Siete años sin Norma Pons, la misteriosa actriz que desafió las reglas y cumplió sus sueños sin renunciar a su libertad
Amada por el púbico y respetada por sus pares, brilló en el teatro de revistas, mostró su talento para la comedia y logró cautivar a la crítica con su versión de Bernarda Alba, manteniendo siempre en reserva su vida privada
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Solo pasa con las grandes estrellas; aquellas destinadas a ser eternas. La noticia de su muerte sonó primero con cierta timidez, como si nadie quisiera cargar con el peso de ser el mensajero: Norma Pons murió hace 7 años, el 29 de abril de 2014, inesperadamente, con apenas 71 años y miles de proyectos por concretar. Ese día y los siguientes, decenas de colegas y amigos tomaron por asalto los medios para recordarla, para contar anécdotas que daban cuenta de su talento, de su generosidad y de su forma de ser sin dobleces.
Y esa noticia que comenzó siendo un susurro, terminó tomando miles de formas: homenajes, tapes conmemorativos y fragmentos de entrevistas con los que los medios intentaban dar respuesta a la demanda de un público azorado por su pérdida. Porque si algo había conseguido Pons era justamente eso: el amor del público, un amor que no había sido ni fortuito ni instantáneo. Pons sabía que los dinosaurios estaban extinguidos y si bien manejaba las palabras con maestría, nunca lastimó en púbico a nadie con su lengua karateca. Tampoco se amparó en su frontalidad para incomodar a los demás con sus preguntas en público. Pons no era una diva. Su principal capital fue, siempre su capacidad de trabajo.
Comenzó su carrera en su Rosario natal, en 1957, con apenas 14 años. Si bien tanto ella como su hermana Mimí ya se destacaban por su belleza, en aquellos primeros pasos su voz y su impecable dicción le abrieron las puertas de varios radioteatros. Ya en Buenos Aires, la suerte quiso que los ojos de un grande del humor se posaran en ella para ayudarla a sementar una carrera que sería tan larga como variada.
Ocurrió cuando junto a Mimí concurrió a Canal 13, para presenciar uno de los programas más exitosos de aquel tiempo: Los trabajos de Marrone. Aquel encuentro bastó para que el cómico entendiera que aquellas hermanas de largas piernas, porte de modelo y personalidades complementarias podían convertirse en la atracción que el teatro de revistas estaba necesitando.
Aquel pálpito de Pepito se cumplió. Ya en 1969 la chispeante Mimí y la histriónica Norma encabezaban su propia compañía. El mito comenzaba a construirse, pero el camino no sería fácil. Luego de años de éxito, Mimí decidió que era momento de retirarse, para dedicar todo su tiempo y energía a su familia y si bien Norma siguió su recorrido en solitario, le costaría seguir conservando un lugar de estrellato.
Los años noventa la encontraron formando parte de la troupe de Antonio Gasalla junto a Adriana Aizenberg, Juana Molina, Mónica Scapparone, Verónica Llinás, Clotilde Borella, Roberto Carnaghi, Daniel Aráoz, Carlos Parrilla, Claudio Giudice y Atilio Veronelli. El exitosísimo Palacio de la risa fue mutando de nombre, de canal y de elenco, pero Llinás, Carnaghi y Pons se convirtieron, gracias a su talento, en insustituibles para cómico. Allí pudo mostrar, una vez más, su presencia, su profesionalismo y su don para la comedia.
“Era una mujer muy particular, una persona única”, recordaba Llinás, en una entrevista con LA NACION. “Mi amor incondicional hacia ella se selló durante un viaje en auto; a veces yo la acercaba hasta su casa y charlábamos mucho. Me acuerdo que me estaba contando que se había comprado unos muebles y me dijo: ‘Ay, Verónica, es increíble el mal gusto que tengo’. La amé para siempre”.
“Trabajó muchísimo para salir de ese molde de vedette del Maipo que pesaba sobre ella y era una gran persona. Recuerdo que, mientras hacíamos el programa, me tuvieron que operar y la única que vino a verme fue ella. Lo loco es que apareció en la clínica a las 3 de la mañana porque había tenido función y consiguió que la dejaran entrar”, contó con emoción.
La directora del colegio, la madre de ‘la nena’, la empleada pública que no podía separarse de su mate y tantos otros personajes que interpretó en los programas de Gasalla sirvieron para que toda una nueva generación la conociera y la valorara. Pero ella seguía añorando ser considerada una buena actriz.
La concreción de ese sueño llegaría por partida doble, en 1997. Luego de once años de no ser convocada para participar de proyectos en la pantalla grande, ese año, Pons recibió el Cóndor de Oro a la mejor actriz de reparto por Sotto Vocce, la ópera prima de Mario Levín. Pero no solo el cine sirvió de plataforma para ese “relanzamiento”.
También estrenó, el mismo año, Cocinando con Elisa, una pieza teatral de Lucía Laragione en la que compartía la dupla protagónica con Ana Yovino, bajo la dirección de Villanueva Cosse. Las críticas fueron unánimes. “Norma Pons hace un trabajo que la eleva a una órbita nueva y distinta dentro de su trayectoria teatral. Ya desde su primera aparición deja sin aliento al espectador. El pelo recogido, el rostro sin maquillaje, la adustez del gesto: parece una institutriz o un ama de llaves salida de una película inglesa.(...) Pons se mete con el humor (incluyendo el de tintes negros), con el melodrama y hasta con la tragedia. Siempre sale ganadora. Es una prodigiosa síntesis de muchos estilos de actuación, en la que también está presente su ya lejano pasado revisteril”, reseñaba por entonces LA NACION, en coincidencia con otros medios.
Allí comenzó un nuevo capítulo en la historia de la rosarina de piernas eternas y voz inconfundible: ahora era buscada por todos para encabezar proyectos y escucharla contar, también, su historia en primera persona. Ella se prestó al juego hasta donde quiso porque lo que nunca cambió fue su carácter determinante y su clara intención de mantener su vida privada alejada de los medios y, también, de quienes no llegaba considerar parte de su círculo más íntimo.
“Era una persona muy especial, una profesional excelente, muy exigente consigo misma y, con mucho cariño, le exigía a los demás que estuvieran a ese nivel a la hora de trabajar. Muy celosa de su intimidad”, recuerda su compañera y amiga Silvia Pérez.
La actriz hace hincapié en dos aspectos estructurales en la vida de Pons: su soledad y su libertad para encarar la vida. “Tuve la suerte de compartir dos obras de teatro con ella: Secreto entre mujeres, con dirección de Julio Baccaro, y 8 mujeres, la versión de José María Muscari de la película de François Ozon. En una de esas giras, cuando andábamos por los últimos pueblos, entre camarines esperando para salir a escena, yo le dije que estaba muy cansada, que teníamos que parar. Ella estaba con su cigarrillo y me dijo: ‘¿Y yo qué voy a hacer los fines de semana?’. Eso me atravesó el corazón, realmente y entendí un montón de cosas”, reveló la actriz, en diálogo con LA NACION.
Y agregó: “Y a la vez, tenía esas cosas tan irreverentes de decir ‘yo ahora soy feliz porque puedo salir a la calle así, en zapatillas y sin arreglarme, porque todo me importa un carajo’. Se subía al colectivo para volverse del teatro, con lo reconocida que era”.
“Yo soy vegetariana desde hace mucho tiempo y siempre mi comida es muy especial y muy común, y cuando íbamos a comer juntas, ella se deleitaba mucho con los platos que nos servían en los restaurantes, sobre todo del interior, que nos atendían tan bien, y a ella especialmente. Me acuerdo que me decía: ‘Cuando vos vas a un restaurante, querida, tenés que comer lo que no comés en tu casa’. Fue una mujer muy trabajadora, con mucho tesón y también con esta actitud de los grandes que hacía todo a lo que tuviera a su alcance para que vos te lucieras cuando trabajás con ella”, resumió.
Muscari terminó convirtiendo a Pons en una de sus actrices fetiches mientas la amistad entre ellos se intensificaba cada vez más. Tanto, que el director hizo todo lo posible por cumplir el gran sueño de Norma: encabezar un clásico. “Ella sentía que el mundo teatral, los productores y el propio medio no la consideraban una actriz con los recursos para encarar un clásico, y como yo sabía sobre su deseo, sin decírselo, hablé con un el productor Javier Faroni, a quien le encantó la idea. Busqué La casa de Bernarda Alba, la adapté, hice mi versión, y cuando la tuve armada le dije que le quería proponer este trabajo y que con Faroni considerábamos que era una súper apuesta que ella hiciera el papel de Bernarda”, le contó Muscari a LA NACION.
“Por supuesto que ella aceptó de inmediato y a partir de ahí fue todo felicidad, como cada vez que trabajamos juntos”, explicó el director. La puesta de la obra de Federico García Lorca se convirtió en la más exitosa de la temporada 2013 en Buenos Aires, y arrasó con los premios Estrella de Mar, en Mar del Plata. Pons no sólo se quedaría con el de mejor actriz, sino con la codiciada estatuilla de Oro.
“Tal como ella creía, la obra fue un antes y un después en su carrera. Porque si bien ya era considerada una extraordinaria actriz, con múltiples recursos, nunca había tenido la oportunidad de mostrar su sino trágico. Dejaba la vida en cada función, porque su personaje no se puede hacer a mitad de camino”, indica Muscari. Luego de un año y medio de funciones agotadas, Bernarda se quedó sin actriz. Muscari se emociona al recordar aquel día: “Si bien tenía una salud frágil -había sido internada en Mar del Plata por broncoespasmos- no esperábamos ese desenlace. De hecho, ella estaba en su casa, con total normalidad; se acostó a dormir, se levantó, armó su cama, se sentó en el sillón a ver un programa de televisión y así falleció”.
Además de su rutina de teatro, Pons había aceptado ese año otro desafío: participar de “Bailando por un sueño”. Su debut en la pista de ShowMatch fue arrasador, al igual que el ida y vuelta que supo construir con el conductor de programa, Marcelo Tinelli. Dos días después de aquella presentación, su corazón dijo basta.
“Pocas veces hablaba de su intimidad. Conmigo se abrió, en el micro con el que recorríamos la Argentina me contó infidencias que nunca voy a revelar. Era una mujer bastante solitaria a pesar de que la quiso y la quiere todo el mundo. Por eso, quizás, que fui a su velatorio... Salvo el de mi papá y el de mi mamá, que ocurrió después que el de Norma, no fui al velatorio de nadie, pero sentí una enorme necesidad de acompañar a su alma que estaba subiendo, yéndose a descansar. Necesitaba estar presente con ella y demostrarle mi amor”, explicó Pérez.
Los restos de Pons fueron velados en el salón Juan Domingo Perón de la Legislatura porteña. Además de Muscari, de Pérez y de su hermana Mimí, se acercaron a despedirla decenas de compañeros de cada uno de los trabajos en los que supo brillar.
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