Qué es de la vida de Ariel Casco, el cantante de Commanche
"En un momento estaba tan cansado y me sentía tan explotado que iba en la camioneta y le rogaba a Dios que se cayeran los bailes". La anécdota es de mediados de los 90, quien la relata es Ariel Casco y la camioneta a la que hace referencia es la que trasladaba a Commanche -el grupo de cumbia que encabezaba- de un boliche a otro para cumplir con los 26 shows que tenían reservados por fin de semana: "Estaba tan mal de la voz que no podía ni hablar. Y ahí te das cuenta de cómo son, de que no te dejan descansar. ¡Cuidame, no puedo cantar! Yo me tenía que operar y me decían: ‘de ninguna manera, hay compromisos’".
Unos años antes de cansarlo y explotarlo, la industria musical lo recibió con los brazos abiertos cuando llegó a un casting con su melena rubia y lacia. La idea era reformular la música tropical -hasta entonces encarnada por señores y señoras de alrededor de 40- y acercarla generacional y estéticamente a la juventud de los 90. Para eso se necesitaba ni más ni menos que lo que Ariel era a los 17: un pibito fachero y metalero. "Tenía un grupo de amigos muy fanáticos que me metió en esa música. Fui a ver a Metallica, que tocó con Hermética y Horcas en Vélez. Metí campo, pogo, todo. Y eso tuvo que ver con lo que buscaba la compañía: por el metal me dejé el pelo largo, y por eso entré a Commanche", dice.
Ariel nació en Misiones pero se instaló con su familia en Buenos Aires a los dos años. "Siempre alquilamos, así que conozco toda la Capital y parte de la Provincia: hemos vivido en los cien barrios porteños", dice. Aunque creció en un hogar con inclinaciones creativas ("por parte de mi viejo hay músicos, por parte de mi mamá hay gente de circo; de chico siempre jugábamos a hacer cosas artísticas") no estaba en sus planes convertirse en cantante profesional, aunque sí "cantaba en la ducha de mi casa cuando me bañaba". De adolescente trabajaba como cadete en la bailanta Terremoto: fue entonces cuando le avisaron de este casting que le cambiaría la vida.
"Mis compañeros me hincharon para que vaya. Yo siempre fui muy vergonzoso y me costó presentarme, pero como buen vergonzoso siempre me mando para romper con mis miedos. Y me mandé", dice. Los encargados de la audición quedaron fascinados: tres días después Ariel firmaba contrato para cantar en Commanche.
Lo que siguió fue vertiginoso: a la semana ya estaba grabando ("para mí fue un mundo nuevo: nunca había entrado a un estudio") y con apenas dos meses de práctica estaban presentándose en vivo. "Salimos a la cancha ya siendo conocidos: el ambiente se enteró de que había una banda de chicos ensayando, se corrió la bola y salimos con una gran expectativa. Y a los meses ya era un boom: nosotros debutamos en septiembre del 94 y para fin de año ya éramos un éxito en la movida tropical", cuenta Ariel. Commanche fue una de los grupos emblemáticos del crossover de la cumbia noventosa, ese que la llevó de la bailanta a los boliches y de ahí a las fiestas privadas de los ricos y poderosos: "Fuimos un gran canal para juntar clases sociales", dice.
Un día el productor de turno cayó con un tema para grabar. Se llamaba "Tonta" y era -como solía hacerse en la época- un cover del Grupo Mojado mexicano. "Cuando me la mostraron me cagué de risa, no lo podía creer. Era un trabalenguas muy tonto, difícil de cantar. Nos reíamos todos: dijimos ‘esto no va a pegar ni en pedo’", dice Ariel. No podía estar más equivocado: "Tonta" fue el corte de difusión de su debut No me digas adiós (1995) y se convirtió en la canción por la que más se recuerda al grupo hasta nuestros días.
A caballo del hit incipiente, Ariel tuvo su primer cruce con la fama. "La primera vez que fui a Pasión de sábado, obviamente fui en bondi. Yo vivía en Flores, por Gaona y Nazca. Cuando salí del canal, en el colectivo una chica me dijo algo. Y ahí sentí que me conocían, que empezaba... no sé si a ser famoso, pero sí a ser conocido", recuerda. Aquellos saludos, aquellos "uh, mirá quién va ahí", aquellos pedidos de autógrafos se fueron haciendo cada vez más habituales, hasta que todo derivó en una commanchemanía.
"Hubo muchas cosas locas que hoy, cuando nos juntamos con algunos de los chicos, flasheamos mal. Cosas como que en Mendoza tuvieran que cerrar toda la cuadra, tipo Beatles. O que en Uruguay nos fueran a recibir al aeropuerto", cuenta Ariel. Por entonces contrató a un manager personal que le conseguía invitaciones a lugares exclusivos: "Estaba Pizza Banana en Costanera. Pero el boom era Recoleta: Hippopotamus creo que estaba, que era un lugar súper careta, y siempre me invitaban a tomar champagne ahí. Había famosos, estaba toda la farándula", cuenta. Y con la fama, el éxito con las mujeres: "Era todo el tiempo. Era un trabajo más, je. Aprovechamos el momento a full". Ariel se sincera: "Yo creo que me la creí".
Con veintipocos años, el entorno que -se suponía- debía cuidarlo lo sacrificó por beneficio propio. "Te ponen fichas para que vos hagas lo que ellos quieren, para dividir y reinar", dice. Se trabajaba de lunes a lunes, sin fines de semanas libres ni vacaciones: "Agarrábamos una camioneta y nos íbamos a recorrer todo el norte o todo el sur, radio por radio de cada ciudad. Más los shows y la televisión, porque empezamos a hacer Susana, Tinelli, los programas grandes de la época. Eran días sin dormir. La aguantábamos porque éramos chicos y nos divertíamos, pero hoy, mirándolo desde lejos, sería imposible".
El entourage de Commanche eran alrededor de treinta personas. "Convivíamos más que con nuestras familias, y fueron cinco años a pleno. Y en un momento no nos bancábamos y nos peleábamos, y con todo eso teníamos que subir al escenario y mostrar que estábamos geniales", cuenta. Mientras los 90 se iban terminando, los responsables de manejar su carrera vislumbraron el final y empezaron a soltarles la mano. Para peor, el mercado se saturó de bandas-clones de melenudos y el advenimiento de la cumbia villera (un subgénero más "terrenal", como pasó con el grunge y el glam-metal en el mercado anglo a principios de la década) cambió el paradigma y los volvió obsoletos. "Yo pensé que esas personas estaban para guiarte bien, y después me di cuenta de que era todo lo contrario", dice Ariel. Para el 99 el grupo ya "pasaba desapercibido" y él se plantó y se fue.
Lo primero que hice fue desenchufar mi mente, volver a ser una persona normal y disfrutar de mi familia
La duda es cómo se siente bajar de golpe, abandonar semejante locura y convertirse, de un día para otro, en un hombre más. Ariel no tiene ambigüedades: "Fue lo mejor que me pasó en la vida". Durante tres años no hizo música: "Lo primero que hice fue desenchufar mi mente, volver a ser una persona normal y disfrutar de mi familia. Y después de a poquito volví, me fui metiendo". Llegó, dice, a renegar de quien fue, cuando abandonó el grupo y otra vez cuando empezó su carrera solista. "Fue imposible", dice. "Después entendí y lo acepté: eternamente voy a ser Ariel de Commanche".
En 2015 se mudó de nuevo a su Misiones natal. Ahí vive con su esposa y su hijo, y hay otro bebé en camino (tiene otra hija de trece años). "Quiero disfrutar la vida de otra manera, más tranquilo, sin tantas presiones y con un ritmo no tan acelerado", dice, pero también aclara: "trabajo en Buenos Aires todos los fines de semana, y así que no perdí esa conexión. Que está buena: esto está muy lindo pero necesitás eso también". Se puso de vuelta la chaqueta (¡la original!) para una publicidad de telefonía móvil que lo devolvió al ojo público en 2017. También sigue cantando: en lo que va del año ya editó cuatro canciones ("Mi tesoro", "Junto a mí", "Sería un error" y "Peligrosa"). Hoy, reconciliado con su pasado, mira hacia atrás con cariño pero no olvida: "Yo salí muy lastimado del ambiente, pero me quedo con lo mejor. Duró lo que duró porque ellos lo exprimieron al máximo en poco tiempo, porque la industria no hace artistas para que hagan carrera en el ambiente tropical. Son un par de años y después te descartan".
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