El actor, que actualmente protagoniza la comedia teatral Divino divorcio, habló con LA NACION y recordó su vida en Italia en medio de la guerra, repasó los momentos destacados de su carrera y también mostró su lado más romántico
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Rodolfo Ranni, un actor que no suele participar de eventos sociales y prefiere privilegiar su vida personal, recorrió un largo camino en su vida que le dejaron huellas imborrables que forjaron su personalidad. Un resiliente de la guerra traído por su familia, escapando del hambre y el horror, a una Argentina también convulsionada, pero que sería el rincón del mundo en el que podría ejercer su vocación artística. A Ranni le gusta recordar. A pesar del dolor. Es también un hombre que encontró el amor en el lugar más inesperado.
En el inicio de la charla con LA NACION, se lo percibe entusiasmado con la gira que está llevando adelante interpretando la comedia Divino divorcio, escrita por Alfredo Allende, en la que comparte el escenario con la actriz Viviana Saccone. La tournée llegará este 1 de octubre a la espléndida sala del Gran Rivadavia de Floresta, en el oeste de la ciudad de Buenos Aires, para continuar por varias localidades cercanas y del interior del país. “Me gusta mucho hacer giras”, sostiene el más porteño de los italianos. Para todos es “el Tano”, un apodo que se encarga de remarcar sus orígenes, aunque su hablar canyengue lo emparde con el porteñismo más purista.
Ese decir, con ADN propio, en la escena y con idéntico tono inconfundible en la charla que va del teatro a la vida y de la vida al teatro. Acaso sean lo mismo. Es esa intensa vida la que lo llevó a conocer el amor en varias oportunidades. Aunque, peripecias del destino, como el artilugio de los griegos en la escena, lo hizo conocer a su amor definitivo allá lejos y hace tiempo. Ella muy jovencita y él, un muchacho que buscaba su camino. De eso también hablará “el Tano”. Ranni tiene ganas de conversar. Si hasta se da el lujo de reflexionar sobre el “poliamor” rompiendo tabúes y preconceptos.
-Has hecho mucha ficción en cine y en televisión, pero el teatro implica el contacto con el público a través del acontecimiento presencial.
-Esta obra la comenzamos el 4 de enero, en plena pandemia, en Villa Carlos Paz. Con buen criterio, nuestro productor Damián Sequeira nos propuso hacer solo los lunes en esa ciudad porque pensaba que la gente no iría al teatro, así que su idea fue recorrer diversas localidades, durante el resto de la semana, para llevarle al público el teatro prácticamente a la casa.
-Algo que se agradece.
-La gente tenía una alegría y una generosidad inmensas y, para nosotros, fue una gran emoción. La noche que estrenamos ver la imagen de los espectadores sentados en la platea con el barbijo colocado no la vamos a olvidar nunca. La emoción superó a los nervios del debut.
Divino divorcio cuenta con dirección de Alberto Lecchi: “Lo conozco de la época en la que era meritorio, aunque nunca habíamos trabajado juntos”, afirma Ranni, un actor todoterreno a la hora de encarnar una ficción. Sus composiciones no saben de rótulos ni se ciñen a un solo tipo de personajes. En cine hizo aquellos clásicos de relato crudo como El desquite, Tiempo de revancha o En retirada, y también estelarizó comedias livianas como Me sobra un marido, Las mujeres son cosas de guapos o Camarero nocturno en Mar del Plata.
-A veces, la industria o el mismo público suelen encasillar a los actores. No fue tu caso, en cine tocaste todos los matices posibles. Desde personajes oscuros hasta comedias...
-Lo hice a propósito, siempre pensé que, en nuestro trabajo, no tiene que existir la especialización. No creo en el encasillamiento ni en los rótulos “actor de cine”, “actor de comedia”, “actor dramático”. El actor tiene que hacer de todo, por eso siempre he tratado de hacer dos cosas al mismo tiempo para que la gente acepte lo que yo hacía.
-¿Por ejemplo?
-Si hacía Zona de riesgo en televisión, intentaba hacer una comedia de Huguito Sofovich en teatro. Si hacía algo violento en cine, la siguiente película podía ser Los pasajeros del jardín, que era un título romántico. Además eran desafíos que me gustaban mucho transitar como actor, no había posibilidad de aburrimiento. En Zona de riesgo, cada tres meses, hacíamos una historia distinta.
A comienzos de la década del noventa, en el programa Zona de riesgo, emitido por Canal 13, se contó, por primera vez en la televisión argentina, una historia de amor homosexual con seriedad y sensibilidad, sin caer en lo grotesco o estereotipado. Rodolfo Ranni y Gerardo Romano fueron los responsables de darle vida a esos personajes que serían bisagra a la hora de pensar temáticas de ficción en el país: “Era la primera vez que se tocaba ese tema de una manera seria y lógica. Además de la homosexualidad, hemos hablado de política, drogas, temas que, en ese momento, no se tocaban en televisión, medio que, en general, se volcaba por el humor o las comedias”, recuerda Ranni.
-Ese tránsito entre lo más liviano y las historias más profundas, habla de una falta absoluta de prejuicio de tu parte para abordar todo tipo de géneros.
-Sin dudas. Cuando algunos colegas sostienen que hay que cambiar algún texto o piensan que alguien se puede molestar por determinado parlamento, siempre les digo que no tienen que analizar tanto. El actor no puede juzgar ni a la obra ni al personaje que se está haciendo. Eso es lo divertido. De lo contrario, si te toca hacer a un asesino, ¿qué hacés, salís a entrenarte matando gente? No es así. Todo tiene que pasar por la actuación y por el arte, sino no tiene sentido la profesión.
El amor marcado
-La pieza que protagonizás da cuenta de un “divino divorcio”, ¿es posible tal cosa? ¿Cómo te ha ido en esas cuestiones?
-Lo que contamos en la comedia no tiene nada que ver conmigo y eso es lo bueno. Yo tengo tres (divorcios) encima, así que imaginate... La verdad es que se trata de una comedia muy irónica y divertida. Pero volviendo a tu pregunta, lo bueno es que los personajes no tengan nada que ver con uno, porque, de lo contrario, no se podrían crear, ahí sí empezarían los prejuicios.
-Se habla mucho del llamado “poliamor”, ¿será la solución para que baje la tasa de divorcios?
-Cuando todo el mundo se quería divorciar, una vez que salió la ley de divorcio, cada vez se concretaban menos divorcios. De la misma manera, no creo que con la pandemia la gente se divorcie más, quizás se acelere el resultado, pero, si no fuese por la pandemia, igual el que se quería divorciar, lo hará.
-¿Es cierto que te cruzaste ocasionalmente a tu actual mujer cuando ella tenía 12 años y vos auguraste que se iban a casar?
-Fue tal cual...
-No es usual, ¿cómo fue?
-Me crie en el barrio de Retiro y solía parar en la confitería Montecarlo de Charcas y San Martín, enfrente estaba la Cultural Inglesa. En una oportunidad, estando con mi barra de amigos en la confitería, entró una chiquita a pedir el teléfono prestado. Estamos hablando de una época donde no te prestaban el teléfono ni en broma, y si te lo prestaban, te cobraban tres pesos.
-¿Qué pasó cuando ingresó esa chica desconocida por vos?
-Sebastián, que era el encargado del lugar, le dijo que el teléfono no se prestaba o que le iba a cobrar. La chiquita no tenía el dinero y necesitaba llamar a su familia porque había perdido la plata para volver a su casa. Cuando escucho la situación, digo: “Sebastián, préstele el teléfono, yo le pago la llamada”. Cuando se va, colorada de vergüenza porque nosotros éramos muchachotes de veinte años, gente grande para ella en esa época, mirando para abajo me dijo: “Gracias”. Inmediatamente, le dije a mis amigos: “Yo me voy a casar con ella”.
-Convicción total...
-Hace varias décadas aseguré que nos casaríamos.
-Años después, ¿cómo descubrís que esa chiquita era tu mujer?
-En una oportunidad, le propuse llevarla a conocer el lugar donde había pasado mi juventud. Cuando le muestro la confitería Montecarlo, ella me dijo: “Yo estudiaba inglés enfrente y un día tuve que pedir el teléfono prestado en el bar de enfrente y un señor que estaba en la mesa, me pagó la llamada”.
-Imagino tu sorpresa.
-Enseguida le dije: “Ese señor era yo”. Y ella me respondió: “Y la nena era yo”. Así fue. Esas son las historias que escribe la vida.
Ayer, hoy y mañana
-Cuando se tienen tantos años de trayectoria, como es tu caso, donde has hecho todo tipo de papeles, ¿cuesta más elegir y que los materiales a transitar te sorprendan?
-Con los años, me gusta hacerme el distraído cuando me encuentro con un texto. Al principio, lo leo por arriba y espero que algo me sorprenda, que aparezca algo que me diga que eso es lo que tengo que hacer. Después de ese momento, comienzo a pensar, analizar e intelectualizar la obra.
-En ese primer acercamiento aparece la intuición.
-Seguramente. De todas maneras, soy bastante atípico porque nunca soñé con ningún personaje. Me gustaría hacer La muerte de un viajante, pero si no la hago no me voy a morir.
-Willy Loman es uno de los grandes personajes de Arthur Miller y del teatro universal.
-Sería lindo, quizás se dé, la vida es movimiento, siempre hay que ir para adelante.
-Wikipedia no siempre tiene razón, así que recurro a la fuente ya que no aparentás la edad que allí figura. ¿Tenés 83 años?
-Yo no sé qué es Wikipedia, soy cero tecnología. Vos me llamás y yo te contesto, nada más. No mando mensajes, no sé leerlos, no me interesa. Wikipedia se ha convertido en un testigo protegido, que son los que cuentan todo.
-Como testigo protegido, Wikipedia dice que tenés 83.
-Estoy por cumplir 84.
-¿Cuál es la formula de la lozanía? ¿Qué pócima tomás?
-Supongo que tiene que ver con lo que yo siento. Creo que la vida es movimiento, que siempre es para adelante. Cuando me preguntan cuál es mi meta, siempre digo que no tengo ninguna meta. Una meta es algo que termina y yo no sé cuándo voy a terminar. Pero, además, tengo una teoría: el futuro no existe, lo que existe es el pasado. Cuando dejemos de conversar vos y yo, esta charla ya será parte del pasado. Por lo tanto, tengo, todavía, montones de pasados por vivir.
-Pensando en ese pasado, si te menciono Trieste, ¿qué recuerdos aparecen en vos?
-Toda mi infancia. Siempre le decía a mí mamá que no quería volver a mi pueblo porque no quería que se me murieran los recuerdos. Tardé 50 años en volver y lo hice acompañado por mi mujer y mis dos hijas más chiquitas. Imaginate que soy un hijo de la guerra, que comenzó en el ´39 y yo nací en el ´37. ¿Qué te puedo contar? Pasé por todo desde el ´39 al ´47, año en el que llegué a la Argentina. Y acá me comí tres revoluciones en la Plaza de Mayo, cuando era cadete en una compañía de seguros. En ese tiempo pensaba que mi vida era una eterna posguerra. Por eso le ganamos a la pandemia.
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