Rob Lowe: de ídolo juvenil caído en desgracia al hombre de familia que aprendió a reírse de sí mismo
El actor que debutó en cine con Los marginados de Francis Ford Coppola sobrevivió a su alcoholismo y logró retomar su carrera con series como The West Wing y 9-1-1 Lone Star
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A los quince años, Rob Lowe estaba en la cima del mundo. Poco tiempo antes se había mudado de Ohio a Los Ángeles sin otra carta de presentación más que su belleza física y unas ganas enormes de ser una estrella y lo estaba logrando.
Los papeles en televisión lo mantenían tan ocupado como sus nuevos amigos del colegio Santa Monica High, Emilio Estevez y su hermanito menor, Charlie Sheen. Joven, hermoso y en Hollywood nada podía ser mejor para Lowe hasta que Francis Ford Coppola lo sumó al elenco de Los marginados. Junto a Tom Cruise, Matt Dillon, Patrick Swayze, Ralph Macchio, C. Thomas Howell y su amigo Emilio, Lowe integró el catálogo de galanes jóvenes de los ochenta con potencial de estrella. Hasta que...
La historia, se sabe, tiene un final feliz de esos que Hollywood ama. Sobre aquel pasado de excesos, escándalos y rebeldía a este presente de actor maduro, belleza intacta y familia feliz, Lowe, de 57 años, suele hablar seguido, sobre todo a modo de advertencia y consejo para sus colegas más jóvenes.
En su podcast, Literally with Rob Lowe, el intérprete se ríe de sí mismo pero a su vez se toma muy en serio la posibilidad de redención que le dio la industria audiovisual.
Tiempo de revancha para Rob Lowe
Casi como si fuera el representante de las segundas oportunidades, tanto laborales como personales, Lowe hoy se muestra maduro, protagonista de una serie exitosa, 9-1-1 Lone Star (dos temporadas disponibles en Star+), padre de dos hijos adultos y esposo de Sheryl Berkoff, su pareja hace más de treinta años.
Pero antes, cuando era uno de los actores más solicitados de los años 80, protagonizaba una comedia juvenil detrás de la otra y participaba de cuanta tapa de revista y campaña publicitaria le ofrecieran, el alcohol y la cocaína estaban al mando de su carrera. Y de su vida, claro.
Después del éxito de El primer año del resto de nuestras vidas, de Joel Schumacher, en la que interpretaba al rebelde y encantador Billy Hicks junto a un elenco de otros jóvenes actores como Demi Moore, Andrew McCarthy, Judd Nelson, Ally Sheedy y Emilio Estevez, y con el premio Razzie bajo el brazo al peor actor de reparto, Lowe no podía dejar al personaje atrás aun cuando las cámaras ya no estaban rodando.
Así, en 1988 tocó fondo de la manera más vergonzosa y pública posible cuando se dio a conocer un video sexual del encuentro del actor con dos jóvenes, una de ellas de apenas 16 años. Aunque él aseguró siempre que no sabía que la joven era menor de edad y por la ley de California no estaba cometiendo un delito teniendo sexo con ella, sí era ilegal filmarse haciéndolo. Ante la denuncia de la familia de la adolescente, Lowe fue condenado a cumplir 20 horas de servicio comunitario e infinitas horas de humillación pública y privada que cuestionaron para siempre su estatus de galán e ídolo juvenil.
Muchos años después, el actor explicó que aquel escándalo fue lo mejor que pudo sucederle ya que lo llevó a rehabilitación y a cambiar su vida para siempre.
Claro que su renacimiento personal no equivalía a recuperar su lugar en Hollywood. Esa industria en la que había crecido, con todo a su alcance y disposición -durante la filmación de Los marginados, según reveló, los estudios Warner proveía alcohol ilimitado para él y sus colegas todos menores de edad-, ahora se burlaba de él y lo consideraba incontratable.
La pantalla chica que lo agigantó
Pero en aquellos tiempos sin redes sociales ni cancelaciones feroces, Lowe encontró el camino de regreso gracias al humor. Empezó por reírse de sí mismo y luego otros le siguieron el tren. Así, el galán con alma de comediante apareció en El mundo según Wayne y luego en Austin Powers: el espía seductor, al tiempo que tomó la decisión que lo rescató del ridículo: si las puertas del protagonismo en cine estaban cerradas para él, era hora de regresar a su primer amor, la TV.
A finales de los años noventa, esa estrategia era considerada el último manotazo de ahogado. Nada bueno podía salir de la pantalla chica y sin embargo, en su caso lo que resultó fue una nueva oportunidad de carrera en la forma de un personaje sobresaliente, Sam Seaborn, en un programa perfecto: The West Wing, de Aaron Sorkin.
Tan bien le fue a Lowe con esa serie que hasta se dio el lujo de abandonarla en el pico de su popularidad para intentar ser el protagonista de su propio ciclo. Y aunque la estrategia no fue demasiado exitosa, ni lo fue tampoco su decisión de rechazar el papel del neurocirujano Derek Sheperd en Grey’s Anatomy, lo cierto es que el veterano actor aprovechó el tiempo que le dejaban sus malas decisiones profesionales cuidando de su salud mental y su físico. Algo que le resultó muy práctico a la hora de interpretar al obsesivo Chris Traeger en la fabulosa serie de comedia Parks & Recreation.
Identificado con ese programa y con sus talentosos protagonistas y creadores, Lowe escribió también dos jugosas autobiografías. Con la primera, Love life, su narcisismo no tuvo suficiente (tal cual explicó esta semana en un reportaje con la revista People) y por eso volvió a regalar anécdotas de su carrera (¡y de sus colegas!) en Stories I all only tell my friends (”Historias que solo le cuento a mi amigos”).
Hoy, a sus 57 años, el actor está pasando su mejor momento. Y tiene las fotos de su perenne fina estampa para probarlo. Ya lejos de aquel chico que de un día para el otro se convirtió en una celebridad a la que, según detalló en sus libros, sus fanáticas le robaban la ropa interior de los cajones de su casa o que emulaba el comportamiento fuera de cámara de sus ídolos, Warren Beatty y Jack Nicholson, el actor luchó contra sus propios demonios y se rio para contarlo.
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