Había aprendido a vivir en las sombras, en tiempos en que declararse homosexual no era una opción para nadie, pero mucho menos para un galán de cine. Rock Hudson soñó con ser una estrella, aprendió el oficio y se construyó a sí mismo con la ensoñación del hombre que muchas mujeres deseaban ver en pantalla: fuerte, masculino, carismático y dueño de una sonrisa irresistible.
Pero puertas adentro de su mansión en Hollywood Hills, Hudson no cargaba con el peso de ser quien en realidad no era. Había aprendido a mentir para sentirse un hombre medianamente libre y también a rodearse de la gente adecuada para ayudarlo a sostener la fachada. Una fachada que se mantuvo en pie hasta el final, cuando decidió despedirse ventilando una enorme y dolorosa verdad: tenía 59 años, estaba enfermo de sida y no había nada que pudiera hacer para torcer su destino. Un final triste, de esos que el cine siempre suele evitar, aunque también valiente.
Un muchacho tenaz
Reza la leyenda que tuvieron que hacer 38 tomas antes de que pudiera decir correctamente sus líneas en Escuadrón de combate, la película que lo vio debutar como actor en 1948. Aún así, el director Raoul Walsh tenía indicaciones precisas de mantener a Hudson dentro del elenco porque "alguien muy poderoso" estaba convencido de que tenía pasta de estrella de cine.
Había nacido como Roy Harold Scherer Jr., el 17 de noviembre de 1925 en Winnetka, Illinois. Fue hijo único, abandonado por su padre durante la Gran Depresión. Su madre, Katherine, rehizo su vida años más tarde junto a un hombre que adoptó al pequeño como propio. Años más tarde, sería rebautizado por un cazatalentos como Rock Hudson, un nombre que sonaba más potente y "recordable" que el propio.
Trabajó como acomodador en un cine y allí descubrió que quería ser actor. Intentó sumarse al grupo de teatro de su colegio, pero su dificultad para memorizar lo que debía decir en escena no lo ayudó en lo más mínimo. Mientras discurría la Segunda Guerra Mundial, se alistó en la marina estadounidense y, ya de regreso, se mudó a Los Ángeles para vivir con su padre y estar más cerca de hacer realidad su sueño.
Mientras trabajaba como camionero, solía detenerse durante horas en las entradas de los estudios de cine para presentarse a los productores. También enviaba fotos suyas a distintos agentes; uno de ellos fue Henry Willson, quien vio algo en él y decidió representarlo. Meses después. Hudson firmó su primer contrato con Universal Studios.
La construcción de un galán
Clases de actuación, de canto, de baile y de equitación, un tratamiento dental, horas de ejercicio para fortalecer su cuerpo... La agenda de Hudson permaneció muy ocupada luego de que se convirtiera en una de las nuevas apuesta de Universal. El estudio veía en él mucho potencial, aún pese a las dificultades e inseguridades que solían aflorarle frente a cámara. Por eso, lo presentó primero como protagonista de una serie de novelas gráficas en la que siempre jugaba de galán.
Durante mucho tiempo se rumoreó que su arribo y su crecimiento como figura de Universal Pictures estuvo directamente relacionado con la relación muy cercana que estableció con el entonces directivo del estudio, Edward Muhl. Alguna secretaria indiscreta dio cuenta de las reuniones que solían mantener en las oficinas del ejecutivo, aunque esa versión nunca pasó a mayores.
Pero más allá de las especulaciones, el entrenamiento al que se lo sometió dio sus frutos, y poco a poco ese hombre de 1,96 metros se fue aflojando. Winchester 73 y Peggy fueron algunas de las películas en las que Hudson obtuvo roles secundarios a comienzos de los 50. Dos años después, tuvo su primer protagónico en Mi vida es mía, junto a Yvonne De Carlo. El galán ya había comenzado a andar, y lo que vino después fue una sucesión de films que ayudaron a que se forjara un nombre y también a convertirlo en un objeto de deseo made in Hollywood.
Rumores, rumores
Para 1954, Hudson era considerado por la propia industria como uno de los artistas más populares en los Estados Unidos. En pocas palabras, que su nombre encabezara el afiche de una película era garantía de una buena recaudación, y eso resultaba en un gran negocio para ambas partes. Pero con la fama y el dinero, aparecieron también los rumores sobre la sexualidad del galán. Fue la revista Confidential la que, en 1955, amenazó con publicar un artículo sobre la vida privada de Hudson; Wilson, rápido de reflejos, salió en su rescate ofreciéndole a la publicación información sensible sobre Rory Calhoun y Tab Hunter, dos actores que trabajaban con él pero no habían alcanzado la popularidad de su "chico dorado".
Hudson, al parecer, no era tan cuidadoso como Wilson hubiese deseado. Actrices como Elizabeth Taylor o Carol Burnett aseguraron, tiempo después de la muerte del galán, que él mismo les había contado que era homosexual y que solía hablar abiertamente sobre el tema entre bambalinas.
Aún cuando había conseguido llamar a silencio a Confidential, Wilson no se sentía seguro con el secreto del ascendente galán. Por eso, tomó una decisión drástica: Hudson debía contraer matrimonio con su secretaria personal, Phyllis Gates. El mismo se ocupó de orquestar el romance y convenció a su representado para que mostrara repentino interés sentimental por la joven.
Según contó la propia Gates en un libro publicado en 1987 (Mi marido, Rock Hudson), salieron varias veces antes de que él la invitara a vivir a su mansión en Hollywood Hills y, dos meses más tarde, le propusiera matrimonio. "Yo estaba muy enamorada. Pensé que iba a ser un esposo maravilloso. Era encantador, su carrera estaba en lo más alto, fue magnífico... ¿Cuántas mujeres habrían dicho que no?", escribió la mujer.
El 9 de noviembre de 1955, Hudson y Gates de casaron "en secreto", y fue el propio Wilson el encargado de dar a conocer la noticia a la prensa. Se difundieron fotos de la pareja, sonrientes y felices. El plan parecía funcionar a la perfección.
Pero todo sucedió demasiado rápido, también el final: luego de tres años, Gates llenó una solicitud de divorcio alegando "crueldad psicológica". Ella se había enterado de muy buena fuente que su esposo la había engañado con un hombre mientras filmaba en Roma y todo cerró en su cabeza: las llamadas masculinas preguntando por su marido a cualquier hora, sus prolongadas ausencias y el poco interés que Hudson demostraba por la relación. Sin llegar a juicio, el actor propuso un arreglo (un pago de 250 dólares a la semana, durante 10 años), y ella lo aceptó.
"Escuché esos rumores por años y la verdad es que no me importan. Conozco a muchos gays en Hollywood. Algunos trataron de conquistarme, pero siempre les dije: '¡Vamos, no soy el correcto!'. Tan pronto como eso quedaba claro, todo estaba bien", contaba Hudson en 1978.
Mucho se ha escrito sobre el seductor nato que resultaba ser Hudson cuando la cámara se apagaba. Muchos periodistas, de hecho, lo han relacionado con Marilyn Monroe, Judy Garland y Elizabeth Taylor, aunque al parecer se trató de simples rumores o trucos publicitarios antes que de romances en serio. Los actores Robert Taylor, Errol Flynn y Tyrone Power, en tanto, también figuran en su lista de potenciales aunque incomprobables amantes.
El "gigante bueno"
Pero Hudson también se enamoró y lo hizo varias veces, de hombres diferentes y en momentos muy distintos de su vida. El primero de ellos, cuya identidad se desconoce, fue quien lo acompañó durante su ascenso a la fama y el primero en poner en riesgo su vida secreta. Para muchos, fue Wilson quien se ocupó de alejarlo del actor, poco antes de que le "sugiriera" casarse con su secretaria.
A comienzos de los 60, el galán se enamoró de Lee Garlington, un actor devenido en corredor de bolsa, rubio y apuesto, que mantuvo el secreto de su amor hasta hace algunos años. Justamente se conocieron durante el rodaje de una película protagonizada por Hudson en la que él trabajaba como extra. "Era la mayor estrella de cine en el mundo y había rumores de que era gay. Así que pensé: 'Voy a acercarme'. Me coloqué fuera de su casa en Universal, fingiendo que leía una revista. Salió a la calle, y luego volvió la mirada. Eso fue todo", le contó a la revista People, en 2015.
Poco después, un amigo se comunicó con él para hacerle saber el interés del actor por conocerlo. Así empezaron a salir, y poco a poco él fue perdiéndole el miedo a esa estrella de cine que conseguía ponerlo muy nervioso. "Era como un gigante bueno", admitió Garlington, que también aseguró que el galán "no era paranoico con el tema de su homosexualidad". Sin embargo, luego de que una fan consiguiera meterse en su mansión y los encontrara durmiendo juntos, Hudson entendió que debía ser más cuidadoso con su imagen y su privacidad.
Estuvieron juntos tres años, y poco tiempo después el actor se relacionó con otro joven de rostro angelical llamado Jack Coates. Para entonces, Hudson daba el salto hacia la comedia, al conformar una sólida y muy exitosa sociedad en pantalla con la actriz Doris Day.
Editado en marzo de 1990, el libro Rock Hudson: A Friend Of Mine develó parte de la intimidad del galán. Fue escrito por el expublicista Tom Clark, quien mantuvo una relación con él durante casi una década, entre comienzos de los 70 y los 80. Probablemente fueron los años más difíciles del ídolo: poco después de que su contrato con Universal finalizara, ya era considerado demasiado adulto como para jugar el rol de un galán, aunque tampoco parecía lo suficientemente gracioso como para encabezar comedias. Así, la televisión se convirtió en su única salida, aún cuando él –que había sido una estrella de Hollywood– consideraba su desembarco en la pantalla chica como un símbolo de su propia decadencia.
En 1983, ya separado de Clark, Hudson inició un romance con el joven Marc Christian. Por entonces, el maduro galán descubrió que había contraído sida, pero decidió mantener esa información tan oculta como fuera posible, inclusive de su propia pareja. De hecho, poco tiempo de morir el actor, Christian inició una millonaria demanda reclamando parte de su herencia a modo de indemnización, aduciendo que Hudson le había ocultado que padecía VIH y lo había contagiado deliberadamente.
El beso que nunca quiso dar
Muchos se sorprendieron cuando, en 1984, el actor se sumó al elenco de la serie Dinastía. Allí interpretaba a Daniel Reece, un entrenador de caballos millonario que conquistaba el corazón de Krystle Carrington (Linda Evans) y entonces, Hudson descubrió un día que tendría que besar a Evans en la boca, y se encontró frente a un gran dilema.
En junio de 1984, había recibido la noticia de que había sido infectado de VIH. Por entonces, poco se sabía acerca del modo en que se contagiaba el virus: el tema era tabú y su propagación –que rápidamente alcanzó el nivel de epidemia– era directamente relacionada con homosexualidad y drogadicción. El "cáncer gay" o la "peste rosa" generaba terror por su virulencia y Hudson no quería ser estigmatizado en lo que parecía ser el ocaso de su carrera.
"Tengo que besar a Linda, ¿qué carajos se supone que voy a hacer?", contó su secretario personal, Mark Miller, que le dijo Hudson cuando recibió el libreto que incluía la escena del beso. "Estaba atrapado. No podía pedir que modificaran el guion, pero tampoco sentía que podía anunciar que tenía sida ni besar a la dama".
Según su autobiografía Rock Hudson: His Story –escrita junto a la periodista Sara Davidson, quien lo entrevistó en numerosas oportunidades antes de su muerte–, el galán utilizó un spray y varios enjuagues bucales antes de grabar la escena. También evitó abrir la boca, para que no hubiera intercambio de saliva. "Ese día dijo que había sido uno de los peores de su vida", aseguró Miller, quien dio fe de la culpa que había experimentado el actor al exponer a Evans.
Años más tarde, la actriz contó que se sintió muy sorprendida por la falta de pasión que Hudson puso en esa escena. "Había trabajado con él en el pasado y me había besado como Rock Hudson, pero esta vez me dio un beso con la boca cerrada, casi sobre mi labio superior", recordó durante una entrevista con Larry King. "Al otro día, vino el director y nos dijo que quería volver a rodar la escena, pero que necesitaba más pasión. Yo le dije que no podía ponerle pasión porque estaba tirada en el piso, mi personaje recién se había caído de un caballo y el personaje de Rock se acercaba a consolarla. Volvimos a grabarla y él hizo exactamente lo mismo, porque sabía que tenía sida y estaba tratando de protegerme a su modo".
Su última entrevista
Tras terminar las grabaciones de Dinastía, Hudson comenzó un tratamiento experimental con retrovirales en París, por recomendación del médico que lo estaba tratando, Michael Gottlieb, y entonces, recibió un llamado de Doris Day contándole que quería tenerlo como primer invitado de un ciclo televisivo que la tendría como protagonista. No pudo negarse.
En julio de 1985, se reunieron en pantalla para el debut de Doris Day's Bet Friends, y la sorpresa fue mucha. Notablemente desmejorado, el actor lució algo desconectado e incapaz de seguir la charla que daba su verborrágica compañera. Hudson era una sombra de ese hombre apuesto y chispeante que alguna vez había sido.
"Nunca me dijo que estaba enfermo. Cuando nos despedimos, me dio un abrazo enorme y me sujetó un tiempo. Me eché a llorar. Fue la última vez que lo vi", indicó Day tiempo después.
Un adiós valiente
Luego de cumplir con su amiga, volvió a viajar a París, pero esta vez no pasó desapercibido. Mucho menos cuando se supo que había sufrido un desmayo en el lobby del Ritz. Con el estado desmejorado que había mostrado el actor en su última aparición pública, las cámaras no demoraron en apostarse frente al legendario hotel, a la espera de alguna imagen, declaración o precisión sobre lo que estaba sucediendo con el galán. Y lo consiguieron. Primero, su representante aseguró que el actor padecía de un cáncer de hígado inoperable, negando que estuviera infectado con el virus del VIH. Pero luego, convencido de que era lo que debía hacer, Hudson le solicitó a la publicista francesa Yanou Collart que redactara un comunicado contando lo que padecía. "Le leí el comunicado que había preparado. El se encontraba demasiado débil como para tomar una decisión. Yo estaba llorando. Todo lo que me dijo fue: 'Eso es lo que quieren. Ve y échaselo a los perros'", recordó la mujer mucho tiempo después.
Debilitado, Hudson pagó 250 mil dólares por un vuelo privado que lo llevara desde París hasta Los Ángeles. Luego, un helicóptero lo trasladó hasta el hospital UCLA, donde estuvo internado durante casi un mes. Allí recibió las visitas de sus íntimos, entre las que se contaba Elizabeth Taylor.
La decisión de contarle al mundo que padecía sida fue toda una postura política por parte de Hudson, un hombre que siempre había elegido esconderse detrás del galán de cine. "Él era consciente de la publicidad de su caso antes de morir. Estaba contento de haberlo hecho público y del efecto que produjo. El sida estaba tan estigmatizado que la gente que lo sufría se sentía abandonada. Buscaban un rayo de esperanza, y eso llegó cuando Rock hizo pública su enfermedad", le dijo Gottlieb a la revista People.
Rock Hudson murió en la mañana del 2 de octubre de 1985, en esa mansión que había sido su guarida, el lugar en el que siempre podía ser él mismo. Tenía 59 años.
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