Hace dos años los medios españoles publicaron varias notas sobre "el fuerte cambio físico de Miky McPhantom". No había en ellas demasiado trasfondo: el impacto estaba en las fotos, en las que se lo veía delgado, frágil, totalmente calvo. El cáncer linfático que le habían diagnosticado a principios de los años 2000 había vuelto a atacarlo, y costaba ver en aquellas imágenes a aquél hiperactivo que relataba películas con pronunciación de doblajista, efectos de sonido autogenerados y onomatopeyas varias en Badía y Compañía.
No eran aquellas entrevistas robadas: Miky se exponía porque quería, desde que entendió que su mejor mecanismo de defensa era poner el cuerpo. "Estuve un año haciendo la quimioterapia en Puerta de Hierro, y en ese momento un amigo me dijo que tenía que estar arriba del escenario por más que estuviera en tratamiento. Yo le decía ‘pero tío, estoy sin pelo, no tengo putas cejas, ni pestañas tengo, parezco un extraterrestre’. Y él me dijo: ‘me da igual, tú te vienes acá’. Yo me hacía las quimio en Madrid un lunes o martes, un día moría -porque después de la quimio mueres-, cuando volvía a la vida cogía el tren bala, en dos horas estaba en Barcelona y si tenía fuerzas el jueves y el viernes estaba sobre el escenario", cuenta. El espectáculo que dio hasta hace muy poco se llamaba Mejor morir de risa.
Un buen entrenamiento para aprender a lidiar con la adversidad fue haber sido parte del Grupo de Arte Experimental Cucaño, el colectivo que -con intervenciones en las calles de Rosario- exponía la represión de la dictadura militar a fines de los 70. "Vos estás haciendo algo surrealista, y encima el teatro que hacés es de un ruso [Vsévolod Meyerhold, el impulsor de la biomecánica teatral] y ya está: vas con mil cadenas. Cuando ibas por la calle a la noche tenías que hacer como una cucaracha: si veías al patrullero tenías que tirarte a algún lado y esconderte", dice. Por entonces todavía era Miguel Bugni, el chico que había descubierto su histrionismo en los recreos del colegio, recreando las muchas películas de acción que veía y ganándose así su fama de cabotaje. "A mí me protegían los que hacían bullying. Me pasó un par de veces que venían tipos y me decían ‘eh, te voy a reventar’ y los matones decían ‘si te metés con él, te metés conmigo’. Yo tenía esta virtud de narrar cosas y hacerlo de una forma amena, y llamar así la atención", recuerda.
Su marca registrada -los efectos de sonido que imitaba con la voz- nació mientras estaba en Cucaño. "Me gustaba recrear el personaje que hacía con onomatopeyas: abría una puerta y... [hace el sonido de la bisagra]. Con eso ya era otro espacio, otra escena, otra actitud teatral", dice. Esa encarnación escénica que vio la luz en Rosario se perfeccionó al emigrar a Buenos Aires: la gran ciudad lo recibió en los 80 y hasta le cambió el nombre. "En realidad era Phantom, por [la película de 1974 de Brian de Palma] El fantasma en el paraíso. Un amigo que viajaba mucho me dijo: ‘en Estados Unidos hay tipos que hacen ritmos con los micrófonos y se llaman MC’. Yo le dije: ‘ah sí, por lo de Master of Ceremonies’, pero me contestó: 'no, por Microphone Controller, controlador de micrófono". Me gustó y me puse Eme Ce Phantom, pero todos empezaron a leerlo "mac", como en McDonald’s. Y así quedó McPhantom".
Eso fue en los últimos tiempos en que estuvo en Rosario, antes de probar suerte en Buenos Aires. "La meta de todos en Rosario era venir a Buenos Aires: era la gran urbe, la ciudad de la furia. La mitad de mis amigos se había venido para acá, y a mí no me gustaba mucho la idea porque era irme a un lugar que no conocía, pero tuve que ir. Me tocó la colimba y cuando salí me fui a Buenos Aires. Ahí había dos amigos míos, y uno de ellos me dice que en Palermo había un lugar que se llamaba El Taller, donde tocaban muchos grupos y había mucha movida teatral, muy cultural toda esa zona de la placita Serrano. Debuté ahí una noche y ahí me quedé".
Miky hizo base en El Taller, el bar de Plaza Serrano que hasta su cierre en 2010 concentró la movida cultural de un Palermo mucho menos comercial que el que hoy conocemos. Ahí lo descubrió una noche un productor del programa de Juan Alberto Badía que no había ido a verlo a él, sino a una banda que tocaba esa misma noche. "Fue como en las películas en las que viene la camarera y dice: ‘Miky, el señor de aquella mesa quiere charlar con vos, dice que es productor de televisión’. Fui y me dijo: ‘mirá, yo soy productor de Badía y Compañía, estamos empezando un ciclo nuevo, ¿te gustaría debutar en el ciclo?’. ¿Que si me gustaría? ¡Claro que me gustaría! Y a la semana estaba en televisión".
De Badía y Compañía a la tevé de los 90
El viaje había sido como el de aquel tren bala que años después lo llevaría de Madrid a Barcelona para actuar después de su quimio: breve y veloz. Del teatro experimental en Rosario a un bar under de Buenos Aires, y de ahí a uno de los programas más vistos de su época, en apenas un par de años: la psiquis acusó el golpe. "Fue alucinante. Es un cambio de 180 grados, se te va todo al carajo", dice. "Había más laburo, gente que te para en la calle, autógrafos, te tocan bocina y te gritan ‘¡eh, McPhantom!’. Obviamente también se sufre, porque a todos los lugares no podés ir así nomás: antes cuando no te conocía nadie eras una persona más y decías ‘me voy a comer una pizza’, pero ahora cuando entrabas veías las miradas, empezaba el cuchicheo", dice.
El ego, sabe Miky, es mal consejero, pero una aparición en su vida lo mantuvo en calma: "En los primeros días de Badía y Compañía yo justo empezaba mi noviazgo con la que fue mi compañera de la vida, Silvina Epszteyn. Necesitás a alguien con quien aguantar esa gran ola que te da la fama, alguien que te equilibre, te de apoyo, te contenga. Silvina fue mi contención, fue todo: mi pareja, madre de mi hija Catalina. Lo vivimos con ella y nos divertimos".
En los camarines de Canal 13 pegó onda con Zeta Bosio y Charly Alberti ("no así con el Gran Capitán: Cerati era una diosa intocable, iba flotando y vos estabas en un nivel inferior") y de Andrés Calamaro, con quien grabó una versión de "War", de Edwin Starr, en la que también participa Vicentico (el tema terminó en Grabaciones encontradas Vol. I, de 1993). "Yo estaba con Silvi en un backstage, esperando porque en dos bloques tenía que actuar y así conocía a esta gente. Me decían: ‘che, esta noche tocamos en tal lado, venite’, y terminaba ahí. Primero no podía creer que estaba con ese tipo en la tele, y después a la noche en un lugar en, no sé, Vicente López, una noche de rock, gente fumando, gente drogándose, y con Silvi cagándonos de risa", cuenta. Años después, de la misma forma, conocería e improvisaría al aire en la televisión chilena con Michael Winslow, el comediante estadounidense que saltó a la fama interpretando a Larvell Jones en Locademia de policía. Otro que, como él, hacía sus propios efectos: su equivalente anglosajón.
En 1988, Badía y Compañía terminó y Miky se dedicó a armar un curriculum envidiable. ¿Radio Bangkok, con Lalo Mir, Bobby Flores y gran elenco? Trabajó ahí. ¿La TV ataca, el programa de Mario Pergolini? Estuvo. ¿Fax, el gran éxito de Nicolás Repetto? También. ¿Feliz domingo con Silvio Soldán? Sí. ¿MTV Latino en su época dorada? Desde ya. Fue una figura en Chile, en Colombia y finalmente en España, donde se estableció en 2001 y donde sigue viviendo hasta hoy.
La pérdida de su compañera de vida
En 2017 se mudó a Barcelona: a los tres que pasaron desde ese momento hasta hoy, Miky los llama, sin eufemismos, "años de mierda". Su cáncer volvió y logró vencerlo otra vez sin bajarse del escenario, pero poco después se enfermó Silvina. "Lo tenía en una zona intratable. Así que casi nada pudieron hacer, y en un año se nos fue", dice, y dimensiona su ausencia con un "me falta todo".
La inevitable última parada del cuestionario es cómo se hace, de dónde se saca fuerzas para hacer reír en medio de tanta tristeza, y el silencio que queda registrado entre pregunta y respuesta en la grabación no hace justicia a lo que se respira en plena charla. Parece que no le quedan palabras, pero Miky al final siempre sabe dónde encontrarlas: "Me ha pasado de shows que digo ‘no sé si lo voy a poder hacer’. Lo dudas hasta una hora antes. Pero una vez que estás ahí tomas aire y dices: ‘que sea lo que Dios quiera’ y lo haces. A veces te sale raro, para abajo, para arriba, pero lo haces. Lo que siempre pienso ahora cuando subo al escenario es que Silvina está ahí conmigo. Ella se desvivía por producir shows. Obviamente ahora con más razón tengo que hacer de tripas corazón y, aunque no pueda, tengo que seguir adelante. La forma de honrarla a ella es subir al escenario y hacer reír a la gente".
Temas
Más leídas de Personajes
"Tengo una nueva reunión". Massaccesi define su futuro, tras la salida de Lapegüe de TN, y Nelson Castro le pone un punto final a los rumores
“Deberías quedarte ahí”. Matthew McConaughey explicó cómo Hollywood lo “obligó” a mudarse a un rancho en Texas
Auge y caída de Roberto Giordano. De ser el peluquero de las celebridades a terminar acorralado por la Justicia