Sky Rojo, una serie para ver con el volumen “al palo”
Su banda de sonido es una gran compañía para la acción de la serie que protagoniza Lali Espósito; Camaron, Paulo Londra, Lou Reed y KC & the Sunshine Band, cuatro ejemplos de lo frenética y cambiante que es la música
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Con “nuestra” starlette Lali Espósito como parte del elenco de la así llamada primera producción de “pulp latino”, la serie española Sky Rojo se estrenó apenas hace quince días y picó en punta en la plataforma Netflix. Con una segunda temporada ya confirmada para el mes de julio, los primeros ocho capítulos muestran la historia de Wendy (Lali), Coral (Verónica Sánchez) y Gina (Yani Prado), tres prostitutas en fuga de un night club de Tenerife. Si eso que Alex Pina y Esther Martínez Lobato, que captaron la atención del streaming con La casa de Papel y Vis a Vis llaman “pulp latino” tiene alguna referencia a lo Tarantinesco en el cine, habrá que buscarla pues en la banda de sonido. Con fuerte impronta latina y española, la música intenta transmitir intensidad y erotismo (sobrecargando las imágenes de impronta publicitaria) echando mano a un catálogo que va del bolero al reggaetón y que tiene su mayor aporte en los cameos del flamenco moderno.
“Perfidia” (Los Panchos, 1953). Popularizada en toda Latinoamérica por el trío mexicano-portorriqueño que puso al bolero en el centro de la música popular, “Perfidia” es pura genética audiovisual. Compuesta por el chiapaneco Alberto Domínguez Borrás en 1939 fue incluida, en versión instrumental de Xavier Cugat, nada menos que en la banda de sonido de Casablanca (1942) en un flashback en el que Humphrey Bogart (Rick) e Ingmar Bergman (Ilsa) bailan en un club nocturno de París. Ese imaginario la conecta con el burdel de Tenerife donde se dispara la acción de Sky Rojo. La marca sónica de Los Panchos es indeleble: esas guitarras que parecen batirse a duelo como espadas (¿El Zorro?) arrastran las del primer Gardel y prefiguran el sonido de Zitarrosa. Es tatuaje: “Te he buscado por doquiera que yo voy”.
“California Sun” (The Rivieras, 1964). Siguiendo hacia el norte en el mapa de América aparecen The Rivieras, uno de los tantos grupos (The Ventures, por caso) que popularizaron el rock instrumental de guitarras en el estilo surf que The Beach Boys convirtieron en una forma propia de arte pop. Para el álbum Let’s Have a Party ya incluían voces y tuvieron su primer y mayor hit con “California Sun” que los Ramones recuperaron como gesto retro para su tercer álbum Leave Home (1977). Quentin Tarantino trajo de vuelta toda esta discografía residual en sus películas que ya todo un manierismo pasa como insumo sonoro a la ficción streaming.
“Perfect Day” (Lou Reed, 1972). El clásico de Lou Reed incluido en el definitivo álbum Transformer y como lado B del sencillo de “Walk on the Wild Side” también tiene genética audiovisual. Para la generación de las raves es menos un diamante en bruto del glam rock que la canción central de Trainspotting (1996) que provocó su relanzamiento como simple y una posterior versión colectiva producida por la BBC. En modo de crooner sombrío, Reed entona algunos de los mejores versos sobre el amor que se hayan escrito (“Me hiciste olvidar de mi mismo/creí que era otro, alguien bueno”). Alguna vez dijo que se trataba más bien de “humor negro” pero lo cierto es que una vez que se escuchan las primeras notas tocadas por Mick Ronson (responsable de los arreglos) en el piano el resto del mundo desaparece. No hace falta inyectarse como el personaje de Trainspotting, en la voz de Reed sigue reverberando el flash.
“Odiame” (Bambino, 1973). Una de las mayores virtudes del soundtrack de la serie es abrir a una audiencia el fantástico mundo de la rumba y el flamenco, una de las pocas música folklóricas capaces de arrebatarle al rock & roll su febril intensidad. Bambino es el nombre artístico del cantaor sevillano Miguel Vargas Jiménez (1940-1999) y “Odiame” abría su octavo álbum, de 1973. De estilo dramático (“Odio quiero más que indiferencia”), Bambino se hizo conocer en la escena flamenca hacia mediados de los 60 con un apodo único: “el Príncipe de la rumba fatal”. Con sus dos minutos y once segundos rampantes, todo velocidad, “Odiame” es flamencore con el cantaor pidiendo en el límite de la afonía que su amante lo odie antes que ignorarlo porque “solo se odia a lo ya querido”. Esto sí que rompe todo.
“I’m Your Boogie Man” (KC & The Sunshine Band, 1976). Una que (hemos bailado) sabemos todos y que no se baja de la radio de clásicos ni con un misil teledirigido pero de la que conocemos muy poco. El misterioso KC (contemporáneo de King Crimson pero en el otro extremo de la sensibilidad pop) era Wayne Casey, un músico y productor con base en Miami que no es negro como parecieran indicar su voz y el irresistible estilo funk proto disco de hitazos quemapista como “I’m Your Boogie Man” incluido en el álbum Part 3. The Sunshine Band llevaba ese nombre en referencia a Florida (“The Sunshine State”) completando una identidad musical que Miami no había tenido hasta entonces. Los Bee Gees terminarían de globalizarla definiendo eso que, con Gloria Stefan, llamamos Miami Sound Machine.
“La leyenda del tiempo” (Camarón de la Isla, 1979). La saturación de música que tiene Sky rojo se hace evidente ya en el primer capítulo donde se pasa en una jukebox enloquecida de Paulo Londra a Camarón de la Isla, uno de los más grandes artistas del flamenco contemporáneo a la altura de un Paco de Lucía para que le tomen el peso. Gitano puro, el cantaor José Monje Cruz nació en Cádiz en 1950 y murió en 1992 convirtiéndose en una leyenda a la que se enterró con la bandera gitana y a quien hasta se le erigió un monumento en su pueblo natal, San Fernando. Camarón estableció una sociedad notable con De Lucía que se plasmó en nueve discos grabados entre 1969 y 1977. El álbum La Leyenda del Tiempo marcó un quiebre en el que Camarón, de la mano de Kiko Veneno, Tomatito y los hermanos Amador llevó al flamenco a un sonido entreverado con el estilo de fusión que Miles Davis había impuesto a partir de Bitches Brew. La adaptación de un poema de Federico García Lorca, las guitarras, la voz excelsa de Camarón y la irreverencia de un sintetizador electrónico convierten a esta pieza en una gema en la frontera de la música popular y la vanguardia.
“Rocks” (Primal Scream, 1994). Después de haberse montado en el groove hipnótico de “Simpatía por el diablo” para construir ese monumento dance-rock que es Screamadelica, el grupo de Bobby Gillespie inició un camino derivativo en el que el reciclaje es la norma. Para 1994, con el álbum Give out but don’t Give up hicieron su pasaje a un rock and roll genérico (la tapa del disco con la bandera confederada, todo un símbolo) que los ponía más cerca de The Black Crowes que de la banda madre The Jesus and Mary Chain. Muy parecido al movimiento de ajedrez de The Cult con Electric (1987), este pasaje quedó congelado en “Rocks” que abre la serie con una imagen de ruta que se corresponde con la imaginería (y los clichés) de la canción. Un anticipo del conservadurismo cool que acapara posiciones en la cultura.
“Duele” (Bomba Estéreo, 2017). La parte más contemporánea del soundtrack de la serie acerca posiciones con todos los géneros derivados del hip hop como paradigma sónico de los últimos veinte años. Con Li Saumet (voz) y Simón Mejía (dirección musical), el grupo colombiano tomó el Stereo de Soda (pero con E) como referencia de una vocación de proyección internacional que consiguieron a partir de una de las mejores adaptaciones de la música regional (cumbia, champeta) a los ritmos digitales y la energía del rap. En “Duele” aparece todo eso junto: un rasguido de guitarra pop como memoria de los 80 y luego la explosión del beat acompasado por un arabesco electrónico ATP (a todo perreo) que guía hacia un laberinto hipnótico de efectos y microarreglos.
“Tal vez” (Paulo Londra, 2019). Lo primero que hay que decir de “Tal vez”, que aparece muy pronto en la serie, es que es la canción más escuchada del cordobés en streaming con casi 419 millones de clicks. Una cifra incendiaria (pensemos que en esta misma playlist un clásico transgeneracional como “Perfect Day” llega a la cuarta parte) que da cuenta del fenómeno de la mezcla del reggaetón con lo que por décadas se llamaba indistintamente “música melódica”. Londra intercambia rimas ingeniosas (“es tan inteligente como Einstein”: pronúnciese Jeinstein) para cantar sobre una piba “con demasiado flow” que en el fondo podría ser la misma protagonista de “Perfidia”. “¿Qué me que queda hacer, tango?”, se pregunta el joven Londra (1998) en el pasaje autorreferencial del final para luego concluir: “Cansado de hacer todos los géneros, vamo’ a inventar algo nuevo ya”. Vamo’ a ver…”.
“Better” (Andrea Rocha, 2019). Padres mexicanos, ciudadanía canadiense, residencia en Londres, origen en la música clásica, reconversión al electro-pop latino. Todo eso aparece como una ráfaga de neón cuando se busca información sobre Andrea Rocha cuyo mix feminista de inglés y español, electrónica, mambo y reggaetón ya se había escuchado en otra serie española: Vis a Vis. “Better” es un eslabón más en el esterotipo de lo latino que se fue adaptando al sonido de cada época, de Carmen Miranda a Shakira. De violonchelista a productora y cantante, la Rocha tiene editados dos discos en 2019 con potencial para impactar en el mercado del pop latino 2.0. Es probable que el éxito de Sky Rojo la empuje. O quizás quede como un souvenir de época en el futuro. Quién sabe.
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