Silvia Legrand, la estrella que cambió la fama por su familia y un bajo perfil
De no haber sido por la voluntad de su famosa hermana, la vida de Silvia Legrand hubiese recorrido de manera plena en estas últimas décadas el silencio y la discreción que eligió al abandonar voluntariamente la vida pública, la fama y el reconocimiento artístico a comienzos de la ya lejana década de 1970 para dedicarse a disfrutar de una tranquila vida familiar.
La hermana gemela de Mirtha Legrand murió en esta ciudad a los 93 años. Llevó hasta el final de sus días esa actitud de admirable mesura y un recato que se convirtió en modelo de conducta. Jamás en su larga existencia hizo el más mínimo gesto que llevara a los admiradores del chisme y de la indiscreción a imaginar siquiera un atisbo de competencia con su hermana gemela, dueña de las luces y acaparadora de toda la atención.
Por el contrario, desde el sosiego de una vida reservada supo ser el sostén anímico permanente de su famosa hermana, su compañera y fiel confidente. Solo sabíamos de ella a través de Mirtha, que contaba cómo la llamaba cada día y rubricar en cada uno de esos encuentros el inquebrantable vínculo fraterno que unió a ambas desde la cuna.
Alcanzan para definir ese vínculo las palabras con las que Mirtha retribuyó en agosto de 2018, al cumplirse los 50 años de su debut televisivo, la carta que su hermana le envió como saludo de celebración. ""Me tomó de sorpresa esto, nunca sale Goldy, nunca. Nos queremos tanto, tanto... somos gemelas, ella me comía todo en la panza de mi mamá, por eso me dicen Chiquita. Yo nací con 1,200 kg y ella era la gordita. Eramos tan idénticas de chicas que papá nos sentaba a cada una en una rodilla y nos decía: '¿Quién es? ¿Mi chiquita o mi gordita?', porque éramos idénticas. Es parte de mi vida, ella es mi hermana, mi madre, mi todo. Goldy, todo mi amor querida, todo mi amor. Cuantas emociones chicos, yo no sé si mi corazón resiste todo esto".
Había nacido en Villa Cañás (Santa Fe) el 23 de febrero de 1927 como María Aurelia Paula Martínez Suárez, hija de padres españoles. Cuenta Jorge Lafauci en su libro Un siglo de secretos en el espectáculo que a instancias de su madre, Rosa Suárez, las futuras gemelas Legrand llevaron adelante una precoz carrera artística. Y su padre las distinguía risueñamente entre la "chiquita" y la "gordita". Con el tiempo Mirtha mantuvo su apodo de siempre, "la Chiqui", y el "Gordi" original con que su hermana había sido bautizada se transformó con el tiempo en "Goldy". Tantas veces fue identificada con ese apelativo, sobre todo en los últimos tiempos, que llegamos hasta a olvidarnos de su nombre de fantasía, con la que se ganó un lugar propio en el mundo del espectáculo hasta su prematuro alejamiento.
Mucho antes de ser para todos nada más que Goldy tuvo una vida artística como Silvia Legrand. Así ocurrió desde que el representante Ricardo Cerebello decidió ponerle ese nombre (y el de Mirtha a su hermana) y marcar desde allí para siempre la existencia de ambas.
A ese mundo había llegado después de estudiar en Rosario de niña y adolescente, junto con su hermana, piano, recitado, danzas clásicas, bailes españoles, castañuelas y zapateo americano, según evoca Lafauci. Esos recuerdos incluyen la compañía de Lolita Torres en la academia de danzas desde la que continuaron sus estudios al llegar ambas a Buenos Aires.
Las Legrand debutaron juntas en el cine en 1940 con Hay que educar a Niní, junto a Niní Marshall, y más tarde compartieron tres películas más: Novios para las muchachas (1941), Claro de luna (1942) y Bajo un mismo rostro (1962). Esta última, dirigida por Daniel Tinayre, esposo de Mirtha, fue considerada su mejor aparición en la pantalla grande.
También compartieron un ciclo radiofónico de enorme éxito en su tiempo, El club de la amistad, que se transmitía en vivo cada domingo con público desde el Teatro Opera en los años 40, y un ciclo televisivo, la comedia con tintes policiales Carola y Carolina (1966) emitida por Canal 13.
Encontró en el cine otras oportunidades protagónicas. Así ocurrió entre 1943 y 1944 con Su hermana menor, de Enrique Cahen Salaberry, y El juego del amor y del azar, de Leopoldo Torres Ríos. Y más tarde, entre 1959 y 1960, con Campo arado, de Leo Fleider, y Los acusados, de Antonio Cunill.
Esa distancia tan visible entre uno y otro momento anticipaba lo que resultó más adelante una certeza: el poco interés que de a poco iba despertando en ella un mundo que, sin embargo, la recibía con los brazos abiertos y empezaba a valorar de manera cada vez más destacada sus dotes de actriz. Tuvo un primer alejamiento momentáneo del mundo público después de casarse en 1944 con un oficial del Ejército, Eduardo Lópina, fallecido en 2005.
Sentía mucho más importante que su carrera la convicción de acompañar a su marido en los distintos destinos dentro del país a los que era asignado y criar a sus dos hijas, Gloria y Mónica. Cuando ellas crecieron, retomó su carrera en 1959 con las películas citadas y una sucesión de apariciones televisivas que la tuvieron muy activa. Le dio nombre propio a una de ellas (Sol, Mar y Silvia, de Abel Santa Cruz, en 1961), y dos años después compartió con José María Langlais una de las parejas estelares del muy popular Teleteatro Colgate Palmolive del Aire.
Luego fue una de las figuras del no menos famoso Teleteatro Lux (auspiciado por "el jabón que usaban nueve de cada diez estrellas") y protagonista de Cuando pasa una mujer, con libros de Sergio de Cecco. Eso fue en 1965, un año antes de Carola y Carolina, las hermanas Viceversa en esa comedia policial creada por Tinayre que se convirtió en el último gran protagónico de Silvia en la pantalla chica.
Después de interpretar a Mariquita Sánchez de Thompson en 1972 en Juan Manuel de Rosas, la película de Manuel Antín, Silvia Legrand cumplió definitivamente con su deseo de tomar distancia, esta vez para siempre, del mundo de la fama y del entretenimiento.
Desde ese momento, sin extrañar en absoluto la vida del pasado, se volcó a su familia (además de sus dos hijas, diez nietos y otros tantos bisnietos) y a una vida tranquila y de bajísimo perfil. En una nota publicada en La Nacion en 2009, Pablo Sirvén la definía como una mujer "inteligente, equilibrada y memoriosa", una cualidad que caracteriza a los tres hermanos Martínez Suárez: Mirtha, Silvia y Josecito, el gran director de cine, fallecido en agosto de 2019.
Agregaba Sirvén: "Goldy no sólo aconseja y opina desde las sombras cada vez que Chiquita se lo pide, sino que también es la autora del eslogan que Mirtha hizo suyo y que repite constantemente en su programa: ‘Lo que no es, puede llegar a ser; como te ven, te tratan, y si te ven mal, te maltratan’"
Cuando las mellizas cumplieron 90, Silvia rompió con su larga resistencia a hablar en público y aceptó hablar con algunos medios. Pero, fiel a su vocación austera y reservada, habló muy poco de sí misma mientras le regalaba un elogio tras otro a su hermana. "Chiquita es una mujer que siempre tiene ganas de salir, de cambiarse tres veces. Es incansable. Todo le interesa y todo le da curiosidad. Tal vez ese es el secreto de la larga vida. Tiene una mente brillante". Quienes conocieron a Silvia Legrand pueden decir, con absoluta certeza, que la mayoría de esos atributos también le pertenecieron.
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