El actor y cantante recibió a LA NACIÓN antes de iniciar una gira internacional donde le rendirá culto al creador de “Adiós Nonino”, con quien mantuvo una estrecha amistad
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“La gente de todas las edades me demuestra su agradecimiento por todo lo que les he dado en tantos años”. Raúl Lavié recibe a LA NACION en el amplio jardín de su casa ubicada en un barrio cerrado de la Zona Norte del Conurbano. Rodeado de árboles y una enorme piscina, el cantante disfruta de la paz de ese refugio en el que se instaló, junto a Laura, su esposa, hace más de tres décadas.
Ese lugar, apartado de la vorágine, es el que le permite recuperar una cotidianeidad que las constantes giras al que lo obliga su carrera le arrebatan con frecuencia. “He mantenido un equilibrio en una carrera que te puede marear, pero siempre fui consciente del lugar de dónde venía y de lo que estaba logrando. Todo lo hice prácticamente solo, a pura intuición”.
A los 85, Lavié conserva el mismo porte imponente de siempre y esa voz que es todo un sello, la herramienta de su interpretación profunda, sentida. Esas cuerdas que hoy homenajean a Astor Piazzolla en Piazzolla Inmortal, el espectáculo que viene desarrollando en Argentina desde el 2021 y que ofrecerá durante el mes de marzo en una gira europea que incluirá a las ciudades de Madrid, Barcelona, Milán y Venecia. Luego, posiblemente a partir del mes de mayo, el show pisará el escenario del Teatro Broadway porteño, a modo de celebración por los 70 años de carrera artística de cantante.
“Creo que me manejé bien en lo que creí que no debía hacer”, sostiene el músico, repasando ese extenso camino que se inició a los 15 años, edad en la que debutó como cantante en su Rosario natal.
Se lo ve espléndido y muy joven. Confiesa que se cuida, que protege su garganta y que tiene achaques propios del paso del tiempo, como una rodilla implantada, pero no mucho más. Su actitud y su vestuario confirman que eso que se llama ancianidad, en él es una abstracción. También Laura, su esposa, se planta joven y extremadamente simpática. Una pareja empática que hace de la coquetería y el buen gusto, una forma de entender la vida.
Verano porteño
En la primera mitad de los sesenta, Lavié estaba influenciado por The Beatles, Elvis Presley, Paul Anka, entre tantos otros, y, desde ya, por Astor Piazzolla, de quien era un fiel seguidor. “En 1965, una época jorobada para el país, ya que, cada tanto, asumían gobiernos militares, Astor me llamó para hacer una obra. Nos reuníamos para concretar el proyecto, que no se pudo hacer porque se sospechaba que iban a secuestrar a alguien del elenco, pero aquellos encuentros significaron el comienzo de nuestra amistad”.
Al año siguiente, Lavié partió a México donde protagonizó Hello Dolly, junto a Libertad Lamarque, y El hombre de la mancha, con Nati Mistral. En ese tiempo, Astor Piazzolla y Horacio Ferrer estrenaron María de Buenos Aires, con Amelita Baltar. “Luego se produjo la explosión de ‘Balada para un loco’ y yo me convierto un defensor de la música de Astor, cosa que él me agradece en un video muy emotivo”. Con ese testimonio se inicia Piazzolla Inmortal, la creación que deslumbrará a Europa en pocos días y que volverá a ofrecerse en Buenos Aires y en gira por Argentina.
-Usted se erigió como un defensor de los sonidos de ruptura de Piazzolla, pero los tangueros de la vieja guardia imponían una resistencia feroz.
-Se generaban hechos de violencia física, la gente del tango es así... Acá no se puede tocar ni a Gardel ni a Perón.
-A Raúl Lavié tampoco.
-Algunos me han criticado, pero otros me defienden, gracias a Dios.
-Por ser defensor de Piazzolla, ¿recibía agresiones?
-No, pero, cuando trabajaba en Michelangelo, en el año ´70, interpretaba a Astor y de la platea no faltaba el que gritaba “ahora cantante un tango”.
Con los años, Lavié y Piazzolla, acompañados por la cantante Amelita Baltar, realizaron varias giras, una de ellas por Japón, donde el tango jugó y juega de local; luego profundizaron el vínculo en París.
-¿Cuál fue la inspiración de Piazzolla Inmortal?
-En el 2021, cuando se cumplió el centenario de su nacimiento, sentí que debía homenajearlo. Él me abrió la cabeza con su música y, a partir de ese momento, mi forma de cantar cambió. Me hizo crecer como cantante, así que este espectáculo, que nació en pandemia, es una forma de devolverle algo de todo eso.
La propuesta ya visitó Chile, luego de su estreno en el teatro Broadway porteño. “No me arrepiento, aunque siento que soy audaz, porque nadie apuesta por un espectáculo sobre Piazzolla”. Lavié conoce muy bien la injerencia del 2x4 en el mundo. Durante quince años formó parte de Tango Argentino, aquel show creado por Héctor Orezzoli y Claudio Segovia, que impuso internacionalmente a la música que mejor define a Buenos Aires. “Colocó el tango en el mundo”.
-El tango, ¿es profeta en su tierra?
-No, el tango no es profeta en su tierra. Lo que sucede es que no existió una gran renovación, más allá de Piazzolla, que, aunque muy combativo, adoptaron algunos jóvenes. Por otra parte, por temas presupuestarios, las orquestas se redujeron y no surgieron figuras nuevas, lo cual hizo que el público perdiera interés. Además, el tango no se adaptó a las nuevas tecnologías.
-¿Cómo era la amistad con Piazzolla?
-Compartimos grandes momentos. Como a él le gustaba la comida de distintas culturas, en Japón yo era el único que lo acompañaba en esas aventuras exóticas. Fue una amistad muy fuerte, al punto tal que su hijo Daniel me dice que yo formo parte de su familia.
No es exagerada la aseveración. Lavié no sólo compartió escenario con Astor, sino también con Daniel y con Pipi, el nieto del creador de “Adiós Nonino”. “Para hacer Piazzolla Inmortal necesitaba la música original de Astor, así que lo llamé a Daniel, que estaba en sur, para preguntarle si le quedaba algo de su padre, ya que yo quería hacer el quinteto y el octeto para mostrárselo a las nuevas generaciones. ´Negro, sos de la familia, lo arreglo con Pipi´. Así que Pipi buscó en un baúl toda la música de Astor y me la dio, gracias a eso el espectáculo tiene la música original. Hoy, esas partituras están en mi casa”.
Los arreglos de Piazzolla Inmortal son aquellos mismos que el autor creó alguna vez. Un cuerpo de bailarines y una cantante invitada acompañarán a Lavié en la proeza que rescata la esencia del gran renovador, creador de “Suite Troileana”, donde el rupturista homenajea al clásico maestro y prócer indiscutido del tango.
-¿Siente diferente al cantar en Japón, París o Argentina?
-No, como decía Pedro López Lagar…
-”Me pongo la gorra y salgo”.
-Así es... Yo me pongo el corazón y salgo. En Suiza, hice “María de Buenos Aires”, en una iglesia del siglo XVl con músicos europeos, y la gente lloraba, aplaudía como loca y no nos dejaban bajar del escenario. Hicimos un tema extra que fue “La última curda” y algunos lloraban, a pesar que lo hicimos en castellano.
Raúl Lavié seduce a ese público que vibra sentimentalmente con su música, como también le sucedía a Piazzolla, el bandoneonista que se atrevió a meterle jazz y sonidos clásicos a sus partituras.
Dolores
-¿Cómo es su vida hoy?
-Vivo tranquilo, es como si comenzara todos los días. Me levanto a las siete de la mañana, leo el diario y arranco.
-La jubilación no es una posibilidad.
-¿Qué es la jubilación?
-En los últimos años ha afrontado los duelos de Pinky, la madre de sus hijos, y de su hijo Leonardo. ¿Cómo se convive con esos dolores?
-Tengo una especie de relación con la muerte, sin dramatismo. La muerte es parte de la vida, y eso se lo transmití a mis hijos. Cuando mi hijo se enfermó, él sabía su destino, sabía lo que iba a suceder, lo hablamos muchas veces, pero nunca dejó de sonreír.
-Relación especial con la muerte, ¿eso dijo?
-Sí, cuando volví de México, nació Gastón, mi segundo hijo, y mi abuelita vino a Buenos Aires a visitarme. En una de esas hermosas charlas con ella y me dijo: “Aguanté seguir viviendo hasta volver a verte y comprobar si eras feliz. Ahora que veo que nació tu nuevo hijo, que has triunfado y vivís bien; no te asustes, pero yo, un día de estos, me iré”. Entonces, le respondí que tenía claro que volvería a Rosario, pero ella se refería a otra cosa: “Me voy, he cumplido mi ciclo”. A la semana, se murió. Cuando tenía doce años, y ni pensaba en la música, mi abuelo, en su lecho de muerte, me dijo: “Vas a triunfar en el mundo cantando”, y así fue, por eso creo que la muerte debe ser tomada desde otro lugar.
-Cuando aconteció el fallecimiento de su hijo, usted reaccionó de una manera que tiene que ver con su filosofía sobre la muerte.
-Cuando mi hijo ya estaba dormido, aunque nadie sabía cuándo iba a fallecer, estuve con él en la clínica, pero, como estaba haciendo temporada de teatro, una tarde debí tomarme un micro para cumplir con la función de esa noche. En ese viaje recibo la noticia de su muerte y decido hacer la función. Era la única forma de salir adelante, ya que la muerte es un tropiezo y hay que superarla.
-Antes de llegar al teatro, usted les solicitó algo a sus compañeros.
-Lo único que pedí es que nadie se acercase a saludarme y, antes de salir al escenario, dije “vamos Leo, vamos a divertirnos”.
-¿Cómo afrontó el fallecimiento de Pinky?
-Lidia se dejó morir. Sufrió mucho y creo que nunca fue feliz, sólo tuvo raptos de felicidad.
-Teniéndolo todo
-Uno puede tener todo, pero es humano.
-Tenían un buen vínculo.
-Nos reíamos mucho. En Japón me contrató una empresa llamada “Minón” y, cuando se lo conté, me dijo “qué otra empresa te puede contratar a vos”.
-Fueron duros sus últimos años.
-Ya no estaba viva, ya se había ido, lo único que le faltaba era cerrar los ojos. No se manifestaba, no hablaba y mi hijo Gastón fue un santo que dejó parte de su vida para estar al lado suyo y cuidarla. Pero, insisto, no hay que regodearse en el dolor. Hay algo que se llama resiliencia y esa es la mejor sabiduría para seguir viviendo.
-Golpes siempre habrá.
-Por supuesto, por eso, lo único que le pido a Dios es que me de vida para ver crecer a mis nietos. Y así será. Cuando muera, yo no voy a sufrir, los que van a sufrir son ellos. Por eso, siempre les digo que, cuando no esté más acá, voy a seguir vivo a través de ellos.
Designios
“Hay algo que se llama destino o el camino que Dios quiere para cada uno de nosotros. Yo no soñaba con lo artístico, pero apareció algo de lo que no me pude desviar nunca”.
-¿No anhelaba cantar?
-Para nada, ni siquiera iba a las clases de música del colegio primario.
Las autoridades de la escuela Leandro Alem de la ciudad de Rosario le permitían que dibujara. Aquellos pizarrones eran catárticos a la hora de expresarse. Sin embargo, los apremios económicos de su familia, lo llevaron a trabajar desde la adolescencia, razón por la cual no pudo cursar sus estudios secundarios ni canalizar su vocación por las artes plásticas. “Me crió mi abuela, ya que mi abuelo era un hombre de campo que trabajaba en la zona de Sunchales y Rafaela”.
Su abuela fue la figura de autoridad que Lavié referenció: “No conocí a mi padre”, explica y enumera los hechos que construyeron aquella realidad: “En la época de la gran depresión de los años treinta, mi mamá se empleó como sirvienta en la casa de una familia de abogados muy importantes, de gran prosapia y aristocracia. Mi mamá y el hijo de la familia eran muy jóvenes, así que pasó lo que podía pasar. Cuando se enteraron del embarazo, le exigieron a mi mamá que abortara, pero soy hijo de una mujer que defendió su vientre; ahí también nació el feminismo.”
-¿Supo quién fue su padre?
-Con el tiempo, aunque lo sabía la familia entera.
-¿Qué edad tenía cuando lo conoció?
-No lo conocí. Supe quién fue hace diez o quince años. En aquellas épocas, las familias guardaban los secretos bajo siete llaves. Mi padre, arrepentido, quiso casarse y darme su apellido y mi mamá no aceptó. Se ve que mi mamá quedó muy lastimada, pero también esa propuesta reivindica a mi padre. Es muy curioso porque ni mi padre ni sus hermanos se casaron, ya que les impedían las relaciones sociales, era una familia aristocrática muy cerrada. De haber sido otra la respuesta de mi mamá, quizás hoy sería abogado como mi padre, que llegó a jefe de policía de Rosario.
-¿Tuvo hermanos?
-No.
Raúl Víctor Ferreyra era el nombre de su padre, pero en los documentos de Lavié figura Raúl Peralta, el apellido matero. Aquel rastreo sobre la sangre paterna lo realizó una vez fallecida su mamá.
-¿Su madre no le hablaba del tema?
-Jamás.
Para contrarrestar la ausencia de estudios secundarios, se instalaba en las bibliotecas públicas buscando incorporar conocimientos de manera autodidacta. “Leía las enciclopedias y libros, seguí autores de todo el mundo. Y, en simultáneo, me gustaba mucho el arte, estaba convencido que mi destino estaba en el mundo de la pintura. Pero, también me preguntaba por qué me gustaba la música, sobre todo la más culta. ¿A quién habré salido? Cuando supe de dónde venía, entendí que ciertos genes se transmiten”.
-¿Por qué lo dice?
-Porque mis antepasados eran muy cultos. Mi abuelo y bisabuelo participaron en la conformación del país. Tengo los carnets de mi padre que acreditan a qué instituciones había pertenecido.
-Al llevar una vida pública, su padre, ¿supo que Raúl Lavié era su hijo?
-No creo. Una señora que trabajaba en la casa de la familia, que prácticamente había cridado a las hermanas de mi padre, dio a entender que ellas algo sabían, pero como era una familia hermética, no se hablaba de eso, mucho menos delante de la servidumbre.
-¿Cuándo se produce el quiebre entre ese chico al que le gustaba dibujar y la pasión por la música?
-Por casualidad o, como dijimos antes, por designio del destino.
A los 14 años, Raúl Peralta acompañó a un amigo a una prueba de canto en una radio de Rosario. Uno de los responsables de tomar la audición le sugirió que se probara dada su buena voz. Se negó, pero, no se negó a dar su dirección. Al día siguiente, ese hombre se apareció en su casa. “Le dijo a mi mamá ´mándelo a estudiar canto, tiene un gran porvenir´, así que, prácticamente me obligaron a estudiar canto. Así fue como comencé a reunirme con el coro del conservatorio y a participar en una orquesta típica de mi ciudad”.
Sus condiciones, rápidamente llamaron la atención de todos. Cantando con aquella orquesta típica ganó su primer dinero. “Había recuperado una identidad que, hasta ese momento no tenía, era alguien”. Tamaña responsabilidad la de la música que le permitió a Lavié lograr una entidad como individuo, sin imaginar que eso iría acompañado de una trascendencia internacional. Antes, habían pasado diversos trabajos, como aquella cadetería en una farmacia.
Imponderables del destino, el director de la radio LT8 le pidió al director de la orquesta que lo apartara, porque no le gustaba como cantaba. Y si más de una vez el universo le dio muestras de complotar a favor, una vez más, desanudó trabas y unió voluntades: “Había tenido una noviecita cuyo padre trabajaba en una tanguería de Buenos Aires. Recurrí a ella, que me había ofrecido acompañarla y yo había preferido quedarme en Rosario”.
-¿Volvió sobre sus pasos y aceptó acompañar a la chica?
-Sí, pero le dije que me iba a quedar en Buenos Aires solo diez o quince días, ya que mi familia me necesitaba.
Otra vez el destino hizo lo suyo y en esos primeros días en la, a veces, impiadosa ciudad, se encontró con Enrique García Páez, un cantante amigo que había conocido en Rosario, en un bar de Corrientes y Uruguay. “Luego de tomarnos un café, me pidió que lo acompañara a Radio Belgrano porque tenía que llenar una planilla. Camino a la emisora, me preguntó cómo iba mi carrera, a lo cual le respondí que se había ido al diablo”. Inmediatamente, García Páez le pidió a alguien de la radio que le diera una oportunidad. Fue el puntapié inicial de su carrera estelar.
Una cosa llevó a la otra y Víctor Buchino, enterado de la presencia de ese jovencito de voz prodigiosa, lo convocó para trabajar en Radio El Mundo, en ese entonces dirigida por Antonio Carrizo. Le tomaron la prueba de rigor que obnubiló a todos. “Cuando terminé, ya tenía listo el contrato para hacer un programa propio”. Tenía 18 años y la varita del destino le seguía jugando a favor. “Antonio Carrizo y Víctor Buchino me bautizaron como Raúl Lavié”.
-¿Por qué el tango?
-Era la música que se escuchaba, la década del cuarenta era la época de oro de las orquestas y de los cantantes. De todos modos, en la orquesta característica, cantaba de todo, hasta pasodobles y boleros, como siempre lo he hecho, pero el público dictaminó que fuese cantante de tangos.
En esa multiplicidad de géneros que le interesaba interpretar, en la década del sesenta fue parte de El Club del Clan, el recordado programa de jóvenes figuras de la música. La llamada Nueva Ola había explotado y Lavié estaba allí, miembro fundador de aquel ciclo inolvidable.
En su búsqueda constante por expresarse artísticamente, también la actuación ha sido una vocación que decidió no silenciar. Sin trayectoria en el género, golpeó las puertas del productor del musical Los fantásticos, dado que se había enterado que el actor Luis Medina Castro se bajaba del proyecto. “No tengo ninguna experiencia”, le dijo, pero el productor averiguo quién era y cuál era su potencial vocal.
Luego llegó Locos de verano en el Teatro San Martín, donde ya tenía un coprotagónico, junto a figuras como Onofre Lovero. En aquella temporada, se iniciaba Nacha Guevara y daba sus primeros pasos Susana Rinaldi. “Nunca dejé la actuación e hice todos los géneros”.
-Como todo artista, usted contará con la posibilidad de una obra que lo trascenderá.
-Alguno se acordará…
-¿Cómo es su contacto con el público?
-Mi misión fue divertirlos. Me gusta estar con la gente, cuando salgo de un concierto y alguien de seguridad quiere alejar al público, yo lo freno, me quedo charlando el tiempo que sea, cómo me voy a alejar.
-Raúl, reconoce en usted la magnitud de su nombre y de su obra.
-No soy un héroe, soy sólo un artista.
-Un artista enorme.
-Soy sólo un artista.
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