La versátil diva italiana fue muy querida y logró convertirse en todo un emblema; rompió muros con su audacia y caló hondo en generaciones enteras de Argentina, Francia y España
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Cuando el 5 de julio de 2021 el mundo amaneció con la noticia de la muerte de Raffaella Carrà, la conmoción fue difícil de digerir. Es que la cantante nacida en Bolonia el 18 de junio de 1943, que hoy cumpliría 80 años, supo conquistar el corazón del público en España y Latinoamérica. Aunque debutó en cine a los nueve años en el film Tormentos del pasado, fueron la música y la televisión las que la hicieron inmensamente popular y enarbolaron a Raffaella como un verdadero ícono sin fecha de caducidad.
Hubo un momento bisagra en la carrera artística de Raffaella Carrà, seguramente inadvertido para todos los fans que tanto la admiran fuera de Italia. El 13 de noviembre de 1971, en uno de aquellos colosales programas musicales que en aquel tiempo eran la marca registrada de la RAI, la ya popularísiraffaella carráma Carrà estrenaba una canción llamada “Tuca Tuca”.
La letra que se estrenaba en aquella emisión de Canzonissima era pura ingenuidad. No tenía a simple vista ni una sola contraindicación. “Me gustas / ah, ah, ah / parece increíble pero estoy loca por vos / Me gustas / ah, ah, ah /este extrañísimo baile que hago con vos / Se llama Tuca Tuca Tuca / lo inventé yo / para poder decirte / me gustas, me gustas, me gustas, me gustas...”
Lo importante aquí no es la letra sino, como suele ocurrir con las creaciones de Carrà, la coreografía. Y en este caso la instrucción es muy clara: mientras baila, la estrella se acerca de una manera muy provocativa y muy inocente al mismo tiempo a su bailarín y comienza a tocar distintas partes de su cuerpo con pellizcos simulados. La reacción del “tocado” es inmediata. Hasta la podemos imaginar sin haberla visto. Es como un coqueteo juguetón.
La aparición del “Tuca Tuca” provocó una pequeña revolución mediática. Discretamente, como es su costumbre, el Vaticano hizo saber su disgusto. No hacía falta entender por qué. La distancia física y simbólica entre la Santa Sede y los estudios de la RAI es mínima. Todo ocurría casi un año después de la entrada en vigor de la ley del divorcio en uno de los países católicos por excelencia y también poco tiempo después de que el adulterio dejara de considerarse allí un delito.
Había más. La del “Tuca Tuca” no había sido la primera muestra revolucionaria de conducta de Carrà en el aire de la televisión italiana. Un año antes se había convertido en la primera mujer que mostraba el ombligo en la pantalla y durante un programa que podía ver toda la familia. La Carrà que llegó a hacerse famosa entre nosotros ya tenía unos cuantos años de ombligos al aire. Y también de otros atuendos que dejaron a más de uno con la boca abierta en la Italia de entonces. Todavía nos acordamos de las fotografías en las que la estrella italiana bailaba con vestidos que dejaban completamente a la vista su espalda. Y hasta sugerían (la propia Carrà parecía alentarlo) algo más.
Raffaella Carrà fue la estrella italiana que mejor funcionó como producto de exportación artística a partir de los años 70. Primero replicó en España el inmenso éxito cosechado en su país como reina indiscutida de la televisión. Y luego lo llevó a la Argentina, donde quedó demostrado cuatro décadas después, en el momento de su muerte, lo bien que se la recuerda y cuánto se la quiere.
Pero Raffaella no tiene nada que ver, por estampa, fisonomía y elección artística, con la opulenta representación de la belleza femenina italiana que encarnan, por ejemplo, Sofía Loren, Gina Lollobrigida y, más cerca, Monica Bellucci. La sensualidad de Carrà nace del music hall y del vodevil. Tenía una manera erótica de moverse y de expresarse tan cargada de ingenuidad y de provocativa inocencia que con el tiempo, inevitablemente, se convertiría en naif. Y llegaría sin problemas a ser disfrutada en familia, como ocurre hoy.
En la sociedad de los años 70, en cambio, gestos como el “Tuca tuca” eran vistos como insoportablemente osados, demasiado audaces para ser tolerados. Lo que no se llegó a apreciar en ese momento es que esa actitud de Raffaella era la expresión más clara y rotunda de un espíritu libre. Y como dice Walter Veltroni, un intelectual de renombre que fue alcalde de Roma, en una nota de tributo a Raffaella publicada este mismo martes en el Corriere della Sera, aquel ombligo a la vista ayudó a que cayeran unos cuantos muros.
Cuando en ese mismo 1971 Raffaella se prestó a compartir una versión del “Tuca Tuca” con Alberto Sordi, un monumento vivo de Italia, las cosas llegaron a un punto en el que tenían que cambiar. Si el gran Albertone legitimaba con su sonrisa, sus gestos y sus pellizcos la osadía de Raffaella entonces no había Vaticano que pudiera oponerse. L’Osservatore Romano dejó de publicar críticas a la estrella. No era cuestión de ponerse en contra a una institución como Sordi.
La lección que nos deja Raffaella es muy sencilla. Con la mirada de hoy podría hablarse de los excesos del “Tuca tuca” y hasta decir que Raffaella realizaba pasos de comedia que podían ofender cierta sensibilidad femenina. Ahora, que casi toda la historia de la picaresca en el espectáculo (hasta las expresiones más ingenuas) es víctima de la cultura de la cancelación, hay que decir que buena parte de esas conductas, al menos las representadas por la diva que acaba de dejarnos, eran expresiones de espíritus libres.
Ya no hay dudas de que Raffaella Carrà fue uno de esos espíritus maravillosos. Como también dice muy bien Veltroni, nunca quiso enseñarles a los demás lo que tenían que decir o hacer. Simplemente abrió las puertas para que empezaran a decidir por sí mismos. Por eso la queremos tanto.
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