Melina Petriella se radicó en Mar de Cobo durante la pandemia, lugar al que llegó en plena búsqueda espiritual; actualmente interpreta en Mar del Plata un elogiado unipersonal
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MAR DEL PLATA.- “Dios es argentino, pero atiende en Buenos Aires”, dice la máxima que vaya a saber quién creó y qué tipo de validación tiene. Sin embargo, es cierto que para una actriz la búsqueda de la trascendencia nacional se da tomando como punto de partida a la “ciudad de la furia”.
Melina Petriella parece no encontrar en tales aseveraciones un argumento válido, ya que desde que irrumpió la pandemia decidió instalarse en su casa de Mar de Cobo, un bellísimo pueblo marítimo ubicado treinta kilómetros al norte de Mar del Plata. “Dios está en todas partes; cuando nos quedamos en Buenos Aires, los porteños creemos que todo pasa por esa ciudad; nos sucede a los seres humanos, si nos miramos siempre el ombligo pensamos que todos nos ocurre a nosotros, pero hay que levantar la mirada”, explica la actriz mientras comienza a degustar un desayuno veggie en el emblemático Torreón del Monje.
Con todo, y a pesar de la mudanza a orillas del mar, también continúa desarrollando su tarea como actriz en Buenos Aires -uno de sus últimos trabajos fue en la obra Los perros, junto a Claudio Rissi, recientemente fallecido- y, desde ya, en Mar del Plata, ciudad donde, durante la presente temporada, lleva adelante el monólogo Como si la vida fuese un momento pacífico y estable.
La obra pertenece a Dardo Dozo y está basada en ¿Para qué sirve la filosofía? del filósofo Darío Sztajnszrajber. La pieza, que se da todos los miércoles, a las 21.30, en la sala Tierra del teatro Cuatro Elementos, cuenta con dirección del propio Dozo y de Claudia Kricun. “Estoy más grande y me gustan otras cosas. Además, antes la profesión se manejaba de otra manera, somos testigos de un cambio tecnológico tremendo. Mi generación iba a hablar por teléfono a una cabina pública utilizando cospeles y hoy todo pasa por el celular, incluidas las redes sociales. Por eso, hay otra manera de estar presente, eso habilita la posibilidad de ir a vivir a otros lugares”, argumenta con razón la actriz, quien comenzó su carrera televisiva en la década del noventa, integrando los elencos de tiras como Inconquistable corazón y Mamá x 2, ambas emitidas por el antiguo Canal 9 y luego formando parte de las producciones de Polka, Poliladron, Gasoleros, Carola Casini y El sodero de mi vida, entre otros títulos de la “factoría Adrián Suar” que se vieron en eltrece.
Petriella comenzó a estudiar a los once años con Alejandra Boero: “Ahí nos conocimos con Inda Lavalle, Luciano Cáceres y Claudio Tolcachir”. Luego estudió con Juan Carlos Gené y fue alternando con otras disciplinas como el clown. “Venía haciendo bolos y Gasoleros fue la primera tira donde estuve con un papel fijo”.
Lugar en el mundo
-¿Cuándo te instalaste en Mar del Cobo?
-La pandemia me agarró en Madrid, a donde había viajado para hacer la obra y, a la semana de llegar, me tuve que encerrar. Así estuve dos meses hasta que pude volver a Buenos Aires.
-El confinamiento es complejo siempre, en otro país, la dificultad se debe haber potenciado.
-Hacía poco que se había muerto mi papá, así que todo fue muy extraño. Teniendo una casa en Mar de Cobo, la pandemia me agarró viviendo en una caja de bombones de dos por dos y pagando un alquiler.
Dado que es instructora de Kundalini yoga, algunos conocimientos en la materia contribuyeron a transitar de una forma “más espiritual” la adversidad que afectaba al mundo entero. “El primer mes me lo pasé meditando, fue como haber estado en un templo”. Finalmente, pudo volver a la Argentina, pernoctar protocolarmente en un hotel, y luego llegar hasta su refugio a metros del mar. “Al principio hubo una gran angustia y luego la sensación de ´esto también pasará´”.
Si bien el oficio del artista implica de hecho una discontinuidad laboral, Petriella se reconoce “muy organizada” con sus gastos: “Siempre pensé en mi futuro. Tener ahorros me dio la posibilidad de poder elegir los trabajos”.
-¿Sigue siendo así?
-En la medida de lo posible, sí. Busco hacer solo personajes que me interesan y los textos que me atraviesan.
-Dejar cierta continuidad en televisión también implica renunciar a un ingreso de dinero.
-En las últimas ficciones nadie ganaba lo mismo que antes. Tengo amigos que me dicen “trabajé un montón y no me alcanza”. Solo tres o cuatro actores ganan realmente bien. Y, por otra parte, lo que sale por plataforma y se repite, los actores no lo cobramos, hay una precarización del trabajo. Estar en Netflix alimenta el ego, pero nada más.
-También renunciaste a un éxito teatral como Toc Toc, luego de integrar el elenco durante tres años.
-Me decían que estaba loca, pero me fui re contenta, quería hacer otra cosa. Tenía mi casa, me había comprado el auto y podía estar un año sin trabajar; no había nada más que pensar. Si solo te mueve la plata o la seguridad económica, está perfecto seguir muchos años con lo mismo, pero, a mí no me erotiza el dinero.
También entiende que las nuevas generaciones no apuestan a largo plazo: “Son las que se denominan ´generaciones de cristal´ que buscan resultados inmediatos, pero lo más maravilloso son los procesos”.
-Se desvanece el valor del error y la frustración.
-Que son tan importantes y forman parte de la vida. Por eso, cuando me di cuenta que era muy feliz en Mar de Cobo, decidí desplegar mi ser y mi alma en este lugar. Prefiero esta vida a estar preocupada por cuántos seguidores tengo en las redes.
Además de su trabajo durante la temporada en Mar del Plata, en invierno la actriz continúa con su tarea artística en salas como Poquelín, un refugio de arte de Santa Clara del Mar gestionado por Héctor Rodríguez Brussa y María de las Victorias Garibaldi, grandes teatristas del lugar. “Desde muy chica, tuve veinte años de mucho trabajo, eso me dio la posibilidad de formarme, de capitalizarme, de sacarme las ganas de un montón de cosas y de haberle quitado la fantasía a otras; por eso hoy puedo disfrutar estar acá”.
-El trabajo del actor conlleva un espacio de exhibición inherente, más allá del de la escena, y una vida personal que puede tener aspectos públicos que también hacen al ego del ser reconocido.
-Esa es la parte que siempre me costó, por eso es importante poder encontrar dónde uno se siente bien, ya que no somos todos iguales. Si no nos animamos a descubrir qué tenemos para dar, nos perdemos mucho. Quiero irme de esta vida sabiendo que di algo propio, verdadero, desde el espacio que elegí, aunque la industria nos lleva a la homogeneización, a ser todos iguales.
Espiritualidad
-Practicás kundalini yoga, además, ¿sos budista?
-No, pero estoy muy conectada con esta filosofía, de hecho, practico el mantra “nam-myoho-renge-kyo”, entre varios otros. Tengo un trabajo espiritual que me lo dio la práctica del yoga, haber hecho un instructorado y dictado clases. Debería ser una enseñanza para los niños. En lugar de hacerles hacer el “Test de Cooper”, en las escuelas tendrían que aplicar algo vinculado a la espiritualidad. ¿Por qué no nos enseñan a meditar? En mi caso, me hubiera ahorrado tantos disgustos porque hay energías que no sabemos manejar y te llevan al enojo.
-Evidentemente hubo algo del medio artístico que te incomodó, ¿qué fue?
-No lo tomo desde el lugar de la incomodidad, sino de encontrar el lugar donde me puedo parar contenta. Por otra parte, si hay algo del afuera que me pone incómoda, lo tengo que resolver desde mi lugar, no depende del otro. Hay muchas maneras de habitar, hay tantas realidades como subjetividades, se trata de encontrar la de uno mismo.
-El camino de búsquedas no está exento de inconvenientes.
-Mudarme a Mar de Cobo me costó hasta parejas que me cuestionaban por qué me venía a vivir acá.
-¿Qué les respondías?
-Que en este lugar era feliz y siempre llegaba el comentario “ahí estás sola” y yo les decía que no, que tenía un montón de amigos. Vivir en un pueblo hace que todos estemos muy cerca, incluso mi amiga Alejandra Darín, que vive a una cuadra, un regalo de la vida.
Si bien cuenta con Julieta, su hermana melliza, y con Carolina, su hermana mayor, la muerte de su mamá, en marzo del año pasado, también fue un golpe duro de digerir y que la distanció aún más de Buenos Aires: “Luego que murió mi papá, mi mamá se fue apagando. Hay un duelo que uno hace en vida, pero eso no quita que la muerte sea tierra arrasada, fue un dolor muy grande, desconocido, no sé cuántos meses me pasé sin salir de la cama”.
-¿Eras muy cercana a tu madre?
-Sí, pero mamá quedó tan mal luego de la muerte de papá, que ya no quería vivir, no era ella. Tenerla era un egoísmo de uno, la vida tiene esa sabiduría, hay que darle espacio al dolor y luego, aunque no se va nunca, aprender a convivir con eso. Cuando tomé conciencia de mi estado de orfandad, terminé de confirmar que debía quedarme en Mar de Cobo, tomar decisiones y perder el miedo.
-El miedo siempre aparece en una transformación grande.
-El miedo es una construcción de la mente, por eso ayuda mucho a sobrellevarlo el yoga y la meditación. No hay que tener miedo a que te digan que no o a que algo te salga mal; si eso sucede, hay que esperar a la próxima ola. Vivimos tan inmersos en el ruido permanente, que no nos permitimos pensar qué nos sucede. Cuando llego a Buenos Aires y me meto en el subte, siento que estoy participando en una performance de locos y agradezco haber visto la posibilidad del cambio.
-¿Tenés pareja?
-Sí, es un médico psiquiatra que conocí en Mar del Plata y se dedica a la alimentación a través de su proyecto Viralata. La vida quita y da, a él me lo trajo el mar.
-No tener hijos, ¿fue una decisión?
-Sí, absolutamente.
-El instinto maternal no existe, pero sí el mandato...
-Mandato que sigue estando presente en muchas sociedades y que atraviesa a un sinfín de mujeres.
-El cambio es poder decidirlo y que la sociedad no realice un juicio en eso.
-Estamos aprendiendo. Lo mismo sucede con las parejas que no son heterosexuales y deben aclarar su situación.
-Hay mucho por deconstruir.
-Por eso aprendí a no opinar si no me lo piden y no hablo de quien no está presente. Ese es un gran ejercicio porque las palabras tienen mucha energía.
-Sabidurías que se adquieren en la praxis.
-A los 47 años, algo aprendí, estoy contenta con mi vida y con mi evolución, también con mis errores porque me la he pegado fuerte. Además, he aprendido a pedir perdón, pero el primer perdón fue hacia mí.
Filosofía, esa utilidad
Maga -el personaje que interpreta en la obra Como si la vida fuese un momento pacífico y estable- sostiene: “Pensamos que la vida es un viaje en colectivo donde nos dirigimos hacia un lugar, cuando, en realidad, lo que importa es el viaje mismo”.
En ¿Para qué sirve la filosofía?, Darío Sztajnszrajber ubica a un hombre en el rol narrativo, pero, a partir de la propuesta del director Dardo Dozo, se transformó en una criatura femenina cuyo nombre homenajea a la creación de Julio Cortázar en Rayuela. “El personaje tiene un gran deseo de perderse para iniciar un viaje de descubrimiento y donde todo lo que la guía es lo cotidiano. Todo eso la lleva a preguntarse sobre cómo se enamoró, qué es la muerte, quiénes son los monstruos con los que carga”.
El material, a pesar de lo profundo de los tópicos que aborda, no carece de humor: “Es una gran Matrioshka y nos hace pensar en cuántas vidas hay dentro de una propia vida”, afirma la actriz y agrega que “la filosofía es inmensa y compleja, por eso es un texto que siento que tengo que seguir transitándolo, profundizando, encontrándole nuevas aristas”.
-¿Qué sucede con los espectadores?
-La obra pasa por la emoción, la risa y la pregunta, así que no deja a nadie afuera. Muchos dicen que se van a comprar libros de filosofía.
-Ese también es un gran mérito de Sztajnszrajber, quien sacó de los claustros académicos a la disciplina. Nada más cotidiano que la filosofía, sin embargo, no suele entenderse así.
-Antes la filosofía era para pocos y él logró darle una visibilidad, es muy maravilloso lo que hizo, pateó el tablero. Lo admiro mucho, me encanta escuchar sus clases, hay una música ahí que me sirve mucho. Y Dardo Dozo, con su versión para teatro, logró darle una llegada al espectador.
-El unipersonal lejos de ser un formato escénico de la soledad es el que establece una comunicación extremadamente fluida entre el performer y el espectador.
-Todos nos subimos al mismo viaje, Maga somos todos en ese momento. Escuchar la respiración de la gente es una sensación única, ahí somos uno solo, por eso sufrimos tanto en pandemia la anulación de ese rito. El teatro es una tarea colectiva, sino no es posible.
-Sztajnszrajber, ¿vio el espectáculo?
-Sí, nos conocimos en la función y me pareció un ser increíble. Fue muy amoroso, estuvo muy disponible a la charla con nosotros. Espero que vuelva a ver la obra, porque desde aquella vez hasta ahora, cambió mucho. Incluso yo no soy la misma, aquella Melina tenía mamá y papá y ya no les tengo, ¿viste que trágica que soy?
-¿Con qué soñás?
-Con hacer cine, tengo muchas ganas de filmar. Pero, cuando miro para atrás, siento que mis deseos se cumplieron.
El desayuno concluye y, antes de despedirse, vuelve a esbozar algo de todo aquello que la inquieta en este tiempo de redescubrimientos y lejanías: “La alimentación nos impacta directamente en el sistema nervioso”, sostiene. Y no duda en trazar una línea posible para entender a buena parte de la realidad humana hoy: “Estamos envenenados con la comida y reventados con la tecnología”. Se incluye, pero está claro que, desde hace un tiempo, el camino que tomó es otro.
Agradecimiento: Torreón del Monje (Mar del Plata)
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