A pesar de su origen judío, la madre de Sarah Michelle Gellar armaba un gran árbol en cada Navidad. El Nacimiento en la base y una estrella en la punta. Cada diciembre, el ritual se repetía. Juntas esperaban las primeras sombras de la noche fría escogida para la rutina litúrgica. Si nevaba, la pequeña intuía que los pedidos se cumplirían inexorablemente. Madre e hija encendían juntas el árbol y cuando las bombitas ya titilaban, Sarah observaba la estrella en la punta y pedía sus deseos. Él deseo más bien: formar una familia unida con la cual poder hacer frente a los dolores de la vida. Todo lo que ella no poseía. Su madre se había separado de su padre y esa circunstancia le impidió seguir viéndolo. Además su madre le transmitió parte del rencor por su matrimonio fracasado y eso hizo que la infancia y la juventud de Sarah estuvieran marcadas por carencias afectivas.
Freddie Prinze Jr. siempre vivió imbuido en un espíritu adolescente. Cada Nochebuena, disfrutaba haciéndole bromas a su madre. Los disfraces eran su pasatiempo habitual. Sin embargo, cuando a las doce de la noche ronroneaban las campanas de un templo cercano, él se abrazaba enlazando sus manos a un portarretrato de su padre, Freddie Prinze, aquel recordado actor al que un disparo accidental le provocó la muerte. (Un tiro fatal que hoy es puesto en duda, a partir de algunas versiones que hablan de un suicidio). En las vísperas de Navidad, el pequeño no le pedía nada a Papá Noel, todo se lo encomendaba a esa imagen de su padre sonriente que desmentía la seriedad habitual de los comediantes cuando no están en escena. Ya adolescente, Freddie Jr. se aferraba al viejo portarretratos y le juraba a su padre que cuando conociese al amor de su vida se esmeraría por ser un gran marido y un defensor de la familia. Su mayor deseo era tener varios hijos y no separarse jamás de su amada.
Sarah Michelle Gellar y Freddie Prinze Jr. no se conocían, pero ambos soñaban, deseaban, pedían, casi lo mismo. Ella ante el gran árbol navideño. Él, ante la foto de su padre cobijada en un viejo marco de plata. Desear fuerte y con autenticidad es el arma más poderosa que el ser humano encontró para salir en busca del destino. Y a ellos les sucedió.
A la vieja usanza
Ella conoció la fama de la mano de la serie televisiva Buffy, la cazavampiros. El apareció por primera vez ante las cámaras de Family Matters y se ganó la estima de los adolescentes gracias a títulos como She´s all that. Jugarretas del destino, esas que pueden ser a favor o en contra, en 1997 les tocó integrar el elenco de Sé lo que hicieron el verano pasado, la taquillera película de terror que arrasó en las boleterías del mundo. Inmediatamente pegaron buena onda, pero nada más. Eran tan solo buenos compañeros de trabajo. Se ayudaban en las escenas y compartían animadamente los almuerzos de filmación. Fin. Para ese entonces, ella tenía 20 años, uno menos que él.
¿Cuándo llegó el amor? Aún faltarían tres años más para que algo profundo sucediese entre ellos. Poco a poco se fue fortaleciendo la relación de amistad y fueron sumando complicidades. Hasta que una cena, imprevistamente a solas, los terminó por convertir en pareja. Aquella comida sabrosa, por cierto, fue la que selló el amor. ¿Cómo sucedió? Una noche, Sarah y Freddie habían quedado con un amigo en común para ir a cenar. Eligieron el restó que al trío más le gustaba frecuentar y hasta se hicieron bromas sobre quién abonaría la velada. Era un coqueto reducto alejado de las luces de la farándula. El plan era perfecto, pero un llamado crucial casi arruina los planes. Aunque, como no hay mal que por bien no venga, esa comunicación cambió el destino. El amigo en común se encontraba ligeramente indispuesto y decidió plantarlos. ¿Consecuencia? Sarah y Freddie decidieron, de todos modos, salir a cenar para aprovechar la noche. Lo pasaron tan bien , que sobre el brindis posterior al postre, las miradas comenzaron a mutar. De la ingenuidad de una amistad a esos guiños más profundos que desnudan que algo más comienza a suceder. Y sucedió. Se despidieron con un beso y con la promesa de volver a salir solos al día siguiente.
Una ceremonia de entrega de los premios MTV fue el primer evento en el que se mostraron juntos y acaramelados. Pero fue, definitivamente, cuando fueron convocados para interpretar a Fred y Daphne en Scooby Doo, donde no se ocultaron más. Gracias a ese film, no sólo reafirmaron el perfil familiar de sus elecciones laborales para seguir siendo estrellas muy demandadas por el público adolescente; sino que se potenció algo que, sin que ellos conscientemente lo percibieran, se venía gestando silenciosamente en el primer trabajo compartido. Con Scooby Doo la cosa se consolidó. La afinidad se potenció y hasta se comprometieron. Pero aún faltaba un paso más para que el vínculo se sellara con todas las formalidades del caso: en México, el primero de diciembre de 2002, contrajeron matrimonio. El resto es historia. Llevan 16 años de feliz matrimonio.
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"Fue fundamental para el éxito de nuestro matrimonio haber sido antes muy buenos amigos. Ambos nos conocíamos bien, sabíamos sobre nuestros valores", explicó Freddie, hace poco tiempo, a la prensa del mundo. "Jamás me gustó apelar a la histeria ni hacerme la chica difícil porque sí. Realmente no imaginaba que podía suceder algo así con Freddie. Aquella cena comenzó de lo más ingenua. Él tampoco esperaba nada atípico, pero sucedió. Seguramente había algo dentro nuestro que se estaba gestando sin ni siquiera saberlo nosotros mismos", dijo ella alguna vez. Amigos, novios, marido y mujer. Paso a paso. A la vieja usanza.
El secreto
En la industria del espectáculo dicen que esta pareja es tan sólida, que le devolvió a más de uno las ganas de creer en la familia. Quizás sea una exageración, pero lo cierto es que ambos se manejan con un perfil tan bajo y llevan una vida recoleta y sin sobresaltos que permite ilusionar con que el mundo del espectáculo no es enemigo de la construcción de esos vínculos profundos y generosos.
Y si cada pareja es un mundo, la de ellos tiene códigos irrompibles. Quizás allí descanse el secreto de este amor que se germinó en un set y se concretó con un beso tres años después en la mesa de un restó. "No hay que contarse todo, es saludable mantener algunos secretos", dijo Sarah con un desparpajo poco frecuente en ella. Y a eso le sumó: "Mantener cuentas bancarias separadas para que cada uno realice gastos sin que el otro se enoje; y permitir los vicios ajenos sin caer en la desesperación". Touché. Nada menos, nada más. Si de vicios se trata, Sarah integra una asociación de mujeres con maridos adictos a los juegos electrónicos. Tan insólito como real. Ocurre que Freddie es adicto al juego on line World of Warcraft. Horas y horas, días completos, puede pasar el joven esposo frente a la pantalla jugando y gastando dinero. Así que Sarah optó por pedir ayuda a Viudas de Warcraft: "Chicas no duden en ir, hay mucha gente que está en la misma situación y pide socorro aquí". Aunque usted no lo crea, diría el viejo programa de récords.
El cuadro perfecto
Cuando cumplieron 15 años de casados, la actriz subió a las redes sociales un romántico video con instantáneas de la pareja. No hubo imágenes de alfombras rojas ni junkets de prensa. Solo secuencias familiares. Acaso la mejor historia que a ella y a su marido les tocó protagonizar. Alguna vez Sarah escribió: "Te amo no sólo por lo que eres, sino por lo que yo soy cuando estoy contigo. Te amo no sólo por lo que has hecho de ti, sino por lo que estás haciendo de mí". ¿Hace falta decir algo más? Cómo no van a confirmar los medios que es la pareja que recuperó la fe en el amor de Hollywood. Rara avis en una industria que devora los vínculos reales.
El exitoso cuadro familiar se completa con sus dos hijos: Charlotte Grace y Rocky James. Tal es la devoción por ellos que la actriz luego de sus partos se alejó de los set como actriz o como productora, su otra pasión. "Amo que ella pueda dejarlo todo por la familia, eso no es común", dijo su joven marido reconociendo lo inusual de este vínculo chapado a la antigua.
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La chica de Nueva York y el apuesto galán de California encontraron una fórmula propia. Nada adolescente, a diferencia de los proyectos que los llevaron a la fama y les hicieron ganar fortunas. Puertas adentro, mantienen un idilio tan sólido como recatado y a su modo. Diferenciando lo vacuo de las luces del show y haciendo foco en la profundidad de los lazos de familia. Sarah sabe lo que es no tener un padre presente, al que solo volvió a ver en su entierro. Freddie reconoce el profundo dolor de no haber conocido al suyo porque falleció cuando él tan solo contaba con diez meses. Por eso apuestan a algo diferente, por ellos y por sus hijos. Revertir historias, de eso se trata.
Cada Nochebuena, frente al árbol, repiten el ritual. Ella toma a sus niños de la mano, mira a la estrella fugaz y al pesebre sobre sus pies. El acaricia el viejo portarretratos con la foto de su padre. Comparten los deseos que es uno solo: seguir unidos siendo familia. Rompieron, gracias al amor, el dolor de una infancia con carencias afectivas y formaron una familia en una industria que no siempre apuesta al amor real.
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