Silvia Peyrou, la bomba sexy de los 80: "Lo que vivimos en aquella década fue glorioso"
En plena cuarentena, a Silvia Peyrou la dieron por muerta. "Me avisó un amigo. Buscabas mi nombre y salía fecha de nacimiento y fecha de fallecimiento, el 16 de mayo. Tuve que llamar a Google, puse un abogado y lo pude solucionar", cuenta. Unos días después fue a El precio justo con Lizy Tagliani a demostrar que Internet mentía y ella, efectivamente, seguía entre nosotros.
La prueba de vida en televisión es una metáfora: para muchos es ese el medio que determina si un actor sigue o no existiendo. "No estás en televisión y te dicen ‘ah., ¿seguís trabajando?’, y te querés matar. La gente piensa que lo único que hacemos nosotros es estar en la tele. Y eso te moviliza. Hubo momentos donde no podía mirar la tele porque decía: ‘¿por qué no estoy yo ahí?’’, cuenta Silvia, que hoy superó el trauma y no sólo pisa los canales para desmentir su fallecimiento: "Voy a programas como invitada o para jugar. Es divertido. Es mantenerse, que es lo más difícil; que no se olviden de tu nombre".
Silvia empezó joven. Muy joven. Nos parece que la conocemos de toda la vida porque la vemos trabajar desde principios de los 80, pero -aunque parezca una locura a la distancia- esa chica que bailaba, actuaba, hacía reír y alteraba hormonas apenas tenía veinte años. "Estaba bailando a los 15 años en una boite de Flores que estaba muy de moda, apareció un productor y me dijo: ‘¿Te gustaría bailar en televisión?’. Y como toda piba de esa edad lo hice como un juego", dice. Su primer trabajo fue en el programa El sabe fútbol, del viejo Canal 7: cuando se hablaba de un partido, dos chicas -cada una con una camiseta diferente- entraban a escena a hacer una coreografía. Silvia era una de ellas.
Un año después su madre tenía que firmarle la patria potestad para que pudiera irse de gira por Bolivia, nada menos que con Armando Manzanero y Gloria Gaynor. Y de ahí a las plumas y las lentejuelas: "A los 17, también en un boliche bailando, me vio Carlos A. Petit -el zar de la revista- y me trajo a una obra que se llamaba Los años locos del Tabarís, con Moria Casán, Orlando Marconi, Mario Sánchez, Carmen Barbieri y Tandarica. Era muy chica y me pasaron muchas cosas en ese transcurso, porque había bailarinas que eran más grandes que yo y había muchos celos, obviamente".
Hubo un antes y un después para Silvia después de estas primeras experiencias laborales. "Mi madre dice que no puede creer cómo cambié mi manera de ser de los 15 a los 16", cuenta. La adolescente que se escondía cuando pasaban por su casa los amigos de su hermano mayor, de repente se estaba sacando la ropa sobre un escenario ante cientos de personas: "Me acuerdo que la primera vez que tuve que salir en topless no quería salir. Era mucha vergüenza. Trataba de hacer los giros rápidos para que no me vieran. Hasta que te aggiornás y te das cuenta de que es un trabajo".
Salir a comerse el mundo también fue una forma que su estructura psíquica encontró para superar una experiencia dolorosa: la violación que sufrió por aquellos años. "Esto de salir en la tele fue como entrar a la casa de cada una de esas personas que me hicieron daño y decirles ‘miren, acá estoy, miren cómo voy a crecer’. Eso me dio esa fuerza para encarar esto. Me podría haber quedado con una depresión impresionante o buscar alguna otra salida que gracias a Dios ni se me cruzó por la cabeza. Ninguna cosa fea: quería vivir y vivir mejor, y demostrar que podía".
En teatro, en cine, en TV y en tapas de revistas como Libre o Playboy, Silvia fue cultivando su imagen de bomba sexy, exuberante e irreverente, a lo que el medio reaccionó -cómo no- con más machismo. "Fueron situaciones muy incómodas. Hubo capocómicos, productores o directores de lugares donde yo trabajaba que si no salías con ellos no te daban letra. Y bueno, no me daban letra. Ahí tuve la búsqueda de teñirme el pelo de colorado porque no tenía texto", dice. La falta de consciencia de la época la hizo pensar que todo aquello era un gaje del oficio ("creía que era parte de este medio, decía ‘debe ser así’"), y hoy dice que más de un coequiper respetado caería en desgracia si el público se enterara de algunos de sus modos: "A veces digo ‘qué buen actor, qué buen productor, qué buen director... pero como persona deja bastante que desear’".
En los 80 se vivía rápido y se dormía poco. "Nosotros terminábamos en el teatro e íbamos a cenar, tipo tres de la mañana. Después ibas a tomar algo o a algún boliche y amanecía. Había más noche, más música", cuenta. En ese vértigo, su cara se hizo popular: "El que te dice que no le gusta eso te miente. Después de esa situación espantosa de violación que tuve cuando era pequeña, esta cosa de gustarle a todo el mundo y que te quieran es un poco también la búsqueda. Cuando no te miraban te llamaba la atención, decías ‘¿por qué no me miran?’".
Estar bajo el ojo público las veinticuatro horas del día deja sus secuelas: "Es como que siempre estás actuando, nunca sos vos. Al principio te parece que es parte del laburo, hasta que te das cuenta de que el trabajo es eso y la vida es otra cosa". Aún disfrutando la exposición, estar a la altura de lo que el público pretende en todo momento le resultó agotador: "A mí me costó terapia. Ser actriz es ser varios personajes, y me costó decir ‘¿cuál soy yo?"’
Las mismas múltiples personalidades se ven en su ecléctica carrera cinematográfica, en la cual alternó películas de exploitation erótico como Correccional de mujeres (1986) o Paraíso Relax (1988) con papeles más profundos como el que interpretó en Abierto de 18 a 24 (1988), por el cual se llevó el premio a Mejor actriz en el Festival de Cine de Montreal. "Mirando para atrás: no puedo decir que no. Me viene un libro, me divierte, lo hago. Veo el trabajo y me fascina actuar, pero tendría que haber manejado un estilo", se reprocha.
Ese es, acaso, su único lamento. Hoy, entre sus talleres de integración para adultos mayores y su programa La Peyrou Online, por Radio Zonica, revisita aquellos años de megaexposición con alegría y sin nostalgia. "A veces veo fotos y digo, ‘ja, mirá este peinado, mirá lo que era’, pero no es que digo ‘me muero por ese momento’. Lo que vivimos en la década del 80 o 90 fue glorioso, pero ahora también tiene lo suyo. Sería muy feo quedarme en aquella tapa de Libre o Playboy", dice. Le queda, sí, la guardia alta a la hora de mostrarse, ayudada por su coquetería innata pero siempre cautelosa: "La gente es cruel. Les cuesta ver el lado copado de una persona. Igual yo ahora me recontra relajo: cuando trabajo soy Silvia Peyrou y cuando no trabajo soy Silvia. Me encanta descubrir quién soy".
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