¿Qué pasa con Los simuladores? Las demoras en el rodaje, el papel del Incaa y por qué la polémica es una gran noticia
Anunciada para 2025, la película de Damián Szifron postergó su realización a causa de las dificultades económicas de Paramount, y disparó una conversación acerca de cómo se producirán los grandes tanques locales en la era del streaming y con el Instituto en retirada
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La nueva historia de Los simuladores es cómo hará el cuarteto de héroes para lograr filmar la película de Los simuladores. La creación televisiva de Damián Szifron que se convirtió en serie de culto, que rompió toda expectativa, que renovó de un modo lujoso la ficción televisiva, siempre tuvo destino de película. Los fans se entusiasmaron cuando, en marzo de 2022, Szifrón mismo anunció que el film era un proyecto en camino y que lo veríamos en 2025. Pasaron dos años, un tiempo lógico para la escritura de un guion y diseñar la producción cuando se trata de un proyecto realmente grande. Pero esta semana nos enteramos de que la película está postergada. Todo comenzó con declaraciones de uno de los protagonistas, Diego Peretti, que, en una entrevista con Dante Gebel en Radio 10, al ser consultado sobre el tema, dijo: “Hace ya un año y medio nosotros teníamos todo planificado para hacerla durante este año (...) iba a ser en el primer semestre y después este semestre (...). El país se encuentra en una situación muy complicada y la política cultural es bastante caótica. Esto hizo que, sumado a cierta crisis que hay en las plataformas, una suerte de estancamiento, la producción de la película comience a resquebrajarse (...). Es una película cara, que creo que se va a hacer, pero la promesa que habíamos hecho de filmar en 2024 y estrenar en 2025 no la vamos a poder cumplir, creo”.
Antes de ver qué hay de cierto en lo que narra Peretti, veamos qué dijo, en una entrevista otorgada a Clarín por los 10 años de Relatos salvajes -que se restrenó el último jueves- el propio Szifron: “La situación del Incaa, por ejemplo, no tiene absolutamente nada que ver con la demora. Cuando se anunció, Paramount estaba desembarcando con su servicio de streaming en la región y se proponía hacer una inversión muy fuerte. (...) Yo tengo libertad creativa total y definitivamente la usé a la hora de escribir. (…) Más tarde, la compañía atravesó una crisis global (...), están encaminados hacia una fusión (...) y hoy su situación financiera es muy distinta. Son corporaciones, esto pasa todo el tiempo, y sumado a que la proliferación y la disolución de plataformas cambian las reglas del juego todo el tiempo, muchos proyectos se ven afectados(...).”
Y ahora, antes de comparar ambas declaraciones, veamos qué más pasó. Un usuario de X armó una encuesta donde preguntaba si “el Estado tenía que poner plata en la película de Los simuladores”. Lo gracioso fue que Federico D’Elía, intérprete central del cuarteto, respondió a ese mismo tuit: “no”. ¿Qué nos dicen las palabras de Peretti, Szifrón y D’Elía? Primero, que la cuestión del cine argentino está en estado de confusión y se mezclan demasiadas cosas. La expresión sobre la política cultural de Peretti es quizás inoportuna dado el tema sobre el que se le pregunta, una opinión que no está relacionada -esto es lo que aclara Szifrón, ya veremos por qué con razón- con la cuestión de Los simuladores. Y por la misma razón es equivocada la encuesta de X y acertada la respuesta de D’Elía. No tanto porque el Incaa no deba poner dinero en proyectos cinematográficos, sino porque su acción en este caso sería inocuo. En el “caso Simuladores”, la cuestión no tiene que ver con la relación del estado argentino a través del Incaa con la producción de cine (aunque algo diremos al respecto) sino con el estado del mercado cinematográfico tanto local como global.
Separemos los problemas y empecemos por Paramount. Efectivamente, la empresa se encuentra en una crisis y, de hecho, acaba de cerrar después de 11 años su estudio Paramount Television Studios, cuyo fin era proveer, en el planeado auge del streaming, de contenidos a terceros basados en sus propiedades intelectuales. Así surgieron la serie Jack Ryan (sobre los libros de espionaje y acción de Tom Clancy, protagonizada por John Krasinski y para Prime Video), la miniserie sobre la realización de El padrino, The Offer (aquí en Paramount+), y la comedia de fantasía Time Bandits, basada en la película clásica de Terry Gilliam (en AppleTV+).
Lo que sucedió fue simple: cuando cada estudio de Hollywood decidió lanzar su propia plataforma para competir con Netflix, se “cerraron” en sus propiedades intelectuales e invirtieron en contenido propio y exclusivo. Hoy Paramount Global está en idas y vueltas para fusionarse con Skydance, productora detrás de la serie Misión: Imposible (que distribuye Paramount, de paso) y el cierre del estudio de TV implica un ahorro de 500 millones de dólares. A esta austeridad global para mostrar números “sanos” es a lo que se refiere Szifron y algo que afecta directamente al proyecto de Los simuladores.
Si el lector no se mareó -lo esperamos de corazón- con los datos “del negocio”, mejor, porque vienen más. Lo que dicen tanto Peretti como Szifron de que se está buscando la mejor forma de financiar el proyecto es cierto; fuentes de Paramount aseguran que la película sí se va a hacer. En todo caso el problema es cuándo y cómo. El “cómo” es especialmente central en el caso de esta película, porque tiene mucho que ver con el mercado cinematográfico de la Argentina. Hay una regla de oro en el negocio del cine: un film recupera -o debería recuperar- su costo en el mercado local porque es el que mayor porcentaje le deja a un productor. Es cierto que hay films de Hollywood que logran salir empatados gracias a los mercados fuera de los Estados Unidos, pero en general requieren que su costo se cubra con el público estadounidense. La razón es simple: el mercado extranjero deja menos dinero porque en la cadena hay más eslabones que drenan porcentaje de cada entrada.
En el mercado argentino, las cosas son mucho más complicadas. En principio, hay alrededor de 1000 pantallas; muy poco si se considera la extensión del territorio. Hoy cada entrada cinematográfica, según lo muestra el sitio de la Gerencia de Fiscalización del Incaa, tiene un valor promedio de 4148,29 pesos. Es cierto que está más cara si uno va a pagar el precio completo en un complejo multisala, pero hay días de 50% de descuento, promociones bancarias 2x1, y no es lo mismo el precio en CABA que en el interior del país. De allí ese valor, aproximado de 3 dólares. Entre 2,5 y 4 dólares ha sido el promedio histórico desde los 90 de la entrada de cine en la Argentina, dicho sea de paso, por debajo del promedio del resto de América Latina. De esos tres dólares, el productor se lleva (simplificando las cuentas), apenas uno. Este dato es importante para sacar las cuentas que vienen.
Varios realizadores locales que han realizado películas de presupuesto medio o alto -para el mercado-, films orientados a gran público, coinciden en que una película que apunte a llegar a muchas personas no cuesta menos de 2,5 millones de dólares. Es indispensable recordar que la financiación del cine no depende del cinéfilo ni del fanático, sino del público “en general”: aquel que lo ve como un entretenimiento y opta por aquello que de algún modo conoce o tiene instalado. La instalación de marca es primordial, y por eso Hollywood es capaz de gastar en la promoción de una película casi tanto como en su producción. Los simuladores, de hecho, es una marca bastante instalada, incluso si sus últimos episodios ya tienen dos décadas (de paso, hasta el 29 de septiembre está disponible la serie en el catálogo de Netflix), lo que le otorga un valor importante y una ventaja comercial, sin contar con el hecho de que Damián Szifron mismo es uno de los raros casos de directores de cine “conocidos” (como, en el plano local, Juan José Campanella).
Ahora bien, el film en sí, como dicen tanto Peretti como Szifrón, es caro, incluso bastante más caro que esos 2,5 millones de dólares que se mencionan como meta. Ha habido rumores de muchos montos, pero para tomar un valor verosímil -y con cierta lógica en nuestro mercado- supongamos unos 4 millones de dólares. Eso implicaría que, para recuperar su costo en el mercado local, tendría que lograr llevar a las salas a cuatro millones de espectadores. De ningún modo es imposible: Relatos salvajes, el film más exitoso de Szifron y candidato al Oscar, tuvo 3.986.372 espectadores en su recorrido comercial, que seguramente sean más de 4 millones con el reestreno de este fin de semana. Con una salvedad: Relatos salvajes hizo ese número con la calificación “apta para mayores de 16 años”, lo que implica que los más chicos no pudieron verla. Es cierto, sí van con mayores que los acompañen, pero no era una película destinada al “público familiar”, como, por ejemplo, Intensa Mente 2, que el pasado miércoles iba por 6.404.608 tickets vendidos. Los simuladores, que ha sido en la televisión una serie “para todo público” (incluso en algunos episodios, totalmente cercana a los chicos, como la siguiente serie de Szifron, Hermanos y detectives), deriva en una película ídem. El target de audiencia es potencialmente mayor.
Pero todo tiene un pero: otra vez, es necesario que recupere ese dinero en el mercado local. El lector quizás recuerde que Los simuladores se vendió a Chile, España, México y -este dato quizás no lo conozca- también a Rusia. Pero como formato: en cada uno de estos territorios se realizó con un elenco del propio país, adaptando los episodios del original. Esto implica cierta dificultad para vender una película con el elenco original en esos mercados. A veces una película nacional tiene la suerte de tener más público fuera del país que dentro. El ciudadano ilustre, de la dupla Mariano Cohn-Gastón Duprat, tuvo poco más de 700.000 espectadores en la Argentina, pero duplicó (y más) en otros países: la venta al exterior (también fogoneada por el premio al Mejor Actor en Venecia para Oscar Martínez) permitió que la película hiciera negocio, así como la venta de los derechos para remakes (en Francia, por ejemplo, fue Citoyen d’honneur, de 2022, dirigida por Mohamed Hamidi). Este precedente de remake extranjera no es solitario: hay versiones de varias películas argentinas en diferentes países. Hollywood hizo sus propias Nueve reinas, El secreto de sus ojos y Elsa y Fred; Italia adaptó Mamá se fue de viaje y Un novio para mi mujer, que también tiene una versión coreana. Hay muchas más y la venta de los derechos de un film, en la medida en que son tramas y puestas “traducibles” a otras culturas, otra forma de amortizar la producción.
Más variantes: las ventanas. Aunque hay películas que demuestran que pueden funcionar en taquilla incluso si se las deriva al poco tiempo a las plataformas (un caso podría ser Argentina, 1985, bancada por Amazon y que tenía como destino poco tiempo en cines como adelanto a su salida en Prime Video), hoy es difícil “sacar” al espectador de su casa. Quizás Los simuladores, que se construye de algún modo como lo que los estadounidenses llaman event film (“película-evento”) sea de esas. Pero cuando hay una plataforma detrás, busca que las ventanas de exhibición en sala sean lo más cortas posibles. Como si el cine hoy fuera exclusivamente el de gran espectáculo y efectos especiales. Sin embargo, también hay excepciones: uno reciente es Romper el círculo, melodrama sobre una mujer maltratada por su pareja que no tiene ni grandes estrellas, ni efectos especiales, ni apunta al “todo público”, aunque sí tiene detrás una marca conocida: el best seller del mismo nombre. Nótese que en ningún caso se juzga aquí la calidad de tal o cual película, sino que se describe el comportamiento del negocio cinematográfico.
Volvamos por un momento a la relación con el Incaa, que se menciona cuando se habla de políticas culturales o si debe un proyecto de estas características tener apoyo estatal. Incluso si hoy no se hubieran realizado las modificaciones al régimen de subsidios que se anunciaran a principios de agosto, el tope de dinero estatal que recibiría una película sería -según la última actualización de octubre de 2023- de 70 millones de pesos, que con un dólar entonces en valor promedio de 800 pesos equivalían a 87.500 dólares. Y eso sin contar con que el dólar continuó aumentando hasta el valor de alrededor de 1300 pesos por unidad. Es decir, nada para una producción del tamaño del que estamos hablando en este caso. Aquí también hay un tema a discutir: qué debería -y qué no- apoyar el Incaa.
Según la ley, toda película nacional tiene derecho de pedir un subsidio. Pero si algo enseñó el surgimiento del nuevo cine argentino entre la segunda mitad de los 90 y el primer lustro del nuevo siglo es que los semilleros funcionan. Es necesario recordar que la original Historias breves de 1995 incluía los primeros grandes pasos de Lucrecia Martel, Daniel Burman, Rodrigo Moreno, Adrián Israel Caetano y Bruno Stagnaro, entre otros (Pablo Trapero casi llega a esa edición con su corto Negocios, raíz de Mundo Grúa). Y que inmediatamente después y gracias a ese impulso y largos como Pizza, birra, faso y La ciénaga, llegaron Mariano Llinás, Juan Villegas, Celina Murga y el propio Damián Szifron. La idea de “no financiar películas sin público” es rara: nadie sabe si una película tendrá o no espectadores, ni si una primera película no revelará un talento que luego puede dar movimiento y fuerza a la industria. Quizás el foco debería ser ese, y apoyar el cine que busca tener algo que decir estéticamente. Y sí, que el que llamamos cine industrial -aunque hay que discutir también si existe en la Argentina una industria cinematográfica o apenas “películas”- arriesgue. La cantidad de espectadores, en última instancia, es un concepto viable apenas en el plano económico. Después de todo, Blade Runner fue un fracaso monumental.
Dicho esto, rebobinemos. La película de Los simuladores difícilmente llegue en el plazo originalmente previsto porque es una producción grande y requiere un financiamiento seguro para que tenga la envergadura necesaria: es claro que Szifron y compañía no quieren un producto que sea menor que la serie o que Relatos salvajes, y eso implica mucho trabajo y mucho dinero. También es claro que se trata de un proyecto con ventajas apreciables: una marca instalada y muy reconocida, y un público amplio en cuanto a edad e interés. Y queda claro -por eso también es relevante señalar la cifra de Intensa Mente 2- que incluso en un momento de crisis y de retracción del consumo como el que atraviesa hoy el país, cuando existe un espectáculo cinematográfico de interés, una película evento muy esperada, el público reacciona favorablemente (descontemos, de paso, que sea una buena película, o por lo menos una que satisfaga las expectativas de su público, condición sine qua non). Y es perfectamente demostrable que la expectativa necesaria para que un proyecto de estas características se haga realidad existe, lo que justifica el hecho de que gente ligada a la propia Paramount afirme que, aunque no en el tiempo anunciado, la llegada a la pantalla grande de los Simuladores será una realidad.
De hecho, esta película aún potencial es un caso casi único: una película argentina que genera una gran conversación en redes sociales. Tal es hoy un valor enorme y sirve para calibrar cuál es el valor de mercado de un proyecto. Que espontáneamente en los últimos días se haya convertido en un tema de opinión habla a las claras de que la marca está presente y que muchas personas no solo quieren ver la película sino que, además -gracias a la visibilidad horizontal y democrática que provee Internet- lo hacen saber, discuten su factibilidad y, a partir de allí, derivan a otros temas relacionados.
El intento de instalar una conversación de ese tipo para un producto mediante anuncios, “filtraciones”, imágenes, comentarios de influencers, etcétera, es hoy una de las tareas más frecuentes para el marketing y los grandes estudios de Hollywood gastan fortunas en lograrlo. Aquí eso sucedió por dos razones: el matiz político de una de las frases de Peretti (en un momento de bastante tensión discursiva al respecto) y la confirmación de que la película todavía no se filma. La película de Los simuladores, sin haberse rodado un solo fotograma (o, mejor dicho, justamente por eso) se volvió una noticia de peso para el universo audiovisual y más allá. No es poco interesante que se hable de una producción nacional en un país donde, en lo que va de 2024, el 98% del público que paga entradas de cine prefirió películas extranjeras, incluso si, en el primer semestre del año, se estrenaron 102 producciones argentinas, contra las 107 que lo hicieron en el mismo período de 2023, según datos -como todos los presentados respecto del cine argentino en esta nota- de la Gerencia de Fiscalización del Incaa.
Podría pensarse, con no poca ironía, que todo es parte de esos planes extraños, retorcidos y no poco cómicos que sostenían cada uno de los episodios de la serie. Y que, de alguna manera, todas las aristas del problema ya estaban previstas en la mente de alguien. Claro que, aunque la serie tenía episodios autoconclusivos, solo queda terminar con un “Continuará”.
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