La prolífica actriz, quien tenía todo el talento para triunfar en la Era Dorada de la industria, un día salió de caza con su marido y un disparo cambió indefectiblemente el curso de su vida y la de quien fuera su pareja, que también tuvo un trágico final
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Un día en la vida de Susan Peters terminó torciendo su destino para siempre. La actriz oriunda de Spokane, Washington, siempre quiso triunfar en Hollywood y persiguió esa meta con el espíritu temerario que, según sus allegados, fue la que logró mantenerla en pie cuando debió afrontar de chica episodios traumáticos a nivel familiar. Su padre, Robert Carnahan, murió en un choque (luego se determinó que no se trató de un accidente) cuando Susan tenía tan solo siete años, y eso modificó los planes de su madre, Abby, quien de un momento a otro debió repensar su futuro y el de sus hijos, Susan y Robert Jr.. Luego de un paso fugaz por Seattle, Abby decidió cambiar de aire y se mudó junto a su familia a Los Ángeles, California, a la casa de la abuela de los niños.
Si bien la muerte de Robert significó un antes y un después para los Carnahan, la mudanza terminó siendo beneficiosa para ellos. En la escuela secundaria a la que asistía, Susan fue descubierta por un agente de talentos que la vio actuar en una obra. El magnetismo de Peters era tan ineludible, que al poco tiempo ya estaba con un pie dentro de la industria cuando trabajó como extra en Susana y Dios, película de 1940 del gran George Cukor protagonizada nada menos que por Joan Crawford, una intérprete a la que Peters admiraba enormemente.
Uno de los primeros obstáculos que la actriz debió vencer fue el del autosabotaje. Peters estaba continuamente presionándose a sí misma para ser la mejor en un Hollywood donde las estrellas eran desechadas cuando los números de taquilla no acompañaban o bien cuando estaban sujetas a los vaivenes de los estudios que les brindaban roles que no satisfacían las necesidades profesionales.
En ese contexto, Cukor fue uno de sus grandes aliados. El cineasta notó su enorme talento y le aconsejó que tomara clases de actuación con Gertrude Vogler. “Tenía un empuje que me recordaba a Katharine Hepburn”, declararía luego el director respecto al porqué de su confianza ciega en Susan. Luego de roles poco sustanciales que le habían hecho cuestionarse su lugar en Hollywood (desde el de Camino de Santa Fe de Michael Curtiz al de Here Comes Happiness de Noel M. Smith), la artista entró en conflicto con Warner Bros. y empezó a vislumbrar otros horizontes. “Me había hecho una promesa a mí misma: que si en tres años no hacía nada realmente bueno, iba a dejar todo y probar con otra profesión. Iba a convertirme en secretaria. Hollywood no es el lugar adecuado para mujeres que no hacen las cosas bien”, había expresado.
Su carrera comenzó a encontrar el rumbo que ella anhelaba cuando fue contratada por MGM, estudio con el que pudo desarrollar su potencial. En 1942, Peter formó parte de El amo del arrabal, el largometraje de Lewis Seiler coprotagonizado por Humphrey Bogart e Irene Manning; luego llegó Tish de S. Sylvan Simon, donde conoció a su futuro marido, el actor Peter Quine; y el film que la consagró de manera definitiva, En la noche del pasado. En el drama de Mervyn LeRoy basado en la novela de James Hilton, Peters interpretó a Kitty Chilcet y en su actuación estaba todo aquello que había cautivado a Cukor. La actriz recibió una nominación al Oscar en la categoría secundaria y estaba lista para llegar a la Era Dorada de Hollywood con una filmografía de la que se sentía orgullosa y que incluía el protagónico en el drama bélico de Gregory Ratoff, Song of Russia. En su vida personal, Peters también estaba atravesando un gran momento. La actriz se casó con Quine en 1943 y estaba a su lado cuando se produjo el accidente del que jamás pudo reponerse.
Una salida en pareja que terminó de la peor manera
Susan y su marido decidieron, el 1° de enero de 1945, compartir una jornada de caza con el primo del actor y su esposa en las montañas de Cuyamaca, cerca de San Diego. El día cambió radicalmente cuando un disparo impactó en la columna vertebral de Peters. Para su libro This Was Hollywood, la escritora Carla Valderrama investigó el caso y aseguró que el halo de misterio lo sigue sobrevolando. “Nadie sabe lo que pasó ese día excepto quienes estaban ahí, es algo que te deja pensando...¿Cómo pudo haber pasado algo así? Susan cazaba frecuentemente y estaba familiarizada con las armas”. En ese momento, la actriz aseguró que fue a buscar un arma que estaba entre los árboles y que una de ellas se disparó. “Lo que dijo fue extraño, ella siempre mantuvo esa versión, que era la única responsable de lo sucedido”, apuntó Valderrama. El accidente la dejó paralizada de la cintura para abajo y la actriz quedó sumida en una profunda depresión.
Tras someterse a una cirugía, los médicos le comunicaron que no iba a volver a caminar y que debía manejarse en silla de ruedas. La conmoción por lo sucedido causó que su suegra, quien tenía adoración por ella y quien la cuidó durante su recuperación, muriese de tristeza. La actriz, a su vez, empezó a rechazar los papeles que MGM le ofrecía y a enfocarse en una vida en familia. En 1946, con Quine adoptaron un hijo, Timothy Richard, y su llegada le renovó la energía y la impulsó a retomar su carrera, pero ya alejada de ese estudio donde se había convertido en una estrella; asimismo, se dejó ver en eventos sociales con una de sus mejores amigas, la comediante Lucille Ball.
En 1947, su parálisis fue incorporada al film de John Sturges, The Sign of the Ram, que fue el chivo expiatorio para que su marido se aleje de ella. De acuerdo a informes de la época, el actor no pudo superar la muerte de su madre, el tener que cuidar de su hijo mientras Peters retomaba la actuación y, según la actriz, tampoco quería lidiar con lo que ella estaba padeciendo. “Fue cruel conmigo y a veces no me hablaba por días”, llegó a contar Peters, quien se separó de Quine en 1948. Para mantenerse en actividad, volvió a sus inicios, al teatro, y comandó una puesta de El zoo de cristal de Tennessee Williams. Peters nunca regresó al cine y su último trabajo data de 1951, un año antes de su muerte. La actriz integró la serie Miss Susan y su intervención fue icónica: Peters, parapléjica, se convirtió en la primera persona con discapacidad en protagonizar una ficción televisiva.
Sus últimos días y el trágico final de su exmarido
A pesar de su intento de retomar la actuación, Susan nunca logró superar las consecuencias de ese día fatídico y su salud mental empezó a empeorar. La actriz también luchó contra un trastorno alimenticio y se recluyó definitivamente. “Sus últimos días fueron tristes y solitarios, empezó a dejar de comer y se sentía mal consigo misma”, reveló Valderrama, quien continuó indagando en la vida de una actriz que no es lo suficientemente recordada. El médico que la atendió en 1951, meses antes de su partida, declaró que Peters “había perdido la voluntad de vivir”.
La actriz falleció el 23 de octubre de 1952 debido a una complicación renal y a un cuadro de neumonía. Tenía tan solo 31 años. En 1960, recibió póstumamente una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, esa industria a la que quería darle su mejor versión y de la que se alejó por no sentirse apta para trabajar. Como había notado Cukor al verla en sus inicios, Susan se presionaba a sí misma para ser la mejor y su accidente le brindó una visión de su persona con la que nunca pudo conciliar, incluso cuando se le abrían puertas para continuar en el medio. Además la reticencia de su marido a apoyarla acentuó esos problemas de autoestima a los que nunca pudo sobreponerse.
Quine, por su parte, contrajo matrimonio dos veces más, y estaba casado con Diana Balfour cuando se suicidó el 10 de junio de 1989 por un cuadro de depresión con el que lidiaba desde hacía años. Según allegados, el director de The Prisoner of Zenda recordaba frecuentemente ese día de caza con Peters y cómo nada volvió a ser lo mismo y se culpaba no solo por no haber estado más atento a las armas sino por lo que aconteció luego. Una tragedia dentro de otra que, lamentablemente, Hollywood ya parece haber olvidado.
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