A 20 años del primer Gran Hermano, la actriz habla sobre sus heridas, cómo la afectó la fama, su relación con Gerardo Sofovich y Rodrigo Bueno, la pérdida de su embarazo, el amor y esta nueva oportunidad en el teatro
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Cada tanto, entre mate y mate, Tamara “La India” Paganini le da un pitada a su cigarrillo. La charla es larga y el Zoom puede agobiar, pero nunca pierde el ánimo. Quiere hablar. Hace diez días que no sale de su departamento, pero el viernes 12 se reincorpora a los ensayos de El reñidero, el clásico de Sergio De Cecco, en el teatro Empire. El estreno se retrasó al sábado 20 debido a su contagio de Covid-19.
“India me llaman desde los 18 años. Mi papá quiso anotarme así, pero no lo dejaron. Al nombre Tamara llegué a odiarlo, lo escuchaba todo el tiempo, soñaba con voces que lo repetían, si me decían Tamara por la calle no me daba vuelta, si me decían India, sí, era amigo. La odiaba a Tamara, arruinó mi vida. Ahora me reconcilié con ella, vuelvo a ser Tamara Paganini recauchutada. Reloaded”, dice a LA NACION con la sorna que no perdió. “Estoy más madura aunque sigo siendo la misma, encontré otra manera de decir las cosas. Algo se fue acomodando entre la edad, las experiencias y la terapia”, dice y el relato se abre en brotes frondosos. Podría ser el monólogo de una gran capocómica, con tonos, énfasis, interpretación de diálogos, guiños, risotadas y hasta alguna lágrima, todo lo que vive desde hace tanto en sus tripas sin encontrar cauce. “Vos parame, eh, porque yo me voy por las ramas... Ay, dios, cómo pasa el tiempo”, expresa sacando una a una sus postales sin demasiado orden, al impulso de sus recuerdos.
Esta Tamara, que el 11 de febrero cumplió 47 años y el 10 de marzo, dos décadas de la entrada a la casa del primer Gran Hermano (GH), será Nélida, la viuda de Pancho Morales, la madre de Elena y de Orestes, la mujer y amante de Soriano, en la obra que revitaliza la tragedia Electra, de Sófocles, y la ubica en el Palermo de 1905. Estrenada en 1964, este personaje estuvo en manos de Alicia Berdaxagar a fines de los setenta y, hace poco más de diez años, de Marita Ballesteros, en el Regio, con dirección de Eva Halac. Esta vez el director es Antonio Leiva, el de La lección de Anatomía, entre otras, y director del teatro Empire desde la muerte de Carlos Mathus.
“A Antonio lo conocía. Una vez hablamos, hace mucho, para una obra (una de las puestas de La lección de Anatomía) pero quedó ahí. Y ahora, el año pasado, volvimos a encontrarnos a través de una amiga, Sandra Villarruel, que había trabajado en otra obra de Antonio, Navaja en la carne, y estaba en el proyecto El reñidero, pero como no podía continuar, me llamó por teléfono”, cuenta Paganini, con precisión escénica. “Ya sé que vos no querés nada, estás alejada de todo y me vas a decir que no, pero igual hago la prueba”, le dijo Villarruel y Paganini impredecible dijo que sí, que esta vez sí, que quería volver: “Hacía mucho que yo no me subía a un escenario, que no hacía una obra. Me estanqué. Estaba enojada con el mundo, con la vida. La terapia me ayudó un montón, empecé a vibrar, sentí que ahora sí tenía el coraje, ganas de hacer lo que me gusta sin miedo a lo que pase en la calle, a que mi cara salga en la tele, me trajo muchos trastornos. Con la terapia aprendí que eso no lo puedo evitar, que siempre habrá un paparazzi esperando detrás de un árbol”.
-No es tu primera obra, pero sí diferente al género picaresco que habías hecho antes (Pobres pero casi honradas, El champán las pone mimosas, con Gerardo Sofovich; Bombones y champagne, Mi tío es un travieso, con René Bertrand, y Fortuna 2, con Ricardo Fort).
-Totalmente, pero yo podía hacer otra cosa. Gerardo me decía que sí, ok, yo estaba buena, tenía buen cuerpo, pero que él me podía dar papeles donde yo fuera la comediante. No eran solo las voluptuosidades, me decía que tenía que desarrollar eso innato, que tenía los tiempos de la comedia, que no quedaban comediantes en el país, salvo Carmen Barbieri, que en el camino que vamos no iba a haber más comediantes.
-¿Cómo fue tu experiencia con Gerardo Sofovich?
-Yo era muy prejuiciosa y al conocerlo cambié de opinión. Estábamos haciendo Mi tío es un travieso, con Rolo Puente, Mariano Iúdica, cómo nos reímos, y René [Bertrand] entra al camarín y me dice: “Tengo una buena noticia. Te convocó Gerardo. Quiere que reemplaces a María Eugenia Ritó”. Era para Soltero ¡y con dos viudas! Bueno, todo el mundo me felicitaba, pero yo ya estaba imaginando cómo le iba a pegar si el chabón quería otra cosa, era la época del casting sábana y hoy yo sería más diplomática pero, en ese momento, no. Sentía que si le llegaba a pegar a Sofovich se terminaba mi carrera, pero me dio un gran consejo una vestuarista que había trabajado muchos años con él: “A Gerardo lo acosan las mujeres. Él te podrá decir un piropo, pero no va a hacer nada que interfiera en tu trabajo. Las cosas no son tan como se dicen”. Y era así, las mujeres buscaban ser sus predilectas. Todo lo que puedo decir de él es que aprendí muchísimo. Era gritón, sí, pero no era rencoroso. Un día nos insultamos, un mal entendido porque no había ido a un programa de la tele. Creí que me había echado pero al otro día me esperaba a trabajar como siempre y siguió la vida.
-¿Habías estudiado actuación, danza?
-En principio fue salir al ruedo porque no tenía ni para comer y el único trabajo que conseguía era en el mundo del espectáculo, no me quedaba otra porque no podía volver a trabajar en el bingo como lo hacía antes de Gran Hermano. Nunca me había imaginado que iba a estar arriba de un escenario, que iba a estar con Raúl Taibo (en Bombones y champagne), gente que admiraba, con Rolo Puente, ay, cómo nos puteamos una vez con Rolo y después nos hicimos súper amigos.
-Bien o mal entonces, la oportunidad para ser actriz te la dio ese reality...
-Hoy lo veo como esa posibilidad. En ese momento, lo vivía como un karma, como que era lo único que podía hacer, yo quería caminar por la calle y que no me molestaran, una vida común como antes, pero el tiempo no puede volverse atrás.
-Actuar fue un trabajo, el que podías conseguir, nada más.
-Al principio, sí. Me enamoré después. La primera vez que me pasó fue cuando me llamó René para reemplazar a Anabel Cherubito, era un papel importante. René y yo éramos los comediantes, era nuestra responsabilidad que la gente se ría. Cuando terminó la función, las patitas me temblaban, no quería ni tomar conciencia de dónde estaba, cuando la gente se paró a aplaudirme, cuando escuché las carcajadas ante mis intervenciones, me sentí poderosa, que tenía algo que no cualquiera tiene, la reflasheé, me enamoré de esa sensación. Ahí empecé a estudiar teatro.
-¿Dónde?
-En Córdoba, donde vivía en ese momento (2006). Quería ser directora, pero para eso tenía que saber qué es ser actor. Tuve la suerte de que me eligieron entre muchos postulantes al seminario de teatro de Jolie Libois, iba todos los días como una escuela. Me tomaron un montón de pruebas y quedé con muy buen puntaje. Yo no creía, si lo único que sabía era que René me dijera “dale, vos podés hacerlo, vos podés”, y salir al ruedo. Me di cuenta que algo tenía, es difícil creer algo bueno de uno.
-¿Terminaste la carrera?
-No, estuve dos o tres años porque volví a Buenos Aires. Me enamoré y persiguiendo el amor, volví a Buenos Aires, pero no dejé de estudiar, solo que de otra manera, no en escuela sino en talleres. Ahí es cuando empiezo a trabajar con Gerardo. Hasta que me cansé, me parecía increíble que todavía la gente siguiera molestándome en la calle, las fotos, todo eso. Renegaba, me preguntaba cómo podía la gente ser tan molesta. Con la terapia asumí que la gente es así y no va a cambiar. Soy yo la que tengo que cambiar. Es mucho trabajo aceptar para una persona sola que el mundo es así: si te da limones, hacé limonada; si te da naranjas, hacé naranjada.
-¿”La gente” incluye a cierto periodismo?
-También. No quería dar notas, pero algunas tuve que hacer cuando trabajaba con Gerardo, era lógico. Esas fueron mis últimas apariciones. El periodismo es malo, es formador de opiniones, ha hecho mucho daño a mi imagen. Me trataban mal porque me resistía a las notas. Todos han hablado de mí, desde [Marcelo] Tinelli que me llamó “boba”; a [Susana] Roccasalvo que me llamó “monstruo”; [Jorge] Rial y [Luis] Ventura insinuaron cosas todo el tiempo para que el público lo completara con la palabra “puta”. “Esa chica cobraba”, tiraba Rial y nada más. Era para que saltaras y armar polémica. “Yo no dije por qué cobrabas” y así. Ahora entiendo el juego, en ese momento no comprendía por qué me hacían eso. Para dejar de ser famosa rápido, tendría que haber hecho todas las notas que me pedían. Hice todo lo contrario y fue peor.
-¿Tenías ayuda de tu familia, afectos que te sostenían?
-Estaban enojados conmigo porque no quería ser famosa. “Te debes a tu público”, me decía mi papá, hasta quienes me querían me decían eso. Era como que querían estar en mi lugar y aprovecharlo de alguna manera y no lo comprendían. Mi único sostén era mi novio en ese momento, el Toro.
-¿Por qué te anotaste en GH?
-Yo no quería. No hay ninguna solicitud mía. Ni sabía de qué se trataba. El que quería anotarse era mi novio y yo lo acompañé al casting. Hacía mucho calor ese día y me quedé con él, además de acompañarlo porque ahí estaba bien fresquito. Dijeron que me fuera, que si no participaba no podía estar ahí. Me fui, pero antes me acerqué al tipo de producción, lo miré a los ojos con los anteojos negros, me los bajé y me fui. No dije nada para no cagarle el casting a mi novio, pero con eso le dije todo. A los cinco minutos sale otro chabón y me dice si no quería hacer el casting. Le dije que no. “Qué pena, allá está tan fresquito”, me cargó y le dije que sí.
-Y quedaste vos y tu novio no.
-Pasé por varias etapas de casting, quería que lo eligieran a él porque era su ilusión. Entonces hacía cualquiera para que no me eligieran, pero, sin darme en cuenta, eso les atraía más. La verdad es que yo entré a GH por el aire acondicionado.
-Siempre rescataste que esos 112 días fueron una gran experiencia.
-Sí, inolvidable, irrepetible, intensísima. Me quedó un gran cariño por todos. Me veo con la Pato [Patricia Villamea], una de las que salió primero, hemos vivida juntas, somos como hermanas, soy la tía de los hijos. Con la Colorada [Verónica Zanzul], también aunque ella vive en España. Con Marcelo [Corazza] chateamos. A Gastón [Trezeguet] lo vi poco, a Eleonora [González] una sola vez, pero con la mayoría tengo algún contacto.
Con producción de Endemol, emitido por Telefe y conducción de Soledad Silveyra, el ganador del primer GH fue Marcelo Corazza, seguido por Paganini, Trezeguet y la hoy periodista Daniela Ballester. A la salida de aquel voluntario tubo de ensayo, que finalizó el 30 de junio con 36,1 puntos de rating, a Paganini la esperaba una sorpresa. Durante su “estadía”, el programa Intrusos, conducido por Rial, había mostrado videos donde se la veía en bailes sexy en boliches y junto al cantante Rodrigo Bueno, material que fue exprimido en los medios y con lo que se encontró al salir a la calle. “Les hice juicio a la productora y al canal por abandono de persona, por no cuidar mi imagen, por muchas cosas, por las ediciones maliciosas que hicieron de mí. La indignación que me daba no poder gritar al mundo que era mentira, que editaban todo, hicieron de mí lo que querían. Por ejemplo, aparecía diciendo algo con remera rosa, un corte, y seguía con remera amarilla. Algo obvio, pero el público no se daba cuenta de eso y lo creía”, dice, aún, con dolor.
-Pero les ganaste.
-Después de trece años acepté el arreglo. En este país, no iba a poder ganar. Cuando firmé, fue durísimo, sentí que me estaba traicionando. Tenía que dejar de pelear contra molinos de viento.
-¿En que consistió el arreglo?
-No puedo hablar de eso.
-¿Dinero?
-Y sí, duró tanto porque estaba empecinada en que no quería plata, quería que dijeran que habían mentido, que me pidieran disculpas. Mi abogada me decía que eso no iba a pasar, que la única manera de resarcirme era con plata, así estuvimos muchos años. La psicóloga, a quien también hice juicio por vender mi psiquis, finalmente se quebró y contó un montón de cosas, “la psicóloga arrepentida”, al menos, alguien dijo cómo fue.
-En datos concretos, ¿en qué te perjudicó?
-Nadie me daba laburo, era alguien a quien seguían 200, 500 personas por la calle, solo podía hacer shows o teatro. A mi hermano lo pegaron, mi novio tenía que escapar por el techo para ir a trabajar para que no lo vieran, mi papá escuchando cosas todo el tiempo, le gritaban, tuvo picos de presión, tenía que disfrazarme de hombre para salir por la calle, me han escupido incansablemente, por día escuchaba la palabra “puta” cientos de veces, me arrancaron pelo, me tocaban... Si pensaban que era eso no me importaba, el tema era que me lo gritaban y me escupían en la cara.
-Una locura y no había redes sociales.
-Nunca más va a pasar algo así, esto de salir de la casa como rockstars, ya no pasará. Es cierto que están las redes, las fotos, te pueden grabar y que se viralice y hoy todo el mundo se ofende por todo, no se puede opinar porque alguien se ofende. Pero yo ya estoy parada de otra forma, por eso es que decidí volver.
Mayor de cuatro hermanos, única nena, en su infancia y adolescencia la familia se mudó varias veces de domicilio. Donde pasó más tiempo fue en el barrio de Mataderos, en una vivienda que -años después- comprendió que era usurpada. “Durante seis años fuimos okupas”, dice. Hasta que, finalmente, los padres consiguieron por medio de un plan Fonavi (Fondo Nacional de la Vivienda), en época de Ricardo Alfonsín, un departamento en Villa Lugano, donde ella nunca vivió: “A esa altura, ya estaba viviendo sola. Fui una adolescente terrible, dejé la escuela a los 14 años, empecé a fumar, a tener noviecitos y hacerme la canchera. Un tiempo viví con mi tía Nora, que era la única de la familia que tenía plata y nos adorábamos, hasta que pude mudarme. Trabajaba en bingos, en el de Caballito, en Ciudadela, en el de Congreso. Hacía eso cuando entré al GH”.
-¿Cómo fue tu relación con Rodrigo Bueno?
-A los 23 trabajaba en un boliche, en el complejo Coyote, en los Arcos de Palermo. Empecé a bailar arriba de los parlantes, primero vestida, después con menos ropa, hasta llegar a la bikini. Lo conocí ahí. No pasó nada, no tuvimos tiempo. Se me fue muy rápido. Después en un programa donde yo era telefonista -que conducía Mariano Peluffo-, Verdadero o falso (2000), Rodrigo ganó un premio y había que llevarle el voucher al hotel donde estaba y Rodrigo pidió que fuera yo quien se lo llevara. Yo moría por Rodrigo desde los 16 años. Cuando me lo dicen, dije que “no”, “¿qué soy yo?”. Nunca se lo llevé. Poco después, me llaman por teléfono y era él. No lo creía, pensé que era un chiste, pero era él. Pasó por mi casa y me trajo una rosa que todavía tengo. Después lo volví a encontrar en Coyote. Nuestros encuentros se dispersaron, yo solo tenía teléfono de línea. En Coyote me dijo que iba a festejar su cumpleaños en Miami y que cuando volviera, podríamos encontrarnos. Volvió y al poco tiempo, murió. Es de la única persona que fui fan. De él y de China Zorrilla.
-Estás en otra etapa, con trabajo.
-Quiero hacer un montón de cosas. Estoy preparando un programa de radio. Me gustaría hacer una serie, cine... De golpe me aparece el temor a la fama, pero lo controlo. Voy camino a los 50 años y me siento con la vida por delante. A los 30 creí que estaba derrumbada. El primer psicólogo que impidió que me tirara debajo de un tren fue la escuela de teatro, me salvó.
-Hace nueve años que estás en pareja pero sin convivencia.
-Sí, con Sebastián Cavalieri [el hijo menor de Armando, el dirigente del sindicato de Comercio] decidimos no convivir, por eso la relación se mantiene [risas], vivo con mis dos gatos.
-Iban a ser padres en 2016.
-Sí, de mellizos, Vittorio y Donatella, varón y nena. Venía buscando un bebé desde los 22 años, con mi primera pareja, pero no quedaba embarazada, me hacía estudios y no encontraban la razón y así pasaron los años hasta que, a los 42, lo logré en el segundo intento de inseminación artificial. La vida me recompensaba por todo lo que había esperado, era el cierre feliz de mi historia, con alguien que amo y me ama, que sabía sería un recontrapapá y se me derrumbó todo, los perdí. Había sanado mucho por el tema de la fama, pero ese golpe me hizo retroceder, las charlas con mi psicólogo fueron por esa pérdida. El 90 por ciento de las parejas que pasan por algo así se separan, pero a nosotros nos unió más. Parecemos tortolitos, es una relación hermosa, pero ya no queremos. Él puede tener hijos a los 70 si quiere, con otra persona, yo decidí que no quiero, con 47 años ya no, tengo la cabeza en otras cosas, no tengo la energía, estoy muy bien así.
-Ahora, El reñidero y tu Nélida Morales.
-¡Cómo me costó Nélida! Venía de un total naturalismo. Siempre había hecho papeles de pendeja graciosa, me gustaba porque mostraba mi cuerpo, pero me ponía la obra al hombro y lo del cuerpo pasaba de largo. Eso me fascinaba, pero esta Tamara no podía actuar así. Nélida es una mujer de otra época, no podía ser aniñada, una mujer madre de hijos grandes, una mujer muy fuerte que tuvo que aprender a mantener su fortaleza sin que los hombres se dieron cuenta, me metí mucho en el personaje. Antonio me ayudó mucho. Nos agarramos a veces. Le quedó “el Tirano” y yo soy “la Chúcara”. Le dije: “Antonio, molestame, quiero aprender”. Me ayudó muchísimo a encontrarla y hoy creo que es espléndida.
PARA AGENDAR. El reñidero, de Sergio De Cecco, dirección de Antonio Leiva. Con Yamila Gallione, Javier Salas, Omar Ponti, Juan Pablo Rebuffi, Hermes Molaro, Juan Carlos Uccello, Rocio Belén Moragues, Érica Ruiz, Enzo Abel Dupré, Cristian Frenczel y Tamara Paganini. En el teatro Empire (Hipólito Yrigoyen 1934). Sábados (desde el 20 de marzo), a las 21. $ 700. Por Alternativa.
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