Susana Giménez y Carlos Monzón: una historia de amor entre la pasión y la violencia
Para algunos fue el romance del año, para otros el del siglo. La diva y el campeón, la princesa y el guerrero, la bella y la bestia. En la relación de Susana Giménez y Carlos Monzón, como en cualquier buena historia, hubo mucho de amor, de pasión, y de locura.
Famosísima modelo y emblema de la comedia liviana, en 1973 Susana buscaba un nuevo rumbo para su carrera cinematográfica; por entonces tenía 14 películas en su haber que explotaban más su imagen que sus dotes actorales. La idea no era descabellada si se tiene en cuenta que en teatro, un año antes había conseguido correrse un poquito de su sitial de vedette protagonizando la obra Las mariposas son libres junto a Rodolfo Bebán. La televisión todavía le sería esquiva, con algunas participaciones en programas de Hugo Moser, y en la adaptación de A media luz los tres, también con Bebán.
Una noche, leyendo un libro de Emilio Perina que tenía dos cuentos, El fiscal y La Mary, la exitosa modelo y futura diva encontró en la historia de esa muchacha humilde que se deslumbraba con el trabajador de un frigorífico, el papel perfecto para darle un giro a su carrera hacia el drama. Para cuando salió el sol, Susana Gimenez tenía claro que para hacer su sueño realidad necesitaría un buen director, dinero y el mejor protagonista masculino posible. Tres objetivos y una certeza: que a ella nadie iba a poder decirle que no.
La vedette y el campeón
Gracias a la mediación de Mirtha Legrand , Susana pudo convencer a Daniel Tinayre para que se hiciera cargo de La Mary. Después de la desilusión que le había significado Kuma Ching (1969), el director estaba alejado del cine y apuntalaba los almuerzos de su famosa mujer. Sin embargo, vio en el texto de Perina una posibilidad de revancha y aceptó la que sería su última película. El empresario Héctor Cavallero, por entonces pareja de Susana, conseguiría buena parte del capital necesario, así que solamente quedaba el tercer ítem en la lista de tareas: el coprotagonista.
Tinayre tenía muy clara la importancia de hacer cine de exportación, y como con su película anterior no había podido lograr cabalmente su objetivo, desde el vamos propuso que el personaje del Cholo lo interpretara un actor extranjero. La primera opción fue el italiano Terence Hill, ícono junto a Bud Spencer de los spaghetti western. Años después, la actriz reconocería: "Era la antítesis de Carlos, rubio de ojos claros. Pero lo llamamos y pidió una fortuna. No podíamos pagar semejante cosa".
Entonces el marido de Mirtha sugirió a Monzón, que era argentino pero tenía una proyección de ídolo a nivel mundial que incluso superaba a la del actor italiano: en los 70, el boxeador despertaba a nivel global las mismas reacciones que hoy puede original Lionel Messi. Un año antes, el realizador Pier Paolo Passolini había intentado convencer sin éxito al deportista para que se fuera a Cinecittá a filmar con él Las mil y una noches. Así de contundente era la fama de Carlos Monzón.
Ahora, la pregunta obvia: ¿Por qué a Passolini no y a Tinayre sí? La respuesta, bastante obvia, tenía nombre y apellido.
¡Corten! ¡Corten! ¡Corten!
Monzón y Susana no se conocían personalmente. Ella tenía referencias de él por sus triunfos boxísticos, él de ella por las tapas de revistas. En el imaginario del santafecino, esa chica de 29 años era la representación gráfica de la sensualidad.
Se vieron por primera vez en el Hotel Sheraton, y aunque el primer pensamiento del boxeador fue "¿esta flaca huesuda es Susana Giménez?", apenas la vio y delante de Cavallero (que eligió minimizar el episodio), le dio un apasionado beso en la boca.
Este episodio no hizo más que marcar el inicio de un rodaje que se caracterizó por "el realismo" de sus escenas. El trasfondo erótico que subyacía en la historia de La Mary se reflejaba en la pasional actuación de sus protagonistas, que cada vez tenía más de pasión y menos de actuación. Cuenta la leyenda que, a pesar de que el director se quedaba disfónico gritando "corte", la pareja seguía y seguía durante las escenas de besos.
Hasta que claro, realidad y ficción se mimetizaron, y una noche de rodaje que empezó en el set terminó en un lugar más íntimo. "Héctor viajaba mucho, y en un momento se había ido a Francia. Así que bueno, yo no tenía compromisos en ese momento, Carlos me había dicho que tampoco… Y pasó", recordaba Susana, sin querer dar mayores detalles. Investigando un poco se puede precisar que la relación comenzó la noche del lunes 15 de abril de 1974, después de una escena filmada en la Isla Maciel, cuando la estrella invitó al púgil "a tomar un café" a su casa.
La vedette y el campeón, como había augurado Tinayre a la hora de pensar la dupla, no actuaban, sino que se dejaban llevar, escena tras escena, por el deseo. "Era una historia bastante erótica y nos tocaron hacer juntos escenas fuertes. Había un clima propicio como para que en nosotros se despertara lo que finalmente se despertó. Tal vez si en vez de filmar La Mary hubiéramos filmado Manuelita, la tortuguita de María Elena Wlash, no nos hubiera pasado. Nos prendimos fuego, y no pudimos con el fuego", contó Susana hace algún tiempo.
Nadie podía pararlos, ¿o sí? Porque desde Santa Fe, Mercedes Beatriz García, alias "Pelusa", alias "la mujer de Monzón", seguía atentamente por los diarios y revistas lo que pasaba en Buenos Aires con su marido. Y no le gustaba nada.
Los terceros en discordia
Pelusa y Carlos se conocieron de adolescentes, cuando él tenía 19 y ella 15. Al poco tiempo se casaron y tuvieron tres hijos. Conformaron un matrimonio que no solo tuvo amor sino también violencia. Los arranques del boxeador hacia su mujer no eran hechos aislados, sino que se multiplicaron con los años, como así también su respuesta. Tal vez la más radical de ellas se dio cuando ella, en medio de una discusión por celos, hirió a su marido de un tiro en el antebrazo "no para matarlo, pero sí para asustarlo".
Una revista de espectáculos le abrió los ojos a Pelusa sobre lo que pasaba en Buenos Aires durante el rodaje de La Mary. O mejor dicho, le confirmó lo que ya sospechaba. En una entrevista para un canal santafecino reconocía: "Mientras filmaba esa película empezó a dejar de venir los fines de semana, se quedaba en Buenos Aires. Yo sospechaba algo pero él me lo negaba. Hasta que me enteré por una tapa que decía ‘El romance del año’. Le tiré toda la ropa en el pasillo, y le dije 'de acá te vas'. Estuve ocho meses encerrada y caí en una depresión muy importante. No quería ver ni hablar con nadie".
El siguiente objetivo de la despechada Pelusa fue Susana Giménez, la mujer que a decir de ella, había destruido a la familia. El primer encuentro de ambas ocurrió durante el estreno de la película en el Cine Atlas, el 8 de agosto de 1974. "La esperé a la salida, le pegué y le dije ‘Ahora te vengo a prevenir, la próxima vez te meto un tiro en la cabeza’", recordó. El segundo fue en ocasión de la premiere de La Mary en Santa Fe: "Ahí la quise agarrar en la puerta del cine Colón, pero justo se me cruzó un auto adelante y se me escapó".
Violencia y pasión
A pesar del escándalo, y con la bendición de los admiradores de ambos, la pareja de Susana y Monzón se consolidó. Se mudaron a un departamento ubicado en O'Higgins y Sucre, llevando adelante una relación que pivoteaba entre la atracción sexual y el compañerismo.
La actriz le enseñaba a hablar sin "comerse las eses", y hasta llegó a ponerle una profesora particular para que le enseñara modales y cultura general. Por su parte, él le criticaba la cotidianeidad pero caía rendido ante su costado más seductor. Así se lo contaba, en 1976, al periodista Rodolfo Braceli: "Para la casa es una inútil. Los días que hace frío, no sabe ni hacer un guisito. Ma’ qué guisito, no sabe hacer un mate cocido. Pero no importa, me la banco porque ella se pone unas botas, unos pantalones como de tigre que tiene, se mete perfume que trae de afuera, y qué se yo… Ya no tengo más bronca". Así era Susana, por momentos amante, por momentos novia, por momentos madre, y hasta enfermera cuando tenía que inyectarle un determinado suplemento vitamínico para contrarrestar el cuadro de anemia que acompañó al boxeador durante toda su vida.
Susana y Monzón continuaron juntos por cuatro años. Sin embargo, los episodios de violencia recurrente de él, muchas veces como consecuencia del consumo de alcohol, comenzaron a minar la relación. En ese tiempo de idas y venidas, el episodio más oscuro de la pareja lo relata el biógrafo del deportista Carlos Irusta. Durante una presentación en Montecarlo, y después de una discusión, cuenta que "Susana le dice al doctor Paladino que tiene un ojo negro porque se tropezó con una cómoda, pero él después reflexiona y dice ‘pero no hay ninguna cómoda en esa habitación’".
Mirtha Legrand confirmó en su programa los arranques violentos de Monzón hacia su novia mediante una anécdota que le contó su amiga. "Una vez que estando en pareja con Monzón, ella había hecho una película con un actor que se llamaba Luc Merenda. Él tuvo un ataque de celos y la golpeó", relató la diva de los almuerzos hace algún tiempo.
En 1977, el mismo año que el deportista se retiró del cuadrilátero, se estrenó El macho, segunda y última colaboración cinematográfica entre ambos. Un año después, en febrero de 1978 Susana dijo basta, y Monzón se consoló en los brazos de Pata Villanueva (que ya tenía en la mira al "Conejo" Tarantini). Igualmente, como ya había sucedido con Pelusa, el boxeador no aceptaba un "no" como respuesta y cada tanto volvía para intentar reconquistarla. En uno de esos "regresos" sin previo aviso -un enero en Mar del Plata- fue que la actriz tuvo que echar de su cama a Cacho Castaña para que los dos hombres no se cruzaran. El cantante saltó por un balcón y escapó en el baúl de un auto. Castaña siguió frecuentando socialmente a su amiga, pero fingiendo un romance con Perla Caron para disimular frente a Monzón, aunque este nunca le creyó.
El tiempo alejó definitivamente a la pareja más famosa de los años 70. Así resumió esa época intensa de su vida Susana Giménez: "Antes de que a Monzón le pasara lo que le pasó, yo ya había decidido no hablar sobre él. Hubo mucha persecución, mucho morbo alrededor de nuestra relación. Nos miraban como si fuéramos ‘La bella y la bestia’. Nos convirtieron en una pareja integrada por dos símbolos sexuales y simplemente pasó que me enamoré. Y punto".
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