Raquel Welch y Elke Sommer, dos sex symbols de otro tiempo, cumplen 80 años
Nacieron el mismo día y se convirtieron con el tiempo en grandes y genuinas exponentes del erotismo en el cine. Dos sex symbols de otro tiempo, Raquel Welch y Elke Sommer, cumplen este sábado 5 de septiembre 80 años.
Con sólo verlas comprobamos que no podrían ser más diferentes a primera vista. Welch, la morocha, la bomba escultural del cine de Hollywood con raíces latinas y presencia física y escénica imponente. Sommer, la rubia, imagen perfecta de la belleza nórdica europea gracias a su figura ideal y una serie de rasgos y detalles que contribuyeron a la definición de ciertas modas muy seguidas y celebradas en los años 60 y 70.
A la rubia alemana nunca le costó mostrar en plenitud todo su cuerpo en la pantalla desde el comienzo de su carrera. El entorno artístico en el que empezó a afirmar su carrera en el cine alentaba su presencia sin inhibiciones. Welch, en cambio, era pura insinuación. Para convertirse en un imán erótico desde el cine nunca necesitó mostrar de más. No se recuerda una sola película en la que estuviese dispuesta a un desnudo completo. Le alcanzaba con exhibir sus curvas en trajes ínfimos como la bikini de pieles que reveló en su película consagratoria, Un millón de años antes de Cristo (1966), en la que personificaba a una mujer de las cavernas que se enfrentaba a monstruos prehistóricos.
Una belleza con sello nórdico
También una bikini le ayudó a Sommer a alcanzar el estrellato, en este caso en España. En 1962, desde área de turismo del gobierno franquista se impulsó una serie de películas ambientadas en playas españolas con la idea de funcionar como vehículo promocional del turismo y de paso tratar de dar al mundo una imagen más amigable de ese régimen.
La férrea censura de Franco logró ese año lo imposible: que se autorizara en una película la aparición de una chica en bikini, prenda completamente prohibida en ese tiempo. Las mujeres que intentaban usarlas en las playas se exponían a fuertes multas. Hasta que la famosa malla de dos piezas apareció ese año en Bahía de Palma, película dirigida por Juan Bosch, de la mano de Elke Sommer. Recuerdan los medios españoles que estuvo en cartel varios meses y las entradas se sacaban con varios días de anticipación para poder ver lo que la censura prohibía ver: una mujer rubia en bikini tomando sol en las playas de Mallorca.
Sommer, desde allí, llevó adelante una exitosa carrera internacional. Su padre, un pastor luterano, descendía de una familia de la vieja nobleza alemana. Ya hablaba perfecto inglés (aprendido en Londres) y vivía trabajando como intérprete cuando el actor y director italiano Vittorio de Sica la descubrió a fines de los años 50. La joven Elke, de vacaciones en la península, acababa de ser elegida Miss Viareggio. De la mano de De Sica adoptó su nombre artístico (Sommer es verano en alemán) en lugar del que figura en su documento, Elke Schletz.
En los años 60 viajó a Hollywood y se ganó rápidamente un lugar entre las nuevas estrellas sexy de la época. Posó para Playboy y varias otras publicaciones. Su primer esposo, Joe Hyams, fue el fotógrafo de aquélla sesión para la revista de Hugh Hefner. Tenía algunos signos particulares muy identificables, como ese gesto muy suyo de fruncir los labios de manera tan ingenua como seductora. Su manera de peinarse también se transformó en un momento en referencia de moda.
Fue la heroína romántica y la estrellita sexy de varias películas de Hollywood con galanes como Dean Martin, James Garner y Stephen Boyd, entre otros. Pero también lució genuino talento actoral en El precio (1963), un relato con drama, misterio y espionaje de la Guerra Fría protagonizada por Paul Newman, y un año después se destacó como comediante junto a Peter Sellers en Un disparo en la sombra, una de las aventuras más celebradas del inspector Clouseau.
Después, con su estrella erótica en camino al ocaso, probó fortuna primero en el canto y más tarde en la pintura, con un estilo cercano al de Mark Chagall. Le fue muy bien en esas dos incursiones. "A medida que vamos envejeciendo debemos pensar muy lentamente en lo que nos pasa cuando ya no ocurren las cosas de antes. Pero me río de algunas de ellas, sobre todo de la apariencia. Por suerte sigo siendo talle 36 y los pantalones que usaba a los 40 me siguen entrando muy bien. Nada es tan malo como dicen, entonces", dijo hace un par de años.
Elke Sommer habla con soltura siete idiomas y vive la mitad del año en California y la otra mitad en su país natal, Alemania. "Disfruto de la vida y de no tener que estar en ninguna parte. ¡Siempre en movimiento! Siempre odié eso de que era la bomba sexual. ¿Qué es eso? Sexy es una maldita palabra. Atractivo y erótico es otra cosa. Lo que vale es el movimiento y la expresión de los ojos. Y el aura de cómo tratas a los demás", contó hace poco.
Una bomba sexual latina
A Welch, en cambio, se le dio por otra cosa en términos de imagen. A priori con menos encanto y elegancia que su contemporánea rubia y europea, la condición de mito erótico del cine que adquirió muy pronto Raquel Welch tenía un aspecto más crudo y salvaje, tal vez como resultado y herencia de aquélla primera aparición con su bikini de pieles en una aventura prehistórica, rodeada de dinosaurios.
Era hija de un ingeniero boliviano radicado en Estados Unidos y una norteamericana. Nació en Chicago y fue educada con bastante rigidez en un hogar en el que se le había impuesto la negación de sus orígenes latinos (su nombre real es Jo Raquel Tejada), que luego reivindicó. Una serie de amores contrariados fue de la mano con una carrera en el cine que tuvo altibajos, pero a la vez le permitió convertirse en uno de los grandes mitos del erotismo cinematográfico sobre todo en la última parte de los años 60 y toda la década de 1970. Fue allí cuando el mundo del espectáculo la bautizó para siempre como "el cuerpo".
En ese tiempo de apogeo participó de dos de las películas que seguramente sellaron su mejor aporte al cine. La primera, en 1966, fue Viaje fantástico, de Richard Fleischer, un clásico de la ciencia ficción de esa época. Allí, un grupo de científicos se empequeñecía para llevar adelante una travesía asombrosa por el interior del cuerpo humano. El ajustado traje de látex que Welch lucía sobre su exuberante figura era un dato que no podía dejar de mencionarse cuando se hablaba de esa película.
En 1970 protagonizó junto a Mae West Myra Breckinridge, una extrañísima comedia transformada con el tiempo en verdadera película de culto. Welch encarnaba allí a una transexual que luego de una operación de cambio de sexo lucía un cuerpo escultural, perfecto. La casi octogenaria West, pionera entre los mitos sexuales de Hollywood, era su agente. "Ninguna de las dos estrellas se hablaba en la realidad del set entre otras cosas porque Mae West se empeñaba en llamar a Raquel Welch ‘exótica Rachel’, como en la Biblia, pero por pura perversidad", recuerda el escritor y crítico cubano Guillermo Cabrera Infante en su espléndido libro Cine y sardina.
En 1996 fue una de las invitadas estrella del Festival de Cine de Mar del Plata, y se cuenta que dejó rápidamente la ciudad a la que había llegado por invitación de Julio Mahárbiz, por entonces presidente del Incaa, porque entre otras cosas la habían cambiado varias veces de asiento en la ceremonia inaugural y no se cumplió con algunos de sus pedidos, como el uso exclusivo de una limusina.
La vida sana y las actividades que privilegió cuando fue dejando de a poco el cine (otra carrera promocionando videos de yoga y workout) la llevaron hasta el festejo de sus 80 años en muy buena forma. Raquel Welch y Elke Sommer, la morocha y la rubia, parecen felices hoy recordando sus momentos iniciales, cuando el cine era otro y las dos se habían ganado, una en Estados Unidos y la otra en Europa, un lugar como sex symbols. Una definición que desde el lenguaje y la mirada de estos tiempos podría sonar estigmatizante, pero que en aquella época se sostenía a fuerza de belleza magnética y atributos completamente naturales. Las dos llegan hoy al mismo tiempo a la celebración de su cumpleaños número 80, en plenitud y envueltas en el recuerdo admirado de más de una generación.
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