En una extensa charla con LA NACION, la actriz también se refirió a la ausencia de su padre biológico; explicó por qué durante su primer matrimonio dejó su carrera artística y reconoció que, durante años, evitó trabajar con su marido Arturo Puig
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“Lo que (Eugene) O´Neill escribe es, en parte, la historia de su familia, de sus hermanos…”. Selva Alemán aún experimenta esa sensación de descubrimiento de un texto que estrenó hace pocos días. Acaso sentimiento que jamás desaparece del artista que entiende el teatro como un acontecimiento convivial que se reinventa en cada función. Lo vivo define la experiencia.
La partitura es Largo viaje de un día hacia la noche, el clásico relato rubricado por uno de los precursores del drama realista norteamericano. “O´Neill es el padre de todo”, sostiene la actriz, mientras repasa sus labios para la producción de fotos con LA NACION.
En la nueva puesta, dirigida por Luciano Suardi y que se ofrece en la sala Casacuberta del Teatro San Martín, Selva Alemán está acompañada por Arturo Puig, su marido fuera de la ficción y que también cumple ese rol en la pieza. Se sabe, en este clásico de O´Neill el drama se desarrolla en el seno de una familia donde Mary, la madre, personaje interpretado por la actriz, debe lidiar con una adicción. Más allá de estar consustanciada con el material, la actriz encuentra en la intimidad de su camarín, minimalista y de colores pasteles, la posibilidad de repasar su vida. Repensar vínculos y ausencias, momentos gratificantes y de los otros.
La actriz ofrece café y se acomoda lista para la charla. Su cuerpo menudo hace que el sillón parezca aún más grande. Aunque sana y radiante, su delgadez se da la mano con los flagelos físicos de la criatura que le toca interpretar.
Lo que se hereda...
-Alguna vez, ¿dudó de su vocación?
-Sí, alguna vez dudé…
-¿Por qué?
-Fue durante mi primer matrimonio, viajaba mucho y eso hizo que me fuera retirando un poco.
Aquello sucedió luego de haber interpretado a Honey, durante la primera temporada en la que formó parte del elenco de ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, de Edward Albee, donde el elenco estaba encabezado por Myriam de Urquijo y Nacho Quirós. Aquella vez, se trató de una exitosa temporada en el teatro Regina, la única sala donde se dio esta obra en Buenos Aires, que, décadas después, Alemán volvería a hacer junto a Arturo Puig e interpretando a Martha, el rol principal.
-Luego de aquel paréntesis artístico, ¿cuándo regresó a los escenarios?
-Recuerdo siempre a la gran directora María Herminia Avellaneda, de la que fui muy amiga; siempre me llamaba y me decía “Selvita, ¿cuándo hacemos algo? ¿Cuándo volvés?”. Finalmente, acepté regresar a la actividad dirigida por ella, en Doña Disparate y Bambuco, de María Elena Walsh, quien, además, cantaba en vivo, y donde también estaban Perla Santalla, Walter Vidarte y Hugo Caprera. Mis personajes eran la Tortuga Manuelita y una princesa. Después, María Herminia (Avellaneda) también me llevó a hacer el programa Alta comedia. Esos trabajos me hicieron volver a la actividad artística.
Luego siguieron las clases dictadas por Agustín Alezzo, donde compartía el taller con Norma Aleandro, Antonio Gasalla, Carlos Perciavalle, José Luis Massa y Alicia Bruzzo, entre otros alumnos. En ese tiempo, fue la propia Norma Aleandro quien sugirió su nombre para que formara parte de Las Troyanas, de Eurípides, en el Teatro San Martín, donde hoy protagoniza. “Desde 1972 no pisaba un escenario de este lugar”.
-¿Por qué aquel paréntesis laboral coincidió con su primer matrimonio? Dejar el trabajo, ¿había sido una imposición de su marido?
-No, sucedió que había comenzado a los quince años, venía de una familia donde mis padres eran actores, mi padrastro músico, y, de alguna manera, no era una familia feliz; mi mamá con separaciones... Todo muy complicado.
-Hoy se diría, “familia disfuncional”.
-Así era. Por eso, cuando me casé, pensé que quería formar una familia más normal, dejar de trabajar y ocuparme de otras cosas, pero no me salió.
Estalla en una carcajada recordando aquella decisión de trocar arte por familia, como si tal cosa garantizara el éxito de la vida conyugal.
-Luego, sí le salió.
-Es cierto, después me salió bien…
Con Arturo Puig conforma un matrimonio donde los hijos de él han sido, en cierta medida, también los suyos. En uno de los espejos de su camarín de la sala Casacuberta, una foto en blanco y negro de su madre, la querida actriz Carmen Vallejo, deja en claro el parecido físico entre ambas.
-Su mamá fue una intérprete enorme.
-Creo que por eso no me he dedicado a la comedia, ella era tan buena, que no había manera de parecerse.
-Su vocación, ¿fue un mandato?
-No, todo lo contrario, ella no quería para nada que yo fuera actriz.
Un dolor de infancia
-¿Quién fue su padre sanguíneo?
-Se llamaba Roberto Denegri, era actor de radioteatro y había sido galán de Eva Perón; mi mamá lo conoció trabajando allí.
-¿Se acuerda de él?
-No, se separaron cuando yo era muy chica. Él estaba muy enfermo, tenía muchos problemas, y medio que no me quería ver. Cuando murió, yo tendría nueve o diez años y mi mamá ya vivía con Oscar (Alemán), de quien me apropié y lo convertí en mi padre.
Oscar Alemán, destacado músico de jazz, le devolvió a la actriz la figura paterna de la que carecía hasta entonces. “Para mí, fue mi papá”. Tal el vínculo, que la intérprete siempre utilizó artísticamente el apellido de su padrastro. “Fue una elección por amor y reconocimiento”.
Luego de varios años de matrimonio, Carmen Vallejo también se separó de Oscar Alemán. Mucho tiempo después, Selva Alemán decidió ir a presenciar un concierto de ese hombre que la había criado. En el anecdotario familiar está grabada a fuego aquella noche de emoción: “Fuimos con Arturo (Puig) a verlo a Michelangelo. Cuando se enteró que estábamos, le pidió, a quien era su mujer de entonces, que fuera hasta su casa a buscar ropa y zapatos especiales para el show”.
-En esta etapa de la vida que le toca transitar, ¿cómo se alimenta la vida matrimonial?
-No hay mucha diferencia con respecto a otros tiempos, pero sí reconozco que nos juntamos mucho durante la pandemia, porque estábamos en casa muy solitos los dos, sin poder ver a los hijos de Arturo (Puig), ni a los nietos, nada. Fue difícil, pero nos llevamos muy bien, nos unificamos aún más. Lo logramos, salimos bien de ese momento. En realidad, siempre fuimos compañeros de muy buena convivencia. Somos amables y respetuosos, tenemos en cuenta los tiempos del otro, qué necesita, estamos atentos a sus silencios. Por supuesto, nos retamos y peleamos, nos decimos de todo. “¿Por qué te levantaste tan tarde?”, pero nada más grave que eso.
-Usted habla de los silencios, algo que no siempre es tenido en cuenta.
-Es fundamental tener esos espacios para pensar, leer, estar con uno.
-¿Le hubiera gustado ser madre biológica?
-Si, me hubiera gustado, pero no pude. Tuve varias operaciones, de esas “femeninas”, pero no se dio, nunca quedé embarazada. Hemos pensado en la adopción, pero, cuando podríamos haberlo hecho, no estábamos legalmente casados y, además, era la época de la dictadura, donde se podía hacer todo por izquierda y no quisimos. Lo bien que hicimos, porque, sin saber todo lo que ocurría, había algo de peligro que intuíamos, fue algo muy curioso.
-En caso de haberlo hecho, podría haberse tratado de un bebé robado, hijo de desaparecidos.
-Totalmente, teníamos algunos amigos a los que les habían desparecido los hijos, pero, no éramos tan conscientes de lo que pasaba, no se sabía tanto, aunque se olfateaba.
-Estuvieron muy lúcidos, ya que el afán por ser padres los podría haber hecho cometer un acto de gravedad.
-Además, como acá siempre fue tan difícil adoptar, era común que te dijeran “viajá a alguna provincia y fíjate…”, pero nunca quisimos.
Industria
Selva Alemán ha elegido muy bien qué hacer y qué no. Sus trabajos se desprenden de una búsqueda sobre la necesidad de plantear determinados temas. Aún en la ficción televisiva ha sido una actriz que se desafió con roles elaborados. Basta con pensar en Gracia Herrera, esa mujer desquiciada que interpretó en Malparida, la tira de Polka que se dio en el 2010 por eltrece. “Siempre tuve una idea muy clara de lo que le quiero contar a la gente, eso lo aprendí en el Conservatorio, donde entendí que el actor es espejo de lo que ocurre en el mundo”.
-Eso tiene un costo.
-Me llevó a dejar de lado el estrellato, la popularidad y ganar menos dinero, pero elegí siempre lo que entendí que mejor le iba a llegar al espectador y que lo haría pensar. No estoy arriba de un escenario sólo por placer y necesidad personal, sino porque necesito entregar algo que haga sentir.
-Nada menos que la misión del verdadero artista.
-No juzgo lo que le sucede a otro, yo busco eso.
-No es el camino más fácil.
-Eso lo sé muy bien…
La actriz mira con complicidad, sabiendo que mucho ha quedado relegado en pos de ir en busca de aquellos desafíos no concesivos y que también hacen que su público juegue al extremo el rol activo de la expectación. “Los periodistas me han acompañado, he recibido muchos premios y eso me hace pensar que no me equivoqué”. Aunque también reconoce que “si al público no le gusta, no te va a ver”.
-¿Le ha pasado?
-Por supuesto.
-¿Cómo se afronta eso?
-Como se puede…
-Además, en el artista, entra en juego el ego.
-Duele, como cuando uno recibe una mala crítica.
-Con los años, ¿se está más amortizado a la mirada del afuera?
-No, si es negativa, duele igual. El otro día, mis compañeros me preguntaban si, con tantos años de trabajo, me ponía nerviosa ante un estreno.
-¿Cuál fue su respuesta?
-Que son tantos los nervios que directamente vuelo antes de debutar. Siempre es igual, porque se trata de dar un examen, para que te aprueben o no, y si la respuesta es negativa, duele tanto...
-Con una carrera tan extensa, quizá la presión sea estar a la altura de lo construido.
-Eso no se me ocurre, sólo busco estar a la altura del trabajo abordado.
-¿Le gustaría hacer televisión?
-Amo a la televisión y el cine, pero estoy en una edad difícil, donde se achica el espectro de personajes. En las historias no existen las madres ni los abuelos. De todos modos, he tenido dos ofrecimientos, pero no me han interesado. Por otra parte, nunca hice televisión y teatro al mismo tiempo.
Viaje descarnado y poético
En la actual versión de Largo viaje de un día hacia la noche que se ofrece en el Teatro San Martín, Selva Alemán, además de encabezar junto a Arturo Puig, está acompañada por Lautaro Delgado Tymruk y Diego Gentile -quienes componen a los hijos del matrimonio- y Julia Gárriz, la empleada doméstica de la familia. El extremo realismo de la pluma de O´Neill no le resta valor simbólico y poético al material, que también hace pensar en el Henrik Ibsen más crudo.
La acción transcurre en 1912 y se desarrolla entre un amanecer y el ocaso del sol en la casa de verano de la familia Tyrone. Ese lapso de tiempo es el suficiente para que padres e hijos expongan sus conflictos, frustraciones y reproches. Selva Alemán encarna a Mary, esa mujer que no puede salir de la encerrona de una adicción que ha desmoronado, en más de un aspecto, el vínculo con su entorno y que lidia con su marido, un actor frustrado, avaro hasta el paroxismo.
Se sabe, sin Eugene O´Neill no hubiera germinado la pluma de autores como Arthur Miller, un sucesor de ese teatro que dice de manera directa, descarnada, imprimiéndole tangible verdad y cercanía a lo que se cuenta. Largo viaje de un día hacia la noche es fiel reflejo de esa poética.
“El deseo de interpretar Largo viaje… apareció poco tiempo después de haber hecho ¿Quién le teme a Virginia Woolf?”, recuerda la actriz. Aunque su acercamiento al material fue a través de una versión algo hermética, allí encontró ideas que deseaba transmitir.
-En aquella primera lectura, ¿qué le sedujo de Eugene O´Neill?
-Me pareció muy interesante cómo se trataba el tema de las adicciones en las familias de la época en la que transcurre la obra, sin la posibilidad de abordarlo desde el psicoanálisis. También me había impactado que se hablara de la tuberculosis, que era otro un tema tabú. O´Neill es un autor muy grande, tiene una manera maravillosa de expresar los sentimientos.
-Entiendo que mucho la separa de Mary Tyrone. ¿Qué la une?
-El deseo de sostener, el amor por esa familia.
Durante años, Selva Alemán y Arturo Puig buscaron no compartir un proyecto teatral, dadas las rispideces que eso generaba afectando la vida conyugal. Cuando apareció la propuesta de hacer Cristales rotos, de Arthur Miller, ninguno de los dos se quiso perder la oportunidad de interpretar esa pieza ambientada en Nueva York durante 1938. “No compartimos un proyecto durante diez años, nos volvió a juntar Arthur Miller y su obra extraordinaria”.
Desde aquella puesta, varios proyectos los unieron sobre el escenario. La nueva convivencia artística la lograron gracias a una organización con reglas propias que también ejercitaron en el proceso creativo previo al estreno de Largo viaje de un día hacia la noche: “En casa no trabajamos juntos, ni siquiera nos tomamos la letra, salvo que se trate de proyectos separados. Cada uno tiene su método y el otro se lo respeta. Juntos, sólo trabajamos en los ensayos”.
-Sus últimas propuestas teatrales han sido muy fuertes desde lo temático y la acción, ¿qué le sucede cuando baja del escenario? ¿Cómo se despega del relato ficcional?
-Salgo feliz de haber cumplido con lo que soñé.
-Si fuera traumático, no sería actuación.
-Por supuesto, no es que instantáneamente uno sale del personaje, pero tampoco te lo podés llevar encima mucho más tiempo.
-¿Qué espera que sientan los espectadores luego de ver Largo viaje de un día hacia la noche?
-Me gustaría que salieran emocionados y pensando cuán buenos, o no, somos con la gente que sufre una adicción y cuánto más pacientes y bondadosos deberíamos ser con los demás.
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