Dar con su paradero es prácticamente asunto de detectives. Hace ya mucho tiempo que Luisina Brando decidió dejar atrás el vértigo de la vida capitalina y hoy transcurre sus días apaciblemente en un barrio cerrado de Pilar, en medio de un entorno bucólico. Su número telefónico es casi cuestión de Estado y habrá que sortear muchos "no" para llegar a ella. El salvataje proviene nada menos que de Hollywood: su hijo Federico Jusid (reconocido músico de bandas de sonido, entre ellas la del oscarizado film El secreto de sus ojos) es quien, desde la meca del cine, finalmente hará de intermediario y propiciará esta entrevista con LA NACION.
La primera sorpresa que depara la charla con la recordada actriz de tantísimos éxitos televisivos, teatrales y cinematográficos es que no ha dejado la carrera ni se ha replegado en el ostracismo, como muchos indicaban. "No, no soy Greta Garbo, nada que ver", bromea desde el otro lado de la línea telefónica. "No abandoné la profesión, lo único que hice fue venirme a vivir aquí, hace ya 22 años. Fue entrar a otra etapa de mi vida, en la que no quería seguir corriendo detrás de las cosas. Quise tener más tiempo para mí y gozar lo que me estaba pasando. Yo vivía muy apresurada, viviendo con mucha intensidad y corriendo de un trabajo a otro. A partir de ahí seguí trabajando poco, es cierto, porque lo que me ofrecieron no me interesaba, en general se trataba de tiras, y yo ya no quería estar 12 horas por día fuera de mi casa, no tenía ganas. Rechacé mucho y por eso para el afuera pareció que yo había abandonado la profesión. Ahora sólo acepto hacer lo que me gusta y por tiempos cortos". Prueba de ello es su último trabajo, de 2014, para la TV Pública, en Doce casas, el excelente ciclo que escribió y dirigió Santiago Loza, que volverá a emitirse a mediados de mayo.
"Yo me encaracolo mucho en mi casa. Ahora siento que todos me están acompañando en esta cuarentena que empecé a practicar hace tanto tanto tiempo...", asegura Brando, en referencia a la pandemia de coronavirus que obliga a todos al confinamiento. "A mí me gusta estar en casa, como idea, más allá de la casa real, siempre encuentro una cosa para hacer, soy muy detallista y obsesiva con el orden. A mí no me deprime quedarme en mi casa. No me remite al sufrimiento. Para mí quedarme en casa tiene mucho encanto. Probablemente porque antes, cuando trabajaba tanto, no la podía disfrutar. Ahora la paso bárbaro".
-¿Hoy te definirías fundamentalmente como un ama de casa?
–Sí, no me molesta el término. Hago de todo, desde recoger las hojas del piso hasta cuidar un limonero y plantar ajíes. Tengo un patio, un parque, un jardín y una huerta, y muchas hormigas y honguitos en las plantas. Así que tengo mucho trabajo. Me conecto muy bien con esas tareas, hago carpetas y pinto cualquier cosa, lustro y saco brillo a todos los muebles. Me gusta tener todo de 10, aunque no venga nadie a visitarme. Lo hago por mí y para mí: eso es calidad de vida.
-Y más allá de las tareas domésticas, ¿en qué volcás hoy tu creatividad?¿No volviste al piano, tu otra pasión artística?
-Ay, no. Ese piano maravilloso... Nos desprendimos de él cuando nos mudamos a esta casa; es que a cierta altura de la vida, sobre todo después de escuchar a la gente que realmente toca bien, da tanta bronca no estar a esa altura... Yo me preguntaba: ¿qué voy a hacer?, ¿cómo me voy a sentar al piano y hacer semejante barbaridad cuando hay otros que lo hacen tan bien?; entonces el piano se fue. Ahora estamos un poco arrepentidos, no es que se me antoje dar un concierto, pero era muy lindo tener un piano en la casa. Estoy convencida de que en algún momento va a volver a entrar uno por la puerta de calle.
-Esa pasión por el piano la heredó tu hijo Federico [fruto de su primer matrimonio con el director de cine Juan José Jusid]...
-Sí, le gusta mucho y además dirige y compone. Es muchísimo más completo de todo lo que pude haberle dejado como herencia.
-¿Qué se siente ser madre de un artista que triunfa en Hollywood?
-Me pone chocha. Además me hace bien saber que tiene una esposa y una hijita muy divina, a la que todavía no conozco personalmente, pero que seguramente cuando pase todo esto de la pandemia lograré abrazar y llenar de besos y pellizcones. Nina tiene un año y es mi primera nieta y, por supuesto, tengo toda la bobera que tienen las abuelas. Hoy soy una nona total. Ellos viven en Los Ángeles, pero alternan con Madrid y otras ciudades. Cuando fue nominado al premio Goya por la música de El secreto de sus ojos y cuando la película en sí se alzó con el Oscar, Federico pasó a ser el héroe y ganador de todas las batallas de nuestra familia, sobre todo porque eso fue el fruto de haberse atrevido a irse del país y de haber armado toda una historia personal y profesional afuera.
Los primeros pasos en su carrera
-Comenzaste junto a Pepe Biondi en la televisión, luego pasaste al teatro off (Viet-Rock, en la sala Payró) y más tarde ganaste prestigio con las películas de María Luisa Bemberg, por nombrar sólo tres instancias de tu trayectoria. ¿Estás conforme con el arco recorrido a lo largo de tu carrera?
-Por supuesto, por mi curiosidad me fui metiendo en muchos lados y así, sobre la marcha, fui aprendiendo muchas cosas. Fue útil meter la nariz en todos lados, arriesgarme y olvidarme de todo lo que había estudiado y hacer teatro y televisión al mismo tiempo cuando eso no estaba bien visto. Si hacías teatro off no podías hacer televisión, había un gran prejuicio al respecto, pero yo no le di bolilla a eso y prioricé mi deseo de experimentar. En tiempos de Viet-Rock en el Payró hacía un segundísimo papel en Estrellita, esa pobre campesina, la telenovela que protagonizaba Martha González, que tenía muchísimo éxito. Ese doble trabajo me dio una práctica que no te la da ningún taller.
-De los más de 60 ciclos televisivos en los que participaste, ¿cuál es tu favorito?
-La señora Ordoñez, sin dudas, que no lo vio mucha gente. En su momento -estamos hablando de 1984- no fue un boom como otras novelas en las que participé, pero luego pasó a ser una de culto. En el plano personal me dio muchas posibilidades de conectarme con gente maravillosa, como por ejemplo con Marta Lynch (la autora del libro en la que se basó el envío). También con María Herminia Avellaneda (la directora) y Celia Alcántara (la adaptadora de la novela), mujeres extraordinarias. Fue una experiencia de mucho aprendizaje: una novela en la que por primera vez la protagonista tenía un amigo gay y además esta señora tenía un amante, temas complicadísimos de tratar en la televisión de aquel entonces. Y recordemos que el programa no se pasaba en un horario demasiado nocturno sino a las siete de la tarde. Parte de la acción transcurría en los años ´40 y parte en los ´60, por eso había muchos cambios de vestuario, peinados y decorados. Y también salíamos a hacer exteriores. Aún hoy me pregunto cómo podíamos hacer en sólo cinco horas y veinticinco minutos de grabaciones un capítulo diario y de semejante calidad.
-Entre numerosos premios, en 1991 ganaste el Martin Fierro a la mejor actriz por tu participación en Atreverse, de Alejandro Doria. En tiempos de crisis como la actual, ¿por qué creés que no se vuelve a esa televisión austera y de calidad?
-Yo no sé si hoy la gente está dispuesta a ver algo muy austero porque éramos austeros-austeros... Sólo un puñado de actores por capítulo y un buen guion, nada más. Me encantaría que se tuviera como ejemplo. Después creo que fuimos educando al público con más y más exteriores y ahí todo cambió. En el cine pasó exactamente lo contrario, antes había más dinero que ahora. Hoy el cine nacional es, en cuanto a nivel de producción, casi siempre pobre. Lo sé porque veo mucho cine, me siento más inclinada a ver películas que ficciones por televisión, pero esto no es necesariamente negativo. Hoy hay grandes directores, los jóvenes tienen un timing para contar historias, con buenos o malos libros, que me llaman verdaderamente la atención. Se nota que todos han estudiado y, aún con poca experiencia, no caen en los errores propios de los novatos. Es maravilloso comprobar cómo una película argentina hecha con pocos recursos y con actores desconocidos siempre va a ser más entretenida que un tanque extranjero.
-¿Qué recuerdos tenés de las películas que filmaste en los años 70 con Leopoldo Torre Nilson (Boquitas pintadas y Piedra libre)?
-Leopoldo y Beatriz (Guido, su mujer, novelista y guionista) fueron una parte inolvidable de mi vida. Eran un dúo imposible de repetir, una pareja hermosa. Boquitas pintadas fue un escalonazo enorme en mi carrera. Para mí fue como tocar el cielo con las manos que Babsy me llamara para hacer un personaje, para ser una de las mujeres de esa novela de Manuel Puig que tanto había leído y amado. En un principio pensé que me había convocado para hacer La Raba –el rol que finalmente interpretó como los dioses Leonor Manso-, pero al final me tocó La Mabel, la mala de la película. No me voy a olvidar nunca del primer día de filmación cuando debía subir una escalera y a veces nosotros los actores entendemos a nuestros personajes por ciertos impulsos o contactos extraños. Yo tenía una ropa preciosa conjugada con un sobrero con guindas y un zorro encima del trajecito. Entonces el asistente de dirección, Rodolfo Mortola, me colocó el zorro de una manera especial, de tal forma que la cola de piel tocaba mi cola y esa sensación funcionó como el despertador para hacer el personaje "de pe a pa". Yo había pensado intelectualmente cómo interpretarlo, pero esa sensación física de la sensualidad luego lo determinó todo. Y a partir de ahí ya no necesité ninguna marcación. Ya era La Mabel, esa mujer que a mala no le ganaba nadie.
-¿Y de las que filmaste en los años 80 y 90 bajo las órdenes de María Luisa Bemberg: Señora de nadie, Miss Mary y De eso no se habla?
-Cuando María Luisa me eligió para protagonizar Señora de nadie yo sentí que estaba ante algo realmente importante y de hecho me cambió la carrera. Si bien ya había filmado con Leopoldo Torre Nilson, para todos seguía siendo una actriz popular y, por eso, no me tenían en cuenta para productos más intelectuales. En ese sentido, María Luisa me dio una gran mano.
-Las películas de la Bemberg no sólo fueron las primeras dirigidas en el país por una mujer sino las que tuvieron un contenido feminista, ¿te sentías identificada con sus planteos?
–Nunca me sentí demasiado feminista ni machista. Hoy tampoco podría decir que soy feminista, siempre le escapé mucho a ese tipo de rótulos o embanderamientos; y eso que respeto mucho a quienes están en un movimiento determinado para luchar por ciertos objetivos. Pero, en mi corazón, no tengo ese impulso. Sí me gustaba cómo María Luisa emprendía sus historias y cómo, pudiéndose quedar tranquila en su casa, ya que era una mujer rica, confrontaba y se exponía a lo que viniera, pero no sé si eso que hacía era feminismo o se trataba de pura pasión por el trabajo. Creo que los personajes de sus películas excedían el feminismo, eran mujeres que respetaban mucho lo que les pasaba a ellas. De repente dejaban toda una historia con un hombre para estar con otro o cambiaban de profesión para jugar su propio partido. No me alcanza con esto para poner a esos personajes en una caja o un estante que diga feminismo.
-Luego, en Eva y Victoria, interpretaste en teatro nada menos que a Eva Perón, una figura que, más allá de las ideologías, fue de avanzada para su época.
-No era un personaje fácil, todas las noches me preguntaba tantas cosas... y todavía me las sigo preguntando. Es un personaje enorme y creo que el público aún tiene una idea muy pequeña de lo que era esta mujer y al mismo tiempo hay mucho prejuicio para tratarla en toda su dimensión. Aún hay mucho miedo para contar toda su historia y yo creo que si se la contara íntegramente, aún con sus puntos débiles, eso la volvería aún más grande.
-Hacer la obra durante cuatro años, ¿te hizo replantear algunas ideas?
–Provengo de un hogar donde había "contreras" pero, a la vez, mi mamá escuchaba sus discursos y estaba fascinada con ella. Yo también estaba sumergida en ese mundo, porque en el primer grado todos los días veíamos la cara de Eva Perón en figuritas troqueladas y debíamos escribir algo sobre el plan quinquenal o sobre su muerte. En aquella época ese fondo, esa música, nos envolvía a todos. Por lo tanto era difícil deshacerse de todo eso porque yo y toda la gente de mi generación crecimos con todo eso. Todavía tengo que seguir pensando (acerca del peronismo), no tengo una definición al respecto, pero sucedieron muchas cosas buenas en ese momento.
-Desde hace un tiempo, y en distintas partes del mundo, las actrices vienen denunciando los acosos en la profesión. A lo largo de tu carrera, ¿alguna vez sufriste intimidación o abuso de parte de un actor, director o productor?
-Creo que todas las mujeres en algún momento tuvimos un desplante de esa naturaleza. Yo no fui la excepción, en un momento determinado me sentí muy mal (por un acoso), sentí también que tenía que defenderme y, a la vez, que no podía salir a decir todo lo que pasaba porque la situación te convertía en culpable.
En un momento determinado me sentí muy mal por un acoso, sentí también que tenía que defenderme y, a la vez, que no podía salir a decir todo lo que pasaba porque la situación te convertía en culpable
-¿Cómo manejaste la situación?
-Me defendí como pude y no pasó más de lo que tenía que pasar. De alguna u otra manera te podías negar y hacer lo que fuese para no tener nada que ver con eso, para desconocerlo de plano. En cuanto lo lograbas te sentías muy bien por haber podido pasar por encima de la situación, por poner a un costado a ese sujeto. En definitiva, lo que les pasa a las chicas hoy, nos pasó antes a nosotras.
-Hace dos años Assumpta Serna sorprendió con su crítica hacia María Luisa Bemberg tratándola de dictatorial. ¿Cómo fue tu relación con ella?
-Bueno, María Luisa no era una mujer que caminara en puntas de pie, era más bien una mujer de guantes de seda con manos de hierro. Ella tenía muy claro lo que quería y eso podía generar ciertos enfrentamientos. En general, yo hacía todo lo que ella me decía, pero si en un punto yo no estaba de acuerdo, le daba mis argumentos y le pedía que me diese una razón para dejarlos de lado, y a ella esto no siempre le gustaba. Recuerdo que una vez, durante el rodaje de De eso no se habla, no me dirigió la palabra y se mantuvo distante durante tres días porque no le gustaba cómo estaba encarando una escena. Yo me sentí muy mal, no estaba acostumbrada a este tipo de tratos por parte de un director. De todas maneras, eso fue sólo un momento, en las dos películas anteriores que la tuve como interlocutora, pude hablar con ella y disentir. De ninguna manera puedo decir que era una dictadora. Nunca me quedé con nada guardado durante un rodaje. Ahora, pasado el tiempo, si ella viviera, me encantaría decirle un montón de cosas sobre los fallos que yo encuentro en sus películas, sobre todo en la última, De eso no se habla.
-¿Cómo fue trabajar en De eso no se habla con un monstruo sagrado como Marcello Mastroianni? ¿La experiencia estuvo a la altura de tus expectativas?
-Estuvo mucho más que a la altura de mis expectativas. Era una tipo absolutamente adorable. En los tiempos entre toma y toma se tomaba una grapita y fumaba sus largos y finitos cigarrillos y así se concentraba. Y luego, cuando filmábamos eran tan entregado... era tan sencillo actuar con él, todo lo que decía venía de un lugar verdadero, yo me sentí muy cómoda con Marcello, como si se tratara de un compañero con el que había trabajado toda la vida. Los días que no le tocaba filmar venía igual al rodaje, se sentaba en su silla en medio de una nube de humo y luego almorzaba y merendaba con todos nosotros, como si fuera uno más. Parecía el hombre que fuma, fuma y fuma sentado en el umbral del "Último organito" de Homero Manzi. Estaba grande y tenía una salud complicada, pero cuando le tocaba trabajar se llenaba de una vida que no te habías dado cuenta que tenía, se insuflaba de una segunda naturaleza y pasaba a ser otro: el Mastroianni vital de todas de las películas.
Los amores de Luisina
-Hablemos de hombres, Luisina. ¿Fuiste una mujer muy amada?
-Gracias a Dios, sí. ¿En la proporción que yo lo anhelaba? Absolutamente y no me hagas entrar en detalles porque soy una señora de las de antes. A pesar de haber salido desnuda en muchas producciones... [risas].
-En su momento fue muy comentada tu relación con Carlos Andrés Calvo. De alguna manera fuiste la precursora en romances con hombres más jóvenes, ¿te molestaban los comentarios?
-La precursora fue Susana con Darín; luego Silvia Montanari con Grandinetti y más tarde, bueno... yo. Los comentarios no me molestaron para nada. Es más, me encantaban, me hacían sentir más joven, yo sentía que eso estaba bárbaro. Además no había tanta diferencia, sólo le llevaba siete años a Carlín y no fue una relación pasajera, fue larga, de cinco años.
-¿Qué recuerdos tenés de la relación?
-Fue algo muy lindo, una relación muy divertida con un tipo muy gracioso, muy pueblo. Yo venía con toda una cuestión de prestigio por las películas de María Luisa Bemberg y de golpe, cuando salíamos del teatro (donde protagonizábamos Chúmbale), la gente se le tiraba encima a él y yo quedaba atrás... no es que el público no me quisiera, pero las mujeres se volvían locas por él. Como actriz no me gustaba que no hiciesen lo mismo conmigo, me daba un poco de celos la situación, pero por otro lado estar participando de semejante fenómeno me parecía genial.
Me cuesta un poco hablar de mi relación porque somos lo suficientemente antiguos como para escondernos, no nos hacemos los modernos, somos dos personas mayores que nos da placer confiar en el otro
-Hablando de tu historia de amor actual, de Jorge Anelli, ¿hace cuántos años que convivís con él?
-Nuestra historia de amor ya lleva 22 años. Nos conocimos en Argentores (donde él era gerente general) y es la relación más duradera de mi vida. Me cuesta un poco hablar de la relación porque los dos somos lo suficientemente antiguos como para escondernos detrás de un abanico. No nos hacemos los modernos, somos dos personas mayores que nos da placer confiar en el otro y matarnos de risa. Yo esperaba una relación así, la anhelaba.
-¿Qué es lo que te atrapó en un principio?
-Y... que era lindo [risas]. Sí, es un señor lindo. Yo lo veía tan pulido, tan brillante, que pensaba "este debe tener una mina que lo cuida", pero resultó que no, que había tenido muchas minas que lo cuidaban pero justo en ese momento no había ninguna. Como que me estaba esperando.
-¿Cuál es la clave para estar tanto tiempo juntos?
–Los años enseñan a relajarse, a pensar, a sentirte cómoda con el otro. Hoy sé que mi espalda está cuidada, Jorge es un señor que me mantiene absolutamente, si no lo tuviera a él no tendría cómo vivir. ¿Y sabés qué es lo más importante? Que lo admiro porque es un tipo que ha atravesado muchísimas situaciones difíciles y sin embargo es de una honorabilidad infrecuente. Lo veo como a una estatua. Hoy me enamora estar al lado de un hombre que admiro. Parafraseando el título de la película de María Luisa Bemberg, hoy me siento "señora de alguien" y esto me llena de orgullo.
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