A siete años de su último trabajo, la actriz reapareció al ser premiada en los Cóndor, y visitó a Imanol Arias en Muerte de un viajante; aquí habla de los alcances de su alejamiento, pasa revista a los momentos más sobresalientes de su trayectoria, recuerda a sus amores y revela la problemática que hoy la desvela: la ambiental
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Los más cercanos la llaman Garbo. ¿Tal vez por la similitud con la gran actriz sueca, que desapareció de repente luego de haber hecho carrera en Hollywood? Lo concreto es que Susú Pecoraro siempre fue una mujer reservada, que priorizó su privacidad, aún en la época de furor de Camila, el film de María Luisa Bemberg que la catapultó a la fama internacional e impulsó definitivamente su carrera, tanto en el cine como en el teatro y la TV. Y si bien durante décadas trabajó mucho, lo hizo en forma espaciada, otorgándole a cada proyecto la importancia y el tiempo necesarios; de la misma manera que jerarquizó cada una de sus etapas de crecimiento personal y sus relaciones afectivas.
Hoy es recordada (y admirada) no solo por su labor en el film que estuvo nominado al Oscar en 1985 como Mejor Película Extranjera, y que le granjeó innumerables trofeos en festivales de todo el mundo, sino también por otros largometrajes de peso, como Tacos altos (1985), Los amores de Kafka (1987), Sur (1988), ¿Dónde estás amor de mi vida que no te puedo encontrar? (1992), Roma (2004) y Verdades verdaderas (2011), entre varios. Y, asimismo, por sus trabajos para los escenarios (El cuarto de Verónica, en 1977; Sin testigos, en 1989; Orinoco, en 1991; La noche de la iguana, en 1995; Porteñas, en 2003, y La duda, en 2006); y para la pantalla chica (Compromiso, en 1983; Apasionada, en 1993; Laura y Zoe, en 1998; Culpables, en 2001; Mujeres de nadie, en 2007, y La Leona, en 2016). Después de este último trabajo para la pantalla chica, donde encarnó a la madre de Pablo Echarri y ayudó a desentrañar la trama de secretos que anidaban en el argumento de la tira, prácticamente no se la volvió a ver. Desde entonces se empezó a hablar de su retiro de la profesión. Por eso causó una gran sorpresa y una enorme alegría que apareciera en la última entrega de los Premios Cóndor de Plata para recibir el lauro María Luisa Bemberg que la Asociación de Cronistas Cinematográficos de Argentina le confirió especialmente.
Ahora, en una charla exclusiva con LA NACION, la actriz –que en 2018 fue distinguida como personalidad destacada de la cultura por la Legislatura porteña– abre su corazón y se sincera sobre los alcances de su alejamiento, su presente sentimental y el tipo de vida que hoy elige llevar.
–Susú, ¿estás retirada?
–No, no, no. Pero soy consciente que hace un buen tiempo que no aparezco por ningún lado, por eso la gente, cuando me para en la calle me dice: `Ay, Sú, te queremos ver más, ¿dónde te podemos ver?’. Todos son muy cariñosos conmigo, me tratan como si fuera un familiar y me besan. He hecho cosas que han quedado en el corazón de la gente, lo sé, por eso me hablan con ternura y me cuentan anécdotas que me incluyen. Y yo los escucho y me entrego, como he hecho toda la vida; porque soy muy querendona. A pesar del paso del tiempo tengo una comunicación muy de corazón a corazón con la gente, me abrazan y yo también los abrazo. Me dicen que me extrañan y los entiendo, porque, como soy una persona muy privada, no asisto ni a estrenos.
–Siempre fuiste muy selectiva. ¿ahora, en la madurez, lo sos más?
–Sí. Lo que pasó es que mi vida se fue volviendo cada vez más interesante, más sabrosa. Y no es que la profesión me dejó de interesar, pero los valores de mi vida se pusieron más fuertes que los de la ficción. En fin, mi vida se tornó más interesante que la carrera. Yo durante muchos años me desperté a las cinco y media de la mañana: me bañaba, me lavaba el pelo, desayunaba, buscaba la ropa que debía llevar a la filmación o el canal y salía de mi casa con la letra bien aprendida; afuera me esperaba un auto que me llevaba a la locación y entraba a maquillaje a las siete, para empezar a trabajar a las ocho. Luego volvía a mi casa bien de noche y empezaba a estudiar los diálogos para el día siguiente. Eso fue así durante años. Esa vida, de poner todo en el trabajo, cada tanto me saturaba ¿Y entonces qué hacía? Tomaba distancia, de repente me iba sola a Villa Giardino, al hotel de los actores y me quedaba como un mes. Necesitaba volver a mi centro y descubrir qué es lo que quería en ese momento. Bueno, a medida que fue pasando el tiempo esa necesidad de tomar distancia y reconectar conmigo misma se fue intensificando. Esto coincidió con un cambio que hubo en el sistema laboral, para peor. Entonces me di cuenta que no me estaba perdiendo nada. En un contexto así, si agarraba cualquier cosa, me perdía la vida.
–¿No temiste ser olvidada?
–Muchos actores sienten que si no filman, si no graban o si no se suben a un escenario, desaparecen. Yo nunca tuve ese miedo. Provengo de una familia para la que no existía el éxito y el fracaso, fui educada en otros valores. Por eso nunca quise triunfar, el éxito me llegó sin que lo buscara. Yo siempre hice todo igual: cuando estudiaba en el Conservatorio de Arte Dramático tenía un espacio donde crear y era feliz, hasta que de golpe me vinieron a buscar para hacer una tira y allí hice lo que pude con el mismo amor y la misma entrega que en el aula. Siempre fui muy apasionada, hiciera lo que hiciera, tanto en la televisión como en el cine y el teatro. Y jamás me importó el éxito. Para mí siempre lo más importante fue amar lo que hacía y aprender. Hoy tal vez la pasión elijo ponerla en otras cosas, de la misma manera que elegí acompañar a mis padres hasta el fin de sus días. Los dos tuvieron enfermedades largas y yo estuve ahí, encargándome de todo en cada una de sus internaciones. Ese fue otro motivo de mi ausencia.
Hoy, ayer y mañana
–Lo último que hiciste en cine fue en 2011 (Verdades verdaderas, el film basado en la vida de Estela de Carlotto), en teatro en 2014 (El toque de un poeta, junto a Lito Cruz y Eleonora Wexler) y en televisión abierta en 2016 (Le Leona), ¿hoy no tenés ganas de trabajar más?
–Durante todo este tiempo fueron apareciendo proyectos. Siempre aparecen, siempre me ofrecen cosas, pero no hubo ninguno que fuese tan fuerte como para embarcarme en él por mucho tiempo y dejar de lado mi vida. Como te dije, hoy le doy prioridad a vivir más que al trabajo.
–¿Y de qué vivís?
–Llevo una vida sencilla, esa es la clave. Trabajé mucho, ahorré algo y también hago otras cosas.
–¿Cómo qué?
–Como siempre me gustó escribir y soy una enamorada de los autores, empecé a desarrollar escenas, pequeños guiones a partir de relatos o novelas consagradas. De hecho en todas mis películas colaboré con los directores, por ejemplo con Pino Solanas en Sur y con María Luisa Bemberg en Camila. Te puedo decir todas las escenas que no estaban originalmente en aquella película. En fin, me gusta todo lo autoral. Soy una suerte de autora frustrada, con capacidad para agregarle vida a los personajes desde los diálogos, no solo desde la actuación. Hoy en día coacheo a autores que quieren pasar sus novelas al guion, en fin, que quieren aprender a hacer guiones. Cobro y vivo de eso. Y también coacheo a actores que quieren trabajar en cine, fundamentalmente gente joven. Es que los jóvenes confían mucho en mí, viven haciéndome preguntas y a mí me encanta ayudarlos. De todos modos, el año pasado hice algo como actriz para una plataforma, pero viste que te hacen firmar un contrato de confidencialidad y no podés decir nada. Pero me voy a jugar y te voy a adelantar algo: es un thriller para Star+ con Benjamín Vicuña que se llama La voz ausente. Aún no tiene fecha de estreno, pero ya hicimos el doblaje.
Camila y Ladislao
–En la última entrega de los Cóndor de Plata recibiste el premio María Luisa Bemberg. ¿Qué recuerdos tenés de tu trabajo junto a ella y de la filmación de Camila?
–A María Luisa le encantaba la actuación, de hecho yo supongo que habría querido ser actriz y sus padres no la dejaron. Por eso estaba ávida de hacer todo tipo de ejercicios dramáticos antes de cada escena. Recuerdo al respecto que la escena del confesionario la ensayamos las dos juntas, con un banquito en el medio; ella hacía de Ladislao y yo de Camila. Me dejaba probar de todo, y también me permitía meterme en el guion. Hubo una escena que a mí no me cerraba: la de amor y sexo. Originalmente estaba planteada para que apareciéramos desnudos y luego nos abrazáramos, todo filmado bien de lejos, en un rancho de Chascomús, con más de 40 grados a la sombra. Y a mí no me pareció que eso le hiciera justicia a la pasión que se había desencadenado entre Ladislao y Camila. Esa escena había quedado para el último día de filmación y supuestamente no había tiempo para cambios. Pero con la anuencia del camarógrafo y el fotógrafo de la película logré convencer a María Luisa de probar algo más osado: que en un plano secuencia Imanol me tirase sobre una mesa y me rompiera la blusa. Lo probamos y todos quedaron con la mandíbula caída. Luego, tras la filmación de la escena, María Luisa puso paños fríos. `Bueno, la hicimos, ahora veremos si queda en la película´, dijo. Pero cuando en un pase interno toda la muchachada del equipo empezó a gritar, supimos que habíamos logrado un gol de media cancha.
–¿Es verdad que inicialmente rechazaste el rol?
–Es más complejo que eso. Yo estaba pasando por un muy buen momento profesional: hacía Compromiso por Canal 13, con Ricardo Darín, Ana María Picchio, Miguel Ángel Sola, Ana María Campoy, Marcos Zucker, Leonor Manso y Arturo Maly. Ahí denunciábamos de todo, o una semana hacíamos un programa sobre la homosexualidad y a la otra uno sobre el aborto. ¡Era una locura! Imaginate que aún eran tiempos de dictadura. Paralelamente al ciclo, con parte del elenco (más Juan Leyrado y Gerardo Romano) nos juntamos con Susana Torres Molina para hacer una creación colectiva sobre el tema Malvinas. En ese momento me llaman para hacer Camila y yo directamente me negué a leer el guión. De ninguna manera yo iba a dejar en banda al grupo de teatro. De hecho, tanto Miguel Ángel como yo ya le habíamos dicho que no a Pino Solanas, que nos había convocado para hacer El exilio de Gardel. ¿Pero qué sucedió? Pino lo vuelve a llamar a Miguel Ángel y él finalmente termina diciendo que sí. Eso me quitaba algo de culpa a mí, en caso de querer filmar Camila, pero yo me mantuve en la posición de no leer el guion, hasta que la Picchio me insistió y me dijo: `Lo tenés que hacer, es el rol por el que todas las actrices matarían´. ¡Y tenía razón! Cuando finalmente leí el guion se me apareció de golpe toda la película. Y no pude parar de llorar.
–Hace unas semanas, además, estuviste en la función de Muerte de un viajante que Imanol Arias ofreció en el Teatro Ópera. ¿Cómo fue tu reencuentro con él?
–Lo que sucedió ese día fue muy lindo. Fui invitada por el escenógrafo de la obra, Jorge Ferrari, e Imanol no sabía que yo asistiría. Hasta que no ingresé al teatro no me di cuenta que en realidad la gente que había ido a ver a Imanol eran los fans de Camila, los que 40 años atrás habían producido el fenómeno. Así que cuando la gente me divisó sintió que de alguna manera la magia volvía a producirse, que se recreaba la relación de Ladislao y Camila en la sala, con Imanol sobre el escenario y conmigo en la platea. Antes de empezar la función todo el mundo se me acercó y me recordó la película. Pero lo mejor vino al final, cuando después de nombrar a Mirtha Legrand (quien había asistido como invitada de honor a la representación), y de acercarle un micrófono para que ella dijera unas palabras, todo el mundo empezó a gritarle: `¡También está Camila!´. Al final él me vio y tras la sorpresa bajó a la platea y nos fundimos en un abrazo inmenso. Fue algo muy inesperado y espontáneo para todos, para él, para mí y para el público.
–Siempre hubo una fantasía en torno a si habían mantenido una relación sentimental durante la época de Camila.
–Ese fue un gran deseo… Un gran deseo del público que nosotros no cumplimos. De todos modos, Imanol siempre me decía: `No seas mala, no digas que no´ (risas). Sostenía que teníamos que mentir para no defraudar a la gente, que de alguna manera debíamos darle el gusto. Con Imanol nunca pasó nada, pero desde el minuto uno fuimos muy amigos y toda nuestra libido la pusimos en las escenas, de ahí la credibilidad de cada una de ellas. Además, fui muy amiga de su mujer de entonces, la actriz Pastora Vega; hasta el punto de que cada vez que viajaba a Madrid me alojaba en la casa que compartía con ella.
–Después, a lo largo de los años, se los implicó en distintos proyectos teatrales. ¿Por qué nunca se pudieron concretar? ¿Sigue en pie alguno de ellos?
–En el reencuentro Imanol me volvió a hablar del tema, me dijo que quiere hacer algo conmigo. Jorge Ferrari, que estaba al lado, apuntó: `La obra que tendrían que hacer es la que deberían haber hecho en aquel momento, Los puentes de Madison´. Lino Patalano la iba a producir, ¿pero qué pasó? Imanol empezó a hacer una serie que resultó ser un éxito por décadas, Cuéntame cómo pasó, y no había manera de que pudiese abandonarla. Así que nos decía que sí, pero luego eso terminaba siendo un no. Con un buen director y un buen productor yo no tendría problema en reflotar aquel proyecto. Siempre con Imanol, claro.
La carrera
–Si pudieras elegir, ¿con qué o en qué te gustaría regresar a la actividad?
–Es que no siento la necesidad de regresar con todo a ningún lado. No pienso mi vida en términos de carrera, y tampoco el trabajo de esa manera, y además siento que yo ya hice todo. En este momento de mi vida estoy más para hacer una participación en algo que me divierta que para otra cosa. No tengo más ganas de ser protagonista, salvo que sea en algo que me vuele la cabeza. Pero ser protagonista por ser protagonista… Yo fui protagonista toda la vida y ya no tengo ganas. Es mucho esfuerzo, mucho trabajo. Te lo aseguro. Lo mío no es una postura, en realidad nunca quise ser protagonista, ni mucho menos linda. Solo quería que se me valorara por mi trabajo.
–¿Por qué lo decís?
–Cuando era chica era linda. Pero mi familia no me había hecho sentir que lo era, no por maldad sino porque valoraban en mí otras cosas. Entonces, cuando ingresé al Conservatorio, tuve como un shock: me encontré con la sorpresa de que yo era la linda del grupo. Y cuando vi lo que ocurría y lo que eso podía implicar (interpretar todo el tiempo a damiselas, por ejemplo) empecé a pedir por favor que me dejaran hacer personajes masculinos, entre ellos Yago (de Otelo). A mí no me importaba vestirme con un poncho y aparecer bien fea, lo que yo quería era interpretar roles con cierta hondura. Luego, cuando me vinieron a buscar al Conservatorio para ir a trabajar a la televisión –gracias a que Sergio De Cecco le había hablado muy bien de mí a su hermana, Alma Bressan, que era la autora de la telenovela Tiempo de vivir- intenté lo mismo: no hacer de linda. Ahí era Alejandra, una chica que trabajaba en una fábrica, que se enamoraba de Miguel Ángel Solá. Entonces me aparecía en el estudio con unas camisas gigantes de mi papá y el pelo anudado. Los técnicos me respetaban y aceptaban todas mis sugerencias.
–¿Y ahí se acabó el estigma?
–No. Igualmente me costó combatir los prejuicios del medio. Cuando me venían a hacer una nota era a “La chica linda”. Pero yo no me enojaba, decía: `Está todo bien, cuando tenga 50 años me van a respetar´. Así fue pasando el tiempo hasta que un día me encontré en el estreno de La historia oficial con Norma Aleandro, que por entonces debía haber llegado a los 50, y le pregunté: `¿Alguna vez me respetarán como te respetan a vos?´. `Pero por favor, vos después de Camila sos la heroína nacional´, me contestó. Bueno… no fue a los 50, pero el otro día, en la entrega de los Premios Cóndor de Plata, sentí que el reconocimiento por fin había llegado. Evidentemente debí esperar a los 70, como tengo hoy, para que eso ocurriera. Ahora, y lo digo con mucho orgullo, ya estoy del lado de los que enseñan y me encanta la sensación que esto me produce.
Los amores
–Profesionalmente te sentís hecha, ¿y con respecto al amor? ¿Es verdad que te separaste del productor uruguayo Martín Pommerenck?
–Sí. Nos separamos hace bastante, pero igualmente seguimos siendo amigos.
–¿Hoy seguís sola?
–Yo estoy soltera, sola nunca (risas). Pero no me caso más.
–¿El amor de pareja ya fue?
–No sé, yo estoy abierta a todo en la vida. Sé que la vida de golpe te pega un palazo y te enamorás de nuevo. Puede pasar. Esas cosas no se buscan. Yo no estoy pensando en eso, pero sé que incluso a esta edad si me sucediera algo así no podría hacer nada más que vivirlo.
–Supiste tener grandes amores. ¿Cómo recordás a la distancia tus casamientos con Boy Olmi y Miguel Ángel Solá?
–Yo puedo hablarte tres horas de lo divino que es Boy, de lo felices que fuimos y de lo que nos costó separarnos porque éramos muy amigos. Pero para que se entienda bien cuánto lo aprecio te cuento que yo le presenté a Carola Reyna, su actual mujer. Yo protagonizaba una novela producida en el país por Televisa, que se llamaba Apasionada, y como me dieron la posibilidad de seleccionar al elenco los elegí a los dos para que conformaran una de las parejas de la trama. Él ya era mi ex y ella, una de mis mejores amigas. A ambos los adoro. Con Miguel Ángel también me casé y luego me separé, éramos todos muy chicos… Pero antes, durante y después de la relación trabajamos mucho juntos y sé que lo volveríamos a hacer. De hecho nos reencontramos hace unos años en La Leona. Con él también quedamos muy amigos y somos una buena dupla de trabajo. Si me preguntás con qué actor quisiera trabajar hoy, no lo dudo: con Miguel Ángel.
La actriz y la ciudadana
–Tanto como ciudadana y actriz, ¿cómo viviste el avance de la mujer en los últimos años, en la Argentina y en el mundo?
–Con mucha alegría. Ahora está todo bien, pero cuando hicimos Camila con María Luisa Bemberg si decías que eras feminista te miraban mal. Yo en ese momento me daba cuenta de que lo era sin saber el alcance completo del término: me había criado en un hogar de artistas, de mucha sensibilidad y nada de machismo. Era hija única y me criaron para desarrollarme como ser humano, independientemente de que era mujer. Igualmente veía que afuera de mi casa pasaban cosas, que existía el patriarcado y el peso que eso tenía sobre las mujeres. Eso aquí y en todo el mundo. Por eso, cuando con Camila empezamos a ir a los festivales internacionales nos preguntaban siempre cómo había sido posible que tres mujeres –la directora María Luis Bemberg, la productora Lita Stantic y yo- hubiéramos hecho semejante película. Todas las feministas del mundo estaban impactadas y yo, que era casi una nena, siempre repetía lo mismo: `yo quería que en la película Camila estuviera a la altura de la herida que le tocó vivir, porque ella nunca renegó de lo que eligió, es un personaje trágico, sí, pero no una nena boba de la aristocracia que se enamora de un cura porque es lindo. No, Camila es una joven que se rebela contra su padre, contra la opresión´. A partir de Camila y de cada uno de esos festivales, me instalé en un lugar en el que cada trabajo que acepto, cada historia que elijo contar, siempre tiene que mostrar a las mujeres como seres fuertes y con capacidad de autodeterminación. Hoy me alegra que este objetivo personal sea una intención compartida por la mayoría.
–¿Te sentís parte de esa conquista de derechos?
–Claro que sí. A partir de Camila vi cómo costó cada una de esas conquistas, porque fue un proceso largo, ¿eh? Todo parece haberse conseguido ahora, pero no, antes hubo muchas mujeres –me incluyo– que pelearon por más derechos para el género. Se avanzó lento, pero se avanzó. Y hoy, bueno, en ese sentido estamos mucho mejor. Yo creo mucho en que las nuevas generaciones van tomando la posta, por eso amo tanto a los jóvenes y por eso me encanta hacerles de coaching. Veo a las nenas de hoy y me dan una ternura… además entienden todo. Te dicen sin temor al que dirán que tuvieron un ataque de pánico y yo las aplaudo. Antes ni sabíamos que era eso y si lo intuíamos lo callábamos. Hoy son más espontáneas y posiblemente más felices. ¿Y sabés lo que más me gusta de las nuevas mujercitas? Que no tienen prejuicios. Hoy te dicen `Ay, me gusta un chico´, mañana `Ahora me gusta una chica´y pasado mañana `Bueno, en realidad no lo sé´. Las jóvenes de hoy son, sin duda, mucho más libres.
–Aunque cueste creerlo, ya cumpliste 70 años. ¿Qué balance hacés de tu vida y tu carrera?
–Hoy estoy conforme conmigo misma. Pasé por todo lo que se te ocurra y sin embargo estoy entera. Nunca me guié por el éxito y el fracaso, por si un día estaba arriba y otro abajo. Trabajé mucho para ser quién soy, tengo una mirada compasiva sobre el afuera y trato de ser feliz a ultranza y de transmitir mi positividad a todos. Lo único que me entristece es lo que actualmente está sucediendo en el mundo, con los problemas ambientales. Ya no es suficiente el esfuerzo personal. Siempre cuidé el agua, reciclé la basura y amé a los animales y a la naturaleza. En fin, siempre he tenido una conexión importante con la vida y con la preservación de ella. Yo veo la llamita de lo vivo en todo: lo veo en el gato, lo veo en el perro, lo veo en el mozo que nos acaba de servir y lo veo en vos. Yo soy una especie de cuidadora de lo vivo. Por eso me afecta mucho que no logremos unirnos para cuidarnos entre nosotros y para cuidar el planeta. Acabamos de atravesar el julio más caluroso de toda la historia, con incendios por todas partes, ¿y qué?, ¿a quién le importa? Hoy siento que tengo una mayor responsabilidad como ciudadana; por eso, si vuelvo a trabajar como actriz, es lo de menos. Para mí hoy lo importante es comunicar lo que está pasando y hacer comprender que sin empatía no lograremos sobrevivir. Hoy, mi misión pasa por ese lado.
Agradecimiento: Hotel Palacio Paz
Vestuario: Sole Bècu y Tramando
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