vi algunas notas y la reacción de los oyentes, que fue una cosa increíble. Me sorprendí porque los periodistas que hacemos temas de actualidad, política, economía, en general tiramos malas noticias, nos enojamos, la gente se enoja con nosotros. Sin embargo, me encontré con un afecto que creí que no había cosechado y, evidentemente, sí. Eso me me dio mucha alegría, mucha paz de saber que la gente un poco te quiere y eso está bueno, y hay que retribuirlo. Estoy bien con eso.
-Y otra de las reapariciones tuyas del 2024 fue, lamentablemente, por el fallecimiento de Jorge Lanata...
-Ni dudé en ir a despedirme de Jorge. Me llamó Rolo Villar y me dijo “vamos”. Yo en la primera parte de mi internación soñé con el “gordo”. No me acuerdo en qué lío andaba Lanata en esa época, pero parece que yo hablaba un montón de Lanata. Estaba de viaje pero hablaba mucho de Lanata. Era una presencia muy fuerte para todos, el referente más importante que hemos tenido. Y cuando sucedió lo mío él ya estaba internado. Al principio soñé con él. No sé exactamente qué, pero soñé con él. No sé si soñé que estaba internado al lado. Por suerte ya está, dejó de sufrir. Es un poco lo que planteaba antes: a veces no tiene sentido estar por estar. Hay que estar si podés dar la pelea, hay que estar vivo y, si no, chau, no pasa nada. La vida es un ratito. Si lo podemos disfrutar, mejor, pero sino hay que empezar a preguntarse qué sentido tiene.
-Y hoy estamos acá y tiene mucho sentido todo lo que pasaste y qué lindo todo lo que se te viene.
-Sí, estoy muy contento.
-¿En algún momento vendrá un libro?
-Despacito, vamos despacio. Bien despacio.
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