Don Jorge Yovanovich es el fundador del circo Servian que acaba de volver a la ciudad para las vacaciones de invierno; en diálogo con LA NACION revela los secretos de una vida de novela
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Descendiente de yugoslavos, Don Jorge Yovanovich, es la cuarta generación de una familia de circo. La vida nómade lo marcó a fuego. Nació en Tucumán, porque allí se detuvo la caravana en ese momento. Su papá era payaso, hacía trapecio y acrobacias; su madre lanzaba fuego por la boca y se recostaba en un camastro de vidrios.
Fundador de la Compañía de Circo Servian, cuenta que sus abuelos emigraron a América escapando de la Primera Guerra Mundial y se radicaron en Argentina, donde a partir de entonces continuaron con la tradición de las artes circenses hasta hoy.
“Ya mis bisabuelos hacían acrobacias en la calle, trabajaban con animales, hacían payasadas, y después pasaban el sombrero. De a poco compraron carros y caballos, y salieron a trabajar de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, siempre en la calle, hasta que hicieron la carpa de lienzo. La familia era muy grande y el circo fue creciendo, hasta que mi padre, al cumplir 40 años se abrió de su familia, y comenzó con un pequeño Circo Australiano, que se llamaba el Circo del Canguro Boxeador”, relata don Jorge Servian, apellido que adoptó para él y su familia en homenaje a su país de origen, Serbia.
Junto a él trabajan y viven su mujer Elena, sus hijos Cristian Servian (director general), Ginette Servian (directora artística), Ivana Servian (directora ejecutiva) y Gabriela Servian (artista) y los ocho nietos, que hoy conforman la sexta generación de cirqueros.
“Andábamos de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad, estábamos cuatro o cinco días acá, íbamos dos o tres días a la escuela, porque era obligación de las maestras atendernos. En ese tiempo los padres evitaban que sus hijos se mezclaran con la gente de circo, no estaba muy bien visto. Éramos tan pobres que dormíamos en carpitas. Cuando me casé tenía un tráiler de tres metros. Afuera sufrías el calor, el viento, la lluvia, el barro, pero cuando entrabas al tráiler no tenías comodidad. Mi señora iba a comprar a pie, buscábamos el agua en balde, había que rebuscárselas. Por suerte hoy todo eso cambió”, recuerda don Jorge.
La noticia es que, para estas vacaciones de invierno, su compañía recaló en el Complejo al Río (Vicente López) para presentar “El Gran Sueño”, un espectáculo con más de 40 artistas en escena que habla sobre la importancia de cuidar el planeta y el medio ambiente, sobre la preservación del planeta tierra. Un show que combina cuadros de trapecio, clowns, trampolín, motos en la desafiante rueda de la muerte, hand balancing (destreza en verticales), cama elástica, telas, cuerpo de baile y muchas sorpresas más
Se sabe, el circo es siempre una cantera de buenas historias. Y la vida de Don Jorge no es la excepción. Es que a lo largo de su carrera pasó por todas las tareas del circo: fue payaso, equilibrista, lanzador de cuchillos y hachas, entre tantas otras cosas. Se inició a los 8 años, cuando su padre compró un puma y él entraba a su jaula vestido de diablo, con un pequeño látigo.
“Era peligroso, pero viste que muchas veces la inocencia de la criatura hace que no reconozca el peligro, y yo no tenía miedo. Estaban mis tíos, que eran domadores de leones, de osos, de tigres, y yo entraba a trabajar al puma. Me acuerdo que por esos años estábamos acá en Buenos Aires con el tráiler de mi papá y también salíamos a vender frutas, caramelos, a lustrar zapatos con mi hermano en la estación de Morón o Merlo. Éramos chicos y salíamos a buscar el pan”, recuerda don Jorge.
Ya a los 12 entró a trabajar de payaso con su padre, y siguió como payaso hasta los 50 años. Le decían Periquito, y hacía un número de equilibrio sobre una soga a cuatro metros de altura. “Siempre me decía mi padre, ‘a la gente hay que hacerla reír, tiene que salir riéndose del circo’. Y bueno, hay que hacerlos reír, emocionarse, que tengan ganas de aplaudir. Esa es la tarea de los buenos payasos”, señala.
Siempre hizo de todo en el circo: fue boletero, pegó de afiches, armó las carpas, manejó los camiones o salió a hacer propaganda con un vehículo. “Gracias a Dios, todo lo que requiere el movimiento del circo lo hice toda la vida. Siempre lo amé y lo voy a seguir amando”, asegura.
Al igual que su padre, al cumplir 40 años, Jorge decidió independizarse y abrir su propio circo junto a su mujer y sus hijos, el mismo que desde 2011 se presenta como Servian, El Circo.
Consultado sobre los cambios sufridos por las artes circenses en los últimos tiempos, Don Jorge asegura que fueron muchos y debieron adaptarse a las circunstancias para sobrevivir y seguir adelante con lo que más les gusta.
“El circo de antes tenía sus riesgos. Mi hijo -que ya tiene 44 años-, tenía 3 cuando lo agarró un león. Todavía tiene la marca en la cara. Cuando mi señora fue a salvarlo, le agarró la pierna a ella. Es que el circo tiene experiencias lindas y feas también. Y con los animales era muy riesgoso, había que tener mucho cuidado con la gente y con el público para que no se arrimaran a la jaula, porque la gente no sabía y metía la mano. Y sí, pasaban cosas”, admite
Y añade: “A nosotros, la llegada del Cirque du Soleil nos abrió bastante la mente respecto de la forma de hacer los espectáculos sin animales, que a partir de 2010 comenzaron a estar prohibidos en los circos. Porque hoy la gente no quiere ver ni un perro atado, se pone mal. También se invirtió mucho en tecnología, en luces y sonido. Otro cambio importante es que ya no hay más locutor, al menos acá en el Servian”.
Los tiempos han cambiado, y a diferencia de sus antepasados que se la rebuscaban trabajando en la calle, ahora Jorge tiene un tráiler cocina-comedor de 12 metros con televisión, ambiente climatizado, baño y cocina, donde todos los días, puntualmente a la una, se reúne a almorzar con su familia, unas 17 personas.
“Acá hablamos, acá discutimos, acá lloramos. Yo estuve dos meses de novio con mi querida señora y ahora ya llevamos 49 años de casados”, asegura Don Jorge, que si bien tiene domicilio en San Juan, admite que después de estar dos días en su casa ya quiere volverse al circo, extraña especialmente a la familia.
“En el circo hacemos fiestas, cumpleaños, festejamos la Navidad o el Año Nuevo, invitamos a la gente y la pasamos acá, bailamos todos juntos. La vida en el circo es difícil, más en el momento que se está viviendo y no hay dinero que alcance, pero tratamos todo lo posible de pasarla bien. Durante la pandemia estuvimos 10 meses parados en Rio Cuarto. Los chicos pusieron lavadero de autos, hacían comida para salir a vender, y yo tuve la posibilidad de vender unos camiones americanos. Así fuimos saliendo. También nos agarró el bicho, pero por suerte estamos vivos, con salud y trabajo. El compañerismo es lo principal”, apunta Don Jorge.
Y concluye: “El circo es mi vida. Siempre lo amé, lo amo y lo voy a seguir amando hasta la muerte, como les pasó a mi padre y a mi abuelo. Es lo que sabemos hacer. Si vos me dejás con la mejor casa, el mejor auto y la playa, yo me quedo dos o tres días y después, ya me fui. Es que la vida nuestra es andar de un lado para el otro. Para mí el circo es todo, no lo cambio por nada. Es la mejor vida de todas”.
PARA AGENDAR
Servian, El Circo presenta El gran sueño. Funciones del 14 al 31 de julio, a las 16 y a las 20 horas. Complejo al Río, Vicente López (Juan Carlos Cruz 135). Entradas a la venta desde 1.800 pesos en Ticket Flash.
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