La periodista recibió a LA NACION y conversó sobre su presente laboral, la profunda fe religiosa que la ayudó a superar los momentos más tristes de su vida y el proyecto que la une a su hijo de 26 años
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“En los medios hay mucha política y yo nunca me dediqué a eso. Por otra parte, están muy embanderados, encendés la televisión y ya sabés qué va a decir cada quién, no es mi caso”. En una frase, Silvina Chediek define el medio al que ingresó azarosamente y que la convirtió en una comunicadora que hizo de la entrevista pausada -donde el reporteado y sus ideas son las estrellas- un estilo de enfrentar las cámaras.
“Me interesa meterme en el alma de la gente, así que, si alguien tuviera ganas de pensar en entrevistas hechas por mí, estaría feliz de escuchar esa propuesta”, dice de entrada, sentada en el luminoso living del piso de Recoleta que comparte con Jorge, su novio. Se disfruta charlar con ella.
“Lo que más me gusta hacer es escuchar a la gente y aprender de lo que me cuentan. Gran parte de lo que puedo llegar a saber de la vida tiene que ver con lo que he escuchado de las personas”. Sentido común en estado puro y una definición de un tipo de periodismo televisivo cada vez menos frecuente.
Reconocernos, Confesiones al oído, El gusto es mío y el vigente Letra y música -que cuenta también con su versión “escénica” en vivo- son algunos de los formatos donde la periodista desarrolló el género.
Así como es una excelente entrevistadora, es mucho menos frecuente encontrarla en el rol invertido, contando sobre su propia vida. La charla con LA NACIÓN permitirá toparse con una mujer plantada a sus 62 años que atravesó un matrimonio veloz con el periodista Jorge Lanata; padeció la viudez cuando, con poco más de cincuenta años, murió su marido Patricio; y se atrevió, luego de mucha resistencia de su parte, a transitar un nuevo amor mediado por la hermana de su marido fallecido.
De todo eso y más tiene ganas de hablar, justo cuando se cumplen cuarenta años del estreno de El espejo para que la gente se mire, con Víctor Hugo Morales y César Mascetti, el programa que hizo debutar a la entonces profesora de inglés como cronista de una manera realmente inesperada. Luego llegaría Imagen de radio, con Juan Alberto Badía, y tantos programas más.
-No sos de hablar mucho sobre vos.
-Prefiero escuchar a otros.
Ofrece unas galletitas deliciosas porque “como descendiente de libaneses no puedo no darte de comer”. A lo largo de su carrera, Chediek parece no haberle temido a los desafíos. Junto al músico Esteban Morgado llevó Letra y música al teatro y se atrevió a hacer Morgados + Chediek en el Maipo, “era un show lisérgico”. También protagonizó Monólogos de la vagina, “me atreví porque era semimontado”, se justifica, aunque confiesa que su verdadera vocación es la actuación. “Pronto podré hacer de la abuelita que todos tenemos cerca”.
-Podrías interpretar algún papel intermedio antes de llegar a esa instancia.
-¿Por qué, no? De todos modos, tengo edad para ser abuela y tengo nietas que me dejó Patricio.
Siendo una adolescente, estuvo a punto de hacer cine con Leopoldo Torre Nilsson. En un funeral, se cruzó con la escritora Beatriz Guido, esposa del director, quien pensó que reunía las condiciones para el papel que debían cubrir en el film Fiebre amarilla. El fallecimiento del director truncó el proyecto. “Con los años, Pablo Torre, hijo de Lepoldo, me trajo un proyecto, pero no me animé”.
Cuando enseñaba inglés en un colegio bilingüe de Palermo Chico, el dramaturgo Juan Carlos Cernadas Lamadrid daba clases de teatro y ella no dudaba en sumarse para participar de la aventura.
-¿Qué estás haciendo ahora?
-Grabé una serie de treinta podcasts, que se pueden escuchar en todas las plataformas, y que se titulan Mil gracias, donde entrevisto a diversas personalidades. Además estoy desarrollando un proyecto creado por mi hijo Pablo y un amigo de él que es netamente visual.
Entre la paz y la Argentina
-Decías “me interesa meterme en el alma de la gente”. Si me meto en tu alma, ¿con qué me encuentro?
-Con una persona que busca la paz permanentemente porque, seguramente, no la tiene del todo incorporada.
-¿No?
-Cuando me dicen “transmitís mucha paz”, yo no me siento así, tan pacífica; aunque no soy adicta al conflicto, le huyo, me pongo muy nerviosa cuando la gente no se entiende. A veces hasta están diciendo lo mismo, ¿por qué no se escuchan? ¿por qué perderse el enriquecimiento de la diferencia?
-Bienvenida a la Argentina.
-La tierra donde nos creemos los más vivos del planeta, pero algo hicimos mal para estar como estamos. Haría un seminario para revisar la viveza criolla. ¿Qué nos pasa?
-Hablás del enriquecimiento de la diferencia, pero en nuestro país, la disidencia se convirtió en un flagelo y hasta en un negocio.
-Acá se habla de enemigo y no de adversario, si hasta (Juan Domingo) Perón y (Ricardo) Balbín se abrazaron.
-Reconozcamos que estaban en sus momentos finales.
-Aunque sea de última, ¿no dejaron un mensaje?
-Nadie tomó esa posta.
-Me entristece mucho. En mi alma vas a encontrar esa búsqueda de paz, el deseo inmenso de ver a nuestro país pacificado y con la educación que alguna vez tuvimos. Uno piensa con la cantidad de palabras que tenemos a disposición; la piña no entra donde hay un diálogo, pero cómo se puede dialogar si no se tiene un vocabulario, si se manejan pocas palabras.
-Estamos hechos de lenguaje.
-Por supuesto, si me preguntás que encontrás en mi alma, te diría palabras.
-¿Qué pasa cuando ves la televisión actual?
-Veo mucha y no la critico. Es un negocio, se buscan formatos que funcionaron afuera y hay muchos paneles porque son programas más económicos de hacer, que ciclos como era El espejo... También veo entretenimientos y algunos realities me divierten más que otros.
-¿Te ofrecieron ir al Bailando..., Cantando... o MasterChef Celebrity?
-Hace mucho me ofrecieron ir al Cantando porque me gusta mucho cantar, pero no me animé.
-¿No te llamaron de MasterChef Celebrity?
-No, nunca.
-¿Sabés cocinar?
-No, así que lo pasaría muy mal en ese programa.
Un terruño llamado Recoleta
-A la hora de entrar al medio televisivo, ¿te pesó el lugar dónde naciste y te tocó crecer? ¿Padeciste el prejuicio de ser “cheta”?
-Nací en Barrio Norte, pero tenía calle. Iba al colegio a la mañana y, como era buena alumna, la tarde me la pasaba en la calle. En la otra cuadra vivía Maitena, imagínate si no era copado estar en la calle con ella. Parábamos en un quiosco, el de Rosita, una precursora del maxiquiosco. Si no teníamos plata nos fiaba, había cuenta corriente.
-¿Dónde naciste?
-Nací en Libertad, entre avenida Alvear y Posadas, en un edificio que iba a ser de Juan Duarte. Cuando lo mataron, se paró la construcción y, años después, se retomó. Mis padres lo inauguraron.
Su padre era de Río Negro, pero criado en Tigre, y su madre era oriunda de San Fernando. Su papá tenía un garaje en la calle Uruguay y debió sortear más de un altibajo económico, acorde a los tiempos del país. “Crecí en un barrio cheto, pero no vengo de una familia patricia. Mi viejo se hizo de abajo y no terminó la secundaria. Mi madre era docente. Ambos fueron geniales, anclados en la realidad, buena gente. No crecí en una familia frívola”.
-El prejuicio puede recaer sobre quien vive en Avenida Alvear como en quien habita el Barrio 31. En definitiva, se trata de preconceptos.
-Los prejuicios son multidireccionales.
-¿Dónde te educaste?
-Primero fui a un colegio que me marcó mucho y que ya no existe más. Mi vieja me inscribió ahí porque quedaba cerca de casa. Éramos pocos por curso y los maestros te llamaban por el nombre. Luego pasé al Lenguas Vivas, en donde había cuarenta chicos por aula, pero fue un baño de realidad.
La conductora también reconoce que ingresar al staff del programa El espejo... fue su otro “baño de realidad” y que “hablaba de determinada forma y luego se me pasó”. Y no duda en aclarar que las comodidades de las que pudo haber gozado de niña y adolescente también tuvieron sus altos y bajos. “Odio la frase ´zona de confort´, porque si naciste en la Argentina y tenés mi edad, la ´zona de confort´ no la conociste”.
Fanática de River Plate, Chediek afirma, como si hiciera falta: “Nunca me creí nada y no pienso cambiar eso, aunque sí algunos otros aspectos”.
-¿Qué cambiarías de vos?
-Sería más proactiva, iría en busca de las cosas. Este es el tiempo de ser así, pero no me nace.
El dolor y la fe
Silvina Chediek enviudó a los 54 años, luego de 24 años junto a Patricio, su marido y el padre de Pablo, el hijo del matrimonio que hoy tiene 26 años y que, cuando sucedió aquella tragedia, contaba con 18.
“Me enamoré muchas veces, pero el amor verdadero lo conocí con él. Conocí el amor a los treinta años y me dije ´ah, era esto´”. Durante años, no pudo hablar públicamente sobre el tema. “Adoraba a Patricio. Estuve en carne viva durante mucho tiempo. No tenía pensado separarme de él jamás y la vida me lo arrancó de golpe”.
En julio de 2016, a los 66 años, Patricio Feune de Colombi padeció un infarto fulminante en su domicilio. “Estoy feliz por no haberlo visto sufrir, pero no pude prepararme para eso”.
-¿Cómo fue la vida junto a él?
-Primero nos ensamblamos con los dos hijos de él. Ahí ya sabés que no sos el centro de esa persona y eso está bueno. Me cuesta mucho entender a las mujeres que están con hombres que dejaron a sus hijos en el camino. Yo me enamoré de muchos aspectos de Patricio, pero una de ellas era verlo cómo actuaba como padre. Me encantaba ver cómo hacía los deberes con sus hijos y que no negocie que fin de semana por medio y todos los martes ellos iban a estar con nosotros, y que las vacaciones también las pasaríamos todos juntos. Por eso también fue un excelente padre para nuestro hijo.
-¿Tenía alguna dolencia preexistente?
-No era candidato al infarto. No fumaba, hacía deportes. Nuestro cardiólogo nos dijo “fue injusto”.
Chediek es una mujer de fe. Aunque ello no impide sufrir ante una desgracia como la que le tocó transitar, la creencia en Dios le posibilitó una mirada profunda sobre lo sucedido. “Con fe, pensás que la vida no se termina ahí, que te van a sostener las oraciones y los rezos de muchas personas que estuvieron ahí. Desde ya, en primer lugar, estuvieron mi familia y los amigos, pero hubo muchas personas rezando por nosotros. Cuando creés en la trascendencia, encontrás consuelo, aunque no es algo que suceda tan rápido”.
-Ante un hecho de este tipo, mucha gente se “enoja” con Dios.
-Cuando sucede algo así con un chico, cuando se siente que la vida se ensaña, puede sucederte ese enojo; pero si creés, entendés que a todo el mundo le pasan cosas. El mundo está gerenciado por nosotros, le pedimos demasiado a Dios, aunque existen los milagros. En el fondo, creo que ser creyente es creer en el misterio, en algo que no voy a poder entender y que mis palabras no alcanzarán porque es una experiencia.
-¿Cómo nació esa forma de pensar la existencia y la trascendencia?
-Si no hubiese conocido al padre Mario Pantaleo probablemente no sería así. De hecho, no tuve educación religiosa en los colegios, en donde me eduqué.
-¿De dónde viene la fe?
-Soy muy creyente de muy chiquita y no sé por qué.
-¿Herencia de tus padres?
-Eran creyentes, pero no practicantes. Mi madre empezó a ir a la iglesia de grande.
La periodista también menciona su vínculo con el sacerdote y poeta Hugo Mujica y con el padre Juan Pablo Jasminoy, quien se desempeña en el colegio Madre Teresa de la localidad de Virreyes.
-¿Cómo fue tu vínculo con el padre Mario?
-Durante mucho tiempo llegaba a él de casualidad, luego conduje las cenas solidarias y hasta conocí el lugar donde nació, en la Toscana italiana.
El padre Mario era considerado “sanador”. La periodista puede dar fe de ello. Cuenta que la persona que la tomó para enseñar inglés en el colegio, en donde dio clases durante cinco años estaba desahuciada y que la acompañó varias veces a visitar al sacerdote. “Sanó cuando eso no era posible”. También habla de Perla, quien se convirtió en mano derecha del sacerdote ya fallecido, “ella fue sin creer”.
El amor después del dolor
Luego de enviudar, la vida le dio una nueva oportunidad, algo que se dio de una manera bastante particular, ya que fue su cuñada, hermana de su esposo fallecido, quien intercedió presentándole a quién hoy es su novio.
-¿Cómo fue?
-Mi cuñada Cristina me dijo que me quería presentar a su vecino viudo, pero yo no quería saber nada, no estaba lista. Pasó bastante tiempo hasta que empezamos a hablar. Hablamos mucho. Es que no quería sufrir de nuevo, aún estaba cicatrizando.
-Él te esperó.
-No es una persona que se caracterice por ser paciente, así que valoro mucho esa paciencia que me tuvo. Después de un tiempo, me atreví a iniciar una relación con Jorge, quien no tiene nada que ver con el medio.
-El gesto de tu cuñada habla muy bien de ella y del vínculo entre ustedes.
-Nos queremos mucho. Ella me veía muy joven a mí y lo quiere mucho a él, lo sentía un buen hombre y que no merecía quedarse solo. Yo le decía “qué me importa”, no quería ni conocerlo. Cuando lo conocí, pasó mucho tiempo hasta que estuve lista.
Hoy, Chediek se enorgullece de también haber conocido a la mamá y a la hermana de Maite, tal el nombre de quien fuera la esposa de su novio. “Los dos queríamos muchos a nuestros amores”.
-Muy sano el vínculo que establecieron.
-Yo sé estar sola. Estuve mucho tiempo lamiéndome mis heridas, me hizo muy bien trabajar en tele y radio en ese momento, y tenía a mi hijo, que debía seguir con su vida, y ese era un incentivo para mí. No me importaba nada estar sola. Nada de nada. Es que no podría estar con alguien porque sí, solo para no estar sola, no me parece que sea bueno, no me va.
La periodista define su relación con Jorge como “el amor después del dolor” y reconoce que “Patricio y Jorge y Maite y yo somos muy distintos, aunque tenemos cosas en común”. En plan de sinceramiento, dice con naturalidad “nos confundimos los nombres”.
-¿Se confunden los nombres?
-Sí, lo llamo Patricio a Jorge y él me dice Maite. Como somos viudos, nos entendemos. Y las fechas clave nos respetamos un montón.
-Patricio y Maite deben estar felices.
-Ellos nos unieron. A veces digo, delante de él, “Maite, ¿qué me mandaste?, Maite, ¿qué le contesto?”.
Lanata, su otro ex
-¿Te molesta cuando se habla del matrimonio más corto del espectáculo argentino?
-No, no me molesta para nada. Hay gente que estira vínculos que ya saben que no van a andar y se quedan juntos un par de años, eso da menos para hablar a los demás; en este caso fueron cinco meses.
A comienzos de la década del noventa, cuando Chediek y el periodista Jorge Lanata se casaron no faltaron las miradas de asombro, quizás el prejuicio -una vez más- opinando desde el afuera caprichosamente. Todo duró muy poco, pero la resolución estuvo muy lejos de convertirse en un escándalo mediático. “El paso del tiempo hace que lo recuerde sonriendo, no tengo ningún tipo de rencor. Solté eso hace mucho tiempo, pero me hace gracia que treinta y tres años más tarde aún haya un eco”.
-¿Te lo recuerdan mucho?
-Me preguntan hasta los taxistas. Nunca hablo de política, pero si alguna vez digo algo en Twitter, que alguien pueda entender que tiene resonancia política, me tiran con eso por la cabeza.
-¿Qué respondés?
-Jamás contesto. Para mí es como agarrar una Radiolandia amarillenta.
-Luego de la separación, ¿tuviste trato con Lanata?
-A los dos años, que es el plazo mínimo que te dan para separarte, nos vimos para hacer el trámite y nos reímos.
-¿Lo escuchás en la radio o lo mirás en televisión?
-Si hay un tema que me interesa, sí. Si subo a un taxi y lo están escuchando no pido que cambien de programa.
-No es algo que te crispa.
-Para nada, en lo más mínimo. Si me lo cruzo no tengo ningún problema, no pasa nada.
-Siempre has mantenido la discreción sobre estos temas.
-No di notas cuando me separé de Jorge (Lanata), ni cuando enviudé. No me interesa ponerme en modelo de nada. Si la gente se inspira sola con lo que ve en mí, es una cosa, pero yo no me voy a poner en el ejemplo de la resiliencia. Lo mismo sucede con la educación de un hijo, es preferible que aprenda por lo que ve que hacen sus padres y no por lo que declaman.
Otro dolor
En mayo del año pasado falleció su mamá. “Estuvo lúcida hasta el final, pero sufrió mucho su enfermedad. Acompañarla fue un privilegio”.
-¿Qué te legó?
-Al igual que mi viejo, me dejó la dignidad. Además, la generosidad y el buen trato con las personas, sobre todo con quienes no tuvieron tus mismos privilegios. La verdadera clase, que la puede tener una persona muy humilde, está en cómo hace sentir al otro, cómo tratar a los demás. Mi madre hizo sentir bien a todos. Era sencilla y elegante por naturaleza solo se pintaba los labios, porque, si no lo hacía, se sentía desnuda”.
-Vos también tenés un estilo propio, muy austero, algo etéreo.
-Soy clásica, ves una foto mía de hace veinte años y es más o menos lo mismo de mi manera de vestir hoy. No me toqué la cara, pero eso es por ahora, no digo que nunca me operaré.
Vuelve a repetir que al living aún le faltan cuadros y se obsesiona con un caño roto en proceso de reparación que deja traslucir un remiendo atrevido en el techo que no se condice con la elegancia del lugar.
-Definite en una oración.
-”En lugar de decir todo lo que pienso, pienso lo que digo”. Cerrá la entrevista con esa frase.
-Hecho.
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