¿Qué es de la vida de la Señorita Lee? Su lucha contra los estereotipos y su nueva profesión
"El aleteo de una mariposa puede provocar un huracán en otra parte del mundo", decía el matemático y meteorólogo Edward Lorenz. Eso mismo puede aplicarse a la vida de Jungwa Lee: gracias a que en 1968 Richard Nixon decidió profundizar la intervención estadounidense en Vietnam, en 1987 los argentinos la conocimos como la "Señorita Lee" en Seis para triunfar, aquel programa con el que Héctor Larrea que rompía récords de rating por aquella época.
"Me trajeron a los ocho", cuenta hoy, cincuenta años después. Aunque sus padres tenían un buen pasar en su país gracias a la empresa textil familiar, un acuerdo entre la potencia norteamericana y el gobierno surcoreano para enviar colimbas a la guerra los hizo emigrar a la lejana Argentina: "Mis tres hermanos estaban en edad de conscripción: imaginate mi mamá cómo se puso. Tuve que dejar todas mis cosas en el pupitre de un día para otro. Me desperté y estaba en la Argentina, rodeada de personas hermosas, ¡con ojos redondos! Yo no sabía decir ni hola".
En el programa de "Hetitor" tampoco decía ni hola: estaba contratada para hablar sólo en coreano, nunca en español. Toda la otredad que había padecido al llegar, la revivía una vez por semana ante millones de espectadores. "Yo sufrí mucho. Me tocó una maestra llamada Mabel que no era racista: era ignorante. Por eso el maltrato hacia mí: se asustó de una alumna que no hablaba", recuerda. Sus compañeros tampoco la hacían sentir muy bienvenida: "Me empujaban, me tiraban de los pelos, me cargaban. En esa época había una propaganda de planchas Atma con un japonés que decía ‘Takayama mentiroso’: gracias a eso me decían ‘sos una mentirosa’. Me decían "chinita"... no se sabía que existía Corea en ese momento". Hubo que cambiarla de escuela para que otra maestra mucho más amable, la señorita Alba, la ayudara a insertarse al fin en esta sociedad tan diferente a la suya.
Los detalles fortuitos y aparentemente inconexos nunca terminan de aparecer en la historia de Jungwa (o Margarita, tal su nombre occidental, surgido de la conversión de su madre del budismo al catolicismo). Otro ejemplo: su carrera como modelo empezó porque la periodista Lana Montalbán (hoy radicada en Miami) la abordó en la calle en el 82. "Un día andaba caminando y me siguió. Como era mujer y la vi corriendo al lado mío con la lengua afuera le di bola. Me dijo que un fotógrafo amigo necesitaba una japonesa para que estuviera al lado de una fotocopiadora con un kimono en un catálogo. Como no tenía modelo oriental, me habló. Me pareció coherente", dice. Jungwa hizo las fotos y Rubén Andón -histórico fotógrafo del rock argentino- le preguntó si no quería dedicarse al modelaje. Ella conocía el paño: había desfilado a los 17, pero tenía otros planes. "Quería ser ingeniera nuclear y veía a esa gente haciendo esa frivolidad… no quería saber nada", recuerda.
Por aquel entonces la textil de los Lee acusaba el golpe de la megadevaluación del último tramo de la dictadura y la familia había perdido su casa. De modo que Jungwa, que hasta ese momento sólo había trabajado para la empresa, salió a buscar empleo y lo consiguió en Aerolíneas Argentinas, como azafata. De eso vivía cuando Marcela Tinayre la mandó a llamar para un desfile de alta costura por un videocasting que -otro detalle pintoresco- había hecho junto a Sigfrido Cutzarida, el hermano de Ivo. "A partir de ahí me llama Elsa Serrano. Después Nina Ricci. Y después Roberto Piazza y muchas marcas de alta costura. A pesar de mi altura, las propuestas de trabajo venían hacia mí", recuerda. El siguiente paso sería la tele.
Debutó en pantalla chica moviendo la cabeza con Roberto Giordano en el programa 20 mujeres, que conducían por ATC Fernando Bravo y Mónica Gutiérrez ("fue el mismo día que Maradona metió el gol con la mano de Dios"). Un año después recibió un llamado de Ricardo Warnes, productor de Seis para triunfar: la querían como secretaria para el segundo año del ciclo. Y otra vez, Jungwa dudó: "Di muchas vueltas, no quería entrar al mundo de la televisión porque lo tildaban de grasa. Yo vi lo que le pasaba a chicas como Beatriz Salomón o Susana Romero, que también habían ingresado por el modelaje: la tele degradaba a la gente, y yo era joven pero no era tonta", dice.
En su momento de mayor exposición no faltaron las ofertas para convertirla en la última bomba sexy: "En el 88 me llaman de Playboy y yo lo rechazo. Querían que fuera tapa del número aniversario. Y después, en el 89, pusieron una Señorita Lee que no era yo. El índice dice ‘Señorita Lee’ gigante, y abajo chiquito ponen ‘ella se llama Diana Lee, no trabaja en la tele pero merece ser mostrada’. Para mucha gente, esa soy yo", cuenta. "Era una época jodida, de mucha cosificación: si una mujer no mostraba cola, no valía".
Finalmente aceptó, y con el tiempo fue ganando protagonismo en el programa. "Arranqué llevando la valija con la plata y terminé bajando la escalera vestida de novia, con Héctor", dice. Su segmento llegó a extenderse hasta quince minutos de aire. Uno podría pensar que semejante éxito sería su ocupación exclusiva, y sin embargo no: seguía siendo modelo… ¡y azafata! "Mientras estaba en un programa de 60 puntos de rating seguía haciendo dos o tres vuelos por día. Una vez fui tapa de la revista Siete días y me pedían: ‘señorita Lee, ¿me firma?’, y yo firmaba y después, con toda naturalidad, preguntaba ‘¿qué desea tomar, señor?’ y le servía el café", recuerda. Claro que la sobreocupación no le salió gratis: "Tuve una especie de burnout. Hice esto durante tres años, y me sentía dentro de una centrifugadora".
El primer escape fue renunciar a Aerolíneas. "Aunque me pagaban poco en Seis para triunfar me daba mercado para trabajar de modelo en el interior, pero ahora tenía un sueldo menos. Entonces le dije a la gente de la productora que, o me pagaban más, o me dejaban hablar como si fuera aprendiendo español, para abrir otro mercado. No aceptaron, así que les dije que les daba un mes y renunciaba. Esperaba que en ese mes me dieran el ok a alguna de las dos peticiones, pero nada. Así que me fui", cuenta.
Y entonces, de vuelta el azar: un encuentro casual con Germán Kraus la convirtió, de repente, en actriz. "Regalo del cielo fue el primer programa que hice actuando en español", dice. Siguieron participaciones en La familia Benvenuto, Patear el tablero, un programa de Jorge Rial llamado El periscopio y una posición un tanto más estable en El humor es más fuerte, de Mario Sapag. "Ahí durante un par de años tuve que hacer de Soon-Yi [la hija adoptiva de Mia Farrow con la que se casó Woody Allen]. Cuando me dan el libreto, lo único que decía era ‘caca caca aloz aloz’", recuerda.
El estereotipo fue su cruz a la hora de actuar: su gran pelea fue convencer a los productores de que podía interpretar un rol en el que su etnia no fuera central y definitoria. "Sabrina Kirzner -la hermana de Adrián Suar- me convocó varias veces para trabajar, y con ella lo hablé: ¿por qué no me tienen en cuenta para un papel que no sea de tintorera? ¿Por qué no llaman a una negra para que sea novia de un millonario? Y no, no pude penetrar en la capacidad intelectual de los autores", dice. Con todo, pantalla no le faltó: hizo Gasoleros, Como pan caliente, El sodero de mi vida y unos cuantos programas más. En teatro, en 2010 fue parte del elenco de Feizbuk, de José María Muscari. Se casó con un argentino, tiene un hijo adolescente y hoy está a punto de recibirse de psicóloga en la Universidad de Buenos Aires. Todo, de alguna manera, gracias a aquella mariposa que aleteó hace medio siglo en Vietnam.
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