El multifacético conductor habló con LA NACIÓN sobre su presente laboral y sentimental, pero también sobre los difíciles momentos que atravesó y la importancia que tuvieron en su carrera Romina Yan y Antonio Gasalla
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Ronnie Arias volvió a la radio, su gran amor. Todas las tardes, de 13 a 16, conduce Sanata en la Pop 101.5 y se muestra tal cual es: gracioso, atrevido, disruptivo y siempre bien informado. Hoy su vida se reparte entre la radio, los podcasts, una serie que escribe para México y su rutina diaria con su sobrino Juan, a quien adoptó luego de la muerte de su hermana Silvina, y con su marido Pablo, con quien se casó después de 28 años juntos. En diálogo con LA NACIÓN, mientras toma un tazón de café con leche, Ronnie habló de los últimos grandes cambios de su vida, pero también recordó a su amiga Romina Yan, gracias a quien entró en la televisión, y a Antonio Gasalla, que le dio su gran oportunidad como guionista.
-Hiciste Sarasa, ahora Sanata. Lo tuyo es el bla, bla...
-(Risas) Me pareció gracioso el nombre porque busqué el origen de la palabra sanata y la inventó Fidel Pintos cuando en el escenario no sabía la letra y empezaba a decir cualquier cosa. Y era el rey de la sanata. Es una genialidad. Y me pareció bueno homenajear a otro comediante en un mundo descartable, que se olvida de todo. Me enamora más la radio que la tele, no sé por qué. Estamos de lunes a viernes con Sofa Fidalgo y Tania Wedeltoft. Tania es la demente, Sofa es la que vive en las nubes y a mí la gente ya me conoce. Debuté en radio Energy en 1997 con Bebe Sanzo. Hacía la mañana con él, la tarde con Adrián Carnevalle y la noche con el Pato Galván. Hasta entonces había hecho teatro, guiones y muy poca tele. Trabajaba más que nada en la gráfica. Durante 15 años fui la cara de E! Entertainment, pero en ese momento una cosa era hacer cable y otra televisión abierta.
-¿Y cómo llegaste a la tele?
-Lo primero que hice fue Jugate conmigo y me llevó Romina Yan. Yo estaba en Energy y Carla (Mendez), que era de Jugate..., le hacía escuchar el programa a Romina. Yo hablaba pestes de Cris (Morena), hacía chistes horribles. Romina se los hizo escuchar a Gustavo (Yankelevich) y a Cris, y les pareció gracioso cómo la cargaba porque no era nada ofensivo y me llevaron a trabajar a Telefe. Así entre a la tele abierta. Después volví a trabajar con ellos en Floricienta para interpretar a un villano. También trabajamos con Romina en Amor mío. Nos amábamos. Nos pasaba algo muy loco porque ella me hacía una pregunta y antes de responder, ya tenía tres versiones de la respuesta. Volaba. Debe ser una de las mujeres más inteligentes con las que trabajé y era supertalentosa, actuaba, cantaba, bailaba. Y Amor mío fue una idea de ella. Pero mucho antes de eso empecé como periodista haciendo notas en revistas de arte y espectáculos. Entrevisté a Jorge Donn, Alberto Migré, Susana Giménez, Moria Casán, Antonio Gasalla y hacía teatro under. Justamente me llamó Bebe Sanzo para hacer radio después de leer una nota del Flaco Spinetta, que según Luis Alberto era la mejor nota que le habían hecho en su vida porque hablaba de otro Spinetta.
-Y supiste aprovechar esa oportunidad...
-No sé si tanto porque si ni fuera por la radio, me hubiera quedado en una promesa. La tele tiene mucho rututu. El último programa que hice pensado fue Mañanas informales. Ahora van al aire y vemos qué pasa.
-¿Por qué te fuiste de Poco correctos (eltrece)?
-Porque me fui a hacer radio a Uruguay en el verano sino me hubiera quedado. Hace 12 años que voy y vengo de Uruguay; tenemos una casita en Colonia porque para Punta del Este no nos da el piné... (risas). Trabajo bastante en radio allá y cuando hablé con las autoridades de eltrece me dijeron que no sabían si iba a poder volver. La verdad es que el dinero es diferente y hoy dos mangos más, son dos mangos más y me servía mucho hacer la temporada. Lo entendieron perfectamente y todo está bien. Igual, la tele me estresa. No sé si es el minuto a minuto o qué. Es otro mundo completamente diferente, todo inmediato, todo ya. Amo, pero me estresa. En la radio me siento como pez en el agua.
-¿Necesitás estar más tranquilo después del ACV que sufriste?
-Ni yo me enteré que había tenido un ACV. Todo empezó cuando estaba en mi casa haciendo gimnasia por Zoom y tenía que ir al programa La puta ama y de pronto, empecé a repetir como un loco: “Tengo que ir al programa de Florencia Peña”. En loop. Mi entrenador se dio cuenta de que algo me pasaba y empezó a preguntarme dónde vivía, con quién vivía. Estaba solo porque Pablo estaba Uruguay y Juan había ido a hacer compras. Cuando llegó, el entrenador le dijo que me llevara al Fleni. No me acuerdo nada; tengo cinco horas en blanco, pero parece que hasta me bañé y desayuné. Ahí tuve una amnesia temporal o momentánea. Pero a los seis meses me hice estudios y me dijeron que en algún momento de esos seis meses, sí tuve un ACV. Nunca me enteré, no sentí nada, no tuve ningún síntoma. Tampoco quedaron lesiones.
-¿Te dio miedo cuando te dijeron que era un ACV?
-Soy un poco inconsciente, pero además en el momento no pensé que podía quedar mal. Lo mismo me pasó con el cáncer y yo hago muchos chistes en la radio. Tuve cáncer de laringe hace diez años.
-¿Y cómo estás ahora?
-Bien. Una vez por año me revisan las cuerdas vocales y cada seis meses me hacen estudios en la cabeza.
-¿Todo lo vivido te decidió a adoptar a tu sobrino?
-Adoptamos a Juan y nos casamos con Pablo. Juan tenía 19 años cuando murió mi hermana Chivi. Es increíble ver cómo vivió la muerte de su mamá, cómo atravesó el duelo y cómo está hoy. Me impresionó ver el video de Tini porque Juan hizo todo el duelo con capucha o gorra, sin levantar la mirada y todo el tiempo con el teléfono, la computadora y jugando videojuegos. Estaba flaco y no me hablaba. Fue muy difícil porque yo toda mi vida hice lo que quise. Pablo vive la mitad de la semana en Colonia y yo acá. Para mí fue complicado, sinceramente, porque nunca había vivido con otra persona y para él también lo fue porque yo no era la madre. Pasaba días sin hablarme y me acuerdo que una vez agarré el control remoto y lo rompí contra el piso, y le dije que si no me hablaba nunca iba a saber si había hecho bien las cosas.
-¿Por qué lo adoptaste?
-Porque él me lo pidió, quería ser de nuestra familia. Cuando murió su mamá me preguntó: “¿Y ahora quién va a ser mi familia?”. “Podés elegir, la abuela, nosotros”, le dije y me respondió que quería que Pablo y yo fuéramos su familia. Entonces, después del ACV, lo hicimos y nos casamos.
-¿Fue una boda planeada o un trámite?
-Un trámite (risas). Tenemos las alianzas desde hace tantos años que no habíamos pensado en eso y cuando la jueza nos preguntó por los anillos, no podíamos sacárnoslos.
-¿Hubo fiesta?
-Nada. Éramos diez. Juan fue nuestro padrino y mi amiga Cecilia, la madrina. Fuimos a tomar café con leche y medialunas al Café de Los Ángelitos. Fue divino. Y creo que fue la primera vez que Pablo me dijo que me amaba.
-¿Nunca antes te había dicho que te amaba?
-En 30 años nunca me lo dijo. Hay gente que no es demostrativa. Yo aprendí a decir “te quiero”, de grande. Eso se decía en la oscuridad.
-¿Cómo es tu historia de amor con Pablo?
-Era fan mío cuando yo estaba en Energy. Me escribía faxes... (risas). Lo conocí haciendo móviles en la plaza de Morón, aunque me acuerdo vagamente. Después lo encontré en San Telmo, en la esquina de mi casa. Él estudiaba en la facultad de ingeniería y estaba esperando el colectivo y yo volvía a mi casa. Se me acercó y me dijo: “Vos sos Ronnie Arias”. Me invitó a tomar un café, me dijo que escuchaba el programa y mandaba faxes. Él tenía 21 años y yo 32 porque le llevo 12 años. Primero fuimos amigos, después nos dimos un par de besos y me pareció que tenía que vivir un poco. Porque me dijo que yo era la primera persona con la que tenía una relación y yo sentía que podía ser “él”. Me acuerdo que era 20 de diciembre, había venido a comer a casa y me había traído de regalo una burbujita de esas con nieve con Papá Noel porque yo coleccionaba. No lo hice entrar y en la escalera le dije que teníamos que terminar porque él tenía que vivir un poco. Y si quería volver conmigo, yo también, porque quería estar con él. Ese verano me fui a hacer radio a la costa y el 10 de enero, día de mi cumpleaños, estaba en un mirador en la playa haciendo el programa y lo vi que venía caminando. Y acá estamos. Tuvimos dos separaciones de seis meses. Una lo eché yo y otra me echó él (risas).
-¿Por qué vive mitad de semana en Colonia?
-Por trabajo. Hasta la pandemia trabajó haciendo diseño de platos para libros de cocina y ahora acaba de terminar de construir una casa entera. Algunos días está acá y otros allá. Y está bueno porque no quiere cuartos separados.
-Alguna vez contaste que Antonio Gasalla fue uno de tus maestros, ¿cómo es tu relación con él?
-Trabajé con Antonio en el primer año de El palacio de la risa, en ATC. Es un tipo que me dio muchas oportunidades y nunca me trató mal. La última vez que lo vi fue en pandemia. Cuando murió mi hermana, en 2020, vine de Colonia a Buenos Aires y me acuerdo que cobraban 1000 dólares el pasaje, pero tenía que venir y pude hacerlo porque tengo la ciudadanía uruguaya también y me autorizaron. Fui a ver a mi oncólogo que tenía el consultorio cerca de la casa de Antonio. Se me ocurrió ir a verlo, toqué el timbre y cuando le dije que iba a visitarlo, le encantó. Me abrió la puerta, se me quedó mirando con los ojos llenos de amor y me dijo que estaba lindo, y me preguntó cuándo me había pelado. Ahí me di cuenta de que no estaba bien porque estoy pelado desde mis 35 años. Tomamos el té y miramos películas clásicas. Durante muchos años, cuando trabajábamos juntos, era un clásico ir a su casa a tomar el té con tortas. Me quedé como tres horas y cuando me fui pensé que no iba a volver más.
-¿Por qué no volviste?
-Me dio mucha tristeza. No volví porque Antonio ya no estaba ahí. Un genio que mostró a los argentinos como nadie. Me duele cuando dicen que maltrataba a las mujeres; la única mala era la “Empleada pública” y “Sos yegua, Marta”. Aprendí mucho de él. Me decía que escribía con muchos errores de ortografía y yo le mandaba los guiones ilustrados mostrando cómo me imaginaba lo que había que hacer. Mi primera computadora me la regaló Antonio. Lo conocí en los 80, en su mejor momento, cuando quería hacer una revista en Michelangelo con el grupo de artistas de Los Peinados Yoli. Lo empecé a perseguir porque quería trabajar con él, pero ese espectáculo no se hizo. Pasaron muchos años y un día me llamó por teléfono porque me escuchaba en Energy. Vino a casa; yo vivía en un edificio tomado en Chile y Balcarce, con sillones comprados en el cotolengo. Era muy moderno el departamento, muy punk, y me dijo que le recordaba a cuando él había empezado. Me vestía con ropa de feria americana y Antonio estaba fascinado. Me dijo que hiciera para su programa de tele una de las historias que yo contaba en radio porque se reía mucho. Así empezó todo. Me trató siempre con mucho respeto.
Agradecimientos: Kaldi Café
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