En una extensa charla con LA NACION, el humorista repasa cada uno de los temas que lo tienen en vilo; además, habla de su actual pareja y de su proyecto televisivo: en marzo debutará como conductor en un ciclo de entretenimientos
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Cuando sus hijos, Galia y Eial le dicen que tuvo cuatro vidas, Roberto Moldavsky lo acepta y además las tiene bien definidas. “La primera es hasta mis 21 años; la segunda, los diez años que viví en Israel; la tercera fue vendiendo camperas en el Once y, la cuarta, mi vida como artista”, cuenta el humorista en una charla con LA NACION que transcurre en su casa y mientras de fondo se escucha el noticiero de la televisión israelí. La guerra entre Israel y Hamas lo tiene muy conmocionado porque allí le quedaron muchos amigos, y otros tantos han muerto en estos tres últimos meses. Se emociona cuando habla del tema, pero también acepta la propuesta de hablar de su presente, de su obra Lo mejor de mí, en el Teatro Apolo; de su oficio de humorista, de la relación con sus hijos y con su pareja Micaela, a quien conoció gracias a Gerardo Rozín.
-¿Tenés días muy agitados?
-Un poco, ahora que volvimos al teatro. El Apolo es un teatro que me gusta mucho y estoy ahí desde que hago Calle Corrientes, en 2017. Me gusta porque es más ancho que largo y me permite ver y hablar con los espectadores de la última fila. Me gusta tener a la gente cerca, porque me guía el viejo café concert con el que crecí. Iba a ver a Antonio Gasalla y Carlos Perciavalle y también me encantaba Tato Bores. Me sabía algunos monólogos de memoria de Gasalla. Tengo esa escuela.
-A partir de los 50 empezaste una nueva vida, ¿cómo se dio?
-Desembarqué en Calle Corrientes en 2017, después de conocer a Gustavo Yankelevich, gracias a que Gerardo Rozín le insistió que me fuera a ver. Pero en realidad el primero que me llevó a los medios fue Fernando Bravo, a su programa de radio. Y a partir de ahí me crucé con la gente indicada. Eso habrá sido en 2014.
-¿Realmente pensabas que podías cambiar de vida y cumplir ese sueño?
-No, la verdad que no. Todo lo vivía como un regalo, como plata que te encontrás en el piso. Me parecía muy loco que Fernando Bravo me hiciera una nota en la radio, después de haberlo escuchado tantos años en sus programas. En realidad, el que me descubrió fue Jorge Schusseim, un músico muy talentoso que era amigo de Bravo, y a quien invitó a vernos en un show que hacíamos juntos. Pegamos onda enseguida con Fernando, que es muy generoso con los artistas, muy remador. Ya haber estado ahí fue un sueño, pero a partir de entonces se empezaron a dar las cosas. La verdad es que no soñaba nada de lo que me está pasando porque no tenía en mi radar dedicarme a ser artista. Sí quería que fuera mi cable a tierra, actuar en lugares chiquitos, algún evento. Nunca pensé en la masividad que te da la tele, la radio o la calle Corrientes.
-¿Y creés que era tu destino o lo buscaste?
-Lo asocio a una frase del Antiguo Testamento de la Torá que dice que es la obligación de un padre dejarle un oficio al hijo. Mi viejo era muy gracioso, contaba muchos chistes todo el tiempo y se ve que me tiró esa profesión y yo no me había dado cuenta. Lo descubrí recién a los 50. Yo era muy gracioso como él, en mis grupos de amigos pero no me di cuenta de que esa podía ser mi profesión. Con mi hijo hacíamos videos caseros en joda y una vez hicimos uno para un casamiento y le dije que era realmente muy bueno, que estábamos al lado de la fama pero que nadie nos veía. Y sin embargo, eso que hicimos era mucho mejor que muchas cosas que veo en la tele pero nadie sabe que lo hacemos. Quedó como una frase nada más porque en ese momento yo trabajaba en el Once y no pensaba en otra cosa. Y cuando empecé a actuar, Eial me la recordó. Y era que alguien nos vea, simplemente eso. Y ocurrió.
-¿También le dejaste un oficio a tus hijos? Los dos trabajan en el medio...
-No sé si puedo arrogar tanto, aunque algo debo tener que ver, sin duda. Ellos son más completos, están más preparados para su trabajo. Dalia estudió Periodismo y después Sociología, Eial estudió Filosofía y ambos se armaron muy concretamente el camino, también con una base intelectual. Y los dos se inventaron. Galia estuvo en lugares donde le pagaban muy poco y la peleó, llegó a trabajar con Wainraich sin que yo le dijera nada a Sebastián. Eial trabajó mucho conmigo, pero lo que hace con la filosofía es una creación suya.
-Vos también sos sociólogo, ¿ejerciste alguna vez?
-No. Estudié dos carreras, Sociología y Educación. Empecé estudiando Educación en Israel todavía y ahí el sistema es diferente, por puntos, y para sumar cursé otras materias. Me atrapó la Sociología y terminé haciendo las dos carreras. Pero ejercí Educación en Israel. Era una especie de tutor de la escuela primaria de la zona en la que vivía. Después volví al país y acá prácticamente no existe mi especialidad y no es fácil sobrevivir como docente tampoco. Intenté trabajar como sociólogo pero terminé en el negocio de las camperas, que me resolvía lo económico, porque ya tenía un hijo.
-¿Qué pasó con el negocio de las camperas en el Once?
-Sigue. Yo vendí mi parte y ya no tengo nada que ver. Tengo muy buen recuerdo de algunas de las personas con las que trabajé y sigo en contacto.
-¡Tenés muchas vidas!
-Es la frase que dicen mis hijos (risas). Siempre me dicen: “en tu tercera vida tal cosa… en la segunda tal otra”. La primera fue antes de los 21, la segunda, los diez años que viví en Israel; la tercera mi experiencia en el Once y la cuarta, la de artista. Son cosas muy distintas.
-¿Por qué te fuiste a Israel?
-Quería conocer la vida en un kibutz. Había estado un par de veces en Israel y me interesaba la idea de formar parte de esa experiencia. Nos fuimos con un grupo y me quedé diez años; son muy buenos para la absorción, tienen una gran estructura para recibir inmigrantes. Ya había trabajado en la Embajada de Israel y tenía un hebreo básico. Estaba en la recepción, recibiendo a la gente que venía. Eso fue hasta el 90, más o menos, dos años antes del atentado terrorista.
-¿Y la experiencia fue tan buena que te quedaste diez años?
-Si. Y no me hubiera vuelto si no fuera porque mi ex esposa, la madre de mis hijos, no se adaptó demasiado y extrañaba a su familia. La conocí acá en uno de los viajes que hice para organizar viajes estudiantiles. En realidad, la conocí en Israel pero volví a verla acá, nos enganchamos y nos casamos. Me hubiera quedado en Israel y, al mismo tiempo, me encanta Argentina. Me gustó siempre nuestro país y sobre todo en el momento que me fui a Israel, porque fue en la vuelta de la democracia y se vivía ese júbilo hermoso. Me daba cierta cosa irme, pensaba que quizá me equivocaba, pero era un proyecto de vida que pensaba desde hacía muchos años y lo llevé a cabo.
-¿Cómo vivís la guerra entre Israel y Hamas?
-Muy mal. Están pasando cosas terribles; por ejemplo, hay 132 rehenes todavía en Gaza y algunos son argentinos, y el ejército israelí está en Gaza. Toda la vida estuve embanderado de un lado muy pro de dos estados, y eso siempre me ha traído problemas. El 7 de octubre, día que Hamas entró a Israel e hizo todas las barbaridades que hizo, fue una bisagra que dejó dos mensajes: el de matar a todos los judíos y que desaparezcan, y el segundo es que no les importa si están favor de la paz porque los matan igual. Ese mensaje no se puede dejar pasar. Este no es un enfrentamiento entre judíos y árabes sino con un grupo terrorista que se llama Hamas; con ellos es la historia. Mis abuelos maternos nacieron en Siria, son árabes y me siento cerca de esa cultura, de esa comida; la música árabe me recuerda a mi familia. Por eso siempre milité por ese lado. Tengo un amigo secuestrado, amigos que murieron, otros que mataron porque no llegaron al refugio. Es una zona muy familiar para los argentinos que vivimos ahí y por eso el golpe que nos han dado es muy duro. No sabemos cómo seguir ni cómo volver a hablar de paz.
-¿Es más difícil hacer humor en estos tiempos de tanta violencia y carencias?
-Sí, pero la otra es resignarnos, encerramos. Me costó a mí y encima estaba por empezar la gira en España y pensamos en suspenderla, aunque al final la hicimos porque hablé con algunos artistas de Israel que conozco y me dijeron que estaban actuando para la gente, para los soldados, para todos. La vida sigue, aunque no sigue igual. El mundo está complicado y nuestro país también. El ambiente no es favorable y entonces más que nunca necesitamos humor. Siempre cuento que en el Gueto de Varsovia, donde los judíos estaban a punto de ser exterminados, había actividad teatral, humoristas, gente que sabía que le quedaban horas, que habían perdido a su familia pero no quería resignar el humor. Más grave que eso no había y si ellos pudieron, yo tengo que poder también. Alguien dijo, que no nos roben la alegría. Y es así.
-Sos una usina de chistes y gags, ¿los reciclás, los repetís, qué te inspira?
-Soy un buen transformador de historias en monólogos divertidos. Me nutro de cosas que pasan en la vida: el matrimonio, la relación con los hijos, ir al médico, hacer una dieta, manejar. Todo en la vida me da datos. Creo que mi especialidad es convertir una anécdota divertida que me cuentan en un texto para un show.
-¿Se puede hacer humor de cualquier tema?
-Se puede. Con el humor hay una exigencia desmedida. Una vez alguien se enojó porque hice chistes con la inflación. Y la inflación no es culpa mía, yo la denuncio con un chiste. Nada de lo que se ría un humorista lo produjo él. Hay que reírse del victimario y no de la víctima, y después mucho tiene que ver con los contextos. No hago humor negro aunque me divierte, pero es un riesgo que no quiero correr. Y sí corro riesgos en otras cosas, como por ejemplo en el humor político. En la primera parte del show les pego a todos y sé que la grieta es un lugar muy difícil para vivir con el humor político. No pienso resignar eso. Un día Enrique Pinti me dijo que no largue el humor político, y pienso mantenerlo.
-¿Y qué te hace reír a vos?
-Diego Capusotto me parece un tipo brillante. Tiene ideas que todos queremos tener, y a veces tenemos alguna y pensamos: “Esto es para Capusotto”. Y los chicos de Sin codificar, también. Yayo me parece un tipo muy gracioso y a veces antes de irme a dormir veo algunos de sus videos y me siento mejor. O Sebastián Presta, Migue Granados. Las chicas de la culpa son bárbaras también. El humor cambió, antes era en la tele y ahora es en las redes y hay una industria de memes y cosas muy divertidas. Hay mucha creatividad, más allá de los humoristas.
-¿Qué se viene este año?
-El 16 de febrero tengo un show en Miami y el 17 en Nueva York. Todo el verano seguimos en el Teatro Apolo hasta marzo, excepto esos pocos días. Después hay propuestas de giras. Y sigo en Radio Mitre con el pase de Eduardo Feinman y Jorge Lanata, los martes y viernes. Es un espacio muy divertido que logramos crear y la pasamos bárbaro. Era un pase de 20 minutos que se convirtieron en 40. Fue un hallazgo. Y en marzo arranco con un programa de juegos en Canal 13 que se llama Una de dos y es de entretenimientos, con dilemas, muy divertido. Si bien hay juegos, el centro del programa son dilemas a los que el participante tienen que enfrentarse y decir qué haría y, a su vez, eso tiene que coincidir con la mayoría del público. No juzgamos nada. Puede ser cualquier dilema, desde batata o membrillo o quedó el WhatsApp de tu pareja abierto, ¿lo mirás o lo cerrás? O, si hay un incendio, ¿salvás a tu perro o a tus ahorros? Es muy divertido y nos da mucha chance de reírnos.
-Es tu primera experiencia como conductor, ¿tuviste un dilema?
-Por supuesto. Hice un casting, es la productora Boxfish, con quien trabajé en MasterChef. No estaba pensando en conducir, pero me contaron sobre esta idea y me encantó. Muchos humoristas en el mundo conducen programas de juegos y pueden aportar su impronta. El mismo Darío Barassi hace un trabajo bárbaro en su programa. Alentado un poco por eso, me animé. Me cautivó la propuesta porque es un juego que me gusta jugar. Arrancamos en marzo y va a ser un programa diario. Por ahora estamos ensayando y mejorando todo.
-Pocas veces hablás de tu vida privada, ¿estás en pareja?
-Si, estoy en pareja con Micaela, a quien conocí gracias a Gerardo Rozín, porque ella era su asistente. Gerardo me llevó a la tele sin verme en el teatro, sin un guion, sin hacerme una prueba. Debuté un día en la tele casando a Malena Guinzburg y Rafa Ferro en Morfi, haciendo de un falso rabino. Nos hicimos amigos, Micaela era su asistente, me gustaba pero los dos estábamos en otras parejas. Después yo corté mi relación y Gerardo me contó que ella también se había separado.
-Fue el celestino...
-Si. Ella quería comprar un auto, yo vendía el mío y esa fue la excusa. Le vendí mi auto, que ya no tiene porque sino estaría reclamándome algo (risas). Estamos hace un par de años juntos, contentos y felices.
-¿Conviven?
-No, ella vive con sus hijos de 11 y 14 años y yo vivo solo. No descarto la convivencia, pero por el momento nos sirve más estar así. Tuve un matrimonio de 24 años.
-Te separaste a los 50, justo cuando empezabas tu cuarta vida...
-Sí. Todo junto me pasó. Dejé casa, laburo y pareja. De esto hace diez años. De mis cuatro vidas desde el punto de vista profesional, esta es la que más me gusta. Y en lo personal viví diferentes momentos. El nacimiento de mis hijos fue hermoso, la experiencia de vivir en Israel también. Después de mi esposa tuve otra pareja con la que me fue muy bien también y ahora estoy muy feliz con Mica. En un momento pensé que ya me retiraba del amor y evidentemente eso no existe.
-¿De verdad lo pensaste?
-Si, claro. Pensé que ya estaba, que había tenido un matrimonio de 24 años, otra relación más y creía que iba a estar solo o con relaciones más cortas, esporádicas. Pero me crucé con Mica inesperadamente.
-¿Te gusta vivir solo?
-Me gusta la soledad por elección. Hay mucha gente que está sola, es uno de los males de este siglo. Me gusta de a ratos elegir estar solo, pero la mayoría del tiempo prefiero estar acompañado. Me gusta compartir, estar en pareja.
Lo mejor de mí. Teatro Apolo, Av. Corrientes 1372. Los jueves, a las 20.30; los viernes, a las 21; los sábados, a las 20 y 22 y los domingos, a las 19
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