Silvia Fernández Barrio: "En el amor me di varias veces contra la pared"
El destino juega sus cartas una y otra vez. A veces, con imponderables que se preferirían evitar. Y, en muchos casos, con eso que los griegos llamaron peripecia y que no es otra cosa que dar vuelta la carta. Barajar y dar de nuevo. A Silvia Fernández Barrio le sucedió. Y fue a esa edad en la que muchos abandonan esperanzas, cuando se permitió volver a confiar. Después de mucho tiempo sin pareja, la sublimación se convirtió en concreción, en el comienzo de una nueva vida.
Luego de un noviazgo de diez años, convencida sobre su destino de merecer todo eso que le sucedía, en diciembre de 2018 se casó con el empresario Ángel Cavanna. "Lo conocí en el cumpleaños del productor Luis Cella. Ellos eran amigos de chicos porque ambos se criaron en el mismo barrio. Luis cumplía 60 y organizó una reunión hermosa. A mí me llevó una amiga que, a su vez, es muy amiga de Fernanda, la mujer de Luis", rememora la periodista a LA NACION.
El salón era inmenso. Una fiesta importante para celebrar las seis décadas de quien fuera, durante años, productor del programa de Susana Giménez. Silvia, que estaba sola, no tenía demasiadas intenciones de formalizar con nadie, aunque su ojo la llevó rápidamente a posar su mirada en el hombre que se convertiría en su marido. En determinado momento de la fiesta, la exconductora de Nuevediario le dijo a su amiga: "Me encanta aquel tipo que está allá. Estaba en la otra punta del salón, con un montón de gente delante, pero lo vi. Y hasta pensé que era turco, no sé por qué imaginé eso". Entre brindis, "cheers" compartidos hasta con desconocidos, y chismes varios, Silvia, casi sin darse cuenta pasó a estar en el medio de la pista cara a cara con el susodicho. "No sé qué hizo mi amiga, pero terminamos bailando juntos con todos alrededor, en círculo. Cuando nos sentamos a una mesa, me contó que conocía mucho a mi tío José Torres, de Pringles, porque habían sido socios en una cerealera. Además resultó ser el primo hermano de una íntima amiga mía con la que trabajé a mis 19 años".
Todo estaba dado. "A la mañana siguiente, llamé a mi tío y le conté con quién había estado". La respuesta fue contundente: "Es un señor", le dijo el familiar con ganas de colaborar con la causa. Estaba todo dado. Ahora solo era cuestión de ver quién daba el primer paso. O, mejor dicho, el segundo luego de aquel puntapié inicial donde charlaron en la mesa abstrayéndose de la fiesta hasta bien entrada la madrugada. Había atracción física. Y hasta un pasado común transitando las calles del sur del Conurbano: ella en Lomas de Zamora y él en Quilmes, donde desarrolló buena parte de su carrera empresarial y es integrante de una de esas familias tradicionales de la zona.
—¿Quién se atrevió a llamar primero?
—Pasaron unos días y me invitó a cenar. Pero justo ese día yo me iba a Estocolmo, porque allí se encuentra la sede de la Federación Mundial de Asociaciones de Psoriasis. Aunque, ni lerda ni perezosa, le dije: "Puedo el viernes". Así fue. Nos encontramos, cenamos, y, al otro día volé a Islandia, que era el primer destino antes de llegar a Estocolmo.
Lejos de ser una conspiración de las millas de la compañía de aviación, la distancia no fue impedimento para que el caballero andante decidiera tomar la iniciativa definitiva. El golpe de gracia para concretar la osadía. "Estando de viaje, recibí un mail de él impresionante. Mi felicidad fue total y absoluta". Touche. Cacho, como lo llaman todos, había metido un gol de media cancha.
—Está claro que había una gran atracción física, pero ¿qué fue lo que te terminó de convencer para comprometerte en esta relación?
—La simpleza de Cacho fue esencial. Me encontré con un tipo cero complicado, normal, común. No estaba en ninguna posición snob. Al ser quilmeño no tiene lo complicado que se da en Buenos Aires. Me enseñó mucho. Es un caballero. Cuando me decía que me iba a llamar, me llamaba.
—No hubo histeria.
—Cero posibilidades de histeria. Para él, la palabra es sagrada. Si uno se compromete a algo, se cumple. Si te invitan ocho y media, no se llega a las nueve.
Sí, quiero
La periodista, que fue una de las primeras conductoras en formar parte del programa Badía y Cía., mantuvo una relación extensa, de más de una década, con el cirujano Federico Benetti, padre de sus hijos Bruno y Justo. Luego de esa pareja, el plano afectivo no fue una de sus fortalezas. "Tuve dos amores en mi vida. Enormes. Uno fue el padre de mis hijos, con quien tengo una muy buena relación, y el otro es Cacho. Eso sí, entre ambos amores tropecé varias veces", reconoce.
Con Benetti construyeron una familia, pero no hubo una formalización matrimonial, como sí sucedió con el empresario quilmeño.: "Cuando me propuso casamiento, casi me muero".
—¿Cómo pide casamiento un señor formal y de palabra?
—Estábamos en su casa, en el country Abril, mirando departamentos porque todavía no habíamos logrado vivir juntos. Como Cacho es muy ceremonioso, me dijo: "Silvita te tengo que decir algo, quiero que lo pienses muy bien porque es una responsabilidad muy grande. Por favor, pensá con la cabeza". Yo imaginaba que me hablaba de una inversión, de comprar un departamento juntos. Pero, no. Me dijo: "¿Te querés casar conmigo?".
—¿Te hiciste rogar?
—¡No lo podía creer! Se me llenaron los ojos de lágrimas y le dije inmediatamente: "Sí, mi amor".
—Imagino que, con experiencia de vida a cuestas, se vive diferente semejante proposición.
—Entré en una tromba de ensoñación. Cuando había algo que lo podía empañar, me proponía que nada ni nadie me ensombrezcan ese momento. Hubo algunas empañaduras, pero no las sentí.
La boda se concretó el 5 de diciembre de 2018, en el Registro Civil. Y, el 8, Día de la Virgen, una ceremonia religiosa presidida por un pastor adventista los unió a través de la fe. "Como Cacho es separado, no nos pudimos casar a través de la Iglesia Católica". La fiesta, para 180 invitados, se llevó a cabo en la sede de la Sociedad Rural Argentina, en Palermo. La periodista lució un modelo de Claudio Cossano, sensual y discreto. Donald y el grupo Mala Testa animaron la velada.
—En trabajo retrospectivo, ¿cómo evaluás tus vínculos de pareja?
—Todos los días digo: "Gracias Dios mío por todo lo que me diste". Aún con los dolores, las equivocaciones, enfermedades y muertes. Cualquier balance que yo haga es excelente. De todos modos, antes de Cacho hacía cinco años que no salía con nadie. Me había dedicado, por completo, a la Asociación y a la difusión de los temas vinculados a la psoriasis.
—¿Te sentías defraudada en tus vínculos personales?
—Cuando lo conocí a Cacho le dije: "No sé bien qué es lo que quiero, pero sé qué es lo que no quiero más". En algún punto aprendés.
—¿Qué tipo de vínculo no querías más?
—El histerismo, la pelea, la competencia. Todas las cosas tóxicas que enferman la relación y la vida. Cuando una pareja es tóxica, enferma todo el resto.
—Sos una persona pública y de carácter. Esa trascendencia, ¿generaba celos, competencia, miedo en el hombre que se te acercaba?
—Sí, muchas veces se daba todo eso. El celo no es otra cosa que el miedo, mezquindades.
—¿Se aprende?
—Vas aprendiendo con la vida. Hoy parezco canchera, pero en el amor me di varias veces contra la pared. ¿Será posible que tropiece siempre con la misma piedra?, me decía antes de conocer a Cacho.
—¿Qué lugar ocupa el erotismo en esta etapa de tu vida?
—Siempre ocupa un lugar en la vida de las personas. Para algunos más y para otros, menos. También depende de la edad. Es interesante ver cómo uno va cambiando, la naturaleza es sabia. Hoy tengo una vida súper plena en todos los aspectos y no tiene nada que ver con la que tenía a los treinta. Es que no pueden ser igual las cosas a los 30 que a los 60. Es más, un montón de cosas que pensaba, no son como yo las pensaba.
—¿Cómo se asume el paso del tiempo?
—Hace veinte años miraba a mi mamá de 70 y la sentía vieja. Ahora, yo estoy por llegar a esa edad y no me veo así en lo más mínimo.
—¿Será el amor?
—Posiblemente.
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