Ricardo Fort, el hombre que se construyó a sí mismo, reflejado en el espejo de la TV
El reciente lanzamiento de la serie El comandante Fort, basada en la vida del popular millonario, invita a reflexionar sobre el legado de este excéntrico personaje mediático devenido hasta en sticker
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Es complejo desentrañar el modo en que Ricardo Fort se instaló en la memoria colectiva local. Descifrar el proceso que lo llevó a entrar a la categoría de emoji, de GIFs animado, de estampita pop. “A la gente, por lo general, no le gustan los millonarios; pero a papi lo amaban. Yo creo que era porque era un mal millonario”, reflexiona Felipe, su hijo, en uno de los capítulos de El comandante Fort, la biopic de Star+ que se estrenó esta semana. La conmoción que generó su muerte en 2013 fue el más acabado ejemplo de cómo había calado su figura entre jóvenes o en madres de barrios diversos. Es que, a priori, la desmedida sobreactuación de su riqueza podría haber generar algo muy distinto a la empatía que despertó este señor que vivió para las cámaras que él mismo compró en Miami para armar su show mediático, emprendiendo un viaje que lo llevó en destino opuesto al emporio de chocolate que su abuelo había levantado en Almagro.
En la vida de Ricardo Fort — y eso da cuenta la misma serie en medio de algunos hallazgos y de varias zonas desafortunadas — conviven el champagne con las papas fritas, el pan Fargo con los Rolex. Su admiración por Carlos Menem va acompañada de imágenes de su llegada a un comedero popular con su Rolls Royce (”Era Evita el chabón”, asegura su exabogado). La ostentación permanente se articula en pantalla con la historia de ese chico abusado sexualmente que esperaba el momento de disponer de su dinero, vivir su sexualidad libremente y lograr el sueño de ser famoso, admirado, querido. Chequera en mano, copiando modelos norteamericanos, fue el primer argentino en armar su reality, años antes de los Caniggia, y de esta era de youtubers e influencers. La fama le llegó de grande cuando la pantalla chica le abrió la puerta.
El 25 de diciembre de 2009, el millonario recibió a LA NACION en Mar del Plata. En ese momento estaba en la cresta de la ola. Venía de participar en el “Bailando”y esperaba estrenar Fortuna, una comedia. En su playa, la Fort Beach, se ilusionó con trasladar Ibiza a la capital bonaerense del alfajor. Había alquilado una mansión en Los Troncos, a la que sus fanáticos se acercaron esa tarde de Navidad para sacarse una foto con un Papá Noel musculoso. Llegó mucho después de lo pautado y lo hizo a su manera: manejando un descapotable junto a Virginia Gallardo en una procesión con sus guardaespaldas, sus dos hijos, más coches, más motos de alta gama, su madre, música de fondo y las cámaras de su reality siguiéndolo. Apenas se abrieron las puertas de la gran casona, su círculo de amistades (”Los Gatos”, como los llamaba) se sacaron sus musculosas y se tiraron a la pileta como si toda fuera la introducción de una película porno filmada en Miami (su lugar en el mundo).
“No tengo estrategia. No hice nada pensado. Se fue dando como algo mágico. Primero fue el reality en YouTube. De ahí salió la TV, que empezó a levantar esas imágenes en los programas. Comenzaron a darse cuenta de que tenía rating y me llamó Tinelli. Demostré que sé cantar y bailar. La gente ya no me tomó como un bicho mediático, como alguien extravagante que le gusta poner toda la plata. Luché toda mi vida por lo que quería”, decía a este cronista hace trece años, al lado de la pileta. En esos momentos, se hablaba de él como la versión local de otra millonaria mediática, la rubia Paris Hilton. Matías Alé lo llamaba Willy Wonka. Se decía que era un exponente tardío del menemismo mientras que otros aseguraban que era un ícono queer (“¿qué es queer?”, preguntó él al consultárselo). De todas esas categorías que buscaban explicarlo se reía mostrando sus dientes blancos, sus pómulos prominentes, su pelo engelado. Por fuera de ese guion, su expresión cambió rotundamente cuando llegó el turno de hacer las fotos. Ya se había sacado la remera cuando escuchó el consejo de que volviera a ponérsela. En ese instante fugaz se quedó como perdido, desnudo. En perspectiva, es entendible: su cuerpo, así lo entendía, era su obra artística.
Esa temporada 2009, mucho después de lo anunciado originalmente, pudo estrenar Fortuna en el teatro Diagonal. Con el vodevil no pasó gran cosa a nivel de taquilla, pero su show siempre funcionó al tiempo que su cuerpo ya daba señales de agotamiento y de dolor. Esa misma temporada, Martín Bossi imitaba al chocolatero en un momento de su obra M, el impostor. Paradójicamente, la copia anduvo mejor de público que el original. Pero el “mal millonario” ya estaba instalado en la memoria colectiva. La serie parece apostar a que su leyenda continuará ¿Hará falta una versión no oficial sobre su vida? El tiempo lo dirá. Ante un señor que vivió rodeado de espejos, las perspectivas se multiplican.
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