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A Silvia Kutika se la reconoce fundamentalmente como a una actriz de televisión, y en especial de telenovelas. Fue Viviana Viel en El hombre que amo, junto a Germán Kraus, Cuca Dalton en 90 60 90 modelos con Raúl Taibo y simplemente Claudia en Los médicos de hoy, al lado de Claudio García Satur, por nombrar sólo tres envíos de la treintena en la que participó. También hizo un poco de cine, pero el teatro –a excepción de tres espectáculos que protagonizó al hilo de grande: Porteñas, La casa de Bernarda Alba y Menopausia- fue una cuenta pendiente a lo largo de su carrera. “Cuando mi hijo Santi era chiquito yo hacía tanta pero tanta tele durante tantas horas que sentía que no podía no estar con él por las noches, no podía ni quería perderme su infancia. Prioricé bañarlo, cambiarlo, darle de comer, acostarlo y leerle cuentos antes de que se durmiera. Durante el día mi madre me ayudaba y se ocupaba de él, pero luego yo quería cumplir con el ritual familiar y el rol de madre para el que también me había preparado. Y así el teatro fue quedando siempre para más adelante”, explica la actriz, en conversación con LA NACION, en el bucólico marco del frondoso jardín de la casa que comparte con su pareja, el actor Luis “Pipo” Luque, en Chacarita.
El relato viene a cuenta de que, con su hijo ya mayor e independizado, cumplirá en breve su anhelo de protagonizar una obra por el mero gusto de trabajar sobre un escenario, “aunque si además ganamos dinero, mejor”. Interpretará a “la señora mayor” de El cuarto de Verónica, el terrorífico texto de Ira Levin, autor también de El bebé de Rosemary, Trampa mortal y Los niños del Brasil. El estreno será el sábado 6 de febrero en el teatro La Mueca (Cabrera 4255), y el elenco –dirigido por Virginia Magnago- se completa con Fabio Aste, Antonia Bengoechea y Adrián Lázare.
-A diferencia de tus anteriores experiencias teatrales, que fueron en el circuito comercial, El cuarto de Verónica se estrena en el independiente, que para muchos es más prestigioso. ¿Tenías ganas de pasar por esta experiencia?
–¿Estoy haciendo el camino inverso, no? Esta propuesta independiente me agarra parada en otro momento de la vida, más estable, por eso me puedo dar este lujo. Yo tuve mucha suerte, empecé y fui conocida muy rápidamente. Comencé con las telenovelas de Alejandro Romay y en cine fui dirigida por Sergio Renán en Sentimental. Fueron dos entradas a los medios muy poderosas, así que nunca pasé por la experiencia de llevar fotos y curriculums a todos lados. Por eso, cuando me llegó esta propuesta la acepté desde el vamos; era una experiencia que me la debía. Y en cuanto leí la obra, más segura me sentí de mi decisión original. Me dije: a esta obra la hago sea como sea. No pude parar de leer el libro, me metió en un mundo mágico, misterioso y de suspenso maravilloso, que a cada paso invalidaba lo que había imaginado que sucedía.
-Porque la obra es como una suerte de cajas chinas, ¿no?
-Sí. O como una cebolla, a la que le vas sacando capas y capas y nunca sabés cuándo llegás al centro. Y luego, en ese centro, al que arribás… nada es lo que parece. Al público lo vamos a sorprender hasta el final.
-Sin spoilear, ¿cómo resumirías la trama de El cuarto de Verónica?
-Hay una pareja de ancianos que en un restaurante intercepta a una pareja joven, les piden que los acompañen a su casa y que, ahí, la joven se haga pasar (debido a su notable parecido) por la hermana muerta de una chica que vive con ellos. La idea es aparentar que su hermana en realidad está viva. Y a partir de ahí…
-Esta obra ya tuvo dos versiones en la Argentina: la primera en 1977, protagonizada por María Vaner y Susú Pecoraro, y la segunda, hace sólo dos años, con Esther Goris y Florencia Otero. ¿Viste algunas de esas puestas? ¿Qué te parecieron?
- Y cuento un dato más que no aparece en ningún archivo: Fabio Aste, que aquí hace de un señor mayor, fue el jovencito de la versión original de los ´70. Cuando nos lo contó, nos quedamos con las mandíbulas caídas. Por suerte no vi ninguna de las versiones anteriores, porque uno corre el peligro de quedar pegado a esas actuaciones. Lo que es seguro es que lo mío va a ser muy diferente a lo de Esther, vos ya la ves a ella y te da miedito (risas).
-Vos tenés justamente una imagen opuesta. Amén de tu tono amoroso y encantador, aparentás ser muy tranquila.
–Bueno…pero yo te aseguro que esta vez la gente se va a asustar conmigo (risas). ¡Qué digo asustar! ¡Se va a morir de miedo! Lo afirmo y lo reafirmo, y si eso no sucede, prometo que devuelvo la plata de las entradas. Así que, ¡cuidense conmigo! Yo los alerté (risas).
-Ya que estamos en tren de humoradas: tu debut en televisión no fue en una telenovela sino en un programa de humor: en “Calabromas” y ¡hace exactos 40 años! ¿Qué recuerdos tenés de ese ciclo?
–Les asombraría saber, además, que mis primeros trabajos fueron como modelo. ¡Y que en realidad quería ser bióloga! El asunto fue así: de chica y aún de jovencita yo era terriblemente tímida, al punto que mi mamá me tuvo que acompañar a anotarme a la facultad. Hice cuatro años de Biología y luego, por un tema familiar, tuve que empezar a trabajar. Una amiga que trabajaba en una agencia de publicidad me propuso que le llevara unas fotos y, de repente, hice campañas, participé en el concurso Miss Siete Días, donde salí primera princesa, hice tapas para Gente y Radiolandia; y terminé en Colombia, en representación de la Argentina, coronada como reina panamericana. Cuando volví al país me llamaron de la agencia para decirme que Juan Carlos Calabró me había visto en una tapa de revista y que me quería para su programa. Hablé con él, me convenció para leer un guion y ahí empecé a hacer participaciones breves en el ciclo. Luego, hasta hice un bolo en su film Gran valor. Calabró fue la primera persona que confió en mí, la que me abrió las puertas de este mundo. Era un señor, súper correcto y profesional, un encanto de persona. Después mi historia es más conocida, la de un mundo de telenovelas. Pero la timidez sigue siendo casi como la de antes, nunca pude ganarle la batalla.
–Con Luis ya superaron las bodas de plata. ¿Cuál es la fórmula de semejante permanencia?
–¡Es verdad! Y no hicimos ningún festejo especial. Es que celebramos todos los días. Tratamos de no aburrirnos, de hacer viajes… pero nada de viajes suntuosos. Los nuestros son, por ejemplo, a Luján, a Morón, a La Plata, se trata simplemente de ir a dormir a otro lado y levantarte en un contexto diferente, luego desayunar y no mucho más. Esas cosas las hacemos desde siempre. Cuando mi hijo Santi era chiquito se lo dejábamos a mi mamá un día o dos, y nos íbamos solos, como si fuéramos nuevos enamorados. Esto nos funciona muchísimo. También nos nutre mucho la creación. Durante la pandemia nos abocamos a hacer modificaciones en la casa, a pintar muebles. Pipo, por su lado, interviene botellas y yo pinto cuadros y hago lámparas. Juntos nos encargamos de mantener el jardín y todo eso nos alimenta. Luego, cuando llegamos al final del día, nos miramos a los ojos y decimos: mirá qué bueno lo que nos pasó hoy, lo que logramos hacer. Es como que así, diariamente, nos volvemos a enamorar. Después, si uno se va a una reunión, le deja al otro una cartita con un “Te quiero”, o al regreso volvemos con un chocolate. O pasamos a buscarnos de improviso por algún ensayo. Son esos pequeños detalles que denotan que uno está atento al otro.
–¿Lo de ustedes fue amor a primera vista? ¿Cómo se conocieron?
–No, tardamos años en concretar. Nos conocimos haciendo una telenovela en Telefé, Lucía Bonelli, con Analía Gadé y Duilio Marzio. Hacíamos de una pareja que se llevaba muy mal. Ahí quedamos raros…pero como teníamos nuestras respectivas parejas, cada uno siguió con su vida. Parece que el destino quería juntarnos porque a mí me llamaron inmediatamente para trabajar con Libertad Lamarque en Amada y a él le propusieron otra vez ser mi pareja. Él dijo que no, porque iba a ser para lío. Entonces me tocó enamorarme en la ficción de Gustavo Garzón. Y no nos volvimos a encontrar más hasta pasados ocho años. Ambos ya estábamos separados y un día coincidimos en otra novela de Telefé, en Manuela, que protagonizaba Grecia Colmenares. Alejandra Darín hizo de celestina. Se me acercaba y me decía: él dice que tiene buenas intenciones (risas). Y yo me desarmaba, pero como tenía un nene tan chiquito me daba cosa volver a intentar en el amor. Hasta que un día me encaró en un pasillo. Me dijo: “tengo que hacer un trabajo sobre Drácula, ¿me acompañarías a ver la película? Y fuimos nomás. Y desde entonces no nos separamos más.
–O sea que el género del terror tiene mucho más que ver con tu vida de lo que suponíamos… y además es un buen augurio.
–Sí, sí. Y por eso me encanta. Disfruto de pasar debajo de las escaleras y amo los gatos negros. Lejos de lo que opina la gente, a mí me trae suerte. Siempre me gustó sentir la adrenalina que producen las películas de terror. Es más, cuando estaba embarazada, veía películas tremendas, me agarraba la panza y le decía a mi hijo: “¡ay, gordito, perdóname por lo que te estoy haciendo ver!”. ¡Como si él realmente lo estuviera viendo! Frente a una película de terror no intelectualizo nada. Entro en la historia como la peor de todas, me creo todo y entro en pánico. Me fascina morirme de terror.
-Volviendo a tu historia de amor, ¿Es verdad que Luis te propuso matrimonio y vos nunca le respondiste?
–Es que me dio… ¿viste que hay matrimonios que están juntos como noventa años y en cuanto firman un papel se separan? Es como que firmar un papel se me presenta como un “tengo que seguir con vos hasta el final”. Y yo pienso que no tengo por qué seguir hasta el final con nadie, salvo que elija hacerlo. Me encantó que me lo propusiera y, desde entonces, quedé sorprendida. Pero, es verdad, nunca le respondí. Ahora él me carga y me dice que si en algún momento me quiero casar voy a tener que insistirle yo.
–En 2017 volvieron a trabajar juntos, en Cartoneros, la serie emitida por El Nueve. ¿Qué tal les resultó la experiencia? ¿Les gusta compartir la vida de hogar y el trabajo?
–Nos llevamos muy bien trabajando. Pero nos gusta hacerlo sólo cada tanto, en cosas muy puntuales. Cartoneros ameritaba que dijéramos que sí porque fue una propuesta que nos gustó mucho a ambos. Partía de un personaje verídico (Sergio Sánchez), del cartonero que en 2001 armó la primera cooperativa de cartoneros en el país, que era conocido del cardenal Bergoglio, hoy el actual Papa. Nos pareció muy atractivo y necesario contar esa historia. Pipo hacía del cartonero inspirado en Sánchez (llamado en la ficción Chino Suárez) y yo era Verónica, la abogada que ayudaba a organizar la cooperativa. Cuando un proyecto nos gusta con la misma intensidad a los dos, decimos que sí. Si no, no somos de esas parejas que necesitan hacer todo juntas. Y no le damos al trabajo más importancia de la que tiene; de hecho hablamos sobre eso un ratito al día y punto. Después cada uno se dedica a lo suyo, que es muy variado. En el horóscopo chino ambos somos monos, así que somos muy inquietos. Hacemos dos millones de cosas a la vez. Eso nos nutre y nos pone más poderosos.
-Para finalizar, Silvia: sos practicamente la única actriz de tu generación que no se sometió a una cirugía estética de rostro. ¿Por qué? ¿Reivindicás tus arrugas?
–Me hago algunos tratamientos, me pongo cremitas y todas esas cosas, porque me gusta verme bien. Pero hasta ahí llego. Hay días en que me levanto, me enfrento al espejo y digo: “y, bueno… me pasó un tractor por encima, varias veces y no se cansó de seguir haciéndolo”. Pero cuando estoy bien anímicamente, como ahora, en que con Pipo estamos bárbaro y nuestro hijo se acaba de casar por civil e iglesia, y encima me toca un laburo precioso, mi cara no me molesta, me siento hermosa y completa. En momentos así las arrugas dejan de estar en un primer plano, dejan de ser importantes. Me daría mucho temor tocarme la cara, no existen los procedimientos mágicos, todos se notan. No me gustaría perder la expresividad. Además, hay arrugas que son hermosas: las de reírte todo el tiempo y las de asombro. Creo que fue Chaplin el que dijo: un día sin risas es un día perdido. Yo pienso lo mismo, en ese sentido mis arrugas son un regalo del cielo.
El cuarto de Verónica
Dirigida por Virginia Magnago
La Mueca, Cabrera 4255.
Sábados y domingos, a las 21.
Entradas: Alternativateatral.com
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