Silvio Soldán: el sueño de ser actor, su relación con el dinero, el recuerdo de Silvia Süller y la “chiquilina” que conquistó su corazón
El conductor y locutor hace una pequeña pero muy vistosa participación en El método Tangalanga, película que llega a los cines este jueves; en diálogo con LA NACION, habló de los deseos que lo motivaban en los comienzos de su carrera y contó cómo es su presente sentimental
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El nombre como definición, como marca de identidad, y también como destino profético. Silvio Soldán, el gran conductor de la televisión argentina, se llama en realidad William Silvio: William por Powell (estrella de Hollywood, protagonista de la saga de The Thin Man que años después inspiró a la serie Los Hart); y Silvio por Spaventa, figura del cine y radioteatro nacional de los años 30. ¿Cómo no se iba dedicar al arte con semejantes antecedentes?
Y sin embargo el camino del actor le fue esquivo -con una docena de papeles menores y otro tanto de proyectos frustrados-, a la par que el de animador televisivo se rindió a sus pies. Visto así, la película El método Tangalanga funciona a modo de compensación astral. En la fantasía con disfraz biográfico dirigida por Mateo Bendesky, Soldán interpreta a un hipnotizador llamado Conrado Taruffa, de modos elegantes e impostado acento español, que convierte al apocado protagonista a cargo de Martín Piroyansky en el conocido vengador telefónico.
“El mundo es un lienzo, y mi voz es el pincel”, dice este Silvio ibérico de la ficción, al que el conductor imaginó como una mezcla de Alberto Closas [”con quien tuve mucha relación”] y Narciso Ibáñez Menta [”al que conocí bastante y de joven me gustaba imitar”].
-¿Le gustaba el humor de Tangalanga?
-Me reía, pero también me parecía muy cruel lo que hacía. Era como un tipo pegándole a un bebé. El bebé no tiene forma de defenderse, y en este caso la víctima no tenía forma de defenderse. A mí me encanta todo tipo de humor, pero el número uno siempre va a ser Juan Verdaguer, del cual tuve el orgullo de ser su amigo.
-¿Conoció a Tangalanga en persona?
-En una oportunidad lo iba a entrevistar para un programa de televisión que yo hacía en cable, que se llamaba Te quiero tango. Pero la grabación se comenzó a atrasar, pobrecito, estuvo como dos horas esperando, hasta que se tuvo que ir porque tenía otro compromiso. Nos dimos un abrazo y nunca más lo ví.
-¿Se puede considerar este papel en el cine como un quiebre?
-Mi participación es un quiebre en la historia, porque es cuando desaparece el timorato y se convierte en el tipo dicharachero.
-Me refería a su carrera.
-No, no creo. Lo siento como algo que me gustó, y que hice con mucho gusto. A lo largo de mi vida tuve varias oportunidades de hacer cosas importantes en cine y en teatro, que no salieron por distintas circunstancias. Cuando tenía veinte años hacía teatro independiente y me convocaron para el papel principal en la obra Ninoshka. Pero yo estaba haciendo el servicio militar, le pedí permiso a los milicos y me dijeron que no. Mi papel lo hizo Ignacio Quirós, y así comenzó su carrera. Años después, yo había escrito la canción “Hoy he visto pasar a María”, con música de Hugo Marcel, que fue un éxito; Enrique Carreras me llamó para hacer una película a partir de esa historia, pero tampoco se dio.
-Cuántos contratiempos para un hombre que tenía marcado el destino en su nombre...
-(Se ríe). Sabés que a mí nunca me gustaron mis nombres, ni William ni Silvio. William me parecía una fanfarronada, los que me conocían podían creer que me quería hacer el inglés o el norteamericano. Y Silvio siempre lo ví como un nombre muy débil, aun cuando hoy hay muchos tipos de arriba de 40 o 50 años que se llaman Silvio por mí o por Marzolini. Mi vieja me llamó siempre William, mis tíos y primos también.
-Raro que no se puso un nombre artístico.
-Lo tuve. Me hice llamar primero Carlos del Mar, después Juan Carlos Soldán, y finalmente me quedé con Silvio Soldán. William no lo usé nunca porque me parecía que estaba robando una identidad.
-Fue la época en que todo el mundo le decía que no servía para el arte, que se dedicara a otra cosa.
-Eso fue después. En el año 1957, yo hacía teatro independiente, estudiaba abogacía, carrera que abandoné por falta de recursos económicos, y hacía bolos como actor. Un día, el director de Radio el Mundo, Armando Discépolo, hizo un concurso buscando la “pareja juvenil del radioteatro de 1957″. Me anoté y gané. Esos fueron mis comienzos.
-La locución todavía era un sueño.
-La locución en mí no llegó por vocación sino por hambre. Era muy pobre de verdad, y los locutores ganaban mucha guita, en ese momento los llamaban “los monstruos sagrados de la televisión”. Cacho Fontana, Colomba, Víctor Andris, eran un grupo como de veinte que ganaban fortunas, y yo quería enganchar algo para poder comer. Un día, a un amigo mío que trabajaba de cadete en una agencia de publicidad, le pedí acompañarlo a llevar unos avisos a Canal 7. Fuimos y me puse a merodear por la cuadra hasta que me encontré con Martha Reguera, que era una gran directora, y le pedí hacer algún aviso. Después de varios días, en los que yo seguía por ahí, me dio para decir una publicidad de Té Crysf. Lo aprendí de memoria, lo dije en cámara y cuando terminé me llamó al control: “Andate, la televisión no es para vos -me dijo a los gritos. No servís para esto y no te quiero ver nunca más”. Me pegué un susto tan grande que me fui. Pero seguí insistiendo y acá estoy.
-Algo parecido le pasó con el teatro.
-Sí, en el Teatro Nacional frente a Carlos A. Petit y Adolfo Stray. Qué vergüenza. Habíamos ido con mi hermano de la vida, Dino Ramos, a hacer una prueba. Presentamos un sketch de humor tan ridículo, que Carlos nos llamó aparte y nos dijo: “Esto no lo hagan nunca más. Dedíquense a otra cosa porque no tienen ni idea”.
-Y tuvo razón, parecía inevitable que su destino estaba en la televisión. Lo curioso es que fue con dos ciclos que usted heredó, porque Grandes valores del tango había estado conducido previamente por Hugo del Carril y Juan Carlos Thorry, y Feliz domingo para la juventud por Orlando Marconi.
-La gente me recuerda a mí por una cuestión de permanencia, porque los hice durante más de veinte años a cada uno. Con respecto a Grandes valores, Hugo del Carril no se sentía cómodo. Se fue diciendo: “Esto no es para mí, yo soy actor de cine y cantante de tangos”. Y luego, lo que pasó con Thorry fue que un día se cansó del ambiente artístico, consiguió unos mangos y se compró un hotel en Necochea. Estaba cansado de la farándula. Enseguida Romay me llama a mí, porque yo ya le había hecho un par de reemplazos. El pobre Juan Carlos a los tres meses se fundió, porque ser hotelero y artista son dos cosas muy distintas, pero nunca intentó recobrar su lugar. Éramos muy amigos, un gran tipo.
Sandro, Silvia Süller y el renacer del amor
-Antes hablábamos de Grandes valores y me gustaría preguntarle por el especial que emitió Canal 9 hace algunas semanas, y especialmente por la aparición de Fátima Flórez como Silvia Súller. Una verdadera sorpresa.
-Fue una idea mía, yo mismo se lo pedí a Fátima. Fue simplemente para darle un toque de humor, algo que el ciclo siempre tuvo. Fue simplemente recordar que ella surgió ahí, con la ruleta. A mí me pareció una cosa simpática, pero no ví la reacción de Silvia.
-¿No tienen ningún tipo de contacto?
-Para nada, ninguno. Pero lo del programa no fue tampoco una cosa agresiva. Además me dijeron, porque yo no manejo nada de redes o Internet, que a dos días de haber salido el especial tenía 70 mil visitas, y 200 mil el segmento de Silvia. Se ve que a la gente le interesó.
-Usted siempre fue muy reservado con su vida privada, por eso siempre me dio la sensación de que si la separación de ustedes no hubiera sido tan mediática, podrían haberse reconciliado.
-Lo que se vio de mi vida personal no lo mostré yo, lo mostraron otros. Con respecto a tu apreciación no, no había ninguna posibilidad. Yo soy un tipo muy terminante, cuando las cosas se terminan, se terminan. El cristal no se puede recomponer. Pasaron muchas cosas, estaba muy deteriorado todo.
-A lo largo de esta charla apareció repetidamente su faceta de autor de canciones. Quisiera preguntarle sobre tu colaboración con Sandro, y el rol preponderante que tuvo en su llegada al género romántico.
-Yo en 1967 hacía un programa que se llama El Special, donde se presentaban los más grandes artistas del mundo, desde Rita Pavone a Nino Bravo. Al mismo tiempo, junto con Dino Ramos habíamos presentado dos canciones en el Festival Buenos Aires de la Canción, y estábamos ahí para ver cómo nos iba. En eso Antonio Carrizo, que era el conductor, presenta a Sandro. Todos pensamos: “¿Qué tiene que hacer acá?”. Porque él era rockero. Se abrió el telón de la Sala Casacuberta del San Martín y apareció, con un smoking impresionante, una camisa con jabot, moño, y empezó a cantar “Quiero llenarme de tí”. Fue una cosa espectacular, terminó y fue una ovación.
-Y dijo: “Lo quiero para mi programa”...
-Pero claro. Llegué a casa y llamé al productor, Miguel de Calasanz, para decírselo. Me respondió: “Vos estás loco. El nuestro es un programa elegante, distinguido, cómo vamos a traer a uno de campera de cuero con tachas que se tira al suelo. Ese tipo no puede cambiar”. Y me cortó el teléfono. Al día siguiente insistí pero nada, él pensaba que yo le quería arruinar el programa.
-¿Cómo lo hizo cambiar de idea?
-Terminó el festival, y por supuesto Sandro ganó cómodo. Cuando llegué esa madrugada a casa, me suena el teléfono y era el productor de El Special: “¿Vos tenés el número de teléfono de Sandro?”. A la semana debutó en el programa, y comenzó Sandro de América.
-Entonces, ¿la canción que compusieron juntos fue a modo de agradecimiento?
-No creo. Nosotros teníamos ensayo general a las cinco de la tarde, y como con Sandro había muy buena onda solía venir a mi camarín o yo al de él, estaba siempre con la guitarra. Y un día nos ponemos a probar juntos, él tocando, yo escribiendo, y salió “Cuando existe tanto amor”. Algo muy generoso de él fue que puso el tema del otro lado del simple de “Rosa, Rosa”. Vendió como tres millones de discos. Siempre digo en broma, que yo iba a cobrar los derechos en Sadaic en un camión de caudales (risas). La verdad es que en esa época gané mucha guita.
-¿Hoy tiene mucha plata?
-La plata no es para guardar, la plata se gasta.
-O sea que si sigue trabajando es por necesidad.
-En realidad no, podría estar sin trabajar. Tal vez no haciendo demasiadas cosas, pero sí. Es que yo no tengo gustos raros, nunca me drogué, tomo alguna cerveza o algún vino pero con la comida. No tengo vicios, solamente las mujeres. Aunque ahora las miro nada más (risas).
-¿Está en pareja?
-Tengo una noviecita, una chiquilina de 56 años. Y digo “chiquilina” porque yo tengo 87, así que imaginate que al lado mío es una jovencita.
-¿Conviven?
-No, pero ella viene seguido y me ayuda. Me gusta vivir solo, pero la verdad es que amo de casa nunca fui, no sé hacer nada. Por ejemplo la comida, cuando no compro delivery o me voy a comer con mis amigos, no paso de hacer una pata y muslo a la plancha. Y en realidad gracias a la pandemia, porque antes no sabía ni eso.
-Siempre se lo ve y se lo escucha extremadamente correcto, impecable, tiene algún defecto cotidiano que quiera confesar, ¿pone los pies arriba de la mesa?
-Ahora no se me ocurre ninguno. Por supuesto que a veces meto la pata como todo el mundo, pero en general soy de costumbres bastante presentables.
-¿Y una virtud?
-Que a pesar de que la actuación no se me dio como lo soñé en algún momento, yo me considero un artista. Porque lo que hago es entretener a la gente, y eso me hace inmensamente feliz.
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