Silvia Peyrou: de la etapa más difícil de su vida a trabajar con Gloria Gaynor y el cómico que se enamoró de ella
La actriz y sex symbol de los ‘80 y ‘90 reflexiona sobre la cosificación de la mujer en esos años, habla de los capocómicos con los que trabajó y de cómo debe lidiar aun hoy con sus experiencias más traumáticas
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Silvia Peyrou tenía apenas 15 años cuando un productor la vio en una confitería bailable y le propuso hacer televisión. Dos años después recorrió Bolivia, en gira con Armando Manzanero y Gloria Gaynor. Pero todavía no era la chica de pelo colorado, eso sucedió en 1984, cuando estaba haciendo Las mil y una de Sapag y encontró esa manera de destacarse. Acompañó a los grandes capocómicos y a las vedettes de los ‘80 y ‘90 en teatro, cine y televisión y de todos guarda alguna anécdota. En diálogo con LA NACION, Peyrou recorre su vida, cuenta que sufrió abusos y cómo los superó, y revela por qué no puede estar en pareja.
Sus días están ocupados, especialmente en preparar los talleres de teatro y entretenimiento para adultos mayores, que dependen del gobierno de la Ciudad. “Siempre tuve el deseo de hacer algo que me satisfaga, y hace doce años me aceptaron este proyecto y arranqué trabajando en el Hogar San Martin, con adultos mayores en situación de calle- explica entusiasmada. Además armé un personaje de una abuela de 80 y pico de años para una obra de teatro que hacemos con Esteban Parola, Carmela, con la que ganamos un premio declarado de interés cultural. La vamos a reponer en marzo en el Teatro Multiescena y es la historia de una actriz que está en una residencia y que compitió toda la vida con Tita Merello, muy divertida. La dirección es de Fabiana Sarmiento. También estamos ensayando otra comedia, Cómo evitar enamorarse de un boludo, que vamos a hacer en el Multiescena a partir abril, y en gira, con Fernando Rodríguez Dabove, dirección de Jorge Scorpanitti, producción de Claudio Cabré y libro de Marcelo Puglia”.
-¿Por qué te interesa trabajar especialmente con adultos mayores?
-No hay nada que me fascine más que las historias de vida de los adultos. Si en la calle veo un adulto, me enternezco y quiero ayudarlo a cruzar, por ejemplo. Me conmueven.
-¿Viven tus padres?
-Mi padre falleció y mi mamá, que se llama Mabel y le dicen Cocoche, está todavía muy activa y gracias a ella pude trabajar en el medio porque tenía 15 años cuando me propusieron trabajar en televisión y ella me acompañó siempre. Me fui a Bolivia a trabajar como bailarina con Armando Manzanero y Gloria Gaynor. Mi papá era policía y no quería saber nada, pero mi mamá insistió porque no quería que yo me perdiera esa oportunidad. Me acompañaba a ensayos, al teatro, a la televisión, a los shows y de ahí se iba a trabajar; siempre me apoyó. Y creo que eso me marcó mucho.
-¿Cómo fue trabajar a los 15 con artistas como Manzanero y Gloria Gaynor?
-Para entonces ya tendría 17 años y fui como bailarina a hacer una gira por Bolivia, acompañándolos. Para mí era un divertimento, todo me parecía muy fácil. Yo estaba en una confitería bailable, un productor se acercó a preguntarme si quería trabajar en televisión y dije que sí. Estuve en El gran musical con Leo Rivas y se cortaba la calle Santa Fe para hacer los desfiles del día de la primavera y había cantantes de primera línea. La vida me fue llevando por ese camino y me gusta compartir lo que aprendí con los adultos mayores, y ayudarlos a cumplir el sueño de actuar, de escribir, de recitar, hacer un programa de radio. Los abuelos del Hogar San Martin filmaron la película Fermín, con Héctor Alterio. Mi felicidad es darles lo que no pudieron lograr en su momento y tenían escondido.
-¿Todo se te dio tan fácil como decís o hubo cosas que te costaron más?
-Ayudó muchísimo mi imagen, creo yo, que llamaba la atención. Además era muy mandada. Estudié teatro pero no mucho tiempo, aprendí sobre la marcha con Quique Dapiaggi haciendo La chispa de mi gente todos los días en televisión, después acompañé a Juan Carlos Altavista. Aprendí de los grandes y respeté mucho el trabajo cuando me di cuenta que era trabajo. En la revista, por ejemplo, te descontaban del sueldo si llegabas tarde y había una disciplina que no existía en otro lado.
-Trabajaste con todos los capocómicos, ¿tenías uno preferido?
-¡Sí! Mi preferido era Minguito (Juan Carlos Altavista) y trabajar con él fue un antes y un después porque las mujeres éramos objetos sexuales y se mostraba el cuerpo todo el tiempo y él empezó a venderme de medio plano para arriba porque estaba enamorado de la vedette Silvia Peyrou, en la ficción obvio. Era un tipo muy respetuoso con todos sus compañeros, muy profesional, un capo. Alberto Olmedo era otro estilo de persona, pero también un genio, muy divertido. Tuve el placer de hacer con él y con Jorge Porcel una gira por toda Australia y miraba a los canguros y decía: ‘Qué hago acá’. No lo podía creer, tenía 19 años. Todo se daba fácil y con el paso de los años me di cuenta que mi profesionalismo tenía mucho que ver y el respeto hacia los compañeros. De los grandes aprendí que hoy estás, y mañana no.
-Y estar un día en la cima y otro en la lona, ¿te bajoneaba?
-Tuve mucho trabajo en una época, era casi una marca. Por eso me descolocaba cuando no me llamaban porque no sabía hacer otra cosa que actuar o bailar. Tuve bajones cuando no sonaba el teléfono y estudié educación física y me recibí de profesora, no para dar clases sino para tener la cabeza ocupada y una actividad desde la mañana. Después volví a trabajar con Gerardo Sofovich, sabía que era profesora y me había hecho un personaje; enseguida pensé que si me ponía un gimnasio la rompía pero el mismo día cambió todo y no se dio. Siempre invento algo y salgo a flote. Me siento muy viva cuando puedo ser creativa. Y muchas veces también vendí ropa y lencería. Me las rebusco.
-¿Sufriste abusos alguna vez?
-Sí, y los manejé con muy buena cintura. Pensá que en ese momento eran parte del sistema, lo natural. Lo que no quita que en ese momento la haya pasado muy mal. Una vez, en una gira, tuve que hablar con el representante de un humorista porque no me dejaba en paz. Yo estaba con cuatro humoristas y un día, de la desesperación, le tuve que poner una pastilla en la bebida que estaba tomando para que se durmiera. Compartíamos la habitación porque no había otra para mí sola. Fue realmente muy duro. Cuando lo escuché entrar, me tapé la cara con la almohada, deseando que se fuera. Después me di cuenta que durmió en el sillón del hall del hotel. Fue una situación horrorosa y de esas tuve muchas. Hasta tuve que cambiarme el color de pelo porque no me daban letra y pensé en destacarme de esa manera. Ahí apareció “la colorada que está detrás del cómico”. Había otras personas que me respetaban muchísimo. Ahora celebro que sea diferente y que las mujeres puedan hablar y defenderse. Antes esos abusos eran naturales y se jugaba mucho con el poder también y tenías miedo de perder el trabajo. Pero de todo eso aprendí mucho y saqué lo positivo. Viví una época gloriosa. De mí se puede decir que salí con quien quise, pero nunca trancé por trabajo.
-Teñirte de colorado entonces no fue por coquetería sino para destacarte.
-Sí, yo estaba haciendo Las mil y una de Sapag y me teñí el pelo de colorado para sobresalir y que dijeran “ah, mirá la colorada que está detrás de Sapag”. Y mi color de pelo fue el furor. Claro, al no darme casi letra, de alguna manera traté de que se notara mi presencia en el programa. Desde entonces mi pelo rojo es un sello...
-Alguna vez contaste que abusaron sexualmente de vos cuando eras adolescente, ¿a qué apelaste para seguir adelante?
-No fue nadie relacionado al medio ni a mi familia. Tenía 16 años y me costó mucho mentirle a mi madre porque yo estaba toda lastimada y le dije que me había peleado. Nunca me creyó, pero esperó hasta el momento en que quise hablar. Lo que hice fue escribir y de ahí salió El hábito de la venganza, una película que finalmente nunca hicimos pero me sirvió de catarsis. Hice terapia durante muchos años y pude hablarlo con mi familia. En cada relación de pareja que tenía yo era muy activa y manejaba la situación. Pasó el tiempo y creo haberlo superado, pero algo habrá quedado porque no puedo estar en pareja
-¿Hace mucho tiempo que estás sola?
-Mucho. No puedo estar en pareja porque desordeno mi trabajo. Yo creo que me enamoré de mi trabajo. Y supongo que ese abuso me marcó tan fuerte que en el fondo hay algo que todavía no está resuelto.
-¿Cómo es tu relación con tu hijo Santino?
-Hermosa. Tiene 26 años y es licenciado en Administración de empresas, trabaja en una compañía muy importante. Es un muy buen hijo, me súper aguanta y vivimos juntos, pero somos muy independientes. Mi hijo es mi orgullo y tiene los valores del hombre que me hubiese encantado conocer porque respeta mucho a la mujer. A veces lo escucho hablar y me gusta su manera de ser y pensar, tiene todos los valores. Lo admiro mucho.
-¿Lo criaste sola? Porque lleva tu apellido...
-Sí, pero es un tema del que no quiero hablar. Lo crie con la ayuda de mi mamá y mis hermanos; somos una familia muy unida. El padre no quiso hacerse cargo y no me importa porque es lo más maravilloso que tengo en la vida. Muchas veces me dice que no soy su mamá y su papá, sino que soy su mamá y que nació sin papá, que no le hace falta. Tiene las cosas muy claras.
-¿Qué hacés en tus ratos de ocio?
-Colaboro con la Fundación Sipas que trabaja para los pueblos originarios y estoy en la comisión de la Casa del Teatro, ad honorem, por supuesto. Siempre estoy haciendo algo y sino lo invento. Nunca me vas a ver tirada haciendo zapping, ni siquiera me anda la tele de mi cuarto y no me importa.
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