Roly Serrano: sus días durmiendo en la calle, el dolor más grande de su vida y el unipersonal en el que repasa parte de su historia
En diálogo con LA NACIÓN, el actor habló sobre Rolando, la puesta teatral que estrena este lunes en el Chacarerean que tiene mucho de autobiográfico
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La vida de Roly Serrano parece de película: nació en un pueblito de Salta, cuando tenía 7 años su mamá se mudó a Buenos Aires y él vivió con unos tíos que lo maltrataban. A los 13 se escapó de esa casa, hizo el servicio militar en Córdoba y unos años después recaló en Buenos Aires. Cuando murió el amor de su vida, Claudia, en 2004, el actor empezó a engordar y desde entonces lucha contra la obesidad.
De todo eso y mucho más habla en Rolando, el unipersonal que estrena el 31 de julio y que se verá todos los lunes a las 20, en el Teatro Chacarerean. En una charla con LA NACIÓN, Serrano recorre su historia, dice que está muy esperanzado con el nuevo tratamiento que inició porque, por fin, se dio cuenta de que tiene que cuidarse y es su propia enfermera. “Rolando soy yo, porque el unipersonal que dirige Alfredo Megna tiene que ver con mi propia historia. Terminé la temporada en Mar del Plata, filmé en Entre Ríos la película La emboscada, con Osvaldo Laport y dirección de Andrés Bufali, y después El jockey, de Luis Ortega, y entonces me pregunté qué quería hacer. Encima me pasó algo tremendo, me hackearon la cuenta del banco y me robaron todos mis ahorros”, detalla el actor.
-¿Recuperaste tus ahorros?
-No. El banco reconoce la estafa, pero no me da la plata. Intenté recuperarla de muchas formas, pero me dijeron que no. Entonces me pregunté cuál era el sentido de lo que me pasaba, y cuánto esfuerzo al pedo. Decidí hacer lo que tengo ganas, y por primera vez tomé conciencia de que necesito pensar en mí y mejorarme. Es una lucha constante en mi vida. Tengo 68 años y todavía me siento joven, me va bien en mi profesión, en la vida, tengo amigos y familia que me iluminan. No importa lo que pasó en el banco. Yo tengo que cuidarme, estar bien y todo eso coincide con Rolando, porque me hago cargo. Y así nació el unipersonal que además de ser mi nombre, da la idea de rolar siempre sobre el mismo tema. Y la publicidad es una licencia poética, digamos, porque a partir de ahora yo soy mi propia enfermera. Rolando indaga en el mundo de un hombre apoltronado en una silla ruedas que se interpela e interpela al público acerca de su vulnerabilidad. En agosto arrancamos con una gira por el Gran Buenos Aires y el interior del país.
-Entonces, ¿Rolando tiene mucho de autobiográfico?
-Habla de mí, pero también de muchas otras personas. Es muy gracioso porque mi nombre es una equivocación (risas). Mi papá fue el partero de mi nacimiento, en Guachipas, Salta. Era jefe de correos y cuando nací le pidió a su empleado, el guardahilos, que fuera a anotarme. Tenía que cruzar la plaza nomás, pero el tipo se encontró con mucha gente en el camino a la que le contó que ya había nacido el hijo del jefe, y cuando llegó al registro civil, se había olvidado del nombre que le habían dicho. “Algo de ‘lando’”, recordó. Y el hombre del registro civil dijo: “Será Rolando”. Pero era Orlando (risas). Y quedó. Por otra parte, siempre me dijeron Roly y cuando vine a Buenos Aires, una compañera que hacía los programas en el Teatro el Pueblo donde yo estaba con El angelito, de Tito Cossa, me puso Roly Serrano en la ficha técnica, y ahí también quedó. Todo prestado (risas).
-Tuviste una infancia difícil, ¿qué recuerdos tenés?
-Se ha dicho que mi mamá me abandonó, pero no es así. Ella se fue porque parte de la familia le hizo una mala pasada. Nunca la quisieron y le hicieron la vida imposible y un día le quebraron un par de costillas, la pusieron en un tren y le dijeron que desapareciera de Salta. Era joven, se vino a Buenos Aires y acá empezó su nueva vida.
-¿Volviste a verla?
-Nos reencontramos hace 15 años, y cuando la vi me di cuenta que es mi versión femenina. Tengo dos hermanas del mismo papá y mamá, y tres más de parte de mi mamá. Un día estaban viendo un programa de Mirtha Legrand en el que yo estaba invitado y mi mamá se puso a llorar desconsoladamente y contó yo era su hijo. Al tiempo mi hermana menor me buscó, y nos reencontramos.
-¿Qué sentiste?
-Toda la vida creí que mi mamá se había muerto, porque eso me dijeron. Fue un quilombo tremendo porque yo había armado mi vida con un cimiento determinado y tuve que reconstruirme. Y fue hermoso. Viví con mi papá hasta los 7 años, luego hasta los 13 con estos tíos que me maltrataban, hasta que me fui. Mi papá vivía en el campo y quería que yo fuera a la ciudad, que tuviera una buena educación. Siempre seguí viendo a mi papá, que ya falleció. A los 13 me fui de esa casa y viví solo.
-Alguna vez dijiste que te salvó el arte... ¿Por qué?
-El arte terminó de salvarme; fue la frutilla de la torta, de alguna manera. Tuve una educación muy especial porque de mi papá aprendí muchas cosas, como por ejemplo a ganarme la vida trabajando con mis manos. Mi papá me dio una base fuerte e interesante. Cuando estuve en la calle no fui un niño pidiendo plata ni comida, aunque sí afecto. En la calle hay angustia, soledad, desesperación, y eso te hace perder objetividad y hasta la honestidad, y si no tenés una buena base podés ir para cualquier lado. Yo tuve esa buena base de mi papá y de otra gente que se fue sumando en el camino de mi vida, que me dieron un colchón, un plato de sopa, una amistad, una hermandad. Y todo eso me sigue sacando adelante. También tiene que ver con cómo uno encara la vida; estudié en el conservatorio, tuve maestros de teatro, pero también considero a cada compañero un maestro de la vida, porque aprendo cosas.
-Empezaste a trabajar como actor de grande...
-Hice mil cosas antes. Fui un hombre orquesta y tenía algo a favor que a veces se me hacía en contra: mucha facilidad para todo, habilidad para desarrollar lo que aprendía y justamente por eso me aburría rápido. Siempre fui inquieto y curioso. Trabajaba en las peñas como cantante y humorista en Córdoba, a donde me había ido para hacer el servicio militar y estudiar. Un día vinieron a la peña unos actores que hacían un lío bárbaro, tanto que me bajé del escenario en un momento y ellos me pidieron disculpas y me invitaron a la mesa. Y ahí, sentado, descubrí que era el mundo al que quería pertenecer; quería que esa fuera mi familia. Así fue que entré en la comunidad de los actores por una cuestión de afecto. Trabajaba en una fábrica de autos, me iba muy bien porque había entrado como operario hasta que un día me propusieron estudiar en la escuela y me pagaban, y me transformé en un técnico que diseñaba herramientas de torno. Ganaba muy bien, al día de hoy serían 600 mil pesos mensuales, y hacía teatro cuando podía.
-¿Y cuándo diste el salto?
-Un día me llamaron de un canal como invitado para un programa que se llamaba Rito y sus amigos, con Silvina Reinaudi. Ese día falté al trabajo y al final del programa me dijeron que me querían contratar y que me iban a pagar algo así como 50 mil pesos. Lo consulté con mi pareja en ese momento y ella me dijo que hiciera lo que quisiera. Y dije que sí, claro. Estuve en ese canal un año y medio, después me vine a Buenos Aires becado por Rubens Correa y estuve en Teatro Abierto, donde era el maquinista. Pasaron los años y me invitaron a protagonizar El acompañamiento en el Teatro Cervantes, en un homenaje a Carlos Gorostiza. Y al otro año hice Gris de ausencia, de Tito Cossa. Nunca dejé de trabajar.
-¿Alguna vez te arrepentiste de la decisión?
-Jamás, aunque he pasado hambre porque no hay como la seguridad de un sueldo.
-Decís que decidiste estar mejor y uno de tus problemas de los últimos años es tu peso. ¿Tenés algún plan alimenticio hoy?
-Empecé a engordar por angustia. La muerte de mi mujer (en el 2004) me partió en dos. Y confieso que quise suicidarme porque no podía soportar el dolor de la pérdida. Estuvimos veinte años juntos con Claudia. Ella tiene un hijo, Dante, que es mi hijo y ahora vive en Barcelona. Dante tiene dos padres, el original con quien se lleva muy bien, y yo soy el papá del corazón. El año pasado cuando se iba a Barcelona no pude llevarlo porque se me rompió la camioneta y entonces vino el padre. En ese momento le conté algo que había vivido con Dante y le dije “qué hermoso hijo que tenés, me llena de orgullo y es lo que la mamá hubiera deseado”. Y él me agarró la mano y me dijo: “Tenemos un hijo hermoso”. Este detalle es la suma de un montón de cosas y por eso sigo luchando.
-¿Te volviste a enamorar?
-No. Pero ahora mi corazoncito está latiendo (risas). Tuve tres amores en mi vida, y fueron tres grandes personas y de cada una de ellas aprendí algo: Analía fue mi primer amor cuando yo estaba en la lona en Salta, después Mónica cuando vine a Buenos Aires, y Claudita, y a todas les debo mucho.
-¿Es por esta relación incipiente que volvés a intentar bajar de peso?
-Y sí. Porque mi cuerpo no está bien, y tengo que mejorarlo por mí y por la gente que me quiere. Fui a lo de Cormillot y me habló de un tratamiento nuevo. Hace tres meses que empecé y me está dando un buen resultado. Voy bajando despacito, todos los días algo menos. Daniel, que es mi vecino y es cocinero, me hace cosas ricas. Y mi hermana Toto viene y me ayuda con la casa, para que esté impecable. Ese es el secreto de Rolando, darse cuenta de que tiene que tratar de estar bien. Y es lo que me sucede. Soy lo que soñé ser: un buen hombre. Creo que ese es mi mayor mérito. Es como digo en la obra, cuando hago una catarsis: no quiero vivir a lo largo sino que quiero vivir a lo ancho, y ya no pretendo una media naranja sino una naranja entera.
Para agendar
Rolando. Desde el 31 de julio, todos los lunes a las 20 en el Teatro Chacarerean (Nicaragua 5565, CABA).
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