¿Qué es de la vida de Pancho Ibáñez?
Suena el timbre del piso 24 de su departamento de Palermo. Del otro lado del portero eléctrico el clásico: ¿quién es? La voz, inconfundible. Pocas personas tienen en sus cuerdas vocales un sello tan distintivo. “No puedo hacer llamadas anónimas ni extorsivas. Tampoco decir pavadas, porque te recuerdan más si decís una barbaridad”, bromea Pancho Ibáñez , consiente de que su voz es un clásico.
Célebre por su perfil de hombre ilustrado y cuidadoso del lenguaje y de las buenas formas, recordado por El deporte y el hombre, donde inmortalizó la frase "todo tiene que ver con todo", es una marca registrada. “También me conocen por el bigote”, lanza gracioso y recuerda una anécdota allá por los 80: “Me estaba afeitando y pensaba.. '¿qué sentido tiene dejarme esta franja de pelos en el medio de la cara?´ y me lo saqué. La primera persona que me vio fue mi hija que dijo 'puaj, qué ganas de vomitar'. Luego fui al canal y todos me miraban como si me pasara algo grave. Cuando arranca el programa digo al aire: ´Sí, me afeité el bigote. Les voy a dar un momento para que lo procesen, llamen a sus familiares, lo comenten, se rían´. Y me quedé en silencio unos segundos. Apenas terminó el programa había decenas de llamados preguntando por qué les había hecho eso de quitarme el bigote, qué me pasaba".
Durante una charla relajada con LA NACIÓN, el hombre de la voz inconfundible cuenta por qué está alejado de la pantalla y casi no prende el televisor.
-¿Por qué no estás en pantalla?
-Eso me lo preguntan mucho por la calle, como si fuera una obligación estar en la televisión. Si uno no está parece que no existe, pero hay un montón de personas que hacen cosas interesantísimas, muy importantes y no tienen pantalla. Pero entiendo el cariño que se genera después de penetrar en todos los hogares sin pedir permiso. No sé si es error mío, no tengo representante porque me resulta difícil encontrar un alter ego, mi otro yo y como no soy lobbista, no estoy repartiendo mi tarjeta por todos lados, corro el riesgo de que se olviden de mí.
-Sos una marca registrada, ¿sentís que te pueden olvidar?
-Trabajé muchísimo en mi vida, pero si miro para atrás, son más las veces que dije no a las que dije sí. Tengo varias condiciones para aceptar una propuesta, una de ellas es que no sea un programa diario porque te destroza. A mí me encantan los programas semanales y si podría elegir lo ideal, mensuales. Pero no para trabajar menos, sino para conseguir un material redondo, estudiado, con una producción que se ha informado sobre los pro y los contra de cada punto. Entonces ese programa tendría mucho peso, sería para coleccionar.
-¿Qué ciclo te gustaría hacer?
-Me gusta el clásico programa de noche, puede ser de dos o tres horas, que comience un día y termine al siguiente, por ejemplo, de 23 a 1 AM y que tenga un poco de cada cosa: una entrevista seria y profunda sobre un tema que nos preocupe a todos, seguido de un cuadro de humor, recuerdos, un sketch en el que pueda actuar, un rescate al estilo "qué es de la vida de...". Todas las cosas que me gustan, que lamentablemente son muchas. Admiro a aquellos que son especialistas en una sola cosa, yo soy curioso de todo. En Tiempo de Siembra justamente, disfrutaba de escuchar a personas que eran especialistas en cosas, los envidiaba.
-Hablando de curiosidad, ¿qué ves, sos de darle la vuelta al zapping o te quedás anclado en algún programa?
-Soy muy zappiador, me engancho con los programas políticos antes de irme a dormir, pero no lo paso bien, me enojo bastante. Tampoco tengo mucha paciencia para ver series, sólo me enganché con Game of Thrones. Eso sí, miro mucho cine, voy bastante con mi mujer. Me enoja la televisión que busca el golpe de efecto para lograr el rating y que me contesten "es lo que la gente quiere ver". En la ruta, todos paramos a ver un accidente, ¿significa que a la gente le gusta ver un accidente? No, está y lo ven. Meterse en la vida de los demás, hurgar, que es una constante en los programas actuales, me pone muy mal. La televisión es un arma fantástica para enseñar y elevar a todo un pueblo, pero no siempre se utiliza con ese fin.
-¿Te gusta algún conductor?
-Es difícil cuando te piden nombrar a alguien. Me gustan aquellos que se superan a sí mismos, los que se dan cuenta que estar frente a miles de personas es una gran responsabilidad. No vale eso de "yo soy como soy", le estás hablando a un montón de gente. Si hablás de forma vulgar, le enseñás vulgaridad. Me gusta el que entiende que cuanto más sepa, mejor. Hay que ser un eterno aprendiz y saber de historia, política, economía, arte, deportes, estar informado. La televisión es mágica, uno se da cuenta quién es auténtico y esa persona es aceptada. También deja expuesto al que macanea, quien busca el escándalo. Iván de Pineda es alguien que me gusta y con el que me siento identificado dentro del estilo de programa que yo hacía.
-Hoy si un programa no mide, lo levantan a la semana, ¿cómo te llevás con el rating?
-Me parece una locura. Hace años estaba trabajando con Daniel Hadad y me dice: "Mirá, Pancho, lo que es este aparatito, te canta el rating minuto a minuto, podés saber qué efecto está teniendo el programa en tiempo real". Me acuerdo que, no por soberbio, le dije que me parecía un error, que es como tomarte la temperatura a cada rato sin tener fiebre. Mi idea del rating es naif, creo que el éxito se logra porque estás haciendo algo de calidad que le gusta a la gente. Yo no le puedo tener respeto a un programa que se mueve según lo que vaya pasando en ese aparatito, lo comprendo, pero no lo comparto. Prefiero pensar un programa que me guste a mí, que a la gente le guste, que cada día se suman más a verlo.
-¿Llegaste a trabajar con la "cucaracha" por donde te van cantando todo lo que tenés que decir?
-Sí, me la sacaba. Me volvía loco que me digan lo que tengo que decir, para algo me contratan, porque confían en mi capacidad. Si no me acuerdo de algún nombre prefiero que alguien detrás de cámara me lo diga en voz alta a que me hablen en el oído. Me gusta lo genuino.
-¿Te siguen pidiendo que vuelvas con El deporte y el hombre?
-Sí, es que es un programa que lo veían tanto hombres como mujeres; no había edad, lo veían familias completas; no había sector social determinado. Lo consumía una gran franja de la sociedad. Llegar a la mejor cantidad de gente informando de la mejor manera posible, con la mejor imagen, sin golpes bajos, con un lenguaje llano, es mucho mejor que medir 7,2 o 10,3. En la época del programa me saludaba un señor paquete de Barrio Norte y a la media cuadra, el muchacho del reparto. Era universal.
-¿Por qué creés que la gente aún lo recuerda y lo cita?
-Hay gente que me dice: “Lo veía con mi papá o mi abuelo”. Fue un programa de mucha calidad, donde se destacaba lo mejor del deporte, no sólo el resultado deportivo sino las historias de vida. El que salía primero en una carrera lo mostraban todos, pero me interesaba más el que llegaba a las 4 horas rengueando, cuando solo quedaba su familia en el estadio y el tipo estaba feliz porque se había vencido a sí mismo. Tenía mucho efecto en las personas, me daba cuenta en la calle. Es el programa que más satisfacciones me dio.
-¿De qué vivís?
-En lo laboral siempre me están llamando para cosas que suceden en las empresas, presentaciones, festejos, aniversarios. No le digo que sí a todos, por ejemplo, a una tabacalera jamás les diría que sí. Soy un jubilado en actividad, no me puedo retirar, sigo trabajando.
Radio vs. TV
Son sus dos grandes amores, pero sin lugar a dudas, ante la pregunta ¿a quién querés más? Responde sin titubear: la radio. “Soy oyente, me encanta su magia, el acto de voluntad que hay que tener para oír radio que no es la misma que la actitud del televidente. El oyente de radio oye y escucha, el que está frente a la pantalla, ve, pero no presta atención siempre”, asegura.
-¿Qué programa escuchás?
-Oigo Radio Mitre por la variedad, les envidio el humor que destilan. Rolo Villar es un tipo que me divierte mucho. Los critico también porque pienso ´yo diría tal cosa’. Cada tanto los visito, cuando paso camino al peluquero. Saludo y les agradezco en nombre de los oyentes que les gustaría estar ahí. Tengo la suerte que, como me conocen, me dejan entrar y de paso estoy un poco en el ambiente que me gusta. Trabajé en Holanda seis años haciendo radio todos los días para el habla hispana de todo el mundo.
-¿Y por qué no hacés radio?
-Un poco por lo mismo que hablaba de la televisión, no querría hacer algo diario. Me gustaría un programa semanal, un miércoles, pasarme medio día en la radio, doce horas. Tendría que ver bien mis ciclos circadianos y, por ahí, me va mejor desde las 12 de la noche hasta las 12 del mediodía o al revés, no lo tengo claro todavía. ¿Qué haría? Humor, crítica de costumbres, novedades, entrevistas, incluso les diría a los oyentes: “Los dejo media horita con música elegida, me voy a dormir una siestita para volver fresco”. Es una idea loca, pero cada vez que la cuento se sorprenden y me dicen que está buena.
La crisis del periodismo
-¿Cómo ves el rol del periodista actual?
-Hay algo fundamental: la verdad. No podés mentir, te están mirando millones de personas. Podés estar equivocado, lo que no podés hacer es no creer lo que estás diciendo, o decir eso porque te conviene o te pagaron. Eso me parece espantoso, rescato el comunicador sincero y honesto consigo mismo. Bienvenido sea el intercambio de opiniones si lo que está diciendo cada uno proviene desde lo que cree cada uno. No tenemos que estar todos de acuerdo siempre.
-Y de ambos lados de la grieta, el periodismo militante...
-Me parece patético, no entiendo la figura del periodismo militante. Comprendo al militante, pero el que quiere militar que no se dedique a hacer periodismo, hay que comunicar a la mayor cantidad de gente posible y si uno toma una posición determinada y está en contra de cosas, no puede comunicar con objetividad. Hay que tener cuidado de no ofender al otro, de respetarlo. Siempre digo una frase: “No hay nada peor que tener razón. Es aburrido, a mí me gusta entrar en una conversación convencido de algo y después de oír a 5 o 6 personas, descubrir que estaba equivocado. Entonces: aprendí, gané, tengo más, me liberé de carga inútil.
-Te gusta el debate.
-Me enriquece la opinión de los demás. El tipo que pelea y logra que todos le digan “tenés razón”, tiene que ser muy egocéntrico y egoísta para pensar ´qué bien, di cátedra´. Hay que tener mucho cuidado con el "yo opino". Distinto es "vengo a contarles algo que vi" o "estuve con fulano, me dijo tal cosa y con tal otro, y me dijo otra cosa. Me quedé pensando, seguro que usted también. Buenas noches".
Puertas adentro
El año que viene cumple 50 años de casado con Sofia, su mujer de toda la vida, la que conoció en un claustro de Santiago de Compostela mientras él estudiaba derecho -por la carrera de su padre, que era diplomático, vivió varios años en España- y ella Filosofia y letras. Juntos, formaron una familia en Buenos Aires. Con tres hijos: Jimena, Yago y Macarena y 6 nietos: Blas (14), Micaela (14), Juanita (10), Lucía (9), Oliverio (5) y Eliseo (2). “Pensar que yo veía las bodas de oro y decía qué cosa lejana, y ahora, Dios mediante, se van a producir”, piensa en voz alta.
-¿Qué es lo que más felicidad te produce?
-Ser abuelo, soy muy baboso, pero sin caer en la cosa tonta de malcriar. Sigo corrigiendo, retando en el buen sentido. No puedo ver que agarren mal los cubiertos, me preocupa que pierdan el tiempo con videojuegos, trato de sacarlos de eso. Somos abuelos muy involucrados y requeridos, no pasa una semana sin que nos veamos. En breve me voy de viaje con el más grande, como regalo de sus 15 años. Vienen todas las semanas, se pelean por dormir con los abuelos, llenamos la habitación de colchones. Uno de los chiquitos viene y dice: "Me voy a dormir con Tati y Abo" y a nosotros nos da mucha felicidad. ¿Qué es lo más importante de mi vida en este momento? El abuelazgo, poder disfrutarlos. Es lo que más me interesa.