Selva Alemán y Arturo Puig: erotismo, fama y reconciliaciones, la fórmula de su pasión eterna
Prestigiosos y populares. Exitosos de verdad. Compartieron trabajos y dejaron de compartirlos cuando esa praxis afectó la vida marital. Madurez mediante, volvieron a reencontrarse en la escena. Conforman uno de los matrimonios más queridos del mundo del espectáculo y, aunque se separaron en algunas oportunidades y hasta dejaron de convivir, jamás se les conoció un escándalo. Poca información sobre la vida privada. No son de mostrar ni mostrarse. Sólo lo necesario e ineludible que exige un trabajo público que no implica, necesariamente, una vida con ese mismo rango de exhibición. Se manejan con reglas propias. La charla con LA NACIÓN tiene un marco ideal: la cálida casa que comparten en un rincón del barrio de Belgrano. Ese Belgrano que aún conserva aquello del caserón de tejas. Más cerca del río que del ruido. Se respira hogar y teatro. Sobre la mesa del living, el libro de Hello Dolly, la pieza teatral que está dirigiendo él y que estrenará en enero con el protagónico de Lucía Galán y Antonio Grimau. Más allá, un libreto de Pequeña Victoria, la tira de Telefe que la cuenta a ella como una de sus actrices estelares. Vida y vocación. Indisolubles. "No creo que existan reglas sobre los asuntos del amor...", dijo Arthur Miller, el autor que, con su obra Cristales rotos, los volvió a reunir, hace algunos años, en un escenario. Ellos, quizás contradiciendo al poeta, armaron un juego de reglas propias. Selva Alemán y Arturo Puig. Arturo Puig y Selva Alemán. Rara avis, si las hay.
-En términos de preservación de la vida privada, en un mundo atravesado por una crisis de la privacidad y una exacerbación de lo público, ¿se sienten una especie en extinción?
Selva Alemán: -En un aspecto, sí, pero también eso tiene que ver con que los tiempos han cambiado mucho. Hoy, el enfoque está puesto en la vida privada. Además se utilizan los medios para mostrar los problemas que se tienen como persona. Antes eso estaba mal visto. ¿Cómo ibas a ir a una nota a hablar sobre tus problemas personales? El mundo cambió mucho. Hoy se buscan los conflictos y se analizan como si se tratase una sesión de terapia.
Arturo Puig: -A partir de las redes sociales, no solo sale todo a la luz sino que todo el mundo opina. Se ha perdido cierto respeto. Antes se hablaba sólo de trabajo.
SA: -Quizás antes había mejores trabajos para analizar o gente más interesante para ser entrevistada.
-Posiblemente, la gente interesante para entrevistar no está puesta en el foco de la visibilidad. Por eso es interesante educar al público con respecto a la ficción y al arte en general.
AP: -Además, se produjo otro fenómeno. Por un tema económico, se terminaron programas como Atreverse, Situación límite, Compromiso.
SA: -Vulnerables…
AP: -Obligaban al público a otro compromiso, a una interpretación más profunda. Y ese público, luego estaba más preparado para poder apreciar una buena obra de teatro, a decodificar un texto profundo.
-¿Qué es la fama? ¿Cómo se han llevado con eso?
SA: -Yo nací en una familia donde todos eran conocidos. Mi madre (Carmen Vallejo) era actriz, mi padre verdadero era actor, y mi padrastro (Oscar Alemán) músico. Para mí, que los reconocieran en la calle era lo más natural. Por eso, cuando, a mí, me comenzaron a reconocer, me resultó de lo más normal. Por otro lado, es lo que uno espera cuando se dedica a esto, cuando te dicen: "Cómo me gustó tal personaje, cómo la odié con tal otro", es lo que uno busca, el reconocimiento por el trabajo. Uno muestra cómo es a través de los personajes.
-¿Siempre es así? ¿Qué sucede ante un personaje con el que no se comparte ideología, ética ni moral?
SA: -Cuando hice a la loca y asesina en Malparida, buscaba sacarle cosas que la hicieran más querible o que la justificaran. Eso es interesante como trabajo para el actor.
-¿Es catártico?
AP: -Para mí es un arte sanador, sobre todo el teatro y también lo es para el público. Una frase o una situación, puede ofrecerle una resolución a un problema propio. Cuando dábamos clases, teníamos una alumna muy tímida. Luego de dos años de trabajo con ella, apareció la terapeuta y nos dijo que habíamos logrado lo que ella en una década de terapia no había conseguido. En el escenario, ella se soltaba.
SA: -Es que el teatro es un juego, como cuando éramos chicos y jugábamos a la maestra o la mamá. Cuando uno más se compromete con el juego, mejor sale. Hay que prestar el cuerpo, la cabeza, la emoción. Hay un préstamo que uno le hace a un personaje.
-Al personaje, ¿hay que quererlo, enamorarse de él, entenderlo?
SA: -Todo eso sino son ondas negativas en contra. Aunque sea injustificable el accionar del personaje, en algún punto uno lo tiene que justificar, sino es muy difícil hacerlo porque estaría el prejuicio por delante.
-¿Sienten que el espectador va a espejarse al teatro, a entenderse?
AP: -Sin dudas. En El vestidor, mi última obra, todo transcurría en un camarín durante la época nazi. Muchos espectadores me decían que habían conocido gente parecida a ese actor déspota que maltrataba al vestidor. Si uno entiende la obra, la puede llevar a la vida cotidiana. A cualquier espacio de pertenencia.
El precio
Posan para el fotógrafo en el jardín agreste humedecido por la lluvia de una primavera camuflada en otoño. La casa de blanco inmaculado está enmarcada por el verde de una sideral cantidad de plantas que no están acomodadas por un paisajista sino que envuelven la atmósfera generando un oasis en plena ciudad. Se sonríen. Saben cómo seducir al lente, pero, sobre todo, irradian la energía de dos personas que se conocen mucho. Cuando el fotógrafo les pide que se miren, la mirada cómplice deviene en risas. Secreto de dos. Prohibido pasar.
-¿Se sienten queridos en el medio?
SA: -Sí, sobre todo por la gente que ha trabajado con uno, con los que congeniamos por hacer un trabajo amoroso. Y por el público, por haber hecho tantos trabajos a lo largo de los años.
AP: -El actor no sube al escenario por vanidad, sino para que lo quieran. Por eso la crítica pega tan fuerte, porque está criticando el propio ser. En general, el público está a favor, pero también uno escucha, en la calle, comentarios como: "Que viejo está, que gordo se puso".
-Los espectadores no somos discretos, ¿se escuchan esos comentarios?
SA: -¡Sí!
AP: -¡Se escucha todo!
-¿Cómo toman esos comentarios?
SA: -¡Mal! Somos humanos, tampoco estamos tan superados. Si te dicen que estás vieja, muy bien no te cae.
-Hay un regodeo con el tema del paso del tiempo en las celebridades.
SA: -En el mundo, la gente mayor no está bien vista, pareciera ser que el mundo debería ser de los jóvenes.
-En ese sentido, Oriente marca otro tipo de parámetros.
SA: -El mundo occidental es duro con la gente grande. Fijate que en Hollywood hay pocas actrices grandes.
AP: -En Inglaterra es diferente, pero en Hollywood hay una exigencia tremenda y por eso hay tantas mujeres con operaciones estéticas que luego no pueden filmar porque están desfiguradas.
-En nuestra ficción sucede algo similar, lo elencos cuentan con pocos actores de sesenta años para arriba.
SA: -Te acercás a los cuarenta y ya sos grande. Antes eso no ocurría.
-Es una pena porque hay una madurez del artista que el público se la pierde. Ustedes son una excepción, siempre han tenido mucho trabajo.
SA: -No te creas que suena tanto el teléfono. Hemos tenido algunos años en los que no se nos convocaba. Desde que terminé Madres e hijos en teatro, estuve casi tres años sin hacer nada. Ahora retomé con una participación especial en Pequeña Victoria. También tiene que ver con cómo está el país: hay menos ficción, la gente va menos al teatro. Tiene que ver con eso y con que uno está más grande y no lo necesitan tanto.
-Se los ve espléndidos, aunque no los imagino obsesionados con el tema. ¿Cómo vivencian el paso del tiempo?
SA: -Uno se cuida menos de lo posible. Habría que salir más a caminar, comer menos, pero la vida es una sola.
-¿Se cuidan?
SA: -Me preocupa estar sana, todo lo demás, es inevitable. La lucha contra el tiempo está perdida de antemano. Por eso, la vida es sabia, uno se va acostumbrando y valora lo bueno de la edad. Los pensamientos cambian y los afectos también. Se priorizan otras cosas.
AP: -Yo tampoco tengo problemas con el paso del tiempo y la edad.
75 años. Cumplidos para ella. A punto de celebrarlos él. No hay infidencia. Estamos autorizados a contarlo.
-1974. Fernanda, Martín y nadie más. En la grabación de esa tira ocurrió el flechazo, pero el café compartido llegó un año después. Imagino que habrá sido un acto de valentía de Arturo.
SA: -Yo lo invité a él. Le dije: "Vamos a tomar un café y a charlar un poco sobre lo que nos pasa".
-¿Estaban saliendo?
AP: -Noooo...
SA: -Eran otras épocas.
-Selva empoderada tomó la iniciativa para reflexionar sobre una atracción. Conversación sobre el indicio.
AP: -Lo que sucede es que los dos estábamos casados, yo tenía dos chicos pequeños, era complicado.
SA: -La sociedad era muy diferente. De hecho, el divorcio no existía.
-¿Estaban separados de hecho con sus parejas?
AP: -No.
SA: -Yo me estaba separando, pero estaba en pareja.
-Alguna vez declararon que estuvieron distanciados. Sin embargo, nadie se enteró.
AP: -Resguardamos eso.
SA: -Por ejemplo, desde anoche estamos peleadísimos.
-¡No se nota! ¡Magnífica actuación!
SA: -¿Viste? Lo hacemos bien.
-¿Cómo se hace?
AP: -Uno va sorteando las situaciones y elige cómo sobrellevarlas.
-En esas peleas, ¿llegaron a separarse físicamente?
SA: -Sí, hubo momentos en el que nos íbamos.
-¿Quién era el que se iba?
SA: -Depende de la situación. Era alternado, dependía del enojo.
-¿Quién daba, o da, el paso para la reconciliación? ¿Quién levanta el teléfono?
AP: -Depende de la situación.
SA: -Ninguno de los dos ha tenido ese orgullo tonto. Si me equivoqué, me equivoqué. Al principio, nos peleábamos mucho por el poder en la pareja, por ver quién tenía la verdad.
AP: -Por eso no trabajamos mucho tiempo juntos. Nos criticábamos, nos llevábamos pésimo. En determinado momento dijimos basta porque iba a terminar afectando a nuestra relación. Hasta que volvimos a trabajar en Cristales rotos. Arthur Miller nos unió.
SA: -En el medio, hicimos terapia de pareja. Tampoco fue tan fácil dejar de trabajar juntos, pero teníamos maneras muy distintas de encarar el trabajo. No sé que sucedió con Cristales rotos, porque allí todo funcionó muy bien.
-La madurez.
AP: -Seguramente la madurez influyó y los personajes. Ninguno se quería perder hacer esa obra y la gran experiencia de ser dirigidos por Carlos Rivas.
-El precio y ¿Quién le teme a Virgina Woolf?, también los unió en escena.
AP: -¿Quién le teme...? fue una prueba de fuego.
SA: -La volvería a hacer hoy mismo.
AP: -Yo también...
-Ley de la atracción. Sucederá.
AP: -¿Por qué no? Cartas de amor fue una grata experiencia también.
Sobre Grande, pa
-Arturo, Grande, pa llegó a tener 60 puntos de rating. ¿Cambia la vida un suceso de ese tenor?
AP: -Ya había tenido éxitos como Carmiña y los teleteatros con Alberto Migré, un maestro que escribía como nadie. En el caso de Grande, pa, fue una propuesta de Gustavo Yankelevich, de quien soy amigo desde hace cuarenta años. Cuando él me ofreció hacerlo, yo estaba en Atreverse, por eso postergaba la decisión. Finalmente, Gustavo me apuró, me dijo que si yo no podía, buscaría otro actor. Así que acepté, pero tenía miedo de hacer comedia en televisión.
-¿Es cierto que vos propusiste a María Leal para integrar el elenco?
AP: -Sí. Yo había hecho una serie para la Universidad de Bostón, y en ese momento estaba filmando la versión en México. Una madrugada suena el teléfono y era Gustavo Yankelevich que me decía que no encontraba una actriz para el papel. Como yo había soñado, esa noche, con María Leal, la sugerí. A Gustavo le pareció bien y María hizo una creación absoluta. Era un programa que deseaba ir a grabar, nos divertíamos mucho. El programa arrancó en verano con veintipico de puntos. El segundo programa llegó a más de treinta. Y el promedio fue de 45 y 50. En dos capítulos se superó los 60 puntos.
-¿Qué sucedió luego de Grande, pa?
AP: -Pasé tres años sin trabajar.
SA: -Los productores decían que estaba muy pegado a la imagen de Don Arturo.
AP: -Me perdí muchos papeles por eso.
-Una paradoja. ¿Esa fue la razón por la que generaron la temporada de Cristales rotos?
SA: -Sí, pero fue a los dos años, mientras tanto se vivía de los ahorros.
AP: -Al principio odiaba a Grande, pa. Todo el mundo me vinculaba a eso. Pero, con el tiempo, me sucedieron cosas impactantes. Una vez, estaba en gira y cuando terminó la función un maquinista me pide una foto y se larga a llorar. Me quedé muy impactado porque me dijo que era huérfano y que yo había sido su papá a través del programa. Me contó que, cuando estaba muy triste, ponía los capítulos grabados. En terapia me pasó lo mismo. Me cruzaba en la sala de espera con una chica que me miraba de manera especial. Finalmente, la terapeuta me contó que yo era como un padre para ella. Esas experiencias me amigaron con el personaje.
-¿Y hoy que sucede con ese recuerdo?
AP: -En la calle, permanentemente, me gritan: "Grande, pa". Es un saludo, me hizo entender Juan Leyrado. La gente de treinta y cuarenta, se vuelven loco cuando me ven.
SA: -Es impresionante. Caminamos por la calle, de noche, en medio de la oscuridad, él con una boina, y la gente lo reconoce.
-¿La fama es puro cuento?
SA: -No, ¿cómo va a ser puro cuento? La fama es fama.
Todos eran mis hijos
-Ustedes han contado que en los tiempos de la dictadura militar les ofrecieron adoptar un bebé y no aceptaron....
SA: -Nosotros no podíamos adoptar legalmente porque no estábamos divorciados de nuestros matrimonios anteriores. Para la Ley no éramos aptos para poder adoptar y darles un hogar a los niños. Entonces, había que hacerlo de otra manera, pero era tal la sensación de peligro, el temor que uno tenía, sin tener conciencia real de lo que sucedía en el país, que decidimos no arriesgarnos. Y no nos arrepentimos para nada.
AP: -Con todo lo que luego se supo sobre lo que sucedía en el país, ¿quién sería ese bebé que podríamos haber adoptado?
SA: -Sé que hay cosas que se pueden reparar con amor. La adopción me parece algo maravilloso. Como yo me crié con Oscar Alemán, a quién yo adopto.
-¿Tuviste vínculo con tu padre biológico?
SA: -No lo conocí. Mi mamá se había separado y él murió cuando yo tenía dos años.
-Con los hijos de Arturo conformaron una familia, hoy disfrutan de los nietos. Sin embargo, ¿ha sido una asignatura pendiente la maternidad?
SA: -Sí, por supuesto que sí. Obvio. Es uno de los dolores más grandes que he tenido en mi vida. No pude tener hijos porque me operaron dos veces de muy joven. Hoy, con los métodos actuales, podría haber sido madre. Pero, en aquella época, no. Fue muy doloroso. Un duelo importante. Me ha pesado mucho en varios momentos de la vida. Nada es gratis. Pero está bien tomar conciencia de lo que uno no puede por destino, fatalidad o elección.
No pude tener hijos porque me operaron dos veces de muy joven. Hoy, con los métodos actuales, podría haber sido madre. Pero, en aquella época, no. Fue muy doloroso
AP: -En aquella época, además, estuvimos prohibidos.
-Por ser amigos de Piero y haberlo alojado en su casa.
AP: -Así es. Nosotros lo llevamos a Ezeiza, cuando inició su exilio.
SA: -Y a otros amigos del mundo del espectáculo también hemos ayudado, pero no lo contamos porque ellos mantienen la reserva y los respetamos. Piero, en cambio, lo contó y nos dio carta libre para contarlo sino, no hubiéramos dicho nada.
AP: -Por esa razón no trabajamos durante más de un año.
SA: -Hasta recibimos amenazas telefónicas. La dictadura fue un momento muy raro.
-Concluyamos la charla con un tema más amoroso. A los 75, ¿qué sucede con el sexo, el erotismo y la pasión?
SA: -Es distinto, pero hay cosas que se mantienen y que se pueden mantener con el amor.
-¿Algunos aspectos mejoran?
SA: -Muchas mejoran. Otras, empeoran.
AP: -Hay mucho que se mejora con el tiempo.
-La confianza es un buen estímulo para explorar el erotismo.
SA: -Es fundamental. También el divertirse, el ser compinches.
-Arturo, vos tenés que responder a tu physique du rol de galán que, por cierto, está intacto.
AP: -Todo se mantiene muy bien, transformado, pero bien.
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