¿Qué es de la vida de Cristina del Valle?: la mujer que no claudicó ante el dolor
“Alguien me dijo que era una valquiria. De acero. Esa soy yo”. Guerreras, doncellas escuderas, dice la mitología, que también se encargó de describirlas como mujeres hermosas. Hasta Richard Wagner se ocupó de ellas. Aunque no ostenta caballos alados ni se pasea armada con yelmos y lanzas, Cristina del Valle tiene mucho de esos personajes escandinavos, aunque su vida se alza lejos del mito y muy cerca de lo terrenal tantas veces cruel.
La actriz sabe que el estamento de entereza irrompible que hoy manifiesta es el fruto de esos dolores que hacen sucumbir hasta al más fuerte, pero que a ella, esmerado trabajo de superación mediante, la fortalecieron. Trascendió el drama para vivir en clave de comedia, en sincronía con el género que le dio popularidad masiva y que le permite ser recordada por tantos papeles atesorados en la memoria colectiva. Lo suyo fueron siempre los géneros masivos. Al hablar, no busca hacerse la intelectual ni desempolvar algún trabajo de los considerados “cultos”. Está orgullosamente satisfecha con ese rango de actriz del pueblo. Motivos no le faltan: nada más difícil que llegar al corazón de las masas.
“Dicen que se me murieron todos mis maridos. ¡Mentira! El primero está vivito y coleando, espléndido”, dice con gracia ejerciendo el difícil tempo del vodevil. Ese humor es una de las llaves, quizás la más eminente, que hoy le permite estar de pie, erguida, como una valquiria de carne y hueso.
Estos tiempos de la templanza
“No me digas Señora, si siempre me decís Cristina”, reprende graciosa, ¡otra vez el humor!, a la persona encargada de poner en orden su refugio. Ese espacio donde recibe a hijos y nietos. La guarida donde cada día ora, como ferviente católica que, varias veces por semana, se acerca a la parroquia Jesús Misericordioso a escuchar misa. “Soy chupacirio, no me molesta decirlo. Aunque el Papa debería haber venido a la Argentina”, refunfuña.
Su casa de Villa Urquiza ocupa una de esas típicas esquinas de barrio con veredas despobladas a la hora de la siesta. El silencio que acuna solo es interrumpido por algún vehículo que arremete impiadoso, único signo que altera el letargo de la calurosa tarde de verano. Las altas temperaturas contradicen la denominación de esta zona conocida históricamente como La Siberia, en el límite norte de la ciudad. Atmósfera pueblerina. Cristina del Valle se enorgullece de ser una vecina de larga data en la zona. Se ufana del saludo de los colectiveros que al pasar por su puerta le tocan bocina y de haber compartido durante años la estelaridad de la cuadra con Luis Alberto Spinetta, que le decía “Maestra”. Saludo al que ella respondía de igual modo.
El living de la casa de Cristina del Valle está ubicado en un subsuelo. Curiosa disposición. Allí, sin ventanas, se ubica la mesa del comedor y varios objetos de buen gusto y larga data, fruto de su pasión por las antigüedades. No es un sótano, aunque para acceder haya que descender varios peldaños de madera. Es un living con todas las letras. Un espacio al que Cristina va y viene una y otra vez. Alegoría de su vida es ese living. No fueron pocas las ocasiones en las que se sumergió en las profundidades de las tragedias personales. Emergió siempre. Como cuando baja al living y vuelve a subir.
Buena anfitriona. Cordial. Ofrece café y no duda en abrirse para hablar sin eufemismos. “Soy astróloga, pero jamás ejercí. Mis amigas me dicen que ganaría mucho dinero. Pero cuando comencé a ver algunas cosas, preferí no continuar”, confiesa con ganas de no dejar ningún recóndito aspecto de su vida sin desnudar.
Hace pocas semanas tuvo una participación especial en Golpe al corazón. En la telenovela que emite Telefé interpretó a una mujer que padecía Alzheimer. Un papel diferente que marcó su regreso luego de una prolongada ausencia: “Llegué al estudio, me senté y era como si no me hubiese ido nunca”, confiesa.
-Un buen signo para volver al ruedo.
-Además, Sebastián Estevanez es un ser único. Y Eleonora Wexler es de otra galaxia.
-¿Te picó el bichito nuevamente?
-No sé.
-¿Qué te gustaría hacer?
-No pienso en nada en particular. Que me ofrezcan algo y veo si me interesa. Quisiera volver al teatro con una pieza como Flores de Acero, que me gustó tanto hacer.
-¿No extrañas el medio?
-No extraño nada del ambiente artístico, porque siempre mi familia estuvo ante todo. Aunque debo decir que el trabajo me permitió darle una buena vida y educación a mis hijos. Se formaron en el St. Patrick´s School y son dos hombres de bien.
Patricio es fruto de su primer matrimonio con Alberto Coutoune. Y Federico es el legado de su unión con el recordado actor Claudio Levrino. Ambos le dieron nietos, que Cristina disfruta y malcría. Tanto Patricio como Federico trabajan en los medios. El mayor, en una señal internacional vinculada al deporte. Y Federico es, desde hace años, el productor ejecutivo de Susana Giménez y quien lidera un numeroso equipo que trabaja al servicio del programa de la diva.
“El vínculo con cada uno de mis hijos es muy distinto. Con Patricio nos criamos juntos, el organiza todo, y si me tiene que poner un límite, me lo pone. En cambio, Federico es muy mamero. Entre ellos se adoran, tienen una relación maravillosa”, comenta con indisimulable orgullo quien fuera una de las protagonistas de la tira Dos para una mentira. “Cuando quedé viuda de Rubén Green, Patricio se vino conmigo. El me ayudó a vender el inmenso piso que teníamos y a comprar esta casa. Me ordenó la vida, me la acomodó. Federico, en cambio, fue siempre “el nene”, lo trato como a un chico de dos años”, explica.
-Sin embargo, no lo anulaste. Formó su propia familia y es un profesional destacado.
-¡Jamás le quité libertad! Es más, en un momento le dije: “Tenés que irte a vivir solo”. Ambos chicos fueron muy bien educados. Jamás los tuve que mandar a trabajar, ellos solitos se buscaron su ocupación desde muy chicos. Y eligieron muy bien a sus mujeres, mis nueras son excepcionales. Ellos me dieron a Lucas, Juanita y Salvador, mis nietos adorados.
-¿Cómo es tu relación actual con tu primer marido?
-Muy buena. Al separamos, le perdimos un poco el rastro. Pero cuando sucedió la muerte de Claudio, él iba para todos lados con los dos chicos. Alberto se portó muy bien en esos tiempos.
Revertir el karma
“Hace mucho tuve cáncer de endometrio y decreté que no me iba a morir. Hay que luchar por vivir y no tener ganas de morirse”. Cristina del Valle habla de sus dolores sin restarles envergadura, pero naturalizándolos como una parte más de la vida. Atravesó más de una tragedia. Esas en los que más de uno claudica física o emocionalmente. Pero de esos subsuelos insondablemente dolorosos emergió con templanza. Algunos de esos padecimientos los transitó en la intimidad de su núcleo cercano. Otros fueron públicos, como el accidente que le costó la vida a Claudio Levrino.
Cristina conformaba con el galán una pareja soñada. De tapa de revistas. Bellos, exitosos, queridos por el público. Tuvieron a Federico. Y con Patricio redondeaban una postal familiar de cuentos. El gato puso la cola aquella noche de enero de 1980 en la que Mar del Plata engañaba al verano con una lluvia torrencial. “La muerte de Claudio fue terrible, al lado mío”. El actor se disparó accidentalmente con un arma que llevaba en la guantera de su auto, intentando mostrarle a su mujer que el artefacto estaba descargado.
-Se tejieron muchas versiones sobre ese suceso. Se dijo que ustedes estaban peleando.
-No discutíamos, pero sí le dije: “Sacá esa porquería de ahí”.
-¿Por qué tomó el arma?
-Para sacarle el cargador, que tiró al piso para demostrarme que no había riesgos. “Ves que no pasa nada”, me dijo para tranquilizarme.
Sin embargo, en la recámara del arma había quedado una bala. La que provocó el tiro fatal. “Al día siguiente era el cumpleaños de mi mamá. El accidente sucedió en la calle Falucho. Yo salí corriendo a pedir ayuda, golpeaba puertas, pero nadie salía. Hasta que un policía me socorrió. Años después, tomé un taxi, y el chofer era ese agente”, recuerda del Valle con los ojos humedecidos.
-¿Cómo era la relación con Claudio?
-Muy buena. Era celoso, pero no enfermizo. Me protegía. De hecho, ese verano no quiso que yo trabajase. Me quería cuidar.
Tiempo después, el amor volvió a tocar la puerta. Una puerta que Cristina abrió. La actriz volvió a enamorarse de un actor. Con Rubén Green formó una pareja sumamente unida. “Fue el hombre más importante de mi vida. Yo no sabía hacer nada sola. Ni siquiera un trámite en el banco. El hacía todo por mí”. El matrimonio no tuvo descendientes, a pesar del deseo de él: “Entendió que yo no quisiera tener otro hijo. Fue muy comprensivo con eso. Él quería porque aún no había sido papá”.
En esos tiempos, sucedió el accidente con pirotecnia que mutiló la mano derecha de su hijo Federico. Otra vez un golpe duro para afrontar. Cuando todo se acomodaba, el dolor una vez más: “Pasó a poco de casarme. Fue uno de los hechos que más daño me hizo en la vida”.
-¿Cómo sucedió aquel accidente?
-Fue el día de su primera Comunión. Se escapó a comprar pirotecnia con la plata de la canasta de la colecta de la Iglesia. Yo no me di ni cuenta, se me escapó.
-¿Cómo te enteraste?
-Cuando me lo contaron y lo vi, me tiré en el medio de la calle. Rubén me tironeaba para sacarme. Fue como si me hubiese muerto. Al principio me engañaban, porque no le podían hacer nada.
-De todos modos, la recuperación fue excelente, a pesar de las secuelas.
-Fede tenía 9 años. Luego de la internación de tres meses, regresó a la escuela como oyente, pero al poco tiempo me llamó la maestra y me dijo que escribía como los demás chicos.
Resiliente como su madre, Federico aprendió a desarrollar su mano izquierda siendo diestro. Volver a empezar para toda una familia. Pero en 2002, nuevamente el dolor se empoderaría de ella. Ese año, fallecería la madre de la actriz. Y en 2003, con solo 27 días de diferencia, se producirían los decesos de Rubén Green, el 7 de abril; y de la hermana de Cristina, esposa del Dr. Alfredo Cahe, el 2 de mayo. “Fue terrible, todo en un año. A mi hermana la contuve hasta el último momento. Y con Rubén me encargué que no lo atendiese el mismo médico que a ella, porque medía lo que te faltaba de vida con una regla. Rubén jamás negó la enfermedad, pero nunca supo que se iba a morir”.
-Rubén fue un hombre muy querido en el ambiente artístico.
-Todos lo adoraban. Una anécdota refleja lo que era como hombre: mi papá estaba todas las tardes en casa para acompañarnos. Rubén solo venía de visita y se iba. Recién se quedó en casa cuando nos casamos. Al año de la boda, mi viejo me dice que ya no vendría todos los días: “Ya no me necesitás, ese es un buen hombre”. Mis hijos y mis padres lo adoraban.
-Cristina, ¿cómo se sale de semejantes dolores?
-Hago terapia desde los 19 años. Frente a frente, no diván. Y también me ayuda mi fe en Dios. Aprendí a quererme, a tratar de no tener ira.
-Ante ciertos dolores, la ira sería casi un estado natural y más que comprensible.
-Hay que matar la ira. Me propuse eso para sanar el corazón. No guardo rencor, ni siquiera con gente de mi familia que me ha hecho daño.
-¿Por qué lo decís?
-Lo dejamos ahí.
Por estas horas, la familia lucha ante un nuevo dolor. Hace pocos días, su nieto Lucas, hijo de Patricio, sufrió un accidente con la moto. Inicialmente, el cuadro fue desolador pero, aunque aún debe someterse a tres operaciones, no hay riesgo de vida. Por eso la actriz no duda en afirmar que “revertí mi karma, hoy hay vida y no más muerte”.
Flores de acero
Con Zulma Faiad y Nora Cárpena la une ese vínculo sagrado de la amistad. Con ellas se reúne para cenar o ir al cine una vez por semana. Más de una vez ha visitado a Guillermo Bredeston, marido de Nora, de quien guarda los mejores recuerdos: “Cuando lo tuvo todo, repartía a lo grande con los actores. Si agregaba una función, te la pagaba con creces. Él nunca se olvidó que era actor y le abonaba a la gente lo que correspondía y más. En 1967 agregábamos una tercera función en la vermouth porque en el Neptuno de Mar del Plata la gente se colgaba como racimos. Entonces venía Guillermo y te preguntaba cuánto querías ganar. Así era. El cachet lo ponía uno”.
-¿Cuándo lo visitás, te reconoce?
-Creo que cuando le hablé se le escapó una lágrima, pero quizás es algo mío. Era hermoso, buen marido, buen padre.
-¿Qué sentís cuando lo ves postrado y con su vida conectada a máquinas artificiales?
-Pienso en Nora. Es la esposa más buena que he conocido. Lo tiene en su casa porque se armó una terapia intensiva allí. ¿Quién hace eso?
Ni una menos
Hoy, a quien fuera la gran compañera de ficción de Hugo Arana, “otro ser adorable”, se la ve armónica disfrutando de su vida familiar, sin añoranzas de la masividad con mayúsculas que tuvo durante décadas a partir de notables éxitos televisivos y teatrales como El Groncho y la Dama, Matrimonios y algo más, o Los hijos de López.
-Cristina, ¿qué es la fama?
-¡Puro cuento! A veces observo a estas chicas en televisión y me río.
-¿Cómo ves el medio?
-Diferente. A mí nadie me vio en una revista desnuda. Lo hacía en teatro. O en babydoll, en televisión.
-¿Sentís que determinados productos de humor han cosificado a la mujer? ¿Cómo evaluas las manifestaciones en torno al feminismo y la mirada actual sobre el tema?
-Estoy a favor de la defensa de los derechos de la mujer con paridad. Yo soy par de un hombre, pero no soy igual.
-¿Cómo es eso?
-Hombre y mujer se deben respetar. Pero eso no significa que haya que buscar una igualdad. Somos géneros diferentes, por eso siento vergüenza cuando veo a algunas chicas diciendo lo que dicen o a periodistas que no saben hablar.
-Tu postura se contrapone con toda una tendencia que habla de igualdad.
-No somos iguales, la genética no es la misma. No creo en eso. Pero lucho desde los veinte años por la paridad entre el hombre y la mujer. Es más, quizás alguno hasta quedó con un mal recuerdo mío, pero siempre luché, por ejemplo, por la paridad entre el actor y la actriz.
-¿Cómo se manifestaba esa lucha?
-Cuando un actor ganó más que yo, siendo los dos protagonistas, me fui del proyecto.
-Varias actrices, periodistas y locutoras han denunciado situaciones de acoso de parte de compañeros de trabajo. ¿Te ha sucedido algo así?
-Sí. Con un actor estábamos haciendo una escena muy fuerte en una cama. En determinado momento, algo no me gustó y paré todo. Dije: “Señores, esto así no va”. ¿Cómo voy a permitir que me falten el respeto? Y si me hubiesen echado, no me importaba. Nunca admití que se pasen conmigo. Después de esa situación, ese actor por poco me besaba con una caña de pescar. Que se aprovechen de una situación de ficción es una estafa emocional y moral. Incluso sucede que a las mujeres se nos preguntan cosas que a los hombres no. Una vez un periodista me consultó al aire por una cirugía y yo le respondí: “Vos también te hiciste una”.
En torno a las polémicas mediáticas recientes vinculadas a declaraciones del cantante Cacho Castaña, Cristina no duda en recordarlo como un amoroso ex vecino: “Vivíamos en el mismo edificio. Desayunábamos juntos todos los días. ¡Pobre Cacho, lo han crucificado! Lo que dijo es indecible, pero son cosas que se decían en la revista. Tiene 75 años, después lo van a llorar cuando se muera.
-Pero convengamos que la edad no es refugio para decir con impunidad cualquier cosa.
-Cacho es un señor de la cabeza a los pies. Lo que dijo es horroroso, no se puede decir, y yo defiendo a la mujer. Pero Cacho no tiene maldad.
El living subterráneo carece de fotos. Cristina no se regodea en los lauros pasados. “No tengo redes sociales porque cuando comprobé la violencia que hay ahí, le pedí a mi nieto que me borrara todo. Y, en casa, casi no hay ninguna foto mía. Las tienen todas los chicos. La casa de Fede parece mi panteón”.
-¿Te volverías a enamorar?
-No, yo me casé tres veces. Alberto es una gran persona y me dejó a Patricio. Claudio fue un hermoso ser humano y me dejó la otra cosa más importante de mi vida, Federico. Y, a una familia política como pocas. Amo a todos los Levrino y ellos me aman a mí. Y Rubén fue el gran amor de mi vida.
"Confieso que he vivido". Bien podría ser ese un buen título para una autobiografía. Pasó por todo y más. Cristina del Valle atravesó la fama, se atrevió al amor de verdad, y superó con dignidad y entereza los dolores más grandes por los que se pueda atravesar. Revirtió su karma. Está de pie, como una valquiria que baja al subsuelo y vuelve a emerger. Y no estamos hablando del living. Esa es solo una digresión.
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