En Mar del Plata, donde los lunes y martes ofrece funciones de la comedia Dos locas de remate, la actriz rememora junto a LA NACION los momentos más sobresalientes de sus 14 temporadas en la ciudad, algunas de sus grandes pasiones y la decisión que tomó por respeto a sus nietas
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Es la actriz viva que más joven vino a trabajar a Mar del Plata, de esto hace ya 56 años. Hoy, a punto de cumplir los 70, Soledad Silveyra va por su temporada número 14 y, asegura, la esperan muchas más. En La Feliz hizo de todo: debutó con Darío Víttori, integró diversos elencos con galanes, fue cabeza de compañía y hasta dirigió teatro infantil. Ahora asume junto a Verónica Llinás el desafío de repetir el éxito capitalino de la comedia Dos locas de remate los lunes y martes en el teatro Mar del Plata (a la par que continúan con las funciones en el teatro Astral de Buenos Aires, los viernes, sábados y domingos).
Después de la temporada veraniega llevará la obra a Montevideo y hará gira por el Uruguay. También existe la posibilidad de rotar por todo el país en un micro, a la vieja usanza, “de trabajar en esos maravillosos teatros que existen en todas las provincias y que les debemos a las sociedades de fomento de las distintas colectividades, un verdadero acervo nacional del que deseo escribir un libro”. Recién para después quedarán dos nuevos proyectos teatrales que la entusiasman mucho: el unipersonal Emily (La bella de Amherst), sobre la vida de la poetisa norteamericana Emily Dickinson, que fue un caballito de batalla de China Zorrilla en los ´80. “Para mí sería como hacerle un homenaje, estoy esperando sus señales favorables desde el cielo”, dirá al respecto. Y la versión escénica de La malvada (el histórico film Joseph L. Mankiewicz, con Bette Davis y Anne Baxter, sobre una diva de Broadway y una joven advenediza, que culmina reemplazándola), que protagoniza en España Ana Belén. “Como coprotagonista me encantaría Juana Viale, estaría perfecta y haríamos un buen rubro”, desliza.
Dueña de un aspecto envidiable y de una energía inagotable, cuesta entender –en principio- su objetivo a nivel personal más próximo e imperativo: “Ahora quiero trabajar para que exista sea como sea la eutanasia en la Argentina y así tener el derecho de partir cuando lo desee o sienta que soy incapaz de mantenerme en pie por mis propios medios. Hoy, por cómo tengo mis lumbares, no puedo subir a mis nietos más chicos a los árboles. No sé cómo llegaré a los 80 o a los 90, ojalá que como La Legrand, pero Mirtha Legrand hay una sola... Lo que ya les pedí a mis nietos es que cuando me muera no me hagan un entierro triste: quiero que me acomoden en una cama y me maquillen un poco si les impresiona mi cara, que luego pongan música y bailen y hablen de mí con mucha alegría. En fin, que mi muerte sea una celebración de la vida”, comenta Solita a manera de testamento anticipado, en diálogo con LA NACION.
–Aunque con mucho humor, Dos locas de remate se centra en la conflictiva relación entre dos hermanas, ¿te hubiera gustado tener una?
–Me hubiera encantado tener una hermana de chica, una par en la casa. Aunque... pensándolo bien: un poco sí y un poco no porque yo tuve una infancia muy dolorosa, debí salir a la calle a laburar a los 12 años y hacerme cargo de mi hermano, que era 10 años menor que yo, y que luego se me murió. Por eso Ana María Picchio siempre me dice: “A vos no se te murió un hermano, se te murió un hijo, por eso estás como estás”. Yo cuidaba a mi hermano, de hecho lo crié prácticamente solita porque mi abuela tenía que cuidar a mi madre, que, pobrecita, no estaba bien de la cabeza. Si hubiera tenido una hermana, tal vez el dolor hubiese estado más repartido pero, claro, hubiese sido malo para ella porque también habría sufrido como sufrí yo.
–Desde la platea se percibe un vínculo profundo entre vos y Verónica Llinás, que excede la obra y los personajes, ¿es realmente así? ¿cuánta hermandad existe entre ustedes?
–Fue muy lindo nuestro proceso que pasó por distintas etapas. Aún recuerdo el día en que nos puteamos y casi nos matamos. Es que Vero tiene muchos tocs, y yo puedo llegar a ser difícil, pero hoy estamos verdaderamente hermanadas. Fijate lo que pasó ayer, en una función en Mar del Plata, donde desde la técnica falló todo. En escena, ella y yo, éramos unas leonas defendiendo al cachorro. Todo salió mal y sin embargo la gente no se dio cuenta y nos ovacionó como nunca. Al principio pudo haber algo de desconfianza, pero hoy confiamos mucho más en la otra; fuimos tejiendo una relación que prácticamente es de hermanas. Este espectáculo es de un gran aprendizaje, en cuanto a la relación con un compañero de trabajo. En una anterior temporada en Mar del Plata (en el teatro Lido, con la obra Humores que matan), nos llevamos muy mal con mi compañera (Betiana Blum) y fuimos un muy mal ejemplo para el teatro, fuimos todo lo que no deben hacer nunca dos actrices. Con Vero, si bien nos costó, hicimos un pacto de decirnos siempre todo, absolutamente todo, en cuanto termina cada función. La idea es no acumular nada porque el que acumula pierde y un día estalla. Este ejercicio nos ayudó mucho.
–¿Qué recuerdos tenés de tus temporadas en Mar del Plata?
–Yo vine por primera vez a Mar del Plata a los 14 años, a hacer Los chicos también crecen, de Nino Fortuna Olazabal, de la mano de Darío Víttori, al que le debo muchísimo. En el elenco estaba Amelia Bence, a la que no le caía muy bien... entonces un día dijo: “La nena o yo”. ¿Y Darío por quién se decidió? Por la nena. Después resultó que no tenía manera de venirme para acá, eran otros tiempos, los actores debíamos pagarnos el hospedaje y yo no tenía un mango. ¿Y qué hizo Darío? Me llevó a vivir a su casa, me hizo compartir el cuarto con sus tres hijas y me trató como a una más de la familia. Cómo olvidarme de él y de su mujer. Fue una temporada maravillosa. Al año siguiente volví a Mar del Plata, donde cumplí los 15, pero a filmar una película con Palito Ortega, Un muchacho como yo, en la que encarnábamos a una pareja que venía a pasar la luna de miel a La Feliz. Aún recuerdo el inmenso ramo de rosas que me envió el día del estreno. Mi siguiente temporada teatral fue con Guillermo Bredeston, a los 20, cuando mi hijo Baltazar tenía uno. Imaginate, ¡hace ya 50 años!
–Ahí empezaron tus temporadas con los galanes, ¿no?
–Exacto. Esas fueron las grandes temporadas y lo que más recuerdo de aquella vez no fue la experiencia artística sino algo de índole personal. Mi viejo era un gran jugador de caballos y la familia de mi esposo (José Jaramillo) había sido dueña del casino de Mar del Plata hasta que Perón se lo expropió; hasta ese momento para él era como su casa, jugaba con los autitos debajo de las mesas. Entonces, a mí se me dio por ir a jugar al casino, así, de golpe. Ese verano me jugué todo lo ganado en la temporada, al punto que un día no tenía para comprarle un sachet de leche a Baltazar. Evidentemente yo necesitaba tener algo de mi viejo, acercarme a él de alguna manera, aunque fuera a través de su pasión por el juego. Después, te juro, nunca más volví a pisar un casino.
–Además de Guillermo Bredeston, ¿con qué otros galanes trabajaste en Mar del Plata?
–Yo creo que con todos: por ejemplo, con Claudio García Satur y Rodolfo Bebán; pero del que más imágenes grabadas en la cabeza me queda es de Bebán, que era tan, pero tan bello que no se podía creer. Muchos años más tarde mi hijo Baltazar fue el productor ejecutivo de Cartas de amor, la obra que protagonizaban en gira Rodolfo y Graciela Borges. Un día se enferma La Borges y me llama mi hijo para reemplazarla de golpe. Como era teatro leído no fue un toro complicado. Ahí conocí a un Rodolfo distinto. Me acuerdo que sacaba de una combi seis tachos de luces y él mismo se encargaba de armar la puesta de luces. Rodolfo era un verdadero hombre de teatro. Hoy no sé bien qué es de su vida, no consigo demasiada información. Algunos me dicen que está internado y a mí me gustaría ir a visitarlo, como hice con Pinky, cuando me enteré que estaba en una clínica geriátrica. Es que yo amaba a Pinky, de chiquita lo único que hacía encerrada en el baño era imitarla. Y también, sin darme cuenta, hacía Antígona, me peleaba con mi hermano y decía que quería enterrarlo. Es decir que yo siempre tuve en mí esas dos tendencias u objetivos: lo popular y el querer ser una buena actriz, el buen texto y conducir Gran hermano o ser jurado de “Bailando por un sueño”.
–¿Cuándo despegaste de las temporadas con los galanes para pasar a ser cabeza de compañía?
–Mi primera temporada inolvidable, como protagonista, fue Sabor a miel, a mediados de los ´70. Luego, hubieron otras, como Perdidos en Yonkers, que dirigió China Zorrilla. Esa fue una temporada extraordinaria: de noche llenábamos todos los días el teatro Auditorium con la obra de Neil Simon y por la tarde lo hacíamos con El príncipe feliz de Oscar Wilde (con adaptación de Marisé Monteiro), que dirigí y que finalmente ganó el Estrella de Mar al mejor espectáculo infantil. Yo, por mi parte, me llevé el de mejor actriz por el protagónico en Perdidos en Yonkers. Otra temporada gloriosa fue la de Made In Lanús: estrenamos el 19 de diciembre de 2001 cuando el país estallaba, y las calles estaban llenas de marchas, y sin embargo llenamos todo el verano, noche tras noche. Eso nos salvó –tanto a mí como a Ana María Picchio, Víctor Laplace y Hugo Arana, con quien compartía el elenco-, porque, como recordarás, corralito mediante se nos quedaron con todos los ahorros... Ese personaje que me tocó, esa Yoli que defendía a lo nacional, que defendía a la patria, fue inolvidable. También recuerdo aquella obra y aquella época por la generosidad de Ana María. Porque cuando a mí me convocan, el proyecto ya estaba armado: y a mí me ofrecen Mabel (el otro personaje femenino) porque Yoli ya era de Ana María. Entonces yo le digo al productor que muchas gracias, pero que Mabel no me interesaba y ahí me llama Ana María y me dice: “Te doy la Yoli, amiga”. Y hay que entregar la Yoli, ¿eh? Solo la Picchio lo puede hacer. Después la hicimos en Madrid y Barcelona y allí nos sucedió algo muy emocionante: los argentinos que habían emigrado a España huyendo del desastre argentino, en cuanto terminaba la función se acercaban al proscenio y gritaban: “Nos volvemos, nos volvemos”. Nos abrazábamos todos y llorábamos a mares.
–¿Qué diferencia encontrás entre aquellas temporadas y la actual?
–Las recaudaciones no son las mismas. Algunos dicen que las entradas están caras, pero es proporcional a lo que te sale comer hoy en día. Otra diferencia es que ahora se hace todo más liviano, las obras y las puestas son simples. Hoy hacer un Sabor a miel o un Perdidos en Yonkers sería muy complicado, sino imposible.
–Ahora que estás haciendo temporada tanto en Buenos Aires como en Mar del Plata, ¿encontrás alguna diferencia entre los distintos públicos? ¿El de Mar del Plata es más popular?
–Sí, el de Mar del Plata es más popular y se ríe mucho más. Lo que nos pasó acá con la obra estas semanas es de locos, la gente no para de reírse. Tal vez ayude que el teatro es más chico y entonces la gente está más cerca. En Mar del Plata la gente viene sí o sí a divertirse, es como que no tenemos que convencerla, ya la tenemos a nuestro favor. Ojo, lo que nos viene pasando en Buenos Aires desde el día uno, allá por mayo de 2020, fue y es único. Tanto allá como acá más que aplausos recibimos ovaciones y mucho grito. Yo a veces me pregunto: ¿Pero qué les pasa, estaremos haciendo Chéjov o Shakespeare y no me di cuenta?
–Antes había que tener éxito en Mar del Plata para luego continuar en Buenos Aires, ¿ahora es al revés?
–Sí, son pocos los espectáculos que ahora se estrenan en Mar del Plata. Como que todo tiene que venir aprobado por el público de la Capital. Antes, me contaba el otro día Carlos Rottemberg (el presidente de Asociación Argentina de Empresarios Teatrales y Musicales), se armaban espectáculos solo para Mar del Plata. Un ejemplo: las obras con los galanes. Eran un éxito y ahí quedaban, no proseguían en Buenos Aires. Ahora no dan los costos para eso. O estaban los que estrenaban acá y luego, tal vez, continuaban en la Avenida Corrientes o de gira.
–¿Estás conforme con el devenir de la temporada?
–No, no esperábamos esto. Yo estaba segura que el Ómicron nos iba afectar, pero no de esta manera. Me decían: “Callate, Solita, callate, si llega lo hará en abril”. Viste que los argentinos somos muy negadores... Yo me vine preparada, de alguna manera, para que la temporada no fuera un suceso, pero Vero y los productores no tanto. A nosotras nos va bien, pero nos está costando... Esta no es una temporada maravillosa. Es una temporada bien difícil, hay que remarla en dulce de leche pastelero.
–¿Se justifica el esfuerzo de desdoblar las funciones semanales entre Buenos Aires y Mar del Plata?
–Sí, se justifica, porque primero no le restamos funciones a Buenos Aires. Las de Mar del Plata son un agregado. Y como somos solo dos tenemos buenos porcentajes y entonces con lo que ganamos entre una ciudad y la otra podemos pagar a fin de mes todas las cuentas. No te digo que podremos también ahorrar, pero...
–Las temporadas teatrales en Mar del Plata también predisponían al amor, ¿cuántos romances viviste aquí, entre los públicos y los secretos?
–Cuando me separé de José, del que estuve casada entre los 18 y los 28, tuve varios romances en Mar del Plata, sí, también algunos reencuentros e hice cosas increíbles.... siempre con actores. Un día me acuerdo que uno de mis amores, que no quiere que lo nombre...
–¿Miguel Ángel Solá?
–Sí. No quiere que lo nombre y no sé bien por qué. De todos modos, cuando vino a la Argentina con su segunda mujer, con quien estaba haciendo Doble o nada, fui a verlo al teatro y pasé a saludarlo por el camarín. Al menos no me echó. De todos modos, no hablamos del tema. Él es así. Una vez, yo estaba caminando por los pasillos de Canal 13 con Antonio Gasalla y de golpe pasó él y me llevó puesta. ¡Me pechó! Me acuerdo que Antonio me dijo: “¿Pero qué le pasa a este con vos?” Nosotros ya habíamos salido... Luego tuvimos un encuentro en Buenos Aires y por último, un reencuentro en Mar del Plata. Nos habíamos conocido en Villa Carlos Paz, durante una temporada teatral. Él pasaba remando en kayak y La China me decía: “Cómo rema este pibe por vos”. Luego, empezó a enviarme poemas a través suyo. Lo nuestro fue una gran pasión, por él me separé de Jaramillo. Duró poco, solo dos años, pero fue sin dudas una gran pasión. Nuestro reencuentro en Mar del Plata fue breve; es más, aquí terminó todo, con una situación desopilante que no puedo contar.
–¡Contala, contala!
–Bueno, a ver... Un día él se va a una fiesta a lo de Carlín Calvo, en Constitución y yo pensé: “Este me está siendo infiel”. Porque esas fiestas se llenaban de minas divinas. ¿Entonces qué hice? Me fui para allá sin avisar y, sigilosamente, atravesé cuerpo a tierra todo el perímetro de la casa quinta. Sí, arrastrándome por el césped. Para esto, obviamente, primero tuve que traspasar los alambrados, donde me lastimé la espalda. Hasta que, toda embarrada, me le aparecí entre las plantas y le grité: “¡Hijo de p...!” Hoy recuerdo esa situación y no paro de reírme.
–¿Te gustaría este verano vivir nuevamente una historia de amor en Mar del Plata?
–Yo tuve hombres muy inteligentes al lado mío, en general siempre más grandes, y hoy... Con todo respeto a los señores mayores, ¿qué tendría que tener yo ahora?, ¿uno de 80 años? Los de 70 están con las de 50, los de de 50 están con las de 20... entonces no me queda demasiado para elegir, no tengo mercado. Un poco más y no están vivos (risas). Por eso dejé de mirar.
–¿Y sí o sí tendría que ser un señor mayor que vos? ¿No podría ser uno más joven?
–No, en este momento no me atrevería. Tal vez mis nietos varones lo aceptarían, pero tengo dos nietas que son iguales a mi hijo mayor, conservadoras, y no quiero darles ese disgusto. Podría ser tal vez un señor de 50 y que parezca un poco más, como para no horrorizar a la familia, pero no podría tener ahora un Mariano Franco (la pareja que tuvo a los 50, 21 años menor que ella).
–¿En serio? ¿Cuánto te pesa o te importa la opinión de tus nietas?
–Muchísimo. Ellas van a un colegio muy tradicional. Hace tres años, un día la Picchio me vino a ver para que contemos públicamente algo que habíamos pasado juntas cuando éramos chiquitas y le dije que no. En ese momento mi nieta mayor tenía 10 y no quería exponerla a ningún comentario, a ningún bullying. Ana María se enojó conmigo, yo participé desde el alma, pero no con mi presencia. Cuando mis nietas sean más grandes, tipo 15 años, me prometo hablar con ellas de otra manera. Tal vez entonces sí pueda decirles todo lo que pienso libremente, pero mientras tanto... Yo nunca me voy a olvidar cuando Baltazar tenía 12 años y, llorando, me dijo: “Vieja, por favor, en el colegio me toman el pelo, no te desnudes más”. En ese entonces yo hacía un topless en la obra El hombre elefante. Nunca más hice algo así. Esos ojos llorosos se me quedaron grabados en el corazón para siempre. No quiero que mis nietas pasen por algo así. Ellas no tienen la culpa de tener una abuela tan progre, por eso hoy decido ser más conservadora por amor a ellas.
Agradecimiento: Sheraton Mar del Plata Hotel.
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