"Usted es muy feo nunca será actor", le dijeron en un canal de aire a un joven Roberto Carnaghi. Por ese entonces, era vendedor en una importante empresa de imprentas, ganaba un muy buen sueldo, pero su pasión por la actuación podía más. Había estudiado en el Conservatorio de Arte Dramático, ya había sido parte de pequeñas obras de teatro y la pantalla chica aún era un desafío. Después de esa frase, que destruiría más de un ego, Roberto se hizo fotografiar y repartió su cara impresa por castineras hasta que consiguió ser parte de una publicidad.
El resto, es historia. Su cara se transformó en picaresca cuando hizo revista junto con Alberto Olmedo; con Tato Bores, su rostro se convirtió en la marca registrada de los 90 del argentino simpático pero corrupto; también hizo personajes épicos de la mano de William Shakespeare junto a íconos como Alfredo Alcón. Fue hombre de temer, adorable compañero en tiras infanto juveniles, un padre y abuelo entrañable, y, más recientemente, un utilero con mucha calle. Hoy, Carnaghi es un ex "amigo de lo ajeno" que sufre de Alzheimer en Atrapa a un ladrón, la coproducción española argentina que tiene a Pablo Echarri como protagonista y que puede verse en Telefe y en Cablevisión Flow.
"Uno sabe quién te mira según lo que estés haciendo. Cuando estaba con Tato me saludaba mucho el de corbata en pleno centro", comenta minutos después de posar para la cámara y recibir el saludo de un vecino de la zona.
De zapatillas de lona verdes, jeans y camisa, el señor que ganó cinco Martín Fierro, actuó sobre tablas, en tele y en cine, se pide un cortado sentado a la mesa de un 'Pin Pun' de Villa Urquiza. "Se me complicó estacionar, pero me parece bueno este lugar porque te queda cerca el subte", explica a LA NACION. El bar, de ventanales grandes de madera, de esos para apoyar el codo y meditar con la mirada en la vereda, le sienta bien. Allí las charlas son extensas, los mozos van al compás de las horas lentas de barrio. Él habla a veces rápido, con mil datos por segundo; otras veces, golpetea la mesa con la mano para acentuar alguna frase. Se ríe liviano, con toda su historia en los hombros. Hace las voces de sus personajes más icónicos, le salen las frases, las recuerda. Inevitable es verlo transformarse sin esfuerzo y sin alarde. Ama y respira lo que hace.
El humor político, Tato y el censurador
Hablar con Carnaghi no es sólo charlar sobre Atrapa..., sobre su carrera o sobre Aquí cantó Gardel, el show con orquesta de tango en vivo que lo tendrá como protagonista hasta el 16 de este mes, en el Centro Cultural 25 de Mayo. Con sus 81 años, escucharlo es asomarse a mil caminos por tema, por eso es cuestión de elegir uno y ser tan curioso como él.
-En Atrapa... su personaje es el tío que le enseñó todo sobre ser ladrón a Echarri, pero que ahora padece Alzheimer. ¿Cómo se preparó para personificar a alguien con esas características?
-Nunca tuve trato con personas que tengan esa enfermedad, pero intento trabajar por el lado de alguien que no sabe bien dónde está, que está perdido, que se puede equivocar. Hay que ser muy curioso. Cuando uno encara un personaje es como ser investigador. Entonces me pregunto: "¿Qué tipo de Alzheimer tendría yo? ¿Qué me olvidaría, qué no me olvidaría?". La gente que sufre de eso recuerda más el pasado que el presente, es lo que leí. Nuestra profesión es terrible porque vos tenés que decir un texto y no lo tenés desde hace un año o tres meses: te lo dan en el mismo set. Pero lo que hay que aprender no es la letra sino lo que te pasa con el personaje, con lo que decís. Es lo más apasionante de la profesión, encontrarle el punto justo. Conocerlo. No es un muñequito, hay que darle vida. Así quizás encontrás algo más interesante de lo que escribieron. Es un ejercicio de estar atento, relajado y apuntar a ser lo más sencillo y verdadero posible.
-Si usted encuentra algo más interesante, ¿es de proponer algún cambio en el personaje?
-El piloto de Atrapa... lo hicimos a principios del año pasado, a mí me llevaban preso, no me ponían las esposas, y yo salía sonriendo. En el original, sí me pusieron las esposas y me maltrataba la policía. Era más interesante que alguien me invitara a subirme a un coche, como para ir a pasear. Pero es lo que pasa en la tele. Soy de los hincha pelotas que pide hacer una escena de nuevo, que propongo, y una vez que queda la escena ya no la miro porque seguro que estoy en desacuerdo con algo [se ríe].
-¿Nunca se ve?
-Cuando yo hacía mucho cine, no me veía. Por el personaje de Atrapa... me han llamado para halagarme y mi hijo me llamó ayer para decirme que fulano de tal le dijo que soy el mejor actor de mi generación. Yo le dije: "Claro, porque ahora están todos muertos", y él me respondió: "No, pa, pero están fulano y fulano y son actores buenos, pero siempre hacen lo mismo. Vos cambiás". Algunos de ellos son más famosos que yo. Creo que hay buenos actores que se acostumbran a tener éxito con un personaje y se encasillan. A mí me gusta seguir aprendiendo y hacer cosas nuevas.
-¿Por eso en algún momento decidió interpretar al personaje corrupto que hacía con Tato Bores?
-Claro. Esa fue toda una época. Empecé con Tato Bores haciendo del interventor del canal en el año 1979. Yo hacía un programa con Jorge Porcel en el 9, me llama Edgardo Borda [histórico productor] y me dice: "Tengo este papel con Tato para vos, no se te va a ver la cara así que no vas a tener problemas. Vas a tener una capucha". Y le contesté: "Dejámelo pensar porque si nadie me va a ver la cara, no sé...". Y me responde: "Pero yo te elegí a vos porque Tato quiere un actor que se sepa la letra, y también te ha ido a ver". Con él sí o sí tenías que seguir el guion.
-¿No se conocían personalmente?
-No, yo había estado a punto de trabajar con él en una revista un tiempo antes, pero me fui de ese género porque ya no quería hacer más de lo mismo.
-¿Y qué le pareció Tato?
-Me habían dicho que era exigente. Yo hacía del interventor del canal y tenía una máquina que era "la compactadora", que era para la basura y la había inventado Osvaldo Cacciatore [intendente de la ciudad de Buenos Aires entre 1976 y 1982]. Tato me daba los guiones, yo los ponía ahí y de repente salían sólo con tres palabras. Hablábamos así de la censura. Pero al interventor sólo se le veía el habano y tenía esta voz muy característica "Hola Tato" [hace la voz de aquella época, bien cascada y resuena en todo el bar]. Cada canal tenía una Fuerza interviniéndolo: en el 13 estaba la Marina; en el Nueve, el Ejército; y en el 11, la Aeronaútica. En esa época se grababa el bloque entero y si te equivocabas había que volver a hacerlo. No se podía editar. Lo primero que me dijo Tato, que es lo que me relajó, fue: "¿Te sabés la letra?". Le dije que sí. "Macanudo, entonces si sale bien, queda; si no, lo hacemos de nuevo. Yo me equivoco, vos me corregís; vos te equivocás o hay alguna cosa que no me gusta, yo te corrijo. Si hay algo tuyo que estás haciendo y no te gusta, también cortá", me respondió. Y así empezamos.
-Ese fue apenas el comienzo...
-Él no repetía elencos, pero al año siguiente me llama de nuevo y de ahí en más trabajé con él mucho tiempo. Después ya se me veía la cara. Un día llega Tato al canal y alguien le dice "buen día". Era yo, el interventor barriendo la entrada del canal. Él hacía el monólogo internacional y el nacional y yo siempre le quería sacar el monólogo internacional. Eso antes de hacer "el corrupto", con los hijos.
-¿Era difícil hacer humor en la dictadura?
-Sí. Por eso cuando hay gente que dice "éste trabajó en la dictadura", no saben lo que era realmente. Había que tener pelotas para decir lo que decía Tato. A él le pusieron una bomba en el hall de la casa [en 1979] por decir lo que decía, pero era un tipo bárbaro. Lo primero que hizo fue llamar a los medios, porque la policía lo habría ocultado. Cuando vino Harguindeguy [Albano, jefe de la Policía Federal Argentina] para desactivar la bomba, ya estaban los medios. En los primeros programas teníamos seguridad en el piso, después se fue distendiendo. La bomba no la puso Montoneros, se la puso el Ejército. Había internas entre ellos.
-¿Le daba miedo? ¿Pudo haber decidido no trabajar con Tato por eso?
-No. Se creaba un clima de control, donde vos sabías que había gente que no estaba de acuerdo con lo que se hacía en el programa, pero no nos censuraron, el canal lo defendió. La realidad supera la ficción de alguna manera. Vos te acostumbrás a eso. Trabajamos mucho en la época de los militares. En uno de los sketches, que escribía Juan Carlos Mesa, Tato llamaba por teléfono a la Casa Rosada y decía: "Hello, Pink House, señor presidente. Ustedes son gobierno por amplia mayoría, por tres votos". ¿Sabés lo que era decir eso en esa época?
-Era manejar la ironía para criticar al poder...
-Y cuando se sabe que en algún momento [Jorge Rafael] Videla se va a ir, en 1981, le pregunta: "¿Así que usted se va? ¿Entonces, ahora vamos a decidir nosotros quién queremos que nos gobierne? Ah... no… ustedes deciden. Está bien. Me parece bien porque cuando lo elegimos nosotros no duran nada y cuando lo eligen ustedes dura muchísimo". Y había que decir eso en esa época. La gente no tiene idea. No es que el Ejército aplaudía. Vivíamos un momento terrible y había cosas que no sabíamos. Después supimos más. Ya antes que vinieran los militares, con López Rega [Ministro de Bienestar Social de María Estela Martínez de Perón], mataron a Carlos Prats una tarde en plena 9 de julio [dice sobre el asesinato, en 1974, de quien fue vicepresidente y colaborador del presidente socialista chileno Salvador Allende]. Se lo llevaron a Silvio Frondizi, hermano del rector de la Universidad de Buenos Aires, al mediodía y aparece en Ezeiza muerto a las pocas horas. Pasaba eso.
-¿Hacer humor tenía su papel en reivindicar la libertad de expresión de alguna manera?
-Sí. Así era el humor de Tato.
-¿Hay un humor político parecido al de Tato por estos días?
-No hay. Lo que hay son como denuncias de fulano y mengano y todo es muy partidario. En algún momento decían que era gorila... Tantas cosas. Tato criticaba a los empresarios también. Le daba a todos y defendía a la gente. Hugo Arana hacía al jubilado y decía: "Nosotros no comemos vidrio". Tato hablaba del país; no era ni peronista ni gorila, como alguna vez le dijeron. Yo lo traté durante 12 años y hablábamos mucho en el camarín... ¡Al final te cuento la vida de Tato! Tengo una gran admiración por ese hombre.
-Su personaje de "el Carnaghi corrupto" fue todo un hito, y aún hoy es muy recordado por mucha gente.
-Es que Tato te daba el espacio. Un día, su hijo Sebastián me dijo: "Mi papá te quería mucho". Hicimos una relación hermosa. No éramos amigos, pero hablábamos mucho e íbamos a almorzar antes de grabar... Teníamos mucha química.
-Se veía eso cuando actuaban.
-Sí, porque Tato disfrutaba. No era un envidioso. Él quería que vos estuvieras genial porque era un tipo inteligente. No era un obtuso de esos que piensan que solo tienen que brillar ellos. Era el programa el que tenía que estar genial. En Atrapa a un ladrón también hubo mucha química. Yo ya había trabajado con Echarri en Montecristo [Telefe, 2006] y es un ser humano maravilloso que quiere que vos estés bien. No importan tus ideas; él respeta tu trabajo y yo respeto el trabajo de él y lo que significa para la tele. Es así. En Montecristo hacíamos 26, 27 puntos. Pasa por ahí.
-¿A veces es mejor no hablar de política hoy por hoy?
-Los actores norteamericanos pueden decir barbaridades contra su presidente Donald Trump, unos los aplauden y otros no, pero no por eso uno deja de trabajar. Estamos en un momento muy especial, con esto de las diferencias entre unos y otros. Hay cosas que no puedo admitir de un lado y de otro. Como que vos no podés decir a quién votás o no; si vos estás convencido que a esta persona hay que votarla, votala, pero no votes por odio al otro. Votá por convicción y también sabé cuáles son las deficiencias de quien votás. El odio hace que no puedas ver y no puedas ser objetivo.
-¿La admiración extrema también crea ese efecto?
-Sí. Hay que pensar qué se hizo bien en un gobierno y qué se hizo mal. Yo crecí en un barrio obrero, en Villa Adelina, y trato de ser objetivo. Nadie hizo las cosas perfecto nunca; si lo hubieran hecho, hoy seríamos maravillosos.
-¿Se enojó cuando lo incluyeron en la campaña contra el acuerdo del Gobierno con los fondos buitre?
-Me enojé mucho, pero no soy kirchnerista, no soy macrista, ni anti k. No pertenezco a ningún partido político. Si sabía que era una campaña política no hubiera aceptado, aún cuando pudiera estar de acuerdo con lo que se pedía.
El curioso que le ganó al exitoso vendedor
-¿Siempre tuvo trabajo?
-Siempre trabajé, no siempre tuve trabajo. Me la rebusqué. Yo elegí ser actor. Tenía un trabajo donde era vendedor y ganaba muy bien. En Grafex, que comerciaba imprentas importadas y nacionales. Mi papá trabajaba ahí como obrero y a los 16 años entré yo. Mirá cómo son las cosas, ya en relación de dependencia. Más adelante pasé a ventas. Yo gano la mínima de jubilación y tengo 37 años de aporte. También vendí para un laboratorio cuando hacía revista.
-¿Era actor y vendedor a la mismo tiempo?
-Sí. Cuando estudiaba en el Conservatorio de Arte Dramático, trabajé en Grafex hasta los 24 porque no me daban los horarios, así que después fui jefe de costos en otra empresa. Después vendí para un frigorífico, vendí vinos... A los treintipico yo ya había hecho teatro y publicidades, había nacido mi hija mayor, en el 72, pero en un momento no tenía más trabajo. Voy a buscar y me dicen "Pero usted es actor, no lo podemos contratar". Negocié que me pongan a prueba y por suerte me tocó una zona en la que el vendedor nunca iba y los comercios pedían de todo. Vendía desodorante Dolipen, era muy bueno, y unas pastillas que les daban a los pollos. Después me salió trabajar en revista con Olmedo y los dueños del laboratorio venían a la revista, y los clientes también. Yo los invitaba.
-¿Era una situación particular, no?
-Es que yo tra-ba-ja-ba [hace un golpeteo en la mesa].
-¿Y cuándo empezó a vivir con su trabajo de actor?
-Con Tato y en el Teatro San Martín. Ahí te pagaban buen sueldo, pero era full time. Por esa época yo grababa a la mañana con Tato y después me iba al teatro. Fue cuando decidí no seguir en la revista y Hugo Sofovich se enojó mucho.
-Se fue para que no lo encasillaran...
-Yo no elegí la revista, quería hacer otra cosa. Había estudiado arte dramático, pero, ojo, para hacer revista hay que tener condiciones. No la hace cualquiera, y ya no existe más. Los tipos que la hacían eran capos. José Marrone te hacía un monólogo de 40 minutos y era genial, sin nada, con sexto grado hecho. Tenía condiciones naturales. Olmedo, también. Cuando empecé era malo, tuve que aprender.
-¿Lo suyo era el drama?
-Las dos cosas, pero en el conservatorio hacíamos de todo y te definían. "Usted es actor dramático", me decían. Se hacía Shakespeare y Antón Chejóv. Pero antes de egresar empecé a actuar. En el teatro de San Telmo hice una comedia porque un profesor de literatura de cuarto año me propuso para hacer una obra de Sholem Aleijem, y tuve que pedir permiso al director porque te prohibían trabajar. Lo convencí. Ya en octubre tenía el carnet de actor. Después me recomienda Natalio Hoxman en el ABC para un reemplazo en una comedia. Estaban Inés Padilla, Betiana Blum... Cuando invité a mis profesores de teatro se querían morir... "¡Pero usted es actor dramático!", me decían. Después de verme, me felicitaron: "Ah, pero usted es un cómico de primera".
Carnaghi, casi futbolista
-Trabajó con Olmedo, con Tato, hizo obras de William Shakespeare con Alfredo Alcón... ¿Se aprende de los colegas?
-Sí, y se respeta. Alfredo era un gran tipo, muy generoso. Tenía las dificultades, por ejemplo, si el público hacía ruido; ahí se enojaba. Pero amaba su profesión y esperaba que te lucieras. Y ahí surge la amistad con una persona. Era un grande, un actor épico. Nunca escuché a nadie decir el monólogo de "Ser o no ser..." como él. Tenía verdad. Con él hice Hamlet, el Rey Lear...
-¿El hecho cultural tiene una función social?
-Sí. Claro. Es la cultura la que te abre la cabeza. No aprendés nada si solo ves la televisión o leés los diarios que te dicen qué tenés que ver; por eso digo que hay que ser un curioso. La cultura tiene poder, hay que indagar; al indagar ves cómo es la humanidad. Por eso elegí mi laburo. Amo el jazz, toda la música. Yo fui lector de chico, compraba libros de aventura de Charles Dickens, Alejandro Dumas... Una vez di un examen de historia con lo que había aprendido en una historia de Dumas, mi profesora estaba encantada. Soy muy burro igual.
-Hace poco hizo de utilero en Apache... ¿Cómo se llevaba con el fútbol de chico?
-Casi soy futbolista. Yo nací en Avellaneda, soy de Independiente, pero nos mudamos a Villa Adelina y vivía cerca del potrero, en el Parque Cisneros. Nos vinimos y construimos la casa; yo lo ayudaba a mi viejo a poner los ladrillos y venían los más grandes del barrio a pedirme para jugar. Era wing derecho, pero empecé como arquero en un equipo que formamos con amigos. Éramos muy buenos. Y un día vinieron de Chacarita, nos probaron y comenzamos a jugar en la quinta división, pero había que ir muy temprano y a veces ni jugabas porque te decían "el tesorero trajo a un pibe que van a probar, hoy no jugás". Y me cansé. "Chaca" está lejos de Villa Adelina.
-¿Le sigue gustando el fútbol?
-Me gusta el fútbol, el juego, no lo que veo hoy, pero, ojo, jugábamos al fútbol con los pibes del barrio y también jugábamos con las chicas a correr, subir a un árbol. Más adelante hacíamos asaltos, íbamos al club a bailar con orquesta en vivo. Yo aprendí a bailar para bailar con las chicas. Además, imaginate yo... ¡con mi cara! Tenía que ser charlador y bailar bien. Así conocí a mi mujer, en el Conservatorio. Una mujer bellísima, inteligente y virtuosa. Hace 54 años que estoy casado [dice en referencia a la actriz Julia Blanco].
-¿En algún momento lo hicieron dudar sobre sus capacidades actorales? ¿Tuvo piedras en el camino?
-Una vez, en Canal 13 me dijeron que era muy feo y que nunca iba a tener trabajo de actor, pero un amigo me aconsejó que me saque fotos y que las reparta. No iba a dejarme bajonear por ese detalle. Y enganché en una publicidad porque era la época en que había ingresado el humor en ese sector y necesitaban caras como la mía [se ríe].
-Cuando empezamos la charla, me dijo que hay personas con Alzheimer que recuerdan determinadas cosas de su pasado. Usted, ¿qué no querría olvidar del pasado?
-No me importa el pasado, no es muy interesante. No querría olvidar el presente. Tengo mi familia, mis dos hijos, mi hija, tengo mis nietos... Son cuatro: tres mujeres y un varón; la chiquita, Matilda, me tiene loco. Los quiero mucho a todos. Me gusta el presente.
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