El periodista charló con LA NACION acerca de la dura experiencia que representó pasar 21 días en terapia intensiva y explicó cómo volcó esa vivencia en su nuevo libro
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“No duele para que sufras, duele para que cambies”, advierte Sergio Lapegüe mientras reflexiona sobre todas las situaciones complicadas que, en este último tiempo, la vida le puso en el camino. Es que detrás del periodista exitoso y carismático -que conduce radio y televisión, da charlas motivacionales y toca en una banda con amigos- se esconde una incesante lucha interna por “bajar un cambio” y encarar sus días de una manera más sana. “Escribo este libro no porque tenga superado el problema, sino porque quiero tomar conciencia de lo que me pasa compartiéndolo con ustedes. No les hablo de mis éxitos, les hablo de mis dificultades para lograr un equilibrio en mi vida”, confiesa -a modo de catarsis- el autor de Parar, tocar fondo, resetear y volver a empezar, su segundo libro.
Y si bien Lapegüe asegura que parte de este cambio de vida se puso en marcha a principios de 2020, fue su trágica experiencia con el Coronavirus lo que lo obligó a tomar consciencia y frenar por completo. “A veces uno no puede frenar y necesita que otra fuerza más poderosa lo haga por vos. Sin dudas, este virus puso en jaque mi vida y me hizo tocar fondo de verdad”, le confiesa a LA NACION quien, tras estar 21 días en terapia intensiva, decidió sacar el pie del acelerador y barajar de nuevo.
-Ya salió Parar, tocar fondo, resetear y volver a empezar… ¿Cómo lo definirías?
-Parar... es un libro honesto, escrito con el corazón en la mano por alguien que tocó fondo de verdad, y ahora necesita resetear y empezar de nuevo. Es mi segundo libro y lo empecé a escribir en enero del 2020 sin saber que me iba a encontrar con este cambio de paradigma en el mundo. Estaba en un momento de mi vida donde la locura por el trabajo hizo que tuviese algunos inconvenientes físicos, y yo siga a pesar de eso. Quería hacer una especie de catarsis para bajar un cambio, para frenar, para tratar de conseguir ese equilibrio que es necesario para la vida sana y yo no tenía. Lo terminé en septiembre y quedó en stand by porque queríamos presentarlo en la Feria del Libro de este año, pensando que la pandemia no iba a durar tanto.
-¿En qué se diferencia de Prendé el optimismo, tu primer libro?
-El primero fue hace 10 años, también con Editorial Planeta, pero habla de la importancia de hacer lo que uno tiene ganas, que nunca hay que dejar de soñar, ni rendirse. Siempre hay que salir a buscar las oportunidades. Este, en cambio, no es un libro donde hablo de mis éxitos, de lo bien que me va, sino de la dificultad de un ser humano que logró todo lo que quiso pero que está continuamente arriba de un tren bala esperando que llegue la próxima estación para ser feliz. Y la estación no llega nunca.
-Es muy valiente hablar de los problemas o las miserias humanas detrás del éxito. ¿Qué te llevó a hacerlo públicamente?
-Me quería ayudar. Escribirlo fue como ir al psicólogo. Termino siendo un libro que no solo me ayudó a mi sino que va a terminar ayudando a otras personas que también tienen las mismas dificultades que yo. Yo no planteo dejar de hacer lo que hacemos, sino hacer menos, hacer un cambio de a poquito, tratar de parar la pelota y ver a qué compañero dársela y no llevarla hasta el arco y hacer uno el gol. Yo me daba cuenta de todo eso pero seguía trabajando a mil y no podía parar, hasta que de pronto vino el virus como si fuera Mike Tyson y me pegó una trompada de knock out, caí desplomado en una clínica y me frenó sin preguntar. Cuando volví a mi casa, empecé a escribir de nuevo tratando de averiguar qué me había pasado porque el estrés postraumático que te provoca el virus, más después de estar internado en terapia intensiva, es muy fuerte. Y eso me sirvió para hacer catarsis también y agregar el último capítulo, que es un capítulo de conciencia para el lector y para mí. Yo como protagonista del dolor, y el que lo lea como persona a la que le puede pasar lo mismo.
-Decís que terminaste de escribirlo en septiembre y que su salida se fue postergando, es como si el destino hubiera sabido que te faltaba el capítulo final, el más importante de todos…
-Tenés razón, sin dudas es el más importante. A veces uno no puede frenar y necesita que otra fuerza más poderosa lo haga por vos. Y, sin dudas, el covid fue un punto de inflexión en mi vida. En ese momento, yo estaba en una nube, no entendía nada, es terrible como se te destruye el cuerpo al punto de no poder caminar o levantar una mano porque te asfixiás. Lo único que pensaba es que pasen los días para volver a respirar, porque ya no pensaba ni en volver a casa, solo quería volver a respirar. Eso me demostró que no hay oportunidad que perder, que el tiempo es efímero, la vida es muy corta, pasa muy rápido y uno piensa que dura para toda la vida y no. Hay que vivir la vida, no durar.
-¿Por dónde empezó tu cambio?
-Con el libro yo sabía que se venía un cambio pero no lo había empezado del todo. Seguía trabajando diez horas por día entre la radio y la tele, más la banda, más las charlas motivacionales que doy, más el libro que escribí entre tanda y tanda de la radio o sea que no estaba cambiando. Cuando estaba en terapia intensiva dialogando con la muerte, recibí el llamado de mis hijos y mi mujer que no sé si fue como una especie de despedida o qué pero Micaela me dijo: “Papá, creé en las energías, estamos todos rezando, tus pulmones se van a curar”. Ellos estaban yendo a una reflexóloga, haciéndome reiki y meditación a distancia, y es increíble pero empecé a sentirme en paz. Recuerdo que un día vino Delia, la jefa de enfermeros, y yo tenía todo apagado en la habitación y me dijo: “¿Qué pasa acá que está todo oscuro? Hay que abrir la ventana, tiene que entrar aire, buena energía”, me dio la mano y me largué a llorar. Ahí me di cuenta que tenía que ser otro, que tenía que empezar a mirar la vida de otra manera. No todo es trabajo, no todo es esfuerzo, y creo que eso fue un punto de inflexión para volver a empezar.
-¿A qué te aferraste durante tu internación?
-A mi familia, a mis amigos. Uno piensa que es eterno, pero cuando tocás fondo te aferrás a lo realmente importante. En casa me habían armado una especie de altar con mis fotos, velas, donde rezaban todos los días. Los médicos, los enfermeros también merecen un párrafo aparte. Cuando estaba un poquito mejor, venían y me prendían y apagaban la luz de la habitación como el “Prende y Apaga” [risas]. Me ayudaron y contuvieron muchísimo.
-Fueron semanas donde cambiaste de rol y la noticia pasaste a ser vos… ¿Te sorprendió el cariño del público?
-¡Muchísimo! Yo tenía tristeza, depresión, no tenía ganas de abrir los ojos, pero todas las mañanas recibía estampitas y cartas que la gente me dejaba en la clínica. La verdad que eso me ayudó mucho, el amor de la gente, la cantidad de llamados de los amigos de toda la vida y de los que uno va conociendo en el camino. Soy un agradecido. Mi mujer, que escribió el prólogo de este libro, me dijo: “Estás cosechando lo que sembraste durante años, porque siempre fuiste un generador de buenas vibras, a pesar de ser un conductor de noticiero”. Yo salgo a caminar por mi barrio y cada una cuadra es: “Vamos, Lape”, “Fuerza, Lape”, “Recé por vos”, “Vamos que podés”. Es verdaderamente muy emocionante porque no conozco a la gente y sin embargo ellos de buena fe han pensado en mí, por eso siento la necesidad de ayudar, de dar esperanza y decir que uno puede salir a pesar de todas las complicaciones que tenemos en la vida.
-¿Es verdad que entre todos esos llamados recibiste el de Alberto Fernández?
-Sí, yo no lo conozco más que de haberle hecho notas cuando yo era movilero y él jefe de gabinete. No tengo dialogo ni relación. La verdad que me ha sorprendido mucho, me ha alegrado mucho. La llamó a mi mujer, le dejó un audio y me ofreció todo el apoyo y la ayuda que yo necesitara. Se mostró muy humano. La verdad que recibí muchos llamados, desde Martín Palermo, Alejandro Lerner, Luisana Lopilato y su mamá desde Canadá diciéndome que estaban rezando por mí... Mis compañeros y amigos como Nelson Castro, que llamaba día y noche a mi mujer no solo para aconsejarla sino para apoyarla emocionalmente. Lo mismo Santo Biasatti o María Laura Santillán. Todos grandes seres humanos.
-¿Qué secuelas te quedaron hoy en día?
-Todavía tengo debilidad en las piernas, me agito al subir escaleras y mucho cansancio mental. Tengo una nube en el cerebro que hace que me olvide de las cosas, no me salen los nombres. Para mí, que tengo que estar al frente de un noticiero, es tremendo. A veces me van diciendo un segundo antes lo que tengo que decir porque me olvido. También siento tristeza, a veces bajón y tengo problemas de sueño.
-Estás por estrenar un documental sobre tus días internado… ¿Qué vamos a ver?
-Cuando estuve en la clínica grabé algunas cosas que van a ser parte de este documental, un informe especial que va a salir el 10 de mayo por TN. Son videos que yo mismo grababa día tras día contando mi experiencia. Necesito contar esto para darle una mano a la gente que la está pasando mal (que es mucha porque se la pasan escribiéndome) y para concientizar sobre la situación. Yo soy un comunicador y lo que pueda contar va a ser muy trascendente para que el que lo vea pueda cuidarse y protegerse porque yo no me contagie en un boliche, ni en unas vacaciones, ni en un restaurante, me contagié en mi casa por un amigo que vino a traerme una guitarra. Uno a veces no se da cuenta de lo que causa en la gente. Para mí esto es un trabajo, no me creo más que nadie por salir en televisión, pero desde que empecé en esto siempre tuve una idea clara: aprovechar el micrófono que tengo y que lo que diga sirva para algo.
Escalera a la fama
Poco queda de aquel chico que quería ser relator de fútbol pero que, debido a su timidez, terminó estudiando Ciencias Económicas. Tras debutar en el mundo periodístico como productor de radio (donde tuvo una gran experiencia al lado de Bernardo Neustadt), el periodista decidió pasar del otro lado en Fax, el programa de Nicolás Repetto, donde presentaba las noticias con su humor característico. Canal 13 y posteriormente TN se convirtieron en su casa, donde pasó por todos los escalones de la profesión. Fue el creador de Prende y apaga, el programa de cable que le dio fama y popularidad. Hoy, conduce dos noticieros líderes: Tempraneros en las mañanas de TN y Noticiero Trece, en los mediodías de eltrece. Además, lidera Atardecer de un día agitado, por La100 y tiene su banda llamada Lapeband, en la que hace música con amigos y suele tocar en distintos teatros del país.
-¿Qué buscas transmitir cada vez que se enciende la cámara o el micrófono?
-Mi objetivo siempre fue ayudar y levantarle el ánimo al que está del otro lado. En el noticiero a veces se me complica porque es una hora y media de noticia tras noticia, pero en la radio tengo mi bloque de solidaridad, de gestos. El micrófono me permite llegar a tu casa, a tu oído, a tu corazón, y eso es lo que siempre traté de hacer. Y el resultado de eso lo vi como un rebote tremendo cuando me internaron. Es como si el amor de la gente se hubiera vuelto por un tubo todo junto. Cuando pasa eso, pienso que hice bien las cosas.
-¿Te obsesiona el rating?
-Siempre me enfoco en hacer algo distinto para sacar una sonrisa y generar buena onda, pero sí miro el rating todo el tiempo y trato de que nos vaya bien porque es mi trabajo. Yo quiero que nos vean porque muchas familias viven de nosotros también. Es una satisfacción personal, no es que cobro más por tener más rating, o que cobro más por hacer un documental; hace 30 años que trabajo en el mismo lugar y por un sueldo. El minuto a minuto nos ha complicado la existencia pero nos marca qué estamos haciendo bien y qué estamos haciendo mal.
-Hacés tele, radio, música, dás charlas motivacionales, escribiste dos libros… ¿Qué te queda pendiente?
-Siempre quise hacer una especie de Late Night Show con mi estilo. De hecho, armé Lapeband pensando en eso. En el primer minuto te informaría de todo lo que pasó en el día. Cuando ya sabés lo que puede pasar mañana, trataría de que te vayas a acostar con una sonrisa. Me gustaría tener esa oportunidad antes de abandonar mi carrera, pero para hacerlo tendría que dejar el resto. Igual este va a ser el último año de tanto trabajo. Quiero disfrutar de mi familia, viajar, caminar por el barrio tranquilo. Yo hace años que salgo de mi casa a las 4 de la mañana y vuelvo a las 9 de la noche, ¿para qué, a qué costo? Este famoso multitasking no nos está haciendo bien. Por lo pronto estoy aprendiendo a hacer una cosa a la vez. Cuando hablo por teléfono, hablo por teléfono, cuando como, como, cuando miro la tele, miro la tele.
-¿Te imaginabas que ibas a lograr todo esto?
-Sí, lo imaginaba. Yo quería ser trascendente de chico. Cuando estaba con mis amigos, era muy tímido. Quería hablar y no me salían las palabras, entonces pasaba absolutamente desapercibido. Lo único que quería era trascender, que cuando vaya caminando por algún lado la gente supiera quién era y que se quedara pensando con lo que yo decía; ese era mi desafío y creo que lo logré.
-Si miraras hacia atrás, sabiendo todo el camino recorrido... ¿Qué le dirías a ese chico que empezó sirviéndole el té a Bernardo Neustadt?
-Que estoy orgulloso por todo lo que hizo pero que tendría que haber disfrutado un poquito más de su vida, de su tiempo y de su familia. Y que me hubiera gustado que se quiera un poco más.
-¿En qué sentido lo decís?
-En el hecho de saber poner límites para no afectarme, para no desproteger mi salud. Siempre quise tirar de la cuerda, llegar a lo máximo, vivir a mil porque disfrutaba de esa adrenalina. No me arrepiento pero podría haber disfrutado más. Sé que todavía estoy a tiempo, esto fue un llamado de atención, por eso quiero que este libro sirva como semáforo para darnos cuenta que estamos a tiempo de modificar nuestro propio camino. Mi maestra de meditación me dijo una frase muy cierta: “No duele para que sufras, duele para que cambies”. Este es el momento, hay que animarse a cambiar.
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