Silvia Montanari: la actriz que rompió todos los esquemas, pero no se atrevió a vivir su propia historia de amor
Debutó en la TV y en el teatro en su adolescencia, de la mano de Narciso Ibáñez Menta; brilló en los escenarios y fue protagonista y villana en las telenovelas más recordadas, pero también se dedicó a descubrir talentos y se transformó en la “mamá” más querida de la tele
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Silvia Montanari nació en Dolores, pero llevaba a Quilmes en su sangre y en su corazón. En aquella localidad bonaerense pasó su infancia y fue allí donde comenzó a formarse, primero con Claudia Dessy, discípula de Alfonsina Storni, y luego en la escuela de teatro que lleva el nombre de su poetisa favorita. Subió por primera vez a un escenario a los 13 años y ya no tuvo dudas: “Quería ser actriz, quería decir esas letras que me enseñaban. Emocionar al público, y sobre todo, hacerlos reír. Con el tiempo aprendí que era mucho más difícil que hacerlos llorar”, contó alguna vez.
Su debut en la televisión, ese medio en el que todo estaba por hacerse, también fue precoz: apenas comenzada su adolescencia, nada menos que Narciso Ibáñez Menta creyó en ella y se convirtió en su padrino artístico. Aquel encuentro profético se produjo en 1960, cuando su padre la llevó a Canal 7 para recitar un poema en el concurso televisivo Lux busca una estrella. No ganó, pero cuando se estaban yendo, el hijo del prolífico creador, Narciso Ibáñez Serrador, se les acercó y le hizo a la pequeña Silvia una propuesta: participar en el próximo episodio de Obras maestras del terror.
Así, el martes siguiente, Montanari haría su debut como actriz en la televisión. De aquellos primeros años, siempre rescató la pasión con la que trabajaban los actores. “Empecé a los 15 años. Entrábamos a las ocho de la noche y empezábamos a grabar; en ningún momento nosotros pensábamos si estábamos trabajando unos minutos de más. Entrábamos y era tanta la pasión y las ganas que le poníamos que trabajábamos toda la noche, todo el día y éramos felices. Hoy creo que falta esa pasión”, recordaba.
Pero la relación con su padrino artístico no terminó allí: al cumplir 18 años la convocó para protagonizar la versión teatral de El abanico de Lady Windermere en el Teatro Nacional. Montanari era consciente de que el hecho de haber estado en el lugar indicado en el momento indicado había resultado clave en su carrera, pero siempre hacía hincapié en dos factores que consideraba indispensables en un buen actor: el talento natural y la formación. “La suerte ayuda mucho, pero creo que el actor nace actor. Después tenés que desarrollar ese talento, y que la suerte te ayude un poco”, indicaba.
Ya entrados los años sesenta, se convirtió en una de las actrices jóvenes más convocadas. Unitarios como Alta comedia, Luis Sandrini presenta y Esto es teatro la tuvieron en sus elencos. De allí, pasaría directamente a las telenovelas, género en el que se convirtió en una de las caras más emblemáticas. La cruz de Marisa Cruces, Bajo el mismo cielo, Cuando el ayer es mentira, El León y la Rosa, Casada por poder, son algunos de los muchos títulos que encabezó en el Canal 9 de Alejandro Romay y el Canal 13 dirigido por Goar Mestre.
Paralelamente, seguía brillando sobre los escenarios. Protagonizó en Buenos Aires junto a Alfredo Alcón, el actor joven más prestigioso de aquel momento, una versión de la obra de Arthur Miller Panorama desde el puente, y el éxito fue tan grande que terminaron haciendo temporada en Mar del Plata. Ese fue uno de los primeros momentos en los que sintió que andaba por el buen camino. “Siempre voy a recordar la emoción de mi padre al ver mi nombre en la marquesina junto al de Alfredo”, rememoraba.
Durante la década del 80, al igual que otras colegas como Alicia Bruzzo, Soledad Silveyra, Cristina Alberó o Luisina Brando, demostró que las heroínas de los culebrones no siempre debían ser cándidas y “modositas”. Así, con personajes fuertes, rompió los esquemas en telenovelas como Stefanía y La Sombra, antes de pegar un fuerte volantazo y convertirse en la mamá canchera, sensual y comprensiva de las telecomedias.
“A mí me encasillaron un poco en el rol de heroína de telenovelas. En realidad, yo me encasillé. Generalmente hacía drama, hasta que, en los años 90, cuando ya era bastante grande, me dieron la posibilidad de hacer Nosotros y los otros, junto a Rodolfo Bebán. Él era padre de tres hijas (Gloria Carrá, Florencia Peña y Magalí Moro) y yo de tres varones (Adrián Suar, Diego Torres y Germán Palacios)”, rememoraba Silvia aquel viraje que enriqueció aún más su carrera.
Descubridora de talentos
En aquella comedia también se probó como productora, un rol que le brindaría la posibilidad, también, de demostrar su buen olfato a la hora de descubrir nuevos talentos: “Nosotros le pedimos a la producción que nos dejara elegir a los actores que iban a interpretar a nuestros hijos. Me acuerdo que apareció en el set un chueco muy chueco, más que Suar, petiso, con cara de luna y una sonrisa que iluminaba el lugar. Entonces le dije a Rodolfo: ‘No sé si es actor o no, pero yo quiero a ese. Era Diego Torres”.
Claramente, aquel olfato funcionaba muy bien. Por eso, junto a su socio, el autor y realizador Rodolfo Ledo, encararía en aquellos años un ambicioso proyecto que se nutriría de nuevos talentos y que terminaría generando polémica y marcando a toda una generación. “Cuando llegaba mi hijo Rodrigo a casa con sus compañeros yo escuchaba lo que charlaban. Ahí me di cuenta de que tenía que hacer un programa para chicos que estén pasando por el último año del colegio secundario. Entonces, junto a Ledo montamos una productora y apareció Socorro 5to Año”. En aquel revolucionario -y censurado- ciclo darían sus primeros pasos, de la mano de Silvia, actores como Fabián Vena, Laura Novoa, Adriana Salonia, Walter Quiroz, Pablo Iemma, Gustavo Ferrari, Claudia Flores y Virginia Innocenti.
El embarazo adolescente, las drogas, la posibilidad del aborto y la incomprensión de los adultos y de la institución educativa hacia esa generación de chicos que transitaban su adolescencia en democracia fueron algunos de los temas transitados por la serie, que contó con la asesoría de una de las personas más amadas por Montanari, su hermana Marilyn.
“Me dieron una escena que estudié ahí mismo y al terminar de grabar la prueba de cámara, Silvia Montanari entró aplaudiendo al piso y me felicitó; esa fue la primera vez que la vi”, recuerda Claudia Flores, emocionada. “Mi adorada Silvia era algo así como la mamá del grupo. Siempre podías recurrir a ella por cualquier tema. Ella tenía siempre tiempo para nosotros y la mejor predisposición. Nos daba consejos, nos brindaba ayuda de todo tipo, ponía la cara por nosotros, nos defendía”, agregó la actriz, que también conoció a su colega en otro rol, el de suegra.
“Yo fue novia de su hijo Rodrigo y tuve la suerte de conocer a ese enorme ser de 1,55 metros en profundidad. Me abrió las puertas de su casa, los secretos de su dormitorio... Me vestí con su guardarropas, me maquilló, me enseñó sobre cine”, rememora la actriz, que sigue considerando a Montanari uno de sus grandes referentes.
¡Grande, ma!
Orgullosa de su único hijo, el actor y cantante Rodrigo Aragón, Montanari se emocionaba cuando alguien le mencionaba el talento del muchacho, pero mucho más cuando resaltaban que era una buena persona.
Corrían los años 90 y Montanari volvería a trasladar con éxito su rol de madre a la pantalla chica. A Los tuyos y los míos le siguió una comedia aún más exitosa: “Después llegó Son de Diez, que también era una comedia. Ahí, con unas extensiones hasta la cintura, interpreté a una madre que entendía todo. No era una mamá pesada como soy yo, por ejemplo, en la vida real. ¡Yo soy muy metida! Era muy lindo que me dijeran en la calle en aquella época que querían que fuera su mamá”.
Cuando se le preguntaba sobre su romance más largo, respondía que sin dudas fue el que la unió al padre de su hijo, Franciso Aragón. “Él siempre dice que fueron 12 años interminables”, bromeaba. Se conocieron en El tropezón, en una cena luego de una función de teatro. Nunca se habían visto ni cruzado una palabra, pero cuando un periodista hizo un comentario de mal gusto sobre la actriz, el caballero salió en su defensa: “Mientras esté yo acá, usted a la señorita la va a respetar”, le dijo. Casi inmediatamente se enamoraron y comenzaron a convivir.
Siempre aseguraba que no se sentía cómoda brindando entrevistas porque odiaba hablar sobre ella misma, pero cuando se prestaba al juego lo hacía sin reparos. Desde sus cirugías plásticas hasta su “escandalosa” relación con Darío Grandinetti, ningún tema para ella era sagrado. Riéndose de sí misma, resaltaba en cada charla lo importante que era para ella mirar hacia atrás y darse cuenta de que siempre había hecho lo que quería. Incluso -y sobre todo- en cuestiones del corazón. “Hay muchos caballeros dando vueltas, pero en ese aspecto, yo ya me retiré. He vivido tanto... Todo lo que he querido, lo he tenido”, le contó a Verónica Lozano en 2014.
Un amor “escandaloso”
Si bien su rostro engalanó durante décadas las portada de las revistas más vendidas, siempre se mantuvo alejada de los escándalos. Hasta que un día, cometió el “pecado” de enamorarse de un hombre menor que ella. “Fui una precursora. Cuando empecé a salir con Grandinetti yo tenía 39 años y él 23. En ese momento, no se hablaba mucho de eso, pero es una situación que ocurre desde que el mundo es mundo. El año anterior yo me había separado y por eso acepté hacer una temporada en Mar del Plata. Fui como la soltera más codiciada. Cuando aparece Darío en mi vida, decían que había dejado a dos de 20 por una de 40, como si yo fuera un asco, una cosa desechable”, rememoró alguna vez entre risas.
A pesar de haber durado apenas un par de años, aquel romance quedaría en la memoria de toda una generación. “A Susana Giménez, cuando salía con Ricardo Darín, se lo permitieron, porque ella es una comediante. Lo de Luisina Brando con Carlín Calvo tampoco fue un escándalo. A mí, que venía del drama, no me lo perdonaron. Pero fue tan hermoso”, le contó a LA NACION.
“Fueron años maravillosos, tanto que hasta nos fuimos a vivir a mi casa y después hubiésemos vivido en su casa si yo hubiese tenido una apertura mental de verdad. Hubiéramos estado muchos más años juntos. En esa época, mis padres no me hablaban y esa gente era importante para mí. Si bien dije que abandonaba todo por él, no pude. No pude en parámetros de educación. A mí me dolían las cosas que se decían. Tendría que haberme reído y haber vivido mi amor”, reflexionó.
La malvada más querida
La carrera de Montanari, a finales del siglo pasado y comienzos de este siguió representándole desafíos. En ese tiempo le tocó prestarle el cuerpo a mujeres fuertes, trabajadores, ambiciosas y también a antológicas malvadas en las telenovelas Ailén, luz de luna, Collar de esmeraldas, Gasoleros y Ciega a citas.
La muerte de su hermana había sido un duro golpe, difícil de sobrellevar. “Estaba conmigo en casa y muy bien. Al otro día se fue a Panamá, donde vivió toda su vida. Al día siguiente de viajar me llamó para comentarme que tenía cuarenta grados de fiebre. A los dos meses y medio se murió por algo que afectó el líquido raquídeo. Fue muy duro, terrible y lo sigue siendo”, rememoró en una entrevista. Mientras atravesaba ese triste duelo, recibió un llamado muy esperado: el del director José María Muscari.
“Amé conocerla y trabajar con ella”, le contó el director a LA NACIÓN. Y recordó: “Ella estaba pasando un momento particular y hacía bastante que no trabajaba. No nos conocíamos, nunca nadie nos había presentado y el día que la llamé me dijo: ‘¿Qué tal, Muscari? Pensé que me iba a morir y nunca me iba a llamar’. Ese es el primer recuerdo. Fue hermoso trabajar con ella. Formó parte del elenco de Los Corruptelli, que fue una comedia que hicimos un verano en Villa Carlos Paz y desde el primer ensayo hasta la última función tuvimos una relación muy estrecha. Era una divina. Siempre, antes o después del ensayo nos íbamos a tomar algo y en Carlos Paz nos la pasábamos en los barcitos y yendo a comer. Era una persona extraordinaria, muy profesional, de esas actrices que desde el primer día se saben toda la letra. Una mujer feliz, de trabajo. Una persona encantadora”.
Si bien la pantalla chica fue su “hábitat natural”, Montanari disfrutaba muchísimo del contacto directo con el público. Durante varias temporadas, junto a sus amigas Nora Cárpena, Zulma Faiad y Mercedes Carreras protagonizó con éxito Mujeres de ceniza. Y fue Cárpena quien dio algunos detalles sobre sus últimos meses. “Fue una compañera de toda la vida, nosotras nos conocíamos de chicas, éramos vecinas y nos veíamos en el Club Náutico de Quilmes. Yo me acuerdo cuando ella debutó en televisión junto a Francisco Ibáñez Menta. Tengo muchos recuerdos de la niñez. Además trabajamos juntas”, explicó la actriz en su momento.
Cárpena la fue a visitar en varias oportunidades al Sanatorio de la Providencia, donde Silvia estuvo internada desde mediados de octubre de 2019 por un tumor cerebral que venía padeciendo desde hacía un tiempo. “No estaba en terapia, ella estaba en una habitación común. No sé si sabía de su enfermedad. Pero podía hablar, tuvimos conversaciones. Esos últimos días estuvo mal”, señaló. Montanari, de 76 años, murió durante la madrugada del sábado 26 de aquel mismo mes.
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