Cumplió 61 años hace una semana, asegura que siempre supo reinventarse y vive un momento de plenitud; en su casa de Belgrano, cuenta cómo fue volver a apostar al amor
Dice que duerme poco, que con seis horas de sueño le alcanza para sobrellevar el día. Y es cierto: Silvia Fernández Barrio (61) es dueña de una energía arrolladora. Para comprobarlo basta mirar su agenda un día cualquiera: son las cinco de la tarde y ya tuvo dos reuniones de trabajo, una teleconferencia con Estados Unidos para definir detalles sobre las últimas tareas de Aepso –la Asociación Civil para el Enfermo de Psoriaris, de la que ella es presidenta–, y está lista para la producción de fotos de ¡Hola! Después, como cada tarde, partirá a su cita de las ocho de la noche en América, donde es parte del panel de Intratables, el ciclo conducido por Santiago del Moro.
"Toda mi vida anduve a las corridas, así que creo que ni siquiera me doy cuenta del maratón que hago a diario. Sé que soy una mujer hiperactiva y muy ansiosa… Hasta hago terapia para tratar de bajar un cambio y tener puesta la cabeza más focalizada en el presente. Es un ejercicio que realmente necesito y, de hecho, tengo déficit de atención con hiperactividad, así que imaginate", cuenta mientras mueve con gracia las manos y enseguida agrega. "Lo bueno es que los viernes ya me voy a lo de mi novio, Angel [no quiere revelar su apellido], que vive en Quilmes. Ahí me desconecto del mundo, si no él me mata".
–¿Viven en casas separadas?
–Sí, es bárbaro. El es un santo, se banca todo. Siempre le digo: "Gordo, te prometo que voy a trabajar menos", pero creo que ya ni él se lo cree. [Se ríe]. Hace casi cinco años que estamos juntos y nos llevamos muy bien. Lo bueno es que fuimos muy despacio y la relación fue creciendo de a poco. Hoy nos vemos los fines de semana y eso me funciona. El tiene toda su vida armada en Quilmes y yo acá, con lo cual, también es bueno extrañarse, esperar el reencuentro y compartir tus sábados y domingos con la persona que querés.
–¿Cómo es el amor a los 60?
–[Piensa]. A esta edad ya aprendiste a elegir mejor, tal vez no sabés bien qué querés, pero sí tenés muy claro qué es lo que no querés de un hombre. Y también aprendés a no tirarte tanto a la pileta sin ver antes si hay agua y cuidás el amor para que se mantenga así hasta el fin de tus días… En el fondo, todas somos un poco Susanita, ¿no? Yo siempre me imaginé la foto familiar al final de la vida con el hombre que amo. ¡Y con Angel la puedo ver!
–El 17 de diciembre cumpliste años. ¿Te gusta hacer balances?
–Estoy convencida de que nací con una estrella. Me crie en una familia bien constituida, tuve un muy buen pasar económico, excelente educación y el lema de mi casa siempre fue "el que no trabaja, no come". Por eso, todo lo que tengo lo logré a base de trabajo y un esfuerzo enorme. Y si bien la vida me ha pegado duro, sé que hay gente que la pasa mil veces peor y en ese balance siento que soy una agradecida. A veces pienso qué bueno que Dios me dio la virtud de ser como un camaleón, para poder adaptarme a cualquier circunstancia. Me caí mil veces, pero siempre me levanté. Creo que tengo otro umbral del dolor y si soy una mujer fuerte es por mi vieja…Ella tiene 87 años y vive sola y feliz. Hace poco le dije si no quería vivir conmigo y me contestó: "¿Para qué? Si así nos estamos llevando bien". [Se ríe].
–¿Qué cosas te apasionan?
–Soy una apasionada del periodismo. Siento que nací para esto, es lo que sé hacer. Pero también tuve la gran suerte de haber descubierto mi otra pasión a los 50 años, cuando creé la fundación para los enfermos de psoriasis. Haberme dado la posibilidad de ayudar a otros me cambió por completo. Hoy estoy feliz de haberme dado cuenta de que había algo más para mí. Esa pesada mochila que llevo [N. de la R: sufre la enfermedad desde los 18 años] generó algo bueno que hoy me permite superarme y ayudar a gente que no conozco. Me modificó de verdad la manera de plantarme frente a la vida. Es un bálsamo.
–Como periodista, ¿cuáles creés que fueron tus mejores notas?
–Mi primer viaje de periodista lo hice cuando tenía 27 años. Encontré dónde estaban los refugiados de Vietnam y llegué adonde ninguna cámara de televisión había estado antes, a una remota isla en medio del mar de China, donde nos podían haber atacado los mismos que atacaban a los vietnamitas. Y otro gran logro fue la nota que le hice a Carlos Reutemann: fue en la puerta de un ascensor y estuvimos sentados media hora en un banquito. El, que solía responder con monosílabos, habló de todo.
–¿Cómo te llevás con el éxito?
–A mí me encanta el éxito en cualquier cosa que hago, el que dice que no le gusta vive engañado. Todos trabajamos para alcanzar nuestros sueños o lo que nos proponemos. El éxito es inherente a la persona, es parte del motor de tu vida, lo que te permite trabajar y pelear para alcanzar lo que querés. La fama, en cambio, es otra cosa y con eso sí hay que tener cuidado. Hay que tratar de no creérsela, saber que es efímera y entender que eso que hace que la gente te quiera al mismo tiempo coarta tu libertad.
–Cuando te tocó cubrir el atentado a la Embajada de Israel, ocurrió el famoso incidente en el que dijiste al aire "Me tocaron el c…".
–Fue horrible y las cargadas, mucho peores. Es terrible que algunas personas solo se acuerden de aquella anécdota en medio de un atentado tan cruel.
–¿Cómo fue volver a la televisión después de casi veinte años?
–Hacía dos años que nadie me llamaba. En algún punto la tele y yo ya nos habíamos distanciado. Pero el año pasado me llamaron de América para estar en el programa de Santiago del Moro y después de mucho pensarlo me decidí. Te juro que cuando pisé el estudio fue como si me hubiera ido ayer. No lo podía creer. No se me movió un pelo, me sentí como pez en el agua.
–¿Y qué hiciste mientras estuviste alejada de la pantalla?
–Me dediqué a full a la asociación que había creado. Y después, me animé a todo. Incluso, me metí de lleno en el negocio de los estéreos. La mamá de un compañero de colegio de mi hijo tenía una empresa que vendía estéreos a las grandes automotrices. Eran los mejores equipos de Argentina y me pidió ser gerenta de relaciones institucionales. Fue divertido.
–Y también participaste en una película con Pepe Soriano…
–¡Sí! Ahí hacía de periodista. Me dije: "¿A ver qué es esto? Hay que quitarle la solemnidad a las cosas y reírse un poco de la vida, ¿no?
–¿Cómo fue tu vida en Salta?
–Todo se dio más o menos al mismo tiempo. Me separé de mi marido, dejé el programa Memoria y, para no quedarme sin laburo, acepté hacer radio en Salta. Tenía una yegua, jugaba al golf y dormía la siesta. Nunca había sentido tanta libertad… Para mí era un placer ir a bailar sin encontrarme con ningún fotógrafo. Fui muy feliz hasta que vino todo el asunto de la droga, que yo no tenía nada que ver, y del que no hablo ni pienso hablar.
-¿Volviste a Buenos Aires por ese motivo? –Sí, porque si me quedaba podría haber terminado en una zanja.
Texto: Jacqueline Isola Fotos: Pilar Bustelo Producción: Lorena Gersztein Maquillaje y peinado: Lorena Urcelay Agradecimientos: Leticia Carossella, Vía Uno y Luna Garzón
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