Tras treinta años de carrera en pantalla, su llegada a esa nave turbulenta que es Intratables puede confirmar que el conductor sabe dosificar información y delirio como nadie en la pantalla
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Quizás fue un presagio que su primer programa se llamara El show de Boca. Algo que marcaría su destino. Porque después de treinta años, si algo sabe hacer Alejandro Fantino en la tele es justamente eso: show.
A partir del lunes reemplazará a Fabián Doman en las noches de América y ya lo imaginamos al aire haciendo su magia: vendiendo un poco de humo pero también intentando -a su manera- informar. Esta semana, decidió irse unos días antes de su programa de la tarde. Hizo una despedida épica y anunció cuáles son sus intenciones para el nuevo ciclo. “En mi cabeza está conducir. Que todos jueguen y la rompan, que todos sean cada vez mejores en lo suyo, porque si a ellos les va bien, me va bien a mí, esa es mi lógica para laburar en un programa coral.” Y después, pidió disculpas por sus locuras: “Sé que estoy completamente loco”.
Que no pida tantas disculpas Fantino porque no sería lo mismo sin esos delirios hipnóticos que lo llevaron a donde está. Ya cuando arrancó, en 1992, rompió el molde de lo que eran, en ese momento, los relatores de fútbol. Se parecía más a Axl Rose que a Víctor Hugo Morales. Tenía veintipico, el pelo largo, rubio, los ojos claros. Enseguida captó la atención de todos. Lo llamaban los fabricantes de ropa para que sea su modelo y los dueños de los canales para ofrecerle programas. Así fue pasando por distintos proyectos hasta que llegó su lugar en el mundo que fue Mar de fondo. Ahí, Fantino pudo salir de las estructuras, ser él mismo y exacerbar su personalidad. Hizo entrevistas, se divirtió, viajó, fue tendencia, se hizo famoso. Después, fracasó, revivió. Volvió, hizo cosas. Intentó otras. Fue Animales sueltos lo que lo puso de nuevo en boca de todos, con esas noches inolvidables y polémicas, con chicas semidesnudas y escenas cercanas a la lujuria. También El show del fútbol ¡Cómo olvidarlo! Esos domingos a puro grito después de los partidos, con un Fantino al borde del ataque de nervios. A esa altura, Fantino ya era un ícono de muchas cosas y todas muy transgresoras. Con Twitter metiéndose cada vez más entre todos, cambiando la forma de hablar colectiva, se convirtió en fantain, a secas. Ya no hacía falta decir nada más. “¿Viste a fantain?” Y estaba todo dicho.
Pero el mundo cambió pronto y Fantino cambió con él. Las mujeres cosificadas dejaron de ser algo gracioso en la tele y el negocio del fútbol se volvió algo un poco turbio. Entonces, el camino debía ser otro. Ya había probado con la farándula, con el fútbol, con el entretenimiento: la frivolidad comenzó a serle ajena, no sólo porque empezó a estudiar Filosofía, sino porque también le intrigaba la política. Y a pesar de todos los pronósticos, abordó el tema y le fue bien. “¿Fantino haciendo política? ¿El de las minas en bolas?” Sí, el mismo. Se sacó las remeras, se puso camisa y corbata y lo hizo. Arrancó con algunas entrevistas. Fue de a poco. Un día, entrevistó a Beatriz Sarlo. Y de ahí, no paró hasta convertir Animales sueltos en una mesa periodística al mejor estilo Mariano Grondona. Y llegó tan lejos que marcó agenda, bajó línea y hasta se vio involucrado -como testigo- en la causa judicial contra el periodista Daniel Santoro, nacida en su propio programa.
A punto de cumplir 50 años, Alejandro Fantino encara el lunes un nuevo desafío. Seguirá ligado al deporte, con la pata que tiene puesta en ESPN. Pero también deberá lidiar con Brancatelli y Vilouta, surfear la grieta y desencriptar operaciones, soportar versos políticos y enfrentar un año electoral donde todos querrán ser protagonistas.
Pará, pará, pará… ¿vos me estás diciendo que Fantino va a conducir Intratables?
Sí. Y que explote todo.
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